Preadolescencia en niñas

Preadolescencia en niñas

Cuando escuchamos hablar acerca de la preadolescencia, no siempre queda claro de qué se está hablando, si de una etapa del desarrollo, si a un período previo a la adolescencia, a qué edad corresponde hablar de preadolescentes o si cursa de igual forma en niñas y en niños. Además, es más común que se hable de adolescencia más que de preadolescencia. Sin embargo la preadolescencia es un concepto que actualmente se utiliza bastante, de acuerdo a Obiols & Di Segni de Obiols, (1993), tanto la preadolescencia como la post adolescencia son conceptos actuales que se utilizan para hablar de periodos que rodean la adolescencia.

mama-hija-rosadoLa preadolescencia, es considerada una etapa del desarrollo, pero ésta, al igual que otras etapas de la vida, no ha existido desde siempre ni existe como constructo en todas las culturas. Tal y como plantea Fernández (2009) la infancia y la adolescencia corresponden a construcciones históricas y sociales, que surgieron de forma tardía en la sociedad occidental. Los niños no siempre fueron considerados ni tratados como tal, por ejemplo en la época medieval prácticamente no existía la infancia como es considerada ahora, sino que esto sucede más tarde en Europa, lo mismo ocurre con la adolescencia. Esta última, tal como plantea Silva (2007), aparece tardíamente, surge con la revolución industrial, ya que se requería que entre la infancia y la adultez hubiese algunos años, previos a la incorporación en tareas productivas. Del hecho de que sean construcciones sociales e históricas se desprende el que la forma en que sean vividas va a variar de acuerdo a distintos factores como por ejemplo factores sociales, culturales, familiares, biológicos, la historia personal, nivel socioeconómico, género, entre otros.

Es así como en otras culturas no se habla de adolescencia, si no que ésta corresponde solamente a un pasaje de cambio que es representado por un ritual de transición de una etapa de la vida a otra, en la cual se accede a la sexualidad activa y se adquieren responsabilidades y poder dentro de la tribu. Por ejemplo, en el caso de las niñas, generalmente se considera ésta transición de la infancia a la adultez, marcada por la llegada de la menstruación. La preadolescencia, en la cultura occidental, sería un constructo más bien actual que apunta a enmarcar lo que sucedería al inicio de la adolescencia. De acuerdo a Thornburg (1983), desde 1980 ésta etapa ha sido más vista, ya que comenzó a surgir con mayor potencia la necesidad de explicar aquello que sucedía entre los 9 y 13 años, como algo que no se lograba explicar ni desde las teorías infantiles ni desde las de la adolescencia. Para el autor, a medida que ocurren cambios sociales, tecnológicos y comportamentales se va haciendo más clara la importancia y la complejidad de la transición de la infancia a la adolescencia.

En términos generales, la preadolescencia es asociada a una etapa de la vida caracterizada por muchos cambios, lo que a veces tiende a producir temor o recelo en los padres y/o cuidadores ya que podría implicar conflictos en la relación con los hijos y/o niños a cargo. En esa misma línea, es que a veces se escucha decir en torno a la preadolescencia, que “hay que prepararse” o que “va a ser muy difícil”. Por otra parte, cuando preguntamos por dicha etapa de la vida a quienes ya la han cursado, generalmente aparece recordada cómo un periodo difícil, a veces olvidado, dado por las ansiedades que generan los cambios hormonales y corporales que se empiezan a vivir, además de los cambios a nivel cognitivo y sociales.

¿Qué es la preadolescencia?

Peluchonneau (2015), refiere que la pubertad, preadolescencia y adolescencia son términos muy utilizados con la finalidad de nombrar etapas del desarrollo, pero en general se confunden. Es por ello que se hace importante diferenciar que por prepubertad y pubertad se alude a los cambios y procesos físicos y hormonales, a diferencia de la preadolescencia y adolescencia que se refieren a los procesos psicológicos y sociales. No podemos considerar de la misma forma (más allá de las diferencias individuales de cada persona) a un adolescente de 11 años y a uno de 17 años, ya que hay diferencias fundamentales en cuanto al momento de la adolescencia por el cual están cursando.

Desde las teorías del desarrollo no hay acuerdo claro en el período en el que se enmarca la preadolescencia, algunos refieren que es una etapa previa a la adolescencia (última etapa de la infancia) y otros la insertan al inicio de la adolescencia. Si bien no hay un acuerdo claro hay mayor consenso en considerarla al inicio de la adolescencia. Peter Blos (1979), describió la adolescencia diferenciando entre las etapas más tempranas (preadolescencia y adolescencia temprana) y el período más tardío (adolescencia tardía y post adolescencia). Cada una de ellas implicaría la obtención de distintas metas y logros. Desde ahí, la preadolescencia correspondería a una fase intensa, marcada por la llegada de importantes cambios en el desarrollo psicológico y físico, implicando el inicio de periodo de reestructuración en la identidad. Blos (1970) enfatiza en que las etapas iniciales de la adolescencia son fundamentales para el desarrollo posterior de la adolescencia, pero tienden a ser opacadas por el período más tardío de la adolescencia, además refiere que esto se debería a la intensidad de dichas emociones y ansiedades. Sin embargo las fases iniciales de la adolescencia corresponderían a un momento de reestructuración y cambio, fundamental para el desarrollo de una identidad integrada.

Podemos entonces enmarcar la preadolescencia entre los 9 y 14 años aproximadamente, pero esto varía de acuerdo a factores socioculturales, biológicos y personales. Por eso es que en este rango de edad podemos encontrar en un mismo grupo de niñas algunas que están en una etapa más infantil, por ejemplo jugando a las muñecas, y por otro lado niñas que están con intereses más adolescentes, esta disparidad se presenta también en el aspecto físico de las niñas, algunas con un desarrollo y crecimiento más avanzado que otras. Antes de esta etapa, los niños habían estado centrados principalmente en socializar con los pares y enfocados hacia las actividades escolares y ligadas al conocimiento. Desde que ingresan al colegio, la energía se pone en función de aprender, de conocer, de arman grupos con los pares, tienen grandes desafíos como aprender a leer y a escribir, entre otros. Los niños son concretos, y su pensamiento es más flexible. En general desde los 7 a los 10 años tienden a tolerar más la frustración, a preocuparse más por los demás, a inhibirse, a diferencia de cuando son más chiquititos en que son más impulsivos o les cuesta más tolerar la frustración. Sin embargo, en la preadolescencia esto empieza a cambiar.

¿Qué cambios son esperables en la preadolescencia?

