¿Cómo transformar las vacaciones en una oportunidad para tus hijos?

¿Cómo transformar las vacaciones en una oportunidad para tus hijos?

Vacaciones-150x150Para la mayoría de nuestros hijos las vacaciones son lo máximo, una oportunidad para alejarse del estrés escolar y hacer lo que les gusta. Pero su desarrollo integral no sale de vacaciones, lo que ellos hacen en este periodo (o dejen de hacer) afecta su crecimiento.

¿Cuál debe ser nuestra meta como padres? La misma de siempre: lograr en nuestros hijos un desarrollo emocional, cognitivo y social integral y balanceado que les permite estar preparados para la vida y ser personas felices. Esto no significa que debemos recargarlos de actividades, el descanso también es una actividad importante. Pero podemos ayudarlos a disfrutar de unas vacaciones seguras y saludables, evitando el uso excesivo de la televisión, Internet, celular, y video juegos, que no les dejan beneficios importantes.

Las vacaciones deben tener como propósito fomentar la salud y prepararlos para que vuelvan a clases renovados. En este periodo podemos fortalecer la integración familiar y el crecimiento personal.

Durante las vacaciones es fácil caer en ciertas conductas que alteran los ciclos de nuestro organismo. Por eso es bueno mantener las normas establecidas en cuanto a horarios para acostarse a dormir o del tiempo dedicado a la televisión y videojuegos, entre otros. Todo esto no debe ser muy diferente al periodo de clases, de este modo existirá una transición natural y no tan brusca al terminar las vacaciones.

Idealmente las vacaciones de los niños deben coincidir con las vacaciones de los padres, esto tiene la ventaja de que los padres pueden participar y orientar el tiempo libre de sus hijos. Pero si esto no es posible, existen varias opciones de recreación y sobre todo actividades que educan a los niños y desarrollan habilidades personales en ellos.

Aquí hay algunas recomendaciones:

1.- El deporte no solamente desarrolla el cuerpo:

Las vacaciones son un momento ideal para comenzar con la práctica continua de algún deporte, el cual hay que adecuar a la edad y preferencias del niño. Buenas opciones son el fútbol, voleibol, natación, básquetbol, bicicleta, entre otros.

Realizar actividades deportivas fortalece la voluntad, la disciplina, el trabajo en equipo, los hace más fuertes no solo físicamente, sino también emocionalmente. Además de desarrollar coordinación, equilibrio y concentración, habilidades primordiales en un buen estudiante. Cuando un niño realiza un deporte, esto favorece la formación de su autoconcepto y de su autoestima, ya que, siente que es “capaz” de realizar alguna destreza en particular. Por otro lado, niños diagnosticados con “hiperactividad” o “agresividad” encuentran un buen medio para expresar sus impulsos y canalizarlos.

Una de las mejores maneras para incentivar la actividad física en los niños es que los padres sean el ejemplo y lleven una vida activa y saludable. Por lo que aprovechen estas vacaciones para salir a andar en bicicleta en familia o realizar una simple caminata. Además de hacer deporte, puede ser un momento único para iniciar diálogos, conocer más a sus hijos y entregar valores.

2.- Alimentación saludable siempre:

Para volver a clases con mucha energía tenemos que cuidar nuestro cuerpo y mente, por esto hay que cuidar la alimentación. Es recomendable mantener una buena hidratación, pero evitar bebidas gaseosas y jugos llenos de azúcar. Igualmente, es bueno acostumbrar a leer las etiquetas de las comidas envasadas, evitando las que tienen muchas calorías, grasas o azucares (hidratos de carbono). Siempre preferir frutas y verduras. Lo que hay disponible en la casa es lo que van a comer los niños, por eso, el momento de comprar la comida es clave para decidir qué tipo de alimentación queremos entregar.

Muchos papás ofrecen premios a sus hijos por su buena conducta en forma de comida, casi siempre comida chatarra. Hacer esto ocasionalmente no traerá efectos negativos, pero recuerde que a través de los premios se entregan valores. Otras formas de premios pueden ser más efectivas, como el cariño y pasar tiempo junto haciendo alguna actividad entretenida como las que vienen a continuación.

