por Carolina Herrera | Feb 28, 2018 | Uncategorized
Durante el siglo XIX, más de la mitad de los lactantes recluidos en las inclusas morían durante su primer año de vida de una afección denominada marasmo, palabra de origen griego que significa «consunción». La enfermedad también se conocía como debilidad o atrofia infantil.
En fecha tan tardía como la segunda década del siglo XX, la tasa de mortalidad en los lactantes menores de 1 año en diferentes inclusas de Estados Unidos era casi del cien por cien. En su informe de 1915 sobre las instituciones infantiles de diez ciudades distintas, el doctor Henry Dwight Chapin, distinguido pediatra de Nueva York, hizo la asombrosa declaración de que en todas las instituciones, excepto en una, todos los niños menores de 2 años fallecían.
Durante la reunión que la Sociedad Americana de Pediatría celebró en Filadelfia, los distintos participantes en la discusión sobre el informe del doctor Chapin corroboraron los descubrimientos de éste a partir de sus propias experiencias. El doctor R. Hamil señaló, con lúgubre ironía: «Tuve el honor de estar relacionado con una institución de esta ciudad de Filadelfia cuya mortalidad entre los menores de 1 año, cuando la institución los admitía y retenía durante cierto tiempo, era del cien por cien». El doctor R. T. Southworth añadió: «Puedo ofrecer el ejemplo de una institución de la ciudad de Nueva York, que ya no existe, donde, a raíz de la muy considerable mortalidad entre los lactantes admitidos, se acostumbraba a anotar en la ficha de ingreso que la condición del niño era la de desahuciado y así cubrirse las espaldas por lo que pudiese pasar». Finalmente, el doctor J. M. Knox describió un estudio que había realizado en Baltimore: de los doscientos niños admitidos en distintas instituciones, casi el 90 % falleció a lo largo de un año. El 10 % superviviente, afirmó, consiguió sobrevivir porque salía de las instituciones durante breves períodos bajo la tutela de padres adoptivos o parientes.
Tras reconocer la aridez emocional de las instituciones infantiles, el doctor Chapin introdujo el sistema de alojar a los bebés en los hogares de padres adoptivos, en lugar de dejarlos en los osarios que eran las instituciones públicas. No obstante, fue el doctor Fritz Talbot de Boston quien importó de Alemania, país que había visitado antes de la Primera Guerra Mundial, la idea de «Ternura, Cariño», no tanto en palabras como en la práctica.
Durante su estancia en Alemania, el doctor Talbot visitó la clínica infantil de Dusseldorf; el doctor Arthur Schlossmann, el director del centro, le mostró los pabellones. Éstos estaban pulcros y ordenados, pero lo que despertó la curiosidad del doctor Talbot fué una anciana obesa que llevaba un bebé diminuto en la cadera. «¿Quién es?», preguntó el doctor Talbot, y el doctor Schlossmann replicó: «Oh, ella. Es la Vieja Anna. Cuando hemos hecho todo lo médicamente posible por un bebé y sigue sin mejorar, recurrimos a la Vieja Anna, que nunca falla».
Sin embargo, toda Norteamérica se hallaba bajo la influencia de las dogmáticas enseñanzas de Luther Emmett Holt sénior, profesor de Pediatría en la Policlínica de Nueva York y en la Universidad de Columbia. Holt fue el autor de un folleto, The Core and Feeding of Children, que se publicó por primera vez en 1894 y se hallaba en su quinceava edición en 1935. Durante su prolongado reinado, se convirtió en la autoridad suprema del tema, algo similar a lo que sería el «doctor Spock» en la década de 1960. En este folleto el doctor Holt recomendaba la abolición de la cuna-mecedora, no tomar en brazos al bebé cuando lloraba, alimentarlo a horas predeterminadas, no mimarlo con demasiado contacto físico y, aunque la lactancia materna era el régimen de elección, no descartaba el biberón. Ante esto, la idea de aplicar cuidados tiernos y cariñosos se habría considerado «muy poco científica», por lo que ni siquiera se mencionó, aunque, como hemos visto, en lugares como la clínica infantil de Dusseldorf ya había recibido cierto reconocimiento en fecha tan temprana como la primera década del siglo XX.
