por Carolina Herrera | Nov 14, 2018 | Uncategorized
Autor: Nelson Esponosa, Psicólogo.
El abusador es aquel que, amparado por una situación privilegiada sea intelectual, espiritual o física y en post de su satisfacción, desconocerá elementos del lazo social y desde la disimetría, dará un paso más.
El abuso sexual se ha instalado en el último tiempo como una de las principales problemáticas de la contingencia nacional. Las demandas feministas surgidas en el marco de instituciones educativas y el develamiento de reiterados casos, ocultados y amparados al interior de la iglesia católica, dan cuenta de esto. Se trata de formas y contextos muy distintos que, sin embargo, no imposibilitan un análisis compartido.
El abuso sexual no es una realidad nueva, lo que marca una diferencia hoy está dado en buena medida por la visibilidad mediática que adquiere y sus efectos en la interacción social. Proliferan casos en distintos ámbitos de la cotidianidad (educación, clero, televisión). Se trata de una problemática que nos conduce a interrogar espacios de convivencia que, sin planteárselo, pudiesen alojar dichos actos. ¿Desde donde podemos leer esta realidad?
Para el psicoanálisis, especialmente desde los aportes de Sigmund Freud, lo que la relación de abuso recrea en primera instancia, es una situación de desamparo en la que todo bebé se encuentra respecto del adulto. El niño depende radicalmente de quien ejerce su cuidado debiendo, para sobrevivir, someterse a la arbitrariedad de las respuestas de aquel/aquella. Por su parte, el adulto está en posición de ejercer diversas formas de violencias, de abusar de aquella corporalidad dócil.
El desamparo y la dependencia primaria nos otorgan pautas de lectura para abordar situaciones en que un sujeto queda a merced de otro, o bien aquellas en que, haciendo uso de dicha disimetría, posibilitarán que el abusador ejerza su poder. El abusador es aquel que, amparado por una situación privilegiada sea intelectual, espiritual o física y en post de su satisfacción, desconocerá elementos del lazo social y desde la disimetría, dará un paso más.
En el caso de la relación niño/adulto, resulta problemático cómo el cuerpo del niño concierne al adulto en la medida que el infante aparece como objeto de aspectos tiernos, pero también sexuales. En esta dirección, el psicoanalista Sandor Ferenczi (1933) indica que cuando el adulto “confunde la ternura del niño con los deseos de una persona madura sexualmente” estará cimentado el camino para el accionar de actos sexuales transgresores. Al contrario, si el adulto logra distinguir entre lo tierno y la pasión sexual (del lado del erotismo), contribuirá al tránsito del niño desde el desamparo y la dependencia, a la asunción de una posición en el ámbito sexual. En esta relación será la renuncia al goce propio, y el reconocimiento del lugar y la diferencia del otro, lo que creará un vínculo donde la posibilidad del abuso quede suspendida.
El malestar actual y las denuncias por abusos sexuales no son reducibles a esta matriz, decir eso sería desconocer una serie de acontecimientos histórico/políticos y su relación a la distribución del poder. Sin embargo, los aportes del psicoanálisis tienen vigencia si consideramos que la subjetividad, desde sus orígener muestra una estrecha relación de dependencia al otro. Esta matriz de asimetría y dependencia originaria pudiese ser un lugar de anclaje del ejercicio social o institucional del poder. Dicha pauta de lectura contribuye a interrogar las condiciones simbólicas y materiales que pudiesen contribuir a la reproducción de patrones relacionales abusivos.
Dentro de las demandas feministas se ha dejado entrever la apelación al hombre a renunciar a un lugar de privilegio histórico, se trata de remover dicha alteridad amenazante. Convendría atender que una forma de relación hombre/mujer civilizada, implica considerar cómo el lugar propio está condicionado, en alguna medida, por aquel otro diferente. Dichas demandas interpelan modalidades actuales de vínculo con aquella alteridad que nos constituye, pero que paradójicamente desconocemos. Así, las múltiples denuncias de abuso sexual portan un llamado a la ley en su dimensión jurídica, pero también en su aspecto simbólico, es decir, en aquello que condiciona cualquier vínculo posible en la irreductible diferencia entre un hombre y una mujer.