En la adolescencia se espera que se den cambios y que se logren ciertas metas, se presentan cambios importantes en todos los aspectos de la personalidad, hay transformaciones hormonales y biológicas, cambios a nivel social, cognitivo, afectivo. La adolescencia es una fase de transición entre la niñez y la adultez, la que se caracteriza por ser un periodo de cambios hormonales asociados a la madurez sexual y en la cual hay cambios a nivel psicológico y conductual. Es una fase en la que se empieza a desorganizar la personalidad para luego ir organizándose poco a poco integrando todos estos cambios, lo que implica transformaciones en el concepto que los adolescentes tienen de sí mismos y del mundo. Lo anterior se asocia a temores y preocupaciones que a su vez hacen que ellos tengan conductas que son complejas para la sociedad, la cual los visualiza actuando de una forma que considera poco adaptativa.

Considerando la preadolescencia como una fase inicial de la adolescencia, es que en ella se enmarcaría la irrupción de estos cambios, se observan ansiedades, temores y la aparición de inseguridades y una tendencia a la dependencia la cual se suponía que se había superado. Como empieza a surgir todo esto de forma muy intensa, inicialmente es muy complejo para el preadolescente explicar lo que siente y lo que está viviendo. En el caso de las niñas, los cambios físicos ligados al aumento de estrógenos, se manifiestan en el crecimiento de los senos, de vellos, a veces el acné y luego la llegada de la menstruación. Esta última ligada a veces a miedos y fantasías, por lo cual es importante la información y contención de los padres en dicho proceso, idealmente se espera que puedan ayudarlos aclarándole dudas y calmando sus temores. Si bien a nivel biológico la menstruación implica la posibilidad de reproducirse, a nivel psicológico y emocional creemos que no se está preparado para ello, por lo menos en nuestra sociedad occidental. Las niñas vuelven a sentir bastante ambivalencia frente a la madre queriendo estar con ella pero rechazándola a la vez, en ocasiones pueden ser más posesivas con ella, otras niñas podrían querer volver a dormir con la madre, se ven en una lucha entre necesitar a la mamá y la necesidad de independencia. Se observan relaciones con los pares en que se ven este tipo de relaciones también, de dependencia, de posesividad y de conflictos en las amistades. Se observa un mayor interés por la imagen corporal lo que los lleva a compararse con los pares (Almonte, 2003).

Algunos autores refieren que en dicha etapa sucede una “regresión al servicio del desarrollo”, la cual se espera que los adultos puedan tolerar y contener para favorecer el desarrollo del adolescente. Esto se refiere a que todo lo logrado hasta el momento pareciera haberse desvanecido, aparece una necesidad de discutir y cuestionar a los padres, se les ve inestables y lábiles emocionalmente. Se les ve más impulsivos, pudiendo aparecer estallidos de rabia o llanto que a veces pueden parecer desproporcionados en relación al estímulo desencadenante, se les ve muy controlados o muy descontrolados pasando a veces de un polo a otro, lo que puede parecer confuso para los padres (Almonte, 2003). También cambian las relaciones familiares y personales, pareciendo que hay un quiebre entre ellos y sus padres. Los grupos de pares se vuelven más reducidos y más íntimos. Los preadolescentes se cuestionan la autoridad y el rol de los padres y los profesores. Tal como se mencionó anteriormente, a veces buscan volver a dormir con los padres, y muestran ambivalencias en la relación con ellos, no quieren su opinión pero sin embargo la toman, quieren estar con ellos muy cerca o quieren tenerlos lejos. Frente a la madre aparece confusión y pueden surgir miedos a que a ella le suceda algo y una necesidad constante de saber que la madre va a estar ahí y la va a cuidar, la toman como modelo a pesar que a momentos sientan un excesivo rechazo hacia ella.

Variados autores coinciden en que en esta etapa se reactivan miedos y angustias asociados a etapas anteriores, ya que los adolescentes están en una búsqueda de consolidar su identidad y de individuarse de los padres, surgen algunas ansiedades similares a las que viven durante su infancia más temprana. El grado en que estos cambios afecten la vida personal y social del preadolescente va a depender de las habilidades y experiencias adquiridas en la infancia y de las actitudes de quienes los rodean en ese momento. Se espera que los padres logren contener a sus hijos en dicho periodo y que idealmente el entorno que rodea al adolescente este lo más estable posible ya que internamente se sienten muy inestables.

Todos estos cambios son necesarios para el desarrollo, ya que se espera al final de la adolescencia, que puedan lograr una consolidación de su identidad lo que implica una nueva forma de pensamiento y motivaciones, una maduración sexual y a nivel social el logro de la independencia psicológica de su familia que les permita definir y tener un papel en la sociedad. Se plantea que la adolescencia es una etapa de cambios y de duelos, hay duelo por la muerte del cuerpo infantil (cambiando a un cuerpo adulto), por la muerte de los padres de la infancia (lo que implica una nueva forma de relacionarse con ellos), y la muerte en general de la infancia, por una nueva identidad.

Del entorno se espera que éste se encuentre lo más tranquilo y estable posible, dado el mundo interno lleno de ansiedades y angustias por el cual los preadolescentes cursan. Experiencias como separaciones de los padres, enfermedades, muertes o depresiones en los padres pueden influir en este periodo de angustia y ansiedad de la niña. Se espera que la madre pueda tolerar el crecimiento de la hija, lo cual a ella le genera emociones e incluso la puede llevar a rememorar y a reactivar sus propias angustias con respecto a dicha etapa y a la relación con su madre, y se espera que el padre también pueda aportar a dicho crecimiento y reconocer la femeneidad de su hija.

Fuente: www.psicologasclinicas.cl (por Ps. Javiera Soza C.)

 

Referencias bibliográficas

  1. Almonte, C.& Montt, E. & Correa, D. (2003). Psicopatología Infantil y de la Adolescencia. Santiago: Mediterráneo.
  2. Blos, P. (1970) Los comienzos de la adolescencia. Amorrortu, Buenos Aires.
  3. Blos. P (1979). La transición adolescente. Buenos Aires: Amorrortu, 2004.
  4. Obiols, G. & Di Segni de Obiols, S. (1993). Adolescencia, postmodernidad y escuela secundaria. Buenos Aires: Kapelusz.
  5. Fernández, A. (2009). Las lógicas sexuales: amor, política y violencias. Buenos Aires: Nueva visión.
  6. Peluchonneau, P. (2015). Adiós infancia. La travesía por la preadolescencia. Santiago: Ediciones B.
  7. Silva, I. (2007). La adolescencia y su interrelación con el entorno. Madrid: Instituto de la juventud.
  8. Thornburg, H. (1983). Is Early Adolescence Really stage of development? Theory into practice. Recuperado de http://www.jstor.org/stable/1477147
El impacto del lenguaje del adulto en el niño

El impacto del lenguaje del adulto en el niño

Nuestras palabras, tono y melodía de voz, pueden afectar negativamente a nuestros niños, pero también tenemos la posibilidad, de a través de ellas, apoyar positivamente su desarrollo físico, emocional y cognitivo.

El niño adquiere las capacidades puramente humanas de andar, hablar y pensar a través de la imitación. Los adultos somos cruciales en este  aprendizaje. Pero además, nuestra manera de hablar y pensar influenciará al niño a nivel emocional, cognitivo e incluso físico.