Pero no fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se llevaron a cabo estudios para hallar la causa del marasmo, cuando se descubrió su considerable frecuencia entre niños de las «mejores» familias, en hospitales e instituciones, entre lactantes que supuestamente recibían la «mejor» y más esmerada atención física. Se hizo aparente que los bebés de los hogares más pobres, con una buena madre, solían superar las desventajas físicas y medrar a pesar de las escasas condiciones higiénicas. Lo que faltaba en el entorno esterilizado de los bebés de clase alta y recibían generosamente los de clases inferiores era amor materno. Tras reconocerlo a finales de la década de 1920, varios hospitales pediátricos empezaron a introducir un régimen regular de cuidados maternales en sus pabellones. El doctor J. Brenne-mann, que durante cierto tiempo había trabajado en una anticuada inclusa donde «la mortalidad se acercaba más al 100% que al 50 %», estableció en su hospital la regla de que debía cogerse a los bebés en brazos, pasear con ellos y ofrecerles cuidados maternales varias veces al día.
En el Hospital Bellevue de Nueva York, donde se instituyeron estos cuidados maternos en los pabellones pediátricos, las tasas de mortalidad de los lactantes menores de 1 año pasaron del 30-35 % a menos del 10 % en 1938.
Se descubrió que, para prosperar, el niño necesitaba que lo tomasen en brazos, lo pasearan, lo acariciaran, abrazaran y arrullaran, incluso aunque no se le amamantase. Son el contacto, los abrazos, las caricias, los cuidados lo que aquí se pretende resaltar, porque parece que, incluso en ausencia de poco más, son las experiencias tranquilizadoras básicas que el lactante debe disfrutar para sobrevivir de forma saludable. La privación sensorial extrema en otros aspectos, como la luz y el sonido, pueden sobrellevarse, siempre y cuando se mantengan las experiencias sensoriales cutáneas.
Todos los niños fallecieron
Se ha documentado que el emperador de Alemania Federico II (1194-1250), denominado en su época stupormundi («asombro del mundo»), aunque sus enemigos se referían a él en términos menos favorecedores, quería descubrir qué lengua usarían y cómo hablarían los niños si se criaran sin hablar con nadie. Así que ordenó a madres adoptivas y nodrizas que amamantaran y aseasen a los niños pero que no les hablasen, pues el emperador quería saber si las criaturas hablarían en lengua hebrea, la más antigua, o en griego, latín o árabe, o quizás en la lengua de sus progenitores. Pero fue una labor vana, ya que todos los niños fallecieron; no pudieron vivir sin las caricias, los alegres rostros y las palabras cariñosas de sus madres adoptivas. Por este motivo, las denominadas «canciones de cuna» que las mujeres cantan a los pequeños para que se duerman, son imprescindibles para que el sueño del niño sea reparador.
Y así lo describen las palabras de Salimbene, historiador del siglo XIII: «No pudieron vivir sin las caricias…» Esta observación es el primer comentario conocido sobre lo esencial del contacto y la estimulación cutánea para el desarrollo del niño. Sin duda, el conocimiento de la importancia de las caricias para el niño es incluso muy anterior. [10]
Como ha escrito el doctor Harry Bakwin, uno de los primeros pediatras que reconoció la importancia de ofrecer cuidados maternales a los niños en los hospitales: «En el joven bebé, las sensaciones táctiles y cinestésicas parecen las más importantes. Los lactantes se tranquilizan de inmediato cuando se les acaricia y se les da calor, mientras que lloran en respuesta a estímulos dolorosos y ante el frío.”
Ashley Montagú
Extraído del libro “El tacto. La importancia de la piel en las relaciones humanas”.
Fuente: saludmentalperinatal.es
por Carolina Herrera | Feb 26, 2018 | Uncategorized
Huimos de emociones incómodas como la ansiedad, la tristeza o la angustia, pero nos están comunicando algo y no escucharlas tiene consecuencias.
Vivimos en una cruzada constante contra la tristeza. Y es que vivimos en una sociedad que no respeta nuestros tiempos. Los tiempos de las personas. Los tiempos para estar contenta, para estar triste y para descansar a causa de la propia tristeza; para tomarse un respiro de todas las tareas que afrontamos diariamente, mirarnos al espejo y preguntarnos qué nos pasa. Qué emociones difíciles de sentir son las que nos atraviesan.
Sí, emociones difíciles de sentir. Así es como he aprendido, en terapia, a llamar a todas esas emociones “malas” que aparentemente no deberíamos sentir nunca; a la tristeza, a la ansiedad y al miedo, al enfado y a la ira.