3.- El arte de la vida:

La música y el arte estimulan nuestra creatividad, memoria, emociones, motricidad fina, disciplina y mucho más. Usemos nuestras manos para crear! Podemos aprender a tocar algún instrumento o pintar, crear un collage, papel maché, maquetas, pulseras, álbumes de fotos, etc.

Gracias a Internet se pueden descargar cursos o ver videos para aprender música y/o cursos de manualidades. A la misma vez que su hijo se divierte, es una gran estimulación para ambos hemisferios cerebrales, especialmente el creativo. Encontrará un canal para expresar sus emociones y su ingenio. Permite al niño conocer sus propios talentos y desarrollar sus múltiples inteligencias y habilidades, lo que lo ayudará en cualquier cosa que se proponga. La imaginación y la creatividad son fundamentales para resolver problemas de manera más asertiva.

Si además puede tomar talleres grupales, esto le permitirá al niño y/o adolescente interactuar con otros y potenciar sus habilidades sociales. Afianzar vínculos es esencial, pues nuestra naturaleza es ser individuos sociales. Las vacaciones son una buena oportunidad para estimular las relaciones interpersonales.

4.- La magia en los libros:

Muéstreles a sus hijos que leer no es algo aburrido y obligatorio, sino que puede ser un mundo mágico por descubrir, que puede ser algo entretenido, como jugar o hacer deportes. Elijan libros juntos, es importante que ellos se sientan parte de las decisiones y haga la lectura un espacio lúdico, donde se puede compartir y dialogar. Esto, ayudará a su hijo a aumentar su vocabulario y estimular su pensamiento.

Para muchos papás esto es una gran tarea durante el año escolar, pero no se desanimen, acuérdese que los niños aprenden por el ejemplo, por lo tanto, es importante que los vean leer y que los vean entretenidos leyendo. Coménteles las noticias del diario que les puedan interesar, vean libros entretenidos juntos, hay textos con muchas imágenes que son muy atractivos para leer. Lo importante es que logre mantener su interés y la constancia.

Así como lavarse los dientes, leer también es un hábito que hay que cultivar desde temprana edad. Enséñeles a sus hijos que leer se entrena, igual como se entrenan los músculos en el gimnasio.

5.- Actividades en casa:

En vacaciones no debemos olvidarnos de exigirles responsabilidades y colaboración, aunque con unos horarios más flexibles. Se pueden hacer actividades que promuevan la autonomía y valores personales como el orden o la limpieza. Por ejemplo, podemos pedirles ayuda para arreglar o limpiar algunas cosas, preparar el almuerzo o comida, algo que requiera mayor responsabilidad que lo que habitualmente les solicitamos. El trabajo colaborativo es una experiencia que puede enseñar valores de la importancia, como el reciclado (separando la basura), el cuidar la naturaleza (regar las plantas), fomentar la solidaridad (llevando los juguetes o libros que no usen tus hijos a una ONG o una parroquia que los distribuya a los niños sin recursos). Los niños logran de esta forma desarrollar la empatia, es decir, ponerse en el lugar del otro. Recuerda que los estamos preparando para el futuro, donde existen responsabilidades y si las incorporan con naturalidad, la vida se les hará más fácil.

6.- Actividades fuera de casa:

Aproveche de ir con ellos a conocer las bibliotecas, muchas tienen espacios infantiles y así las niños sabrán cómo acceder a ellas. Infórmese de la variedad de actividades gratuitas que hay en su ciudad. En verano hay espectáculos como obras teatrales o cuentacuentos para niños, los argumentos que se presentan en estos escenarios, no sólo entretienen, sino también los educa.

Los paseos en familia no deben faltar, lo conveniente es que se dedique por lo menos una tarde a conocer algún lugar distinto a los habituales, esto favorece la unión familiar y la interacción con el medio, además los niños pasarán un momento agradable. Salga de picnic con sus hijos, organizando con ellos lo que necesitarán.