Aprendizaje del lenguaje del bebé

El niño primero lalea, en un laleo que podríamos denominar universal, ya que es idéntico en todas las lenguas y culturas. También por esa época es capaz de entender por igual cualquier lengua. Aunque no comprenda los conceptos, tiene una percepción sutil de nuestro lenguaje. Capta nuestro estado de ánimo, nuestras emociones, incluso nuestros pensamientos. Pronto él mismo comenzará a expresarse anímicamente a través de los típicos juegos silábicos dadada, tatatata, babababa etc. Recién cuando empiece a caminar, comenzará a hablar en su lengua materna, sin embargo ya mucho antes, la comprendía.

Algo fundamental en el aprendizaje de la lengua es el modelo. Pero vemos que este modelo tendrá un impacto mucho más amplio que el de la adquisición de la lengua. Nuestra coherencia, la unidad entre nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras emociones, además de facilitarle el aprendizaje, le aportará seguridad en lo emocional y claridad en el pensar.  En cambio, nuestra neurosis, incongruencia, falta de claridad e ironía, no solo harán que nuestro discurso y órdenes sean menos efectivos, sino que además interferirán negativamente dando inseguridad y falta de claridad.

El impacto del contenido emocional de nuestras palabras

Cuánto más pequeño es el niño, tanto más importante será cómo decimos las cosas, ya que el niño prestará más atención a esto. Así es que si le digo que se tranquilice mientras hablo histéricamente, difícilmente se tranquilizará, así como si gritando le digo que no grite. También deberíamos evitar los mensajes confusos como se da el caso cuando decimos “qué bonito, no”, en tono feo, regañando. Lo mismo ocurre cuando decimos ¿Puedes lavarte los dientes?, en tono de orden. Es una pregunta, pero con tono de orden. No hay unidad, el mensaje no es claro.

Nuestro tono y melodía al hablar influyen en el niño. Podemos calmarlo con un tono sereno y cálido, podemos activarlo con un tono dinámico. Pero también podemos desorientarlo, confundirlo e inquietarlo, por eso es urgente que tomemos conciencia del tono con el que hablamos, del mensaje emocional que emitimos.

Tendemos a dar muchas explicaciones, a hacer frases largas y complejas, cuando para el niño es un alivio escuchar una orden clara como ¡Nos ponemos los zapatos! El problema no está en la frase, sino en el tono, en la melodía de nuestras palabras. Si lo decimos de manera dura, seca o gritando, es negativo. Si decimos, “venga, cariño, vamos, que hay que ponerse los zapatos, ¿te parece? ¿Nos ponemos los zapatos?.” Aquí hay exceso de simpatía y duda, difícilmente será eficaz. Posiblemente a continuación pasemos a la antipatía, con un grito “¡te he dicho ya 10 veces que te pongas los zapatos!”  Suelo hablar de la importancia de hablar con claridad, de manera neutral, sin antipatía y a la vez con decisión y entusiasmo. Sin ñoñería y a la vez de manera cálida y natural. ¡Nos ponemos los zapatos, que nos vamos al parque!, puede ser dicho con entusiasmo y alegría, con un tono que invite a ponerse los zapatos.

No es pecado hablar con claridad, siempre que la emoción no sea negativa. Falta de claridad en nuestra expresión hace que los niños no comprendan, sea poco efectivo y luego subamos el tono, con las consecuencias que esto conlleva. Porque el grito tiene un impacto negativo hasta en lo fisiológico. Con cada susto se produce una contracción de pulmón y un pequeño parón respiratorio. Esto, en edad de crecimiento, sobre todo antes de los 6 años, influirá en el patrón respiratorio y en la función pulmonar, pudiendo crear una debilidad en este órgano. No hay escusas ni razones para gritar, el gritar siempre denota un conflicto en nosotros, una falta de control, un desbordamiento. Gritando mostramos nuestros propios límites, nuestras sombras no resueltas. Gritando no se resuelve nada. Lo que resuelve y mejora las conductas de los niños es el cambio en nuestra propia conducta. Una vía de encarar el cambio es a través de la toma de conciencia y transformación  de nuestra propia manera de hablar y expresarnos, del uso de nuestra voz, nuestro tono y nuestras palabras.

El impacto del contenido de nuestras palabras (de nuestro tono y melodía)

Por supuesto, tan importante como el cómo hablamos es el qué decimos. Por suerte en este ámbito ya hay mucha conciencia. Igualmente, repasemos los aspectos fundamentales. Nuestras afirmaciones tienen un profundo impacto, transformándose en decretos. A un niño al que digo “eres tonto”, lo estoy invitando a transformarse en tonto. En la frase “eres tonto” estoy atacando la integridad del niño, el ser del niño. Esta afirmación podría afectar su nivel cognitivo, si le digo “eres malo”, afectaría su conducta, si le digo “eres gordo”, su metabolismo. Y siembre estaremos atacando su autoestima y autoimagen.  Diciendo “lo que has hecho es una tontería”, habremos mejorado bastante la situación, ya que no estaremos atacando al niño, sino a su acción. Sin embargo, sigue siendo una frase abstracta y subjetiva, que poco ayuda al niño. Podemos en cambio decir,  “ahora nos sentamos con los pies bien apoyados en el suelo y la silla bien pegada a  la mesa”. Esta es una frase constructiva que ayuda al niño a saber qué esperamos de él. Es una frase que fácilmente podremos decir en un tono neutral, sin violencia. Es una frase descriptiva, concreta y objetiva, que aportará claridad al niño. Vemos una vez más, que si los niños no nos hacen caso, generalmente es nuestra culpa y no la suya, es nuestra falta de asertividad la que nos dificulta la comunicación.