Porque no son malas. En absoluto. Son naturales, son una fase más de nuestros ciclos vitales, y se merecen nuestra atención y nuestra escucha. Son la otra cara de la moneda de la alegría, la tranquilidad o la calma… y si no sintiéramos unas, no sabríamos reconocer las otras.
Atrevámonos a sentir la tristeza
Pero a mí, esta vez, me gustaría escribir sobre la tristeza. De todas esas emociones que censuramos cotidianamente para seguir trabajando, estudiando, cuidando; la tristeza se me atraganta tan a menudo. Normal, diréis, si se supone que estoy deprimida.
Sin embargo, yo me pregunto ¿hasta qué punto “estoy deprimida”?, ¿hasta qué punto le he cerrado las compuertas a la tristeza durante tanto tiempo que se me ha enquistado y ahora es toda una bola de desolación? ¿Estaría yo tan triste si hubiera aprendido unas habilidades emocionales que no consistieran demasiado a menudo en fingir alegría constante?
Porque es difícil sentir tristeza. No se lo negaré a nadie, y menos aún, a mí; a alguien a quien la tristeza la ha llevado a cruzar límites tan peligrosos. La tristeza duele, la tristeza escuece, la tristeza se cruza en tu camino y te impide seguir caminando como si nada.
El problema, creo yo, es que no deberíamos aprender a seguir caminando como si nada.
En terapia, he aprendido también que muchas veces, la función de la tristeza es comunicarnos algo a nosotras mismas. Hay tantos motivos por los que puedo estar triste, y vivo tan desconectada (vivimos, me atrevería a decir); de nuestras propias realidades emocionales que nos frustra no encontrar respuesta. Y preferimos fingir que no pasa nada.
Pero fingir que no pasa nada es altamente peligroso. Porque sí que pasa. Y si ignoras todas las señales de tráfico, al final, te atropellan. Y acabas en el hospital (y no siempre es, lamentablemente, una metáfora).
A la pregunta de cómo comunicarnos mejor con nosotras mismas como personas que sentimos, y tratamos de expresar, de una forma u otra, lo que sentimos; todavía no tengo respuesta. Quizás no la tenga nunca. Solo sé que intento, poco a poco, día a día atender a mis emociones difíciles de sentir y hasta a mi lenguaje corporal y a las sensaciones que recorren mi cuerpo por dentro para saber por qué me duele tanto lo que me duele. O, por lo menos, qué es lo que me duele.
Supongo que lo que quiero decir con todo esto es, de nuevo, que no deberían enseñarnos a seguir caminando como si nada cuando estamos tristes.
Deberían enseñarnos a hacer un alto en el camino, a tomar papel y bolígrafo y escribir qué es lo que nos pasa por dentro. A hablarlo con alguien, grabarme en voz alta me han aconsejado incluso si en ese momento nadie puede hablar.
Y quizás, si nos acostumbráramos a afrontar nuestras múltiples tristezas antes de que se volvieran desolaciones inabarcables; si viviéramos como algo más que engranajes de una máquina, como personas sintientes; la tristeza no nos dolería tanto. Nos dolería, desde luego. Pero el dolor es parte de la vida.
Y la frustración que tantas veces lo acompaña, por no saber qué nos duele ni por qué nos duele, no tendría por qué estar ahí si nos conociéramos a nosotras mismas un poco más y mejor.
Fuente: mentesana.es
por Carolina Herrera | Feb 21, 2018 | Uncategorized
Por Joanna Moorhead-
Si escuchas a cualquier grupo de nuevos padres hablando de su experiencia de parto, probablemente en algún momento escucharás un “bueno, al menos el bebé está bien; eso es lo que importa”. Ese comentario será pronunciado inevitablemente después de que una o varias personas del grupo cuenten alguna historia poco afortunada en la que se sintieron ignoradas, desposeidas de la capacidad para decidir, descuidadas. A menudo se trata de nacimientos que por lo general empezaron bien, pero que se convirtieron en una montaña rusa de miedo (a veces terror), de la que la nueva familia se quedó tan afectada que al final estaban verdaderamente agradecidas de seguir vivos.
Pero el hecho de que la madre y el bebé salgan vivos de la experiencia no es lo único que importa. No en la actualidad, cuando el parto es más más seguro que nunca. Hoy en día, el riesgo de que la madre o el bebé mueran en el parto es mínimo. Por ello ¿tiene sentido que los estandares sobre lo que hace que un parto sea satisfactorio continúen siendo tan bajos? ¿Que daño causa eso a nuestros hijos?