Es efectivo que para que no exista impunidad en casos de abuso la jurisdicción debe tener un lugar más claro, pero ¿Se agotan las demandas actuales en un proceso judicial? ¿Puede haber una salida posible de dichos conflictos sin que ambos registros, jurídico y simbólico de la ley, sean interrogados?
Los efectos políticos y sociales de las demandas contra el abuso sexual plantean interrogantes que hoy son imposibles de resolver. Sin embargo, tienen la virtud de poner en movimiento aquello silenciado por años y de paso, interrogar múltiples relaciones donde la asimetría puede tornarse abuso, incluso, abolición del otro. La condición de género, la pobreza, la diferencia racial, la infancia, son como diría Michael Foucault, cuerpos donde el poder puede ejercerse de manera particular, relaciones donde el límite entre lo diferente y lo abusivo se torna frágil.
Sigmund Freud en su interés por ligar la psicología individual y la psicología colectiva señala en Psicología de las masas y análisis del yo que “En la vida anímica del individuo el otro cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo”, se trata de una propuesta actual respecto de cómo el otro nos concierne hoy en su diferencia. Esto constituye una interrogante ética y política por el lazo social, aquello que nos vincula al otro, en un contexto donde el abuso ha abandonado un lugar silente.
Fuente: latercera.com
por Carolina Herrera | Nov 7, 2018 | Uncategorized
Vivimos en un mundo en el que cada vez más personas están deprimidas y no sólo eso, sino que sienten que su depresión no tiene sentido y que la vida misma carece de significado.
Una de las principales razones por las que tantas personas están deprimidas es porque piensan -siguiendo el dictamen sociocultural dominante- que deben de buscar la felicidad a toda costa y que la tristeza y la depresión son cosas no sólo que deben evitarse siempre sino que determinan que son inadecuados o que han fracasado en la vida.
Como una ráfaga de aire fresco, en este sentido tenemos las palabras de uno de los más grandes maestros budistas del siglo XX, Chögyam Trungpa, quien escribió que «la depresión es la energía más digna que existe». Desde la perspectiva budista, el mundo en el que vivimos -el samsara- tiene la condición natural de ser insatisfactorio, ya que tenemos deseos de ser felices en un mundo impermanente (donde la norma es la muerte, la vejez y la enfermedad).
Así, la depresión es una manera de percibir esta realidad un tanto abyecta en la que vivimos, mirar las cosas como son y no engañarnos pensando que podemos tener una felicidad duradera persiguiendo nuestros deseos materiales o personales. Por otra parte, según Trungpa, en la depresión hay una cierta fuerza o energía que puede utilizarse justamente para despertar, para cambiar este estado y alcanzar el estado de liberación del mundo condicionado por esta dinámica del sufrimiento.
En otras palabras, la depresión puede ser el primer paso para transformar esta energía de insatisfacción inherente en sabiduría –entendiendo que el mundo samsárico es deprimente y que no hay salida más que renunciando al mismo samsara. En otras palabras, la depresión puede ser el motor de un cambio verdadero, más allá del hedonismo y la frivolidad hacia aquello que realmente haga feliz a nuestra alma o espíritu. Como dijera James Hillman, «el alma te enferma hasta que no obtiene lo que quiere». La depresión es una comunicación de la profundidad de nuestro ser.
Trungpa escribe:
La depresión es una energía muy poderosa, una de las energías más comunes que existen. Es energía. La depresión es como un tanque de oxígeno, pero está todavía embotellado. Es un fantástico banco de energías, mucho más que la agresión o la pasión, las cuales primero se desarrollan y luego se liberan. Éstas son en cierto sentido más frívolas, mientras que la depresión es la energía más digna de todas…
La depresión no existe en el vacío solamente, tiene todo tipo de cosas inteligentes que están pasando en ella. Básicamente la depresión es extraordinariamente interesante y es un estado altamente inteligente del ser. Por eso es que estás deprimido. La depresión es un estado mental de insatisfacción para el cual sientes que no tienes salida. Así que trabaja con la insatisfacción de la depresión. Lo que sea que está allí es extraordinariamente poderoso. Tiene todo tipo de respuestas, pero las respuestas están ocultas. Así que de hecho creo que la energía de la depresión es una de las más poderosas. Es una energía enormemente despierta, aunque probablemente la sientes como soñolienta.
