Nuestras palabras, tono y melodía de voz, pueden afectar negativamente a nuestros niños, pero también tenemos la posibilidad, de a través de ellas, apoyar positivamente su desarrollo físico, emocional y cognitivo.

El niño adquiere las capacidades puramente humanas de andar, hablar y pensar a través de la imitación. Los adultos somos cruciales en este  aprendizaje. Pero además, nuestra manera de hablar y pensar influenciará al niño a nivel emocional, cognitivo e incluso físico.

Aprendizaje del lenguaje del bebé

El niño primero lalea, en un laleo que podríamos denominar universal, ya que es idéntico en todas las lenguas y culturas. También por esa época es capaz de entender por igual cualquier lengua. Aunque no comprenda los conceptos, tiene una percepción sutil de nuestro lenguaje. Capta nuestro estado de ánimo, nuestras emociones, incluso nuestros pensamientos. Pronto él mismo comenzará a expresarse anímicamente a través de los típicos juegos silábicos dadada, tatatata, babababa etc. Recién cuando empiece a caminar, comenzará a hablar en su lengua materna, sin embargo ya mucho antes, la comprendía.

Algo fundamental en el aprendizaje de la lengua es el modelo. Pero vemos que este modelo tendrá un impacto mucho más amplio que el de la adquisición de la lengua. Nuestra coherencia, la unidad entre nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras emociones, además de facilitarle el aprendizaje, le aportará seguridad en lo emocional y claridad en el pensar.  En cambio, nuestra neurosis, incongruencia, falta de claridad e ironía, no solo harán que nuestro discurso y órdenes sean menos efectivos, sino que además interferirán negativamente dando inseguridad y falta de claridad.

El impacto del contenido emocional de nuestras palabras

Cuánto más pequeño es el niño, tanto más importante será cómo decimos las cosas, ya que el niño prestará más atención a esto. Así es que si le digo que se tranquilice mientras hablo histéricamente, difícilmente se tranquilizará, así como si gritando le digo que no grite. También deberíamos evitar los mensajes confusos como se da el caso cuando decimos “qué bonito, no”, en tono feo, regañando. Lo mismo ocurre cuando decimos ¿Puedes lavarte los dientes?, en tono de orden. Es una pregunta, pero con tono de orden. No hay unidad, el mensaje no es claro.

Nuestro tono y melodía al hablar influyen en el niño. Podemos calmarlo con un tono sereno y cálido, podemos activarlo con un tono dinámico. Pero también podemos desorientarlo, confundirlo e inquietarlo, por eso es urgente que tomemos conciencia del tono con el que hablamos, del mensaje emocional que emitimos.

Tendemos a dar muchas explicaciones, a hacer frases largas y complejas, cuando para el niño es un alivio escuchar una orden clara como ¡Nos ponemos los zapatos! El problema no está en la frase, sino en el tono, en la melodía de nuestras palabras. Si lo decimos de manera dura, seca o gritando, es negativo. Si decimos, “venga, cariño, vamos, que hay que ponerse los zapatos, ¿te parece? ¿Nos ponemos los zapatos?.” Aquí hay exceso de simpatía y duda, difícilmente será eficaz. Posiblemente a continuación pasemos a la antipatía, con un grito “¡te he dicho ya 10 veces que te pongas los zapatos!”  Suelo hablar de la importancia de hablar con claridad, de manera neutral, sin antipatía y a la vez con decisión y entusiasmo. Sin ñoñería y a la vez de manera cálida y natural. ¡Nos ponemos los zapatos, que nos vamos al parque!, puede ser dicho con entusiasmo y alegría, con un tono que invite a ponerse los zapatos.

No es pecado hablar con claridad, siempre que la emoción no sea negativa. Falta de claridad en nuestra expresión hace que los niños no comprendan, sea poco efectivo y luego subamos el tono, con las consecuencias que esto conlleva. Porque el grito tiene un impacto negativo hasta en lo fisiológico. Con cada susto se produce una contracción de pulmón y un pequeño parón respiratorio. Esto, en edad de crecimiento, sobre todo antes de los 6 años, influirá en el patrón respiratorio y en la función pulmonar, pudiendo crear una debilidad en este órgano. No hay escusas ni razones para gritar, el gritar siempre denota un conflicto en nosotros, una falta de control, un desbordamiento. Gritando mostramos nuestros propios límites, nuestras sombras no resueltas. Gritando no se resuelve nada. Lo que resuelve y mejora las conductas de los niños es el cambio en nuestra propia conducta. Una vía de encarar el cambio es a través de la toma de conciencia y transformación  de nuestra propia manera de hablar y expresarnos, del uso de nuestra voz, nuestro tono y nuestras palabras.