El impacto de nuestra voz

Nuestro lenguaje vibra en el niño. La voz es sonido y el sonido es vibración. Y la vibración mueve cada una de nuestras células. Si nos ponemos la mano en el pecho y hablamos con un tono estridente, como de animación, veremos que el pecho no vibra. La voz se queda en la cabeza sin conectar con la calidez del corazón. Tampoco vibra libremente la voz si hablamos con una voz disfónica,  ya sea porque tenemos la voz mal o porque en compañía de los niños nos tornamos excesivamente cuidadosos, queriendo ser suaves y creyendo que achicando la voz lo conseguiremos. Escuchando este tipo de voz nos sentimos comprimidos, ahogados. La respiración se nos traba. Teniendo en cuenta que por la empatía orgánica todos estos procesos son aún más potentes en los niños, que respiran como nosotros y vibran con nosotros, veremos que se nos abre un interesante campo terapéutico. Puedo irradiar salud, bienestar y respiración armónica a través de mi propio lenguaje, corrigiendo problemas del niño a través del cambio en nosotros. Pero incluso manteniéndonos en el aspecto emocional, manteniéndonos en el aspecto de cómo conectamos con el niño y como nuestra voz nos ayuda, veremos que a través de una voz sana y auténtica, llegaremos mucho mejor. Con una voz estridente y artificial, no conecto. Una voz disfónica puede ser algo amorosa, pero no es saludable. Siendo lo que somos, sin impostar voces ñoñas, ni en falsete ni metidas hacia adentro, llegaremos  mejor.  El niño desea sentir personas de verdad, no personajes y la primer vía de percepción de esto es la voz. La voz debe ser la nuestra, nuestra verdadera y auténtica voz, que en muchos casos deberemos hacer un trabajo para conectar con ella, ya que es habitual estar desconectado de la propia voz y por tanto del propio ser de uno. También haríamos un favor a los niños y a nosotros mismos, si la liberamos de su cárcel, como es el caso de la voz disfónica. A veces nos metemos en un personaje al hablar al niño, otras, estamos todo el día en un personaje. ..De modo que deberíamos comunicarnos con los niños en nuestra voz natural, que puede ser grave, oscura y amplia, por ejemplo.

Donde realmente debemos transformarnos es en el tono y melodía, evitando la sequedad,  dureza y exceso de velocidad del lenguaje, conquistando maneras redondas y calmas o dinámicas y radiantes.

Impacto de los sonidos del lenguaje

Si hablo estresado, el niño se estresa conmigo. Si hablo calmo, lo calmo. Lo notamos en lo emocional, pero esto tiene un impacto hasta en lo fisiológico. Si hablo con una voz sana y buena respiración,  irradio salud y bienestar a cada órgano, ya que cada vocal y cada consonante tienen afinidad con algún órgano o parte del cuerpo. R. Steiner nos asegura que un lenguaje sano y bien articulado en el entorno del niño, es fuente de salud y alimento energético para cada órgano. En cambio, un entorno donde se escucha un lenguaje difuso, mal articulado y con una voz disfónica sería caldo de cultivo para futuras enfermedades. ¡Tan rotunda es su afirmación! Teniendo en cuenta que la respiración y su efecto oxigenante es la base de la salud, no es tan difícil comprender esta relación.

El impacto de nuestra articulación (dicción)

Nuestra articulación dijimos que aporta salud a todo el organismo, ya que una buena articulación garantiza que los sonidos pueden hacer su labor sanadora en el cuerpo. SI la R suena bien, entonces masajeará todo el sistema circulatorio y respiratorio (corazón y pulmón) y activará el riñón, por ejemplo.  Pero además, desde el punto de vista emocional, nos dará alegría y movimiento. Diferente es el caso de la L, que activará nuestros fluidos y nos proporcionará calma. Manejarse con el efecto terapéutico de los sonidos es ya algo más complejo, sin embargo a simple vista podemos vivenciar los efectos de una buena articulación en relación a una articulación vaga y difusa. Hoy día existe un experimento llamado magnetoencefalograma (MEG), que nos permite ver qué ocurre en el cerebro del niño mientras nos escucha.  El MEG demuestra científicamente lo que R. Steiner ya decía, sobre el impacto de nuestro lenguaje en el niño. Aquí se ve como cuando el niño escucha un adulto que habla poco claro, en su cerebro se activan las mismas áreas que en el orador, en este caso, de forma difusa. Al escuchar a un adulto que habla claro y bien articulado, se activan cantidad de conexiones neurológicas, de manera precisa y clara y sobre todo se ve la incidencia en una mayor comunicación entre los dos hemisferios. Nuestro lenguaje se imprime fisiológicamente, sobre todo en el cerebro del niño, dándole forma y estructura. En realidad son las consonantes las que hacen esta labor. Y es que articular significa moldear la consonante, que a su vez nos modela a nosotros. Este experimento es la verificación de la empatía orgánica a nivel científico, pero hay otra manera de percibir esta acción. Si hablamos poco articulado, es decir, vocálico, con la mandíbula, lengua y labios flojos y sin tonicidad, inmediatamente nos sentimos algo tontos. En cuanto articulamos clara y bellamente las consonantes nos sentimos presentes y despiertos.  Sentimos claridad en nuestro pensar.  Y esta misma acción ocurre el niño ya solo de escucharnos. Si además tenemos en cuenta que a través de un buen ejemplo el niño conseguirá hablar bien, ya podemos estar doblemente tranquilos, sabiendo los beneficios en el propio niño de un lenguaje claro, bien articulado y con una voz saludable.

Lo que entra por mi boca me enferma o sana. Lo que sale de mi boca, enferma o sana a mi entorno.

Mi coherencia en la expresión facilitará al niño su propia capacidad de expresarse. Y es este el camino hacia la paz en el mundo. Quien sabe comunicarse asertivamente no necesita de armas, ni gritos ni otras formas de violencia. Nuestro cambio hará el cambio en los niños y ellos son el futuro de nuestra  sociedad.

La  voz  y el lenguaje del adulto obstaculizan o apoyan el desarrollo del niño. Es una gran responsabilidad que está en nuestras manos.

Pero para esto es urgente reconectar con nosotros y con nuestra verdadera voz. Para eso, nuestro nombre es de inmensa ayuda. Allí donde suena nuestro nombre entero, allí está nuestra voz…Y una manera sencilla de apoyar la voz, la integridad y el potencial latente de nuestros niños es nombrándoles por su nombre entero, amorosa y bellamente…

Tamara Chubarovsky

Fuente: www.vozymovimiento.com

El apoyo del padre es vital en una lactancia exitosa

El apoyo del padre es vital en una lactancia exitosa

Cada vez más padres se involucran desde el embarazo en la evolución física, cognitiva y emocional de sus hijos, ayudando y acompañando a la madre en cada proceso, vivenciando el desarrollo de este nuevo ser, apoyando y compartiendo cada momento hasta el nacimiento. Luego llega el bebé y la lactancia, es la madre la que tiene la capacidad de alimentar al recién nacido inmediatamente después del parto, por lo que es hacia ella a la que van dirigidas las charlas, cursos, orientación y apoyo en lactancia, dejando al padre muchas veces de lado si su pareja no sabe cómo explicarle lo que este proceso implica o qué y cómo él puede cooperar.

Sin embargo, un estudio científico ha comprobado que esta información y guía, debería ser dirigida e involucrar la participación de ambos padres, debido a que gracias a la cooperación y presencia del padre la lactancia se alarga y las mujeres se sienten más tranquilas y contenidas lactando, lo cual afecta significativamente la calidad de vida del hijo.

Pediatrics (Diario oficial de la Academia Americana de Pediatría) publicó recientemente los resultados de este estudio comparativo que se hizo entre dos grupos de padres por el Instituto de Tecnología de la Universidad de Ontario (Canadá). Con el desarrollo y resultado de éste se comprobó de forma cuantitativa que el apoyo y participación activa del padre, durante el proceso de lactancia materna, es fundamental para que ésta sea exitosa, tenga continuidad y exclusividad después de los tres meses de nacido el bebé.