Fuente: culturainquieta.com
por Carolina Herrera | Oct 31, 2018 | Uncategorized
En nuestras manos está elegir valores que nos aportan bienestar y trabajar para aplicarlos en nuestras relaciones, evitando normalizar el maltrato.
El mal trato y el buen trato constituyen dos polos de un mismo eje, dos formas de construir e interiorizar valores y de relacionarnos. Ambos se generan en el adentro y en el afuera, es decir, tanto en la parte visible de nuestra existencia como en la que no lo es tanto, y se dan en todo tipo de vínculo: amoroso, amistoso, laboral, paterno/materno–filial, entre iguales… Así, afectan a tres dimensiones de nuestra vida que están interrelacionadas: la social, la de las relaciones y la personal (porque el maltrato y el “buentrato” se internalizan).
Vemos el maltrato sobre todo en el afuera, en aquello que se percibe –el daño físico–, y no solemos darnos cuenta del daño interno, el que no se ve –el daño psíquico–. Sin embargo, aun siendo visible, tampoco lo percibimos tanto, porque el maltrato está “normalizado”, forma parte de la vida cotidiana y del sistema social.
Las sociedades patriarcales –y la nuestra lo es aunque sea democrática– son “maltratantes”, basadas en la jerarquía y desigualdad entre hombres y mujeres, donde se estructuran los sexos en categorías de género –con valores y roles dicotomizados– y se valora lo masculino por encima de lo femenino. Esta estructura jerárquica constituye un modelo normalizado de relaciones de poder no solo entre hombres y mujeres, sino también entre hombres, entre mujeres, e incluso llega a funcionar como un modelo interno.
El amor, el cuidado y el respeto son los valores del buen trato hacia nosotras mismas, los demás y el planeta. Pero la cultura que hemos heredado nos empuja a la desvalorización y el maltrato, que muchas veces están normalizados.
En él se valora la competencia, la lucha y las jerarquías de poder, valores que se transmiten a través de la familia, la escuela, los medios de comunicación... ¿Por qué tienen tanta audiencia los programas violentos en un mundo de “buenos y malos” que sirve para justificar las agresiones? O los que promueven el cotilleo, el insulto…
La violencia se aprende, como también se aprende a erotizarla. Es una visión del mundo en la que dominas o eres dominado/a. La parte visible de este entramado puede ser puesta en tela de juicio e, incluso, ser castigada por las leyes; pero la parte invisible genera el llamado inconsciente colectivo, mensajes autorizados socialmente que se transmiten de generación en generación.
Relaciones de poder
Según el tipo de vínculos que establecemos, nos colocamos en relaciones de mal trato o de buen trato, de dependencia o autonomía, jerárquicas o de igual a igual. En muchas de las que son duales –pareja, amistad, materno/paternofilial…– reproducimos las relaciones de poder como una forma “autorizada” de control y castigo a quienes consideramos inferiores. Y a veces vamos más allá; interiorizamos los valores de este modelo de dominio/sumisión hasta tal punto que una parte nuestra actúa como dominante, enjuiciadora, permanentemente crítica, y otra actúa como víctima, siente que no hace bien las cosas y que merece ser castigada.
Un ejemplo claro de este mal trato es la anorexia. O las mujeres que recurren una y otra vez a la cirugía estética porque no se gustan (desvalorización) y una parte de ellas piensa que si se “retocan”, valdrán más (dominación). En los hombres, esa relación de poder se muestra cuando aparece un conflicto entre lo que creen que se espera de ellos (parte dominante) y la desvalorización que sienten al no cumplir con la expectativa social (parte víctima), por ejemplo, cuando piensan que tienen un pene pequeño o cuando la mujer toma la iniciativa de romper la relación de pareja.