7.- No nos olvidemos de jugar:

Desde el punto de vista psicológico, el juego le permite al niño canalizar sus emociones, fortalecer su autoestima, tener más tolerancia a la frustración, trabajar en equipo, desarrollar una competencia sana, entre otras. Aunque a veces el juego puede ser fuente de discusiones, ya que, hay a quienes les molesta más perder. Es el momento perfecto para ayudarles a gestionar sus impulsos y a enseñarles que algunas veces se gana y otras se pierde y que tienen que respetar las normas (reglas del juego) y el resultado. También se les pueden enseñar que hay juegos donde todos ganan, como son los juegos de cooperación. Algunos ejemplos de juegos: el dominó, el pictionary, juegos de cartas, un rompecabezas, etc.

8.- Hablar sobre los sueños y objetivos:

Es fundamental que nuestros hijos sean capaces de crear sus propios objetivos, no los nuestros, y que éstos se conviertan en sus motivaciones diarias para ir al colegio. Siéntense con ellos una tarde y fijen objetivos a 6 meses, 1 y 5 años. Hablen de sueños y deseos, la imaginación no tiene límites, pregúnteles como pueden lograrlo. A veces se enseña más preguntando, que mostrándoles el camino. Los niños y adolescentes comienzan a buscar su propia identidad. Lo importante es acompañar a nuestros hijos en ese proceso, apoyarlos y orientarlos para que el tiempo de calidad sea parte de la construcción de sus propios destinos.

9.- Que importante es compartir:

Aprovechemos este tiempo y compartamos con nuestros hijos. Tratemos de almorzar con ellos, de llegar más temprano a la casa, de armar planes para el fin de semana, buscar actividades entretenidas para hacer juntos. Estos espacios y momentos, son especiales para que nuestros hijos se habrán a compartir sus inquietudes y se inicie un diálogo. Escuchar sus opiniones los hace sentirse importantes, aumenta su autoestima y la resiliencia, que es la capacidad para afrontar situaciones adversas, aprender y salir fortalecidos de ellas.

Por último, algo que no debemos de olvidar nunca es: entrégueles mucho afecto.

Autora: Dra. Mariana Labbé T. Psiquiatra Infanto-Juvenil.

Fuente: www.cetep.cl

Ideas para hablar en positivo con nuestros hijos

Ideas para hablar en positivo con nuestros hijos

El lenguaje que empleamos para dirigirnos a nuestros hijos es una potente arma educativa. Te contamos por qué.

positivo-cuad_0La comunicación con nuestros hijos tiene una gran importancia ya que será el canal por el cual se den las relaciones sociales y la educación. Será el que usaremos dentro de la familia para transmitir aspectos tan importantes como los sentimientos, valores, la afectividad, etc.

Una comunicación que aparece desde que nacemos y va evolucionando a lo largo de nuestra vida. El modelo que ofrecen los padres y la manera en que se comunican con los hijos hacen que estos tengan herramientas para relacionarse con otras personas de tal manera que vayan configurando su personalidad.

¿Cómo se comunican los padres y las madres con sus hijos?

Una de las murallas más elevadas que tienen que escalar los padres y madres y que no permite que la comunicación sea positiva es que culturalmente han sido educados tanto en la familia como en la religión y en la escuela con el NO por delante: «no te subas», «no te portes mal», «no grites», «no seas grosero», «no seas agresivo», “no llores”, etc.

Hay que considerar que lo importante es que los padres y las madres como formadores de sus hijos deben dejar de decir que es lo que “NO quieren”, para decir qué es lo que quieren. Esto quiere decir que cuando los padres y las madres hablan en positivo el resultado es una comunicación positiva y, por ello, asertiva y poderosa.

Por ejemplo, decir: » Ve más despacio» tiene mucho más poder y crea una imagen más clara en la mente del niño de ir más despacio, que decir: «No corras» en al que se crea una imagen de alguien corriendo, donde el “NO” tiene un carácter abstracto.

Comunicarse de una manera positiva previene la agresividad y el autoritarismo como único modo de resolución de conflictos, desarrolla el respeto y la capacidad personal para enfrentarse a momentos difíciles.

El modelo lo ofrecen los padres y las madres

Esta comunicación positiva es una habilidad que deben fomentar y estimular los padres hacia sus hijos.

Los padres son excelentes modelos para enseñarles multitud de comportamientos. La forma en que les expresemos o pidamos las cosas va a ir configurando el estilo de comunicación aprendido por nuestros hijos.