El impacto del contenido de nuestras palabras (de nuestro tono y melodía)

Por supuesto, tan importante como el cómo hablamos es el qué decimos. Por suerte en este ámbito ya hay mucha conciencia. Igualmente, repasemos los aspectos fundamentales. Nuestras afirmaciones tienen un profundo impacto, transformándose en decretos. A un niño al que digo “eres tonto”, lo estoy invitando a transformarse en tonto. En la frase “eres tonto” estoy atacando la integridad del niño, el ser del niño. Esta afirmación podría afectar su nivel cognitivo, si le digo “eres malo”, afectaría su conducta, si le digo “eres gordo”, su metabolismo. Y siembre estaremos atacando su autoestima y autoimagen.  Diciendo “lo que has hecho es una tontería”, habremos mejorado bastante la situación, ya que no estaremos atacando al niño, sino a su acción. Sin embargo, sigue siendo una frase abstracta y subjetiva, que poco ayuda al niño. Podemos en cambio decir,  “ahora nos sentamos con los pies bien apoyados en el suelo y la silla bien pegada a  la mesa”. Esta es una frase constructiva que ayuda al niño a saber qué esperamos de él. Es una frase que fácilmente podremos decir en un tono neutral, sin violencia. Es una frase descriptiva, concreta y objetiva, que aportará claridad al niño. Vemos una vez más, que si los niños no nos hacen caso, generalmente es nuestra culpa y no la suya, es nuestra falta de asertividad la que nos dificulta la comunicación.

El impacto de nuestra voz

Nuestro lenguaje vibra en el niño. La voz es sonido y el sonido es vibración. Y la vibración mueve cada una de nuestras células. Si nos ponemos la mano en el pecho y hablamos con un tono estridente, como de animación, veremos que el pecho no vibra. La voz se queda en la cabeza sin conectar con la calidez del corazón. Tampoco vibra libremente la voz si hablamos con una voz disfónica,  ya sea porque tenemos la voz mal o porque en compañía de los niños nos tornamos excesivamente cuidadosos, queriendo ser suaves y creyendo que achicando la voz lo conseguiremos. Escuchando este tipo de voz nos sentimos comprimidos, ahogados. La respiración se nos traba. Teniendo en cuenta que por la empatía orgánica todos estos procesos son aún más potentes en los niños, que respiran como nosotros y vibran con nosotros, veremos que se nos abre un interesante campo terapéutico. Puedo irradiar salud, bienestar y respiración armónica a través de mi propio lenguaje, corrigiendo problemas del niño a través del cambio en nosotros. Pero incluso manteniéndonos en el aspecto emocional, manteniéndonos en el aspecto de cómo conectamos con el niño y como nuestra voz nos ayuda, veremos que a través de una voz sana y auténtica, llegaremos mucho mejor. Con una voz estridente y artificial, no conecto. Una voz disfónica puede ser algo amorosa, pero no es saludable. Siendo lo que somos, sin impostar voces ñoñas, ni en falsete ni metidas hacia adentro, llegaremos  mejor.  El niño desea sentir personas de verdad, no personajes y la primer vía de percepción de esto es la voz. La voz debe ser la nuestra, nuestra verdadera y auténtica voz, que en muchos casos deberemos hacer un trabajo para conectar con ella, ya que es habitual estar desconectado de la propia voz y por tanto del propio ser de uno. También haríamos un favor a los niños y a nosotros mismos, si la liberamos de su cárcel, como es el caso de la voz disfónica. A veces nos metemos en un personaje al hablar al niño, otras, estamos todo el día en un personaje. ..De modo que deberíamos comunicarnos con los niños en nuestra voz natural, que puede ser grave, oscura y amplia, por ejemplo.

Donde realmente debemos transformarnos es en el tono y melodía, evitando la sequedad,  dureza y exceso de velocidad del lenguaje, conquistando maneras redondas y calmas o dinámicas y radiantes.