En este último caso, muchos hombres son víctimas del propio sistema social, que les enseña a situarse en la dominación y no les “autoriza” a expresar tristeza o miedo. De este modo, cuando experimentan esas emociones –tras una ruptura de pareja hay un duelo, aparece la tristeza y, a veces, el miedo a la soledad–, las reconvierten en la aprendida y permitida desde el género: la cólera. Tendríamos que distinguir entre la ira o la cólera, la violencia y la violencia de género.
La primera es la expresión espontánea de algo que nos desagrada, que nos hace daño o frustra nuestras expectativas, y desaparece cuando evitamos aquello que la produce. Por ejemplo, si alguien nos da un empujón, sentimos ira; pero si la otra persona se disculpa, esta desaparece. La violencia surge en situaciones que nos producen una ira en la que nos instalamos o cuando creemos que la forma de aliviar el malestar es vengarnos para que la otra persona sufra tanto como nosotros.
Hombres y mujeres podemos experimentar ira y violencia, manifestarla o controlarla. Pero la que llamamos violencia de género es la que el sistema sociocultural permite ejercer a los hombres sobre las mujeres.
Un cambio de valores
Así como identificamos fácilmente el maltrato, reconocer el “buentrato” no resulta sencillo. De entrada, la palabra buentrato no existe, ni tampoco el verbo bientratar. El lenguaje refleja y expresa nuestra realidad: lo que no se nombra no existe. Por lo tanto, para hablar del “buentrato” tenemos que crear esa realidad, tener esa experiencia, cambiar los valores, nuestra percepción del mundo y nuestra autopercepción.
En una sociedad «bientratante» la negociación y el diálogo reemplazan a la imposición y el sometimiento.
Una sociedad “bientratante” es equitativa; en ella se establecen relaciones de igualdad entre sus miembros y las diferencias no son valoradas jerárquicamente –por ejemplo, un hombre no tiene más importancia que una mujer–. En esta sociedad “bientratante”, las particularidades se complementan y nos enriquecen; los valores de solidaridad y la cooperación sustituyen a los de lucha, pelea y desconfianza; la negociación, el diálogo y la discusión creativa reemplazan a la imposición, la dominación o el sometimiento.
Sus valores favorecen la salud, el bienestar de las personas y sus relaciones. En definitiva, cada uno encuentra su lugar, se siente útil y colabora en el bienestar colectivo. Cuando las personas incorporan esos valores para el buen trato social, aprenden a ser más respetuosas consigo mismas, se sienten parte de un proyecto común para crear una sociedad mejor, más justa y equitativa, y para mejorar el planeta.
Pero el buen trato requiere una práctica diaria para poder experimentar qué genera bienestar y salud en el cuerpo y el espíritu (el mal trato genera malestar, daño y enfermedad). Hay que desarrollar la autonomía a la vez que la capacidad de compartir, aprender a discutir y negociar, ser tolerante y respetuoso/a con uno/a mismo/a, gestionar el autocuidado, tratarse bien.
La fuerza del amor
Estos valores y actitudes permiten otra manera de vincularnos, de relacionarnos, desde la autonomía mutua y la interdependencia, desde la libertad de compartir para lograr el bienestar y el desarrollo de ambos. también nos ayudan a saber despedirnos cuando no queremos estar juntos, cuando no es posible la negociación o la relación nos causa daño.
El buen trato parte del principio del amor –amar a los demás y a una/o misma/o–, de esa capacidad que tenemos como seres humanos y que podemos experimentar en nuestro cuerpo, en nuestra vida, en nuestras relaciones, en nuestra sociedad y con el planeta en el que vivimos.