Así que… para educar a nuestros hijos en positivo… ¡hablémosles en positivo!

Fuente: www.serpadres.es (por: Borja Quicios)

La terapia del juego vincular

La terapia del juego vincular

¿Por qué mi hijo no habla? ¿Por qué no come? ¿Por qué no puedo controlar sus pataletas? La sicóloga infantil Nicole Charney recibe con frecuencia a mamás angustiadas con estas dudas. Y, siguiendo la metodología Theraplay, de la que es pionera en Chile, encauza la solución haciendo que madre e hijo se conecten mediante el juego vincular: echándose crema en las manos, imitando muecas, reventando burbujas o envolviéndose con papel higiénico. Parece broma, pero es algo serio.

Por Pilar Navarrete / Fotografía: Alejandro Araya


Paula 1214. Sábado 03 de diciembre de 2016.

Debajo del escritorio de la consulta de la sicóloga infantil Nicole Charney, hay una caja de plástico de color azul donde guarda lo que llama su bolsita mágica; una bolsa de tela azul que contiene, entre otras cosas, plumas de colores, pañuelos, pompones, stickers, un frasco de jabón para hacer burbujas, una crema humectante y una rana de peluche. La sicóloga se pega un sticker en la nariz, se pone la rana en la cabeza y sopla burbujas de jabón para ejemplificar lo que ocurre en las sesiones de terapia donde, a través de una secuencia de juegos, ayuda a que el hijo y la madre y/o el padre se conecten. Es decir, hagan algo que debería ser natural: mirarse a los ojos, observar lo que le pasa al otro, empatizar, sonreír.

Nicole Charney es la única sicóloga infantil en Chile certificada en Theraplay, metodología que aprendió en Estados Unidos, donde vivió 10 años, luego de titularse de sicóloga en Chile en la UDP. Se trata de una terapia vincular, que resuelve los problemas que presentan los niños a partir de la interacción con sus padres, y la metodología que ocupa para eso es el juego. “Pero, a diferencia de lo que ocurre en las terapias donde el juego se utiliza para que el niño exprese sus conflictos, en Theraplay el juego se utiliza como una herramienta para generar una genuina conexión entre la madre y el hijo”, precisa Nicole.

A su consulta llegan madres y padres afligidos porque sus hijos no hablan, no comen, no duermen, no siguen instrucciones o hacen pataletas descomunales a la menor frustración. También padres cuyos niños son o se han puesto muy retraídos o no se integran bien a su curso. O, por ser hiperactivos y agresivos, se han acostumbrado a ser tratados con retos y castigos.

En la consulta Nicole dicta las instrucciones de los juegos que son muy simples. Por ejemplo: “Cuando la rana mueva la mano derecha, tú muévela igual que ella”. “Voy a poner una cara, tu mamá me va a imitar y luego tú vas a imitarla a ella”. “Con el jabón voy a hacer una burbuja gigante y, soplando, te la voy a lanzar a ti y tú a mí”. Como siempre sonríe y su tono es de tanto entusiasmo, difícilmente los niños se resisten. Y, en efecto, cuando el niño entra en el juego, Nicole estalla de risa y contagia al niño y la madre, que suelen llegar muy tensos a la consulta. “La gracia es que con estos materiales yo voy estructurando y guiando juegos de interacción para que ellos se empiecen a vincular. Si entremedio la conexión empieza a perderse, yo cambio la actividad. O cuido que no se pierda a través del ritmo, con los tonos de voz, cuidando la transición entre una actividad y otra. La terapia se enfoca en entregarles una experiencia súper positiva. Que los niños y los papás lo pasen increíble”.

El hemisferio de los niños
Theraplay nació como un experimento, a fines de los 60, en Chicago. La creó la sicóloga Ann Jernberg, tras ser nombrada directora de Head Start de Chicago –programa norteamericano que se encarga del cuidado de preescolares en riesgo social–, y advertir un gran dilema: eran demasiados los niños con problemas de conducta y temperamento, pero no tenía recursos suficientes para contratar a personal calificado para ayudarlos. Ante eso, ella misma comenzó a jugar con los niños.