Demostró que los padres al adquirir conocimientos y técnicas de cómo ayudar, y en qué se basa el apoyo/ayuda paterno, durante esta etapa se vuelven más conscientes de su capacidad cuando las madres entre el cansancio, la recuperación del parto y este nuevo hijo no son capaces de traspasar información para que ellos participen más y mejor de este hermoso proceso, donde un padre informado y entrenado es capaz de apoyar, aconsejar y ser el mejor aliado para la madre y el hijo lactante.

Esto abre una nueva puerta para aumentar la conciencia del apoyo masculino en la gran tarea de dar pecho, los que muchas veces se sienten relegados y sin saber cómo ayudar a sus parejas. A través de esta investigación, se observó cuánto más participativos se vuelven los padres cuando se sienten informados en comparación a los padres que poco sabían sobre lactancia.

La autora sostiene que “Las mujeres se van a casa rápido después del parto y mientras se recuperan del trabajo de parto y el nacimiento, tienen que aprender a amamantar, es por esto que considera que puede ser muy útil la participación de los hombres en ese aprendizaje, a través del conocimiento de cómo funciona la lactancia materna, cómo ubicar al bebé en el pecho para dar comodidad a la mujer y cómo saber si el bebé está comiendo y si es en la cantidad adecuada”

El estudio demostró que las mujeres que tenían parejas informadas que las apoyaban y compartían la pa/maternidad a través del apoyo en la lactancia, la compañía, la comunicación y la repartición de los cuidados del bebé y del hogar, eran más propensas a amamantar a sus bebés por más de tres meses.

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Además de ayudar físicamente con la lactancia como en la colocación en el pecho materno, Jennyfer Abbass-Dick (Phd), principal autora del estudio, concluyó que los padres pueden participar de la atención del bebé y las tareas del hogar, de escuchar las preocupaciones de las mujeres y acompañarlas mientras alimentan a sus hijos, ya que las madres contenidas por sus parejas tienen más potencial de perseverar en la lactancia a pesar del cansancio, la frustración y las inseguridades que conlleva el estado del puerperio.

¿Cómo se realizó el estudio?

El equipo organizó en dos grupos a 214 madres primerizas con sus parejas. Un grupo accedió a la orientación hospitalaria habitual sobre la lactancia materna y cualquier otra ayuda que pudieran obtener en su comunidad.

Las parejas del segundo grupo también se reunieron en el hospital durante 15 minutos con un especialista en la orientación hospitalaria que recibieron los padres del primer grupo, y a esto sumaron folletos instructivos, un video práctico explicativo y la dirección de un sitio online con información sobre las técnicas para amamantar, recursos en la comunidad y una guía de cómo los padres pueden colaborar.

Los investigadores les mandaron correos electrónicos a los hombres y las mujeres del segundo grupo mientras los bebés tenían una y tres semanas de vida. Cuando los bebés tenían dos semanas de vida, llamaban a los padres para recordarles los recursos de consulta disponibles y responder dudas.

El resultado arrojó una diferencia de prevalencia en la lactancia materna luego de los tres meses, ya que el 96% de las madres del segundo grupo seguía amamantando a los tres meses, comparado con el 88% de las mujeres del primer grupo control.

Los padres “entrenados” estaban más confiados en su capacidad de colaborar con la lactancia que los padres del grupo control inmediatamente después del parto y a las seis semanas de vida del bebé.

Más mujeres del segundo grupo que del primero dijeron que sus parejas las habían ayudado con la lactancia en las primeras seis semanas y que estaban satisfechas con esa colaboración.

Por lo tanto, se debe incentivar a los hombres a informarse, a tomar el rol preponderante que les corresponde como padres, y a que los centros médicos, doctores, matronas, doulas, asistentes de lactancia, etc, incluyan de forma activa en el aprendizaje a los padres en post de una lactancia prolongada, y no relegar esta responsabilidad sólo a la madre, como la única encargada de esta tarea, porque el padre puede y debe participar en función de la salud tanto de la madre como del hijo.

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Debemos recordar que la lactancia materna, proporciona nutrientes esenciales y protección inmunológica al bebé, y que tanto para la salud de la madre como del hijo este es un proceso natural y fundamental, donde con la activa participación del padre se puede apuntar hacia la lactancia materna exclusiva, donde el bebé recibe los nutrientes esenciales para su desarrollo físico y emocional, ya que se sentirá amado, contenido y abrazado por sus dos progenitores, generando un apego saludable y consciente que servirá de bases para todo su vida. El papel del padre es principal, pues puede ofrecer un apoyo único, tanto a la madre como al niño, para configurar el llamado “triángulo de la lactancia”, triada fundamental donde el padre apoya, participa, acompaña y se responsabiliza de los cuidados de su hijo y su entorno lo más posible.

Este estudio científico que logró cuantificar el rol del padre en la lactancia, coincide con los documentos orientativos que hay sobre este tema entregados por la Alianza Mundial Pro Lactancia Materna (WABA por sus siglas en inglés) y la Liga de la Leche internacional, los que aseguran que el padre debe tener un rol importante y nada pasivo en la primera etapa de la alimentación de su hijo.

Estas asociaciones han editado un documento con diferentes orientaciones que los padres pueden seguir mientras el niño se alimenta de leche materna. Se trata de directrices, que no serán aplicables a todos los casos por igual.

Se podrían resumir en los siguientes puntos:

  • El padre puede responsabilizarse de más tareas domésticas.
  • Deberá encargarse de vigilar y cuidar a los hijos mayores mientras el bebé mama.
  • Puede responsabilizarse, junto a la madre, del baño y del cambio de pañales del pequeño.
  • Cargar el bebé en brazos o portearlo es una forma muy positiva de que padre e hijo estrechen lazos.
  • El apoyo emocional a la pareja es un factor de vital importancia.
  • El padre deberá solicitar las vacaciones necesarias para acompañar a la familia durante la lactancia tanto tiempo como pueda.

Para más información los futuros padres pueden consultar sobre el “Rol del padre en la lactancia” publicado por la Liga de la leche internacional.

Queridos padres con esto ya saben que aunque sea la madre la que se coloque al bebé en el pecho ustedes también son un pilar fundamental para este hermoso y vital proceso. Informarse, apoyar, ayudar y contener con pilares que sólo ustedes, con su energía masculina, pueden brindar para el bienestar y completud del triángulo de la lactancia. Y nosotras como madres debemos aprender a incluirlos, incentivarlos y aceptar esta ayuda fundamental para lograr una exitosa lactancia materna.

Abrazo a todos los pa/madres que comienza y viven la etapa de lactancia.

Sally Gabor.