Una práctica de “buentrato” es generar proyectos de amor a través de los cuales podemos obtener y compartir bienestar. Eso no significa que desaparezca todo malestar, porque en la vida y en las relaciones hay momentos dolorosos, difíciles, de crisis y duelo; pero podemos aprender de esas situaciones para adquirir alguna experiencia y también para ser resilientes, es decir, para transformarnos y transformar. De nosotros depende.
Fuente: mentesana.es
por Carolina Herrera | Oct 17, 2018 | Uncategorized
Cuando la relación de pareja adquiere las características descritas en el apartado anterior es el momento de plantearse acudir a una terapia de pareja. De todos los problemas que pueden acontecer en una relación de pareja, por el que más frecuentemente se solicita la terapia es por tener problemas de comunicación; bien porque estas personas sean incapaces de comunicarse de un modo no destructivo, o bien porque ni siquiera se comuniquen, convirtiéndose así en verdaderos extraños.
El objetivo de la terapia de pareja es ayudar a ambos a adquirir habilidades para la resolución de sus conflictos, o para tomar decisiones acerca de su futuro cuando la relación no es sostenible. A pesar de que suele ser uno de los miembros de la pareja el que toma la iniciativa de acudir a un especialista, es importante que a la terapia acudan los dos. Cuando uno de ellos se niega a hacerlo, también puede acudir uno por separado, pero el margen de acción sobre la pareja por parte del terapeuta será menor.
No obstante, el cambio producido tras la intervención con uno de sus miembros puede provocar cambios importantes en el funcionamiento de la relación. A este respecto, los datos indican que son las mujeres quienes más acuden a la terapia de pareja; la mayor facilidad para reconocer y expresar sus emociones es la explicación más plausible a este hecho.
¿Cómo se lleva a cabo la terapia de pareja?
Como hemos explicado, lo más adecuado es que los dos acudan a la terapia. Generalmente se alternan sesiones individuales con sesiones conjuntas. En las individuales se aborda la incapacidad o el malestar propio de cada uno de los miembros de la pareja que puedan estar implicados en el problema que tienen (por ejemplo, dificultad para ser asertivo, enseñarle a expresar una queja, etcétera), mientras que en las conjuntas se abordan los problemas de relación. El principio básico de la terapia será asumir que cada uno debe comprometerse a hacer cambios sobre aquellos aspectos individuales que influyen en su relación de pareja y en la forma de interaccionar con ésta.
A lo largo del proceso, un terapeuta especializado (o dos, dependiendo del enfoque terapéutico) enseñará a la pareja nuevos métodos de comunicación entre ellos, formas de resolver conflictos, estrategias para encontrar lo positivo del otro en lugar de insistir en cambiarlo, etcétera. Las sesiones suelen durar aproximadamente una hora, al igual que en el caso de las terapias individuales, y la duración del tratamiento variará en función del problema que presente la pareja, el grado de deterioro, y la evolución del tratamiento.
En cuanto a la eficacia, un 75-80% de las parejas que acuden a terapia manifiestan una mayor satisfacción en su relación tras la misma. Estos datos se reducen notablemente cuando la pareja llega con un nivel de deterioro tal que valoran si acudir a una terapia o a un abogado. Por ello, cuánto antes se solicite el tratamiento, más probabilidades existen de obtener resultados exitosos.
Fuente: webconsultas.com
por Carolina Herrera | Oct 10, 2018 | Uncategorized
En su libro “Educar las emociones, educar para la vida”, la psiquiatra Amanda Céspedes habla del papel esencial del profesor en la educación emocional de niños y adolescentes.
Amanda Céspedes es médica psiquiatra de la Universidad de Chile. Se especializó en psiquiatría infantil y juvenil. Además realizó un posgrado en neuropsicología y neuropsiquiatría infantil en la Universidad degli Studi en Italia, ha dictado clases de psicología y es miembro directivo de la Fundación Mírame, entidad que busca innovar en el sistema de integración escolar de niños con trastornos del desarrollo. A través de diversos libros como el Déficit Atencional en niños y adolescentes, Niños con pataletas, adolescentes desafiantes y Educar las emociones, educar para la vida, la experta se ha centrado en dar herramientas claves para que educadores, padres (y otras personas que se relacionan de forma permanente con niños), puedan guiar a los niños en su formación emocional, desarrollando así sus potencialidades y talentos.