Hasta ahora los resultados de la atención al parto se medían en cifras: valorando la mortalidad perinatal y en ocasiones las tasas de cesáreas, pero poco o nada las secuelas físicas, y muchísimo menos el impacto psicológico de la experiencia. Pero la experiencia del parto importa, y eso es lo que ha llevado a la Asociación británica Birthrights (Derechos de Nacimiento) a iniciar una campaña para replantear qué es lo que se condiera un “parto satisfactorio”, apoyándose en los datos de una encuesta realizada a 11.000 usuarias de la red social Mumsnet que habían sido madres en los tres años anteriores.
Los datos recogidos por la encuesta son reveladores: solo el 68% de las embarazadas tuvieron la posibilidad de escoger donde dar a luz, el 31% no se sintió en control del proceso, el 24% no tuvo opción de elegir donde estar durante al parto, y el 18% no se consideró escuchada por los profesionales. Un 24% de las madres que tuvieron un parto instrumental afirmó no haber dado su consentimiento.
[Esto sucedió en el Reino Unido, donde el respeto a la autonomía y los derechos de las mujeres en el parto es muy superior a cualquier país mediterráneo.]
¿Y hasta que punto afectan estas vivencias? Mucho. De hecho, el cuerpo de evidencia científica que demuestra cuanto afecta es abrumador, por lo que parece casi absurdo -con lo que se sabe ya sobre desarrollo infantil- considerar que la salud física del bebé es todo lo que importa.
Estas experiencias tuvieron consecuencias sobre la salud mental de las madres en el puerperio: la mayoría de las encuestadas reconoció que el parto había afectado a cómo se sentían sobre ellas mismas, el 41% consideró que el impacto fué negativo (el 73% de las madres con partos instrumentales); la mitad pensaba que la experiencia del parto había afectado a su relación con el bebé, y para el 22% (el 59% en caso de parto instrumental) el impacto fué negativo.
La encuesta no recogió datos sobre la experiencia de los padres, pero es claro a partir de otras investigaciones que la la experiencia del nacimiento afecta también a la unión temprana de un padre con su hijo, así como a su relación con su pareja a largo plazo. Y todo eso es de vital importancia para estar en condiciones de ofrecer al recién nacido un ambiente que sea lo más seguro y amoroso posible, ya que seguridad y amor es lo que necesita cada niño en la primera infancia.
Pregunte a cualquier especialista en desarrollo infantil, y ellos dirán lo mismo: el mejor predictor del bienestar futuro de un niño, su salud mental futura y la felicidad futura, incluso su futuro nivel de educación, es la calidad del vínculo creado con sus padres o principales cuidadores en las horas, días, meses y años después del nacimiento. Cuando una mujer comienza su vida como madre sintiendo baja autoestima, desconfiando de sí misma como madre, insegura de cómo se siente acerca de su hijo e infeliz en sí misma, no estará en condiciones tan óptimas de entregarse a el proceso de vínculo como lo hará si se embarca en la maternidad con sensación de confianza y poder validada por la experiencia.
La confianza en sí misma de la madre le confiere el mejor comienzo posible en el trabajo más importante del mundo, y el mejor comienzo para el bebé. Dale una buena experiencia en el parto, y el camino estará allanado. Dale un parto traumático, y el inicio del camino de la maternidad se convertirá en una cuesta arriba.
El nacimiento es mucho más que dos personas que siguen respirando: estamos cometiendo una gran injusticia con la siguiente generación si asumimos que es así.
Joanna Moorhead
Traducido y adaptado del artículo A good experience is more than the baby being alive
Fuente: saludmentalperinatal.es
por Carolina Herrera | Feb 16, 2018 | Uncategorized
El ideal de belleza es tan lejano a nuestra situación actual, que nuestra imagen está por los suelos. Pero no tiene por qué ser así siempre.
¿Empezaste el año con el bonito propósito de bajar cinco kilos o recuperar la talla 40? ¿Te has propuesto ir al gimnasio a diario para esculpir tus brazos o tu abdomen? Seguramente ahora que se acerca el final de enero los buenos propósitos se han ido desvaneciendo o posando nuevamente en las profundidades de tu hipocampo, vamos que ya casi ni te acuerdas.
Si por enésima vez estás tratando de aceptar lo difícil que es batallar contra el propio cuerpo y sus costumbres te vendrá bien saber que lo más saludable que podemos hacer es cambiar la mirada hacia el cuerpo. Seguramente lo que te va a hacer sentir infinitamente mejor no sea bajar esos kilos sino transformar lo que te dices a ti misma y, sobre todo, pensarte con agradecimiento.