Fuente: www.mamadre.cl (Por Pamela Labatut Hernandez)

El piel con piel reduce el estrés del bebé

El piel con piel reduce el estrés del bebé

El pediatra español Adolfo Gómez Papí impartió un taller en el San Agustín sobre la importancia del contacto entre madre e hijo

Por Ruth Arias/Fotografía: www.elpartoesnuestro.es

Colocar al recién nacido sobre el pecho desnudo de su madre es lo que se ha hecho toda la vida hasta que las mujeres comenzaron a acudir a los hospitales para dar a luz y los partos comenzaron a instrumentalizarse y medicalizarse. Hace unas décadas los bebés empezaron a ser separados de sus madres tras el parto para pesarlos, medirlos, lavarlos… y se perdió ese contacto piel con piel que, sin embargo, muchos expertos están tratando ahora de recuperar. Uno de ellos es el pediatra y neonatólogo barcelonés Adolfo Gómez Papí.

Papí defiende que el recién nacido debe permanecer «por lo menos dos horas» sin separarse de su madre tras el nacimiento, aunque este contacto puede prolongarse «todo el tiempo que el niño y la madre necesiten». Los motivos son varios y muy diversos. Uno tiene que ver con el refuerzo del vínculo afectivo entre ambos, algo que para este pediatra tiene una importancia «tremenda», pero no es el único. El contacto directo también ayuda a que el bebé pueda regular su temperatura tras el enorme cambio que supone salir del vientre materno a 37 grados y encontrarse en un mundo exterior mucho más frío, y ayuda a los bebés a tranquilizarse y a iniciar la lactancia.

«Hay mucha evidencia de que el piel con piel contribuye al éxito de la lactancia», sostiene Papí, que asegura que el bebé se desplaza por sí mismo hacia el pecho de la madre de forma espontánea y que ese contacto entre ambos duplica las posibilidades de que todo salga bien. Soprendentemente, la proximidad entre madre e hijo tiene efectos también en otras variables, como los niveles de azúcar o la acidosis del bebé, y en su bienestar general. «Los niños sufren mucho menos estrés y apenas lloran cuando están con su madre», asegura.

Papí también defendió los beneficios de esta práctica para las propias madres, a las que ayuda a recuperarse antes del parto debido a «una mayor liberación de oxitocina», que contribuye a la contracción el útero, lo mismo que el propio movimiento natural del bebé sobre este órgano, que también ayuda a reducirlo más rápidamente y «también hay trabajos que indican que hay menos depresión posparto cuando hay un mayor contacto con el bebé».

 «Cada vez se habla más de esto, y cuando no es posible el piel con piel con la madre, siempre está el padre», señala Papí.

Hay otro caso muy especial, y es el de los prematuros que, por su especial delicadeza, suelen ser trasladados a incubadoras. Para ellos Papí defiende el «método canguro», de cuya introducción en nuestro país ha sido uno de los pioneros. Él lo trajo de Colombia, donde la alta presión asistencial obligaba a que hasta tres prematuros compartieran incubadora. «Esto llevaba a que se contagiasen muchas infecciones, así que comenzaron a recomendar a las madres que los mantuviesen junto a ellas y se los llevasen así a casa», explica. Así descubrieron que las cosas salían mucho mejor. Los bebés se desarrollaban bien y se reducía el riesgo de enfermedades.

El piel con piel ha resultado ser beneficioso para todos y no solo en las horas tras el nacimiento. «Funciona siempre que la madre y el niño quieran hacerlo», asegura Papí, que también defiende que «en esos momentos mágicos nadie tiene que estar allí salvo la pareja y su bebé». Esta práctica ancestral está comenzando a recuperarse ahora, junto a otras como el porteo o la propia lactancia materna. «Incluso la cultura del parto normal está absolutamente perdida», señala.

Fuente: www.elcomercio.es

Perdonar y pedir perdón

Perdonar y pedir perdón

Cuando nos hacen daño la reacción inmediata y lógica es ir contra quien nos lo hizo; pero esta reacción lógica y natural tiene sus problemas. A corto plazo, tratas de impedir que el daño continúes; pero si la acción sigue por mucho tiempo, te puedes ver reflejado en la siguiente metáfora:

Cuando alguien te hace daño es como si te mordiera una serpiente. Las hay que tienen la boca grande y hacen heridas inmensas. Una vez que te ha dejado de morder, curar una mordedura así puede ser largo y difícil; pero cualquier herida se cierra finalmente. Pero el problema es mucho peor si la serpiente es venenosa y, que aunque se ha ido, te deja un veneno dentro que impide que la herida se cierre. Los venenos más comunes son el de la venganza, el del ojo por ojo y el de buscar justicia y reparación por encima de todo. El veneno puede estar actuando durante muchos años y, por eso, la herida no se cierra, el dolor no cesa durante todo ese tiempo y tu vida pierde alegría, fuerza y energía.

Cada vez que piensas en la venganza, o la injusticia que te han hecho, la herida se abre y duele, porque recuerdas el daño que te han hecho y el recuerdo del sufrimiento te lleva a sentirlo de nuevo.
Sacar el veneno de tu cuerpo implica dejar de querer vengarse, en resumen, dejar de hacer conductas destructivas hacia quien te mordió. Como te decía, solamente pensando en la venganza el veneno se pone en marcha. Por eso, si quieres que la herida se cure, has de dejar los pensamientos voluntarios de venganza hacia quien te hizo daño.
Indudablemente tendrás que procurar que la serpiente no te vuelva a morder; pero para eso no tendrás que matarla, basta con evitarla o aprender a defenderte de ella o asegurarte de que lo que ha ocurrido ha sido una acción excepcional que no se volverá a repetir.

El proceso de perdón no implica el abandono de la búsqueda de la justicia ni de dejar de defender tus derechos, solamente se trata de no buscar en ello un desahogo emocional, que implique que la búsqueda de la justicia se convierta en el centro de tus acciones y que dificulte tu avance en otros de tus intereses, objetivos y valores.
Es una forma de presentar que el perdón es terapéutico, resaltando los procesos psicológicos que subyacen y los beneficios personales que tiene ejercerlo. De esta forma, se ven los efectos que tiene perdonar, dejando a un lado las connotaciones religiosas sociales, etc. que tiene la palabra perdón y que pueden hacer difícil entender que puede ser un proceso terapéutico.

Perdonar es un elemento relativamente nuevo en la terapia, comienza a introducirse tímidamente en los años 70; pero no es hasta los 90 cuando se empieza a considerar una herramienta terapéutica a tener en cuenta (Wade y otros, 2008), aunque sus efectos positivos en la persona son importantes.

Qué es el perdón

Hay consenso en considerar que perdonar consiste en un cambio de conductas destructivas voluntarias dirigidas contra el que ha hecho el daño, por otras constructivas. (McCullough, Worthington, y Rachal, 1997).