En su libro Educar las emociones, educar para la vida, la autora dedica un capítulo a hablar del profesor como agente clave en la educación de las emociones.
Amanda parte de la premisa de que evidentemente, los niños pasan muchas horas de su día en la escuela, un espacio donde profesores, compañeros y otros adultos, influencian su vida. Luego de la escuela, los niños salen para intentar conquistar el mundo pero, ¿están realmente preparados para hacerlo desde todos los puntos de vista? Inspirada en la visión de Maria Mon tessori, quien decía que la educación debía hacer énfasis en la formación integral del niño (más allá del intelecto) y en el desarrollo de la personalidad saludable como medio para construir sociedades mejores, Amanda asegura que el maestro tiene que orientar su esfuerzo hacia ese objetivo y debe trabajar desde dos planos en particular: el sólido desarrollo del intelecto y el emocional.
Pero, desde su punto de vista, ¿cuáles son los requisitos para que un profesor pueda llevar a cabo un educación emocional efectiva?
- Tener un conocimiento intuitivo e informado acerca de la edad infantil y adolescente, particularmente de sus características psicológicas.
- Conocer la importancia y las características de los ambientes emocionalmente seguros en el desarrollo de la afectividad infantil.
- Poseer un razonable equilibrio psicológicos y ausencia de psicopatología.
- Conocer técnicas efectivas de afrontamiento de conflictos.
- Emplear estilos efectivos de administración de la autoridad y el poder.
- Comunicación afectiva y efectiva.
- Verdadera vocación por la misión del maestro.
- Un permanente y sincero trabajo de autoconocimiento.
- Una reflexión crítica constante acerca de los sistemas de creencias y de su misión como educador.
De la mano con esto, Amanda sugiere que el profesor debe ser consciente de un proceso de crecimiento que surge paralelo al de sus estudiantes y debe ser consciente de su papel protagónico en la gestión de un clima en el aula que puede ser favorable o desfavorable para el aprendizaje propio y el de sus alumnos. En ese sentido, el impacto de la salud mental del profesor sobre su calidad como educador de las emociones y su capacidad para crear climas en el aula de crecimiento emocional y cognitivo es también un aspecto fundamental.
La salud mental de los profesores
La salud mental laboral es un concepto de la salud preventiva que alude a un estado de bienestar integral del trabajador. Lamentablemente, ese bienestar en los profesores, a menudo se deteriora y resulta preocupante, dice Amanda, que aquellos docentes que sufren de ansiedad o estrés por múltiples razones, deban enfrentarse a la educación emocional. ¿Por qué? Porque el cerebro de los niño leen las emociones negativas de una persona que sufre de estrés crónico y hace una comprensión implícita de éstas. En otras palabras, las emociones son contagiosas y un profesor que sufre del llamado síndrome burn out (desgaste), puede llegar a perder la sensibilidad para atender las emociones de sus alumnos. Por lo mismo, proteger la salud mental de los profesores debería ser una tarea urgente e ineludible; hacerlo no sólo es proteger sus emociones, sino también las de los estudiantes.
Esta tarea, dice la experta, debe abordarse de forma integral. ¿Cómo? No ofreciendo medidas temporales (como una licencia médica), sino más bien otorgando herramientas que perduren en el tiempo, como medidas multidisciplinarias centradas en el trabajo individual, técnicas grupales de efectividad en el tratamiento de conflictos y estrategias organizacionales dentro de las escuelas. Esto, acompañado de un mejoramiento sustancial de las condiciones laborales, especialmente lo relativo al clima laboral, las remuneraciones, la extensión de jornadas laborales, entre otras.
“El profesor que busca efectividad real debe empezar por creer en sí mismo para poder creer desde el corazón que, como maestro, tiene un papel de trascendencia en el destino de sus alumnos”.
Fuente: eligeeducar.cl
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