¡Deja de criticar tu cuerpo! es el consejo de Pamela Keel, profesora de la Universidad de Florida. Su equipo de investigación ha probado un sencillo programa que fomenta la aceptación del cuerpo y ha obtenido resultados espectaculares.
Keel es experta en la insatisfacción con la imagen corporal, ese problema omnipresente en occidente y muy especialmente entre las mujeres jóvenes. Como ya explicó Naomi Wolf en su clásico libro El mito de la belleza, en los últimos 35 años, el tipo de cuerpo ideal, que se muestra repetidamente en las imágenes de los medios, se ha vuelto prácticamente inalcanzable para la mayoría de las personas.
La talla media de las modelos y misses disminuyó drásticamente desde los años setenta y no parece haberse recuperado aún.
«Hay una gran brecha entre lo que se nos muestra como ideal, a qué aspirar y dónde estamos realmente como población», afirma Keel. «Eso hace que las personas, especialmente las mujeres, se sientan mal consigo mismas y, desafortunadamente, sentirse mal acerca del propio cuerpo en realidad no motiva a seguir un comportamiento saludable.”
The Body Project, reprográmate para quererte más
Para ayudar a que la gente se sienta mejor consigo misma han desarrollado y adaptado un programa de reestructuración cognitiva y exposición conductual llamado: «The Body Project» con otros investigadores de las Universidades de Oregon y Texas.
Se trata de exponerse ante el espejo con poco o nada de ropa, algo que inicialmente puede ser muy incómodo, e ir nombrando los aspectos positivos. Cosas como agradecer que tus piernas te llevan a donde haga falta a diario.
Dirías: «realmente agradezco como mis piernas me llevan a donde sea que necesite ir. Todos los días, sin excepción, me sacan de la cama, suben las escaleras, me llevan al metro y luego entran en la Universidad. No tengo que preocuparme por caminar». Otra persona puede apreciar la apariencia de una característica del cuerpo como la piel o la forma de los hombros o el cuello.
La clave está en agradecer todo lo que el cuerpo hace bien por si mismo, celebrar que se puede bailar, correr, o acariciar.
Este enfoque, al centrarse en las cosas positivas en lugar de destacar las negativas, ayuda a transformar los sentimientos de las personas sobre sus cuerpos. Aunque parezca muy forzado, realmente el mensaje que envías a tu cuerpo es una potente herramienta de cambio.
Cuanto más lo agradeces y aceptas, más fácil te va a resultar cuidarte y sentirte bien. Me recuerda a las sabias palabras de una querida amiga: “nunca, nunca hables mal de ti misma ni de tu cuerpo”.
En el mismo proyecto también animan a las personas con dificultad a hacer actividades específicas que suelen evitar, como no ir a nadar en verano o no usar pantalones cortos cuando hace calor. «La mayoría de las personas experimentan una sensación de libertad cuando se dan cuenta de que no pasa nada malo si usan un traje de baño o pantalones cortos en público: todos están completamente de acuerdo con esto. Esto refuerza la aceptación del cuerpo a través de la experiencia».
Keel dijo que la investigación ha encontrado que las estrategias funcionan, y los beneficios van más allá de la mejora de la imagen corporal.
«Descartar esos ideales corporales inalcanzables mejora tu estado de ánimo, tu autoestima, reduce la alteración de la conducta alimentaria y el riesgo de conductas autodestructivas».
Yendo un poquito más allá, otro artículo recién publicado en la revista Body Image ha recogido cinco estudios diferentes que demuestran como estar al aire libre o caminar en la naturaleza directamente ayuda a sentirse mejor con la imagen corporal.
Ya se había demostrado que estar al aire libre en ambientes naturales mejora la salud mental y física, pero esta nueva investigación evidencia que la exposición a esos entornos naturales también puede promover una imagen corporal positiva y ser más críticas con el ideal cultural. Simplemente pasar tiempo en un ambiente natural resultó en una apreciación corporal significativamente más alta.
Según Viren Swami, profesora de Psicología Social en la Universidad Anglia: «un entorno que no requiera una atención total puede brindar a las personas tranquilidad cognitiva, lo que a su vez puede fomentar la autocompasión, respetar su cuerpo y apreciarlo como parte de un ecosistema más amplio que requiere protección y cuidado. Es posible que la exposición a entornos naturales con profundidad y complejidad restrinja los pensamientos negativos relacionados con la apariencia. Más específicamente, los entornos naturales mantienen su atención sin esfuerzo, un proceso conocido como ‘fascinación suave. Esto a menudo va acompañado de sensaciones de placer, como cuando te atrae la visión de la puesta de sol”.