Algunos consideran que perdonar no solamente incluye que cesen las conductas dirigidas contra el ofensor, sino que incluye la realización de conductas positivas (Wade y otros, 2008). Como indica la metáfora anterior, es preciso dejar de pensar en las conductas destructivas; pero dejar de pensar en algo voluntaria y conscientemente lo único que consigue es incrementar su frecuencia (Wegner, 1994). En consecuencia, para perdonar, es preciso comprometerse, por el propio interés, con el pensamiento de querer lo mejor para esa persona, aunque sea solamente que recapacite y no vuelva a hacer daño a nadie o deseando que le vaya bien en la vida, etc.

Si el proceso de perdón se hace adecuadamente, se modificarán en consecuencia, los sentimientos hacia el ofensor. Aunque algunos autores consideran que son los sentimientos los que originan las conductas, desde la terapia de aceptación y compromiso se parte de que los pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones no condicionan obligatoriamente la conducta y que lo importante es la modificación de la conducta, que finalmente llevará a un cambio en los pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones. Por eso, perdonar no es contingente con la reducción o cese total de los pensamientos o sentimientos “negativos”; no es un estado afectivo o una condición emocional ni una colección de pensamientos y sentimientos; perdonar es una conducta libremente elegida de compromiso y determinación (Zettle y Gird, 2008).

El perdón no es un acto único que se hace en un momento dado, es un proceso continuo que se puede ir profundizando y completando a lo largo del tiempo. Por eso se dan varios niveles de perdón (Case, 2005) que se pueden considerar como una serie de tareas que van completando e incrementando el proceso hasta llegar al grado más completo de perdón. El primer paso consiste en dejar de hacer conductas destructivas abiertas y explícitas (como cesar de buscar venganza o justicia, quejarse a todo el mundo, etc.) o encubiertas e implícitas (como desear conscientemente mal al agresor, rezar para que le pase algo malo, rumiar el daño que se ha recibido, etc.). El segundo nivel es hacer conductas positivas hacia él. Completando el perdón, si hay respuestas positivas por el perdonado, se puede llegar a restaurar la confianza en el agresor.

El considerar que hay distintos niveles de perdón, implica que para entender realmente en qué consiste el perdón terapéutico y hasta donde está dispuesto a llegar el paciente, sea necesario explicar con detalle el proceso que se va a seguir para perdonar.

Qué no es el perdón

Debido a que perdón es una palabra muy cargada ideológicamente, proponer los pacientes que realicen un proceso de perdón puede llevar a malos entendidos y por ello es necesario discutir con ellos qué es y qué no es el perdón que se propone. Algunos de los puntos que puede ser necesario aclarar son los siguientes:

El perdón no incluye obligatoriamente la reconciliación. Perdonar o pedir perdón son opciones personales que no necesitan de la colaboración de la otra persona. Sin embargo, la reconciliación es un proceso de dos. Por ejemplo, el perdón no supondrá nunca restaurar la relación con alguien que con mucha probabilidad pueda volver a hacer daño.

El perdón no implica olvidar lo que ha pasado. El olvido es un proceso involuntario que se irá dando, o no, en el tiempo. Solamente implica el cambio de conductas destructivas a positivas hacia el ofensor, tal y como se ha indicado. Hay ideas erróneas asociadas con el perdón como que si se perdona no se debe acordar o sentirse enfadado por lo ocurrido. Recordar algo es un proceso automático que responde a estímulos que se pueden encontrar en cualquier parte y los sentimientos que se tienen no se pueden modificar voluntariamente, las respuestas que damos cuando tenemos  esos sentimientos si pueden llegar a ser voluntarias. El perdón no supone justificar la ofensa que se ha recibido ni minimizarla. La valoración del hecho será siempre negativa e injustificable, aunque no se busque justicia o se desee venganza.

El perdón del que se trata tampoco supone obligatoriamente levantar la pena al ofensor y que no sufra las consecuencias de sus actos. Para que se dé la reconciliación es preciso que el ofensor realice una restitución del daño que ha causado, si es posible, o cumpla la pena que la sociedad le imponga. El perdón consiste en que el que perdona deja de buscar activamente que se haga justicia y es parco en las consecuencias que busca y, sobre todo, no intenta obtener una descarga emocional junto con la justicia.

Perdonar no es síntoma de debilidad, porque no se trata de dar permiso al otro para que vuelva a hacer daño, sino que se puede perdonar cuidando de que no nos hagan daño de nuevo.

El proceso de perdonar

Cuando perdonar

Si el daño que se ha recibido trasciende el hecho emocional de sentirse injustamente tratado y lo único que se va a conseguir del otro es una compensación emocional, el perdón está plenamente indicado. También, cuando la búsqueda de la reparación se ha convertido en el centro de la vida del ofendido o interfiere con el seguimiento de otros valores, el perdón le permitirá poner distancia emocional para tener en cuenta todos los valores que está dejando de atender.
Hay que tener en cuenta que no se trata de ponerse en riesgo de que el daño se pueda volver a repetir.

Primera etapa: análisis y reconocimiento del daño sufrido

El proceso comienza en la fase de análisis de lo ocurrido, incluyendo en ella el reconocimiento del daño que se ha recibido. Es preciso reconocer que se ha recibido un daño que duele, y aceptar ese dolor. Se hace de forma lo más objetiva posible, lo que va a permitir un distanciamiento emocional y los primeros pasos para entender las motivaciones del ofensor; lo que constituye un comienzo para construir una cierta empatía hacia el otro que está en la base del perdón. También han de analizarse con detalle las circunstancias que han influido para llevarle a hacernos daño, porque una atribución externa, inestable y específica del daño contribuye al perdón (Hall y Fincham, 2006) frente a la atribución interna, estable y global que lo dificulta.

Segunda etapa: elegir la opción de perdonar

El perdón para la víctima es una buena opción en cualquier caso. La metáfora del anzuelo que sugiere Steven Hayes, indica de forma clara cómo el no perdonar a alguien nos coloca en una situación permanente de sufrimiento y puede ayudar en este proceso:

Quien nos ha hecho daño nos ha clavado en un anzuelo que nos atraviesa las entrañas haciéndonos sentir un gran dolor. Queremos darle lo que se merece, tenemos ganas de hacerle sentir lo mismo y meterle a él en el mismo anzuelo, en un acto de justicia, que sufra lo mismo que nosotros. Si nos esforzamos en clavarle a él en el anzuelo, lo haremos teniendo muy presente el daño que nos ha hecho y cómo duele estar en el anzuelo donde él nos ha metido. Mientras lo metemos, o lo intentamos, nos quedaremos dentro del anzuelo. Si consiguiéramos meterle en el anzuelo, lo tendríamos entre nosotros y la punta, por lo que para salir nosotros tendremos que sacarle a él antes.

Si salimos del anzuelo, tendremos cuidado de no estar muy cerca de él porque nos puede volver a meter en el anzuelo y si alguna vez nos juntamos, tiene que ser con la confianza de que no nos va a volver a hacer daño.