Impacto de los sonidos del lenguaje

Si hablo estresado, el niño se estresa conmigo. Si hablo calmo, lo calmo. Lo notamos en lo emocional, pero esto tiene un impacto hasta en lo fisiológico. Si hablo con una voz sana y buena respiración,  irradio salud y bienestar a cada órgano, ya que cada vocal y cada consonante tienen afinidad con algún órgano o parte del cuerpo. R. Steiner nos asegura que un lenguaje sano y bien articulado en el entorno del niño, es fuente de salud y alimento energético para cada órgano. En cambio, un entorno donde se escucha un lenguaje difuso, mal articulado y con una voz disfónica sería caldo de cultivo para futuras enfermedades. ¡Tan rotunda es su afirmación! Teniendo en cuenta que la respiración y su efecto oxigenante es la base de la salud, no es tan difícil comprender esta relación.

El impacto de nuestra articulación (dicción)

Nuestra articulación dijimos que aporta salud a todo el organismo, ya que una buena articulación garantiza que los sonidos pueden hacer su labor sanadora en el cuerpo. SI la R suena bien, entonces masajeará todo el sistema circulatorio y respiratorio (corazón y pulmón) y activará el riñón, por ejemplo.  Pero además, desde el punto de vista emocional, nos dará alegría y movimiento. Diferente es el caso de la L, que activará nuestros fluidos y nos proporcionará calma. Manejarse con el efecto terapéutico de los sonidos es ya algo más complejo, sin embargo a simple vista podemos vivenciar los efectos de una buena articulación en relación a una articulación vaga y difusa. Hoy día existe un experimento llamado magnetoencefalograma (MEG), que nos permite ver qué ocurre en el cerebro del niño mientras nos escucha.  El MEG demuestra científicamente lo que R. Steiner ya decía, sobre el impacto de nuestro lenguaje en el niño. Aquí se ve como cuando el niño escucha un adulto que habla poco claro, en su cerebro se activan las mismas áreas que en el orador, en este caso, de forma difusa. Al escuchar a un adulto que habla claro y bien articulado, se activan cantidad de conexiones neurológicas, de manera precisa y clara y sobre todo se ve la incidencia en una mayor comunicación entre los dos hemisferios. Nuestro lenguaje se imprime fisiológicamente, sobre todo en el cerebro del niño, dándole forma y estructura. En realidad son las consonantes las que hacen esta labor. Y es que articular significa moldear la consonante, que a su vez nos modela a nosotros. Este experimento es la verificación de la empatía orgánica a nivel científico, pero hay otra manera de percibir esta acción. Si hablamos poco articulado, es decir, vocálico, con la mandíbula, lengua y labios flojos y sin tonicidad, inmediatamente nos sentimos algo tontos. En cuanto articulamos clara y bellamente las consonantes nos sentimos presentes y despiertos.  Sentimos claridad en nuestro pensar.  Y esta misma acción ocurre el niño ya solo de escucharnos. Si además tenemos en cuenta que a través de un buen ejemplo el niño conseguirá hablar bien, ya podemos estar doblemente tranquilos, sabiendo los beneficios en el propio niño de un lenguaje claro, bien articulado y con una voz saludable.

Lo que entra por mi boca me enferma o sana. Lo que sale de mi boca, enferma o sana a mi entorno.

Mi coherencia en la expresión facilitará al niño su propia capacidad de expresarse. Y es este el camino hacia la paz en el mundo. Quien sabe comunicarse asertivamente no necesita de armas, ni gritos ni otras formas de violencia. Nuestro cambio hará el cambio en los niños y ellos son el futuro de nuestra  sociedad.

La  voz  y el lenguaje del adulto obstaculizan o apoyan el desarrollo del niño. Es una gran responsabilidad que está en nuestras manos.

Pero para esto es urgente reconectar con nosotros y con nuestra verdadera voz. Para eso, nuestro nombre es de inmensa ayuda. Allí donde suena nuestro nombre entero, allí está nuestra voz…Y una manera sencilla de apoyar la voz, la integridad y el potencial latente de nuestros niños es nombrándoles por su nombre entero, amorosa y bellamente…

Tamara Chubarovsky

Fuente: www.vozymovimiento.com

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