Estando en el bosque o en el campo dejas de preocuparte tu talla o tus kilos, tu atención espontáneamente se dirige a otros lugares y finalmente el resultado es más placer y bienestar y satisfacción con el propio cuerpo.
Lo dicho: deja de pensar en como machacar tu cuerpo este año. En vez de eso agradécele todo el disfrute que te puede dar y aprovecha para salir al campo, bosque o monte siempre que puedas. ¡Los resultados son inmediatos!
Fuente: mentesana.es
por Carolina Herrera | Feb 14, 2018 | Uncategorized
Mirando atrás, me doy cuenta de que, estando embarazada, me dejé llevar por mi intuición cuando decidí tomar las riendas de mi embarazo y vivirlo desde la consciencia. Estas son algunas de las herramientas que me ayudaron. Estoy segura de que tú tendrás las tuyas propias. Las comparto aquí como simples sugerencias, para que cada quien adopte las que considere apropiadas.
- Infórmate. Toma tus propias decisiones. Piensa en el tipo de parto que quieres tener (la postura en la que quieres parir, las intervenciones que permitirás que se te practiquen, las personas que estarán a tu lado, etc.). Si tu médico no comulga con tus ideas, cámbiate a otro. La epidural, por ejemplo, es un gran invento, pero su uso tiene consecuencias que probablemente tu ginecólogo no te contará. Si decides usarla, al menos que sea una decisión informada. Infórmate también acerca de la episiotomía, la importancia del contacto piel con piel con tu bebé y el inicio de la lactancia en la hora posterior al parto, las intervenciones que se le practican de manera rutinaria a los recién nacidos (no todas son imprescindibles), el papel de la oxitocina, etc. Piensa en cómo quieres que llegue tu bebé al mundo y cómo quieres que sea su bienvenida. Pero no permitas que nadie te diga lo que tienes que hacer. La decisión es sólo tuya.
- Dentro de lo posible, baja el ritmo. El embarazo es tiempo de introspección. Estamos más cansadas, nos cuesta más concentrarnos, somos más lentas: las necesidades de nuestro cuerpo reflejan también las de nuestro espíritu. Escúchate. El embarazo (y el primer año del bebé) no es momento de iniciar proyectos, ni de aventurarse a nuevos cambios. No sólo porque el estrés es dañino para el desarrollo de tu bebé, sino porque los cambios externos te distraen de tu verdadera tarea, que es gestar. Gestar y gestarte. Recuerda que también darás a luz a una nueva madre. Son los cambios interiores los que requieren tu atención en estos momentos (y sí: el embarazo tiende a hacernos menos productivas. ¿Y qué? ¿Acaso es poco crear vida?)
- Habla con tu bebé. Cuéntale lo que estás haciendo, háblale de tus esperanzas y de tus miedos. Sé honesta con él. Comparte tus dudas, admite que no tienes todas las respuestas. La relación con tu hijo se gesta desde el vientre, si eres capaz de mostrarte tal cual eres antes de que nazca, más adelante serás capaz de comunicarte con él de manera abierta y honesta, y él hará lo mismo contigo. Puedes escribirle cartas o llevar un diario de tu embarazo que él podrá leer cuando tenga la edad suficiente (no se me ocurre un regalo más bonito para un hijo). No olvides involucrar también a tu pareja, háblenle juntos al bebé, pongan música, disfruten.
- Muévete. El ejercicio moderado no sólo es sano para tu cuerpo, sino también para tu espíritu. Puedes asistir a una clase de yoga para embarazadas, por ejemplo, o simplemente salir a caminar. Presta atención a cómo se siente tu cuerpo mientras lo haces. Respira aire puro. Y si necesitas descansar, hazlo.
- Dedica unos minutos al día a meditar. Si nunca lo has hecho, simplemente siéntate cómodamente, cierra los ojos y observa tu respiración. Permite que los pensamientos pasen por tu mente sin detenerte en ellos. Siente tu cuerpo. Eso es todo.
- ¡Ríete! Haz todo aquello que te haga feliz. Tu bebé comparte tus emociones: si estás alegre, él también lo estará.
¿Qué es el embarazo consciente? revísalo aqui
Fuente: naceunamama.com
Comentarios recientes