Autor: Nelson Esponosa, Psicólogo.

El abusador es aquel que, amparado por una situación privilegiada sea intelectual, espiritual o física y en post de su satisfacción, desconocerá elementos del lazo social y desde la disimetría, dará un paso más.

El abuso sexual se ha instalado en el último tiempo como una de las principales problemáticas de la contingencia nacional. Las demandas feministas surgidas en el marco de instituciones educativas y el develamiento de reiterados casos, ocultados y amparados al interior de la iglesia católica, dan cuenta de esto. Se trata de formas y contextos muy distintos que, sin embargo, no imposibilitan un análisis compartido.

El abuso sexual no es una realidad nueva, lo que marca una diferencia hoy está dado en buena medida por la visibilidad mediática que adquiere y sus efectos en la interacción social. Proliferan casos en distintos ámbitos de la cotidianidad (educación, clero, televisión). Se trata de una problemática que nos conduce a interrogar espacios de convivencia que, sin planteárselo, pudiesen alojar dichos actos. ¿Desde donde podemos leer esta realidad?

Para el psicoanálisis, especialmente desde los aportes de Sigmund Freud, lo que la relación de abuso recrea en primera instancia, es una situación de desamparo en la que todo bebé se encuentra respecto del adulto. El niño depende radicalmente de quien ejerce su cuidado debiendo, para sobrevivir, someterse a la arbitrariedad de las respuestas de aquel/aquella. Por su parte, el adulto está en posición de ejercer diversas formas de violencias, de abusar de aquella corporalidad dócil.

El desamparo y la dependencia primaria nos otorgan pautas de lectura para abordar situaciones en que un sujeto queda a merced de otro, o bien aquellas en que, haciendo uso de dicha disimetría, posibilitarán que el abusador ejerza su poder. El abusador es aquel que, amparado por una situación privilegiada sea intelectual, espiritual o física y en post de su satisfacción, desconocerá elementos del lazo social y desde la disimetría, dará un paso más.

En el caso de la relación niño/adulto, resulta problemático cómo el cuerpo del niño concierne al adulto en la medida que el infante aparece como objeto de aspectos tiernos, pero también sexuales. En esta dirección, el psicoanalista Sandor Ferenczi (1933) indica que cuando el adulto “confunde la ternura del niño con los deseos de una persona madura sexualmente” estará cimentado el camino para el accionar de actos sexuales transgresores. Al contrario, si el adulto logra distinguir entre lo tierno y la pasión sexual (del lado del erotismo), contribuirá al tránsito del niño desde el desamparo y la dependencia, a la asunción de una posición en el ámbito sexual. En esta relación será la renuncia al goce propio, y el reconocimiento del lugar y la diferencia del otro, lo que creará un vínculo donde la posibilidad del abuso quede suspendida.

El malestar actual y las denuncias por abusos sexuales no son reducibles a esta matriz, decir eso sería desconocer una serie de acontecimientos histórico/políticos y su relación a la distribución del poder. Sin embargo, los aportes del psicoanálisis tienen vigencia si consideramos que la subjetividad, desde sus orígener muestra una estrecha relación de dependencia al otro. Esta matriz de asimetría y dependencia originaria pudiese ser un lugar de anclaje del ejercicio social o institucional del poder. Dicha pauta de lectura contribuye a interrogar las condiciones simbólicas y materiales que pudiesen contribuir a la reproducción de patrones relacionales abusivos.

Dentro de las demandas feministas se ha dejado entrever la apelación al hombre a renunciar a un lugar de privilegio histórico, se trata de remover dicha alteridad amenazante. Convendría atender que una forma de relación hombre/mujer civilizada, implica considerar cómo el lugar propio está condicionado, en alguna medida, por aquel otro diferente. Dichas demandas interpelan modalidades actuales de vínculo con aquella alteridad que nos constituye, pero que paradójicamente desconocemos. Así, las múltiples denuncias de abuso sexual portan un llamado a la ley en su dimensión jurídica, pero también en su aspecto simbólico, es decir, en aquello que condiciona cualquier vínculo posible en la irreductible diferencia entre un hombre y una mujer.

Es efectivo que para que no exista impunidad en casos de abuso la jurisdicción debe tener un lugar más claro, pero ¿Se agotan las demandas actuales en un proceso judicial? ¿Puede haber una salida posible de dichos conflictos sin que ambos registros, jurídico y simbólico de la ley, sean interrogados?

Los efectos políticos y sociales de las demandas contra el abuso sexual plantean interrogantes que hoy son imposibles de resolver. Sin embargo, tienen la virtud de poner en movimiento aquello silenciado por años y de paso, interrogar múltiples relaciones donde la asimetría puede tornarse abuso, incluso, abolición del otro. La condición de género, la pobreza, la diferencia racial, la infancia, son como diría Michael Foucault, cuerpos donde el poder puede ejercerse de manera particular, relaciones donde el límite entre lo diferente y lo abusivo se torna frágil.

Sigmund Freud en su interés por ligar la psicología individual y la psicología colectiva señala en Psicología de las masas y análisis del yo que “En la vida anímica del individuo el otro cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo”, se trata de una propuesta actual respecto de cómo el otro nos concierne hoy en su diferencia. Esto constituye una interrogante ética y política por el lazo social, aquello que nos vincula al otro, en un contexto donde el abuso ha abandonado un lugar silente.

Fuente: latercera.com

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