Pero no es la opción de no sufrir lo que justifica una elección, sino una opción basada en los valores de la persona (Hayes y otros, 1999). Hay que tener en cuenta que se trata de valores como los define la terapia de aceptación y compromiso, es decir, como consecuencias deseadas a muy largo plazo, y no solamente como valores morales o éticos. Cuando hemos dejado a un lado esos valores para centrarnos en la venganza y se le hemos dedicado tiempo y recursos, pueden estar afectadas otras áreas de nuestra vida. Es en los valores afectados por la concentración en vengarnos en los que tenemos que encontrar los motivos para elegir perdonar.

Tercera etapa: aceptación del sufrimiento y de la rabia

El perdón no supone que se rechacen y esté mal tener sentimientos de rabia, de ira o deseos de venganza, aunque a algunos pueda parecerles que el perdón lo implica (Wade y otros, 2008). El problema no está en tener esos sentimientos o pensamientos, sino en actuar dejándose llevar por ellos en contra de los valores e intereses más importantes en ese momento (Hayes y otros, 1999). La propuesta de la terapia de aceptación y compromiso consiste en abrirse a sentir el sufrimiento, la rabia, la depresión y cualquier pensamiento, sentimiento, sensación o emoción que surja asociado al daño recibido, sin ninguna defensa; mientras nuestra acción sigue el compromiso con los valores que en ese momento sean más relevantes (Hayes y otros, 2004).

Si se ha elegido la opción del perdón, para llevarlo a cabo es preciso aceptar, en el sentido expuesto, los pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones. La aceptación es un proceso que finalmente lleva al cambio; pero hay que tener en cuenta que su objetivo no es la extinción del sufrimiento, sino el compromiso con los valores y el fortalecimiento de la acción comprometida con ellos (véase por ejemplo, García Higuera, 2007).

Cuarta etapa: establecer estrategias para autoprotegerse

El perdón no implica la aceptación incondicional del peligro de que ocurra de nuevo el ataque. En el análisis de lo ocurrido hay que incluir también la consideración de cómo los comportamientos de la víctima que han podido permitir o favorecer la ofensa (Case, 2005). Analizando lo que ha ocurrido, la víctima se puede dar cuenta de cuales eran los indicios que indicaban el peligro, lo que le dará más posibilidades de evitarlo en el futuro.

Quinta etapa: una expresión explícita de perdón

La expresión explícita del perdón es un paso importante aunque algunos pacientes puedan pensar que es solamente simbólico y vacío de contenido. Se pueden articular muchos ritos o maneras hacerlo. Esta acción explícita no es el final del proceso de perdón, sino la oficialización del inicio. Hay que tener en cuenta que es preciso volver a repetir el proceso siempre que sea necesario, ya que el ofendido no está libre de que le aparezcan de nuevo los, pensamientos, emociones, sensaciones y sentimientos asociados a la ofensa. Cada vez que surjan de nuevo los pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones asociados a la ofensa, se tienen que repetir los pasos que sean necesarios.

El proceso de pedir perdón

Pedir perdón es uno de los elementos fundamentales de muchas religiones movimientos espirituales (Zettle y Gird, 2008); por ejemplo, en el cristianismo. Para los cristianos, Cristo vino al mundo a perdonar los pecados de todos los hombres, ya estamos perdonados por Dios y solamente hace falta pedir perdón. La petición de perdón la ha articulado la religión católica en una serie de pasos dentro de la administración clásica del sacramento de la penitencia: examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de la enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. Siguiendo esta pauta, el proceso de pedir perdón comenzaría en una primera etapa de análisis de lo que ha pasado, de las circunstancias, motivos y emociones que han concurrido en lo el daño que hemos hecho y de los efectos que ha causado; para pedir realmente perdón tiene que haber un arrepentimiento que incluye un dolor por el sufrimiento causado que no puede quedar solamente en palabras, sino que ha de articularse en acciones comprendidas en un plan concreto que permitan que aquello no vuelva a ocurrir y que restituyan el mal realizado.

Profundizando en esta línea y dejando a un lado las connotaciones ideológicas y religiosas del perdón, desde un punto de vista terapéutico la petición de perdón se puede hacer siguiendo los siguientes pasos:

Reconocer que lo que hizo causó daño u ofendió al otro

No es obvio que el que nos ha ofendido sea plenamente consciente del daño que ha hecho y del sufrimiento que está teniendo su víctima (Case, 2005). El proceso de reconocerlo supone un acercamiento profundo al otro, con comprensión y empatía, y un establecimiento de una comunicación que no se basará en disculparse o evitar las consecuencias o el castigo por lo que ha hecho. Esto permite al otro expresar su sufrimiento de forma plena. Este proceso es positivo cuando se hace mientras se va informando al otro de lo ocurrido.

Sentir de verdad el dolor del otro

Para pedir perdón es preciso ser consciente de que se ha hecho un daño importante al otro. Ponerse en su lugar y acercarse a sus sentimientos puede llegar a hacer sentir de verdad el dolor del otro.

Analizar su propia conducta

Para el ofensor, saber cómo y por qué hizo lo que hizo es interesante en sí mismo. Compartir ese conocimiento con la otra persona es un paso necesario para avanzar en el proceso de pedir perdón y llegar a la reconciliación. Hay montones de razones por las que alguien decide hacer algo que causa daño, ninguna será aceptable para la víctima. En consecuencia, no se trata de encontrar excusas a sus actos, sino de establecer una base para poder realizar la siguiente fase: elaborar un plan que impida que vuelva a ocurrir (Case, 2005).

Es preciso reconocer también el papel que han jugado las circunstancias, pero no para quitarse culpas y echárselas a otros.

Definir un plan de acción para que no vuelva a ocurrir

Definir un plan de acción concreto para que nunca vuelva a ocurrir y compartirlo con el otro es el siguiente paso para pedir perdón. El plan puede incluir acciones dirigidas a mejorar las debilidades propias que han propiciado el daño realizado. Todo el plan ha de hacerse indicando los objetivos operativos, el tiempo y los medios que se van a dedicar a conseguirlos. No se trata de establecer solamente buenas intenciones, las acciones han de ser concretas y se han de establecer los tiempos y los recursos necesarios para hacerlas. En resumen, es preciso comprometerse con llevar a cabo el plan.

Pedir perdón explícitamente al otro.

Los pasos anteriores han de se compartidos con el otro y han de comunicársele para que la petición de perdón sea explícita y llegue al otro, mostrando que no son palabras vanas, sino que están articuladas en un plan y en un compromiso de lucha por la relación.

Realizar un acto simbólico en el que se pida perdón al ofendido es importante para que el perdón quede muy claro.

Restituir el daño causado

Siempre que sea posible, es preciso restituir el daño causado. No sería de recibo pedir perdón y quedarse con las ventajas que se han obtenido de la ofensa.

28/12/2010

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