Como empezó a notar cambios significativos en el comportamiento de los niños, decidió crear un programa de intervención que replicara su metodología y tuviera resultados a corto plazo. Así, diseñó un modelo de terapia que consistía en enseñar a las mamás a tener una sana interacción con sus hijos y a corregir los disturbios en la relación a través de juegos que fortalecieran el apego, la autoestima, la estructura, la confianza y la conexión entre ambos. Su certeza era que así corregiría el modelo de funcionamiento interno de los niños lo que, a su vez, resolvería sus problemas conductuales.

Para desarrollar Theraplay –término que une dos palabras: therapy (terapia) y play (juego)– Jernberg se basó en la teoría del apego de John Bowlby y en las teorías interpersonales del desarrollo humano que destacan la importancia de la relación entre una guagua y sus padres, por considerarla la primera de todas y, por lo mismo, el piso de las relaciones futuras, basándose en investigaciones que demuestran que si ese primer vínculo no es seguro, en el futuro los niños empiezan a tener problemas para vincularse con otros que, de no atajarse a tiempo, se reproducen a lo largo de la vida. Para elaborar su modelo de intervención, tomó prestados elementos de varios sicólogos, entre ellos Austin M. Des Lauriers, quien planteaba que para trabajar con niños había que hacerlos participar activamente en un ambiente íntimo centrado en el aquí y el ahora; Viola Brody, quien promovía que el terapeuta debía cultivar una relación con el niño –y eso incluía tocarlo, mecerlo y cantarle–, y Ernestine Thomas, quien planteaba que para sanar a un niño el terapeuta debía tener una mirada fuertemente positiva y esperanzadora sobre su salud, potencial y fuerza. Los resultados de la terapia diseñada por Jernberg comenzaron a ser tan exitosos que en 1971 formó The Theraplay Institute, que desde entonces forma a profesionales en este método.

Nicole Charney tomó el primer curso de Theraplay en 2006, en Estados Unidos –hoy es una de las 50 entrenadoras y supervisoras de la metodología en el mundo y la única en Latinoamérica– y aún recuerda el impacto que le causó. “Por primera vez encontré una terapia basada en el vínculo, donde daba lo mismo el síntoma o problema del niño, todo se entendía desde la relación con sus papás y se intervenía desde ahí, incluyéndolos, en un trabajo terapéutico basado en el juego y la alegría, donde uno como terapeuta genera un espacio lúdico y comprende a los niños desde el lugar desde donde ellos funcionan”.

Ese lugar, puntualiza Nicole, es el hemisferio derecho del cerebro, el hemisferio no verbal, emotivo, sensorial, en el que los niños se mueven los primeros 3 años de vida y mayoritariamente hasta los 5, cuando recién empiezan a tejerse las conexiones con el hemisferio izquierdo, el racional. “¿Qué significa eso? Que si uno se relaciona con los niños desde el hemisferio izquierdo, desde lo racional, todo lo que uno les trate de explicar desde lo racional le hace bzzzzzz: no lo entienden”, dice Nicole. Y agrega que el correcto desarrollo del hemisferio derecho, depende directamente del vínculo de un niño con sus padres.

“Cuando un bebé nace, todas sus conexiones son a través del hemisferio derecho: su relación con el mundo es a través de puras necesidades que espera que sean satisfechas. Si tiene hambre, su mamá lo alimenta. Si tiene frío, lo abriga. Lo que va pasando en esa dinámica es que la mamá empieza a leer las necesidades de su hijo y la guagua va experimentando todo eso como una sumatoria de experiencias positivas”, explica. Esa suma, asegura, además de ir construyendo el vínculo o apego, a nivel neurológico tienen un efecto decidor en los niños, ya que cada experiencia positiva es amplificada a nivel cerebral. Pero si esas necesidades no son satisfechas, plantea Charney, el niño construye una imagen de sí mismo insegura que a su vez hace que perciba el mundo como un lugar donde tiene que estar a la defensiva. “Pero lo maravilloso del cerebro, y por eso existe esta terapia, es que es un órgano modificable a lo largo la vida. Ante una pena o experiencia de trauma, es la suma de experiencias positivas la que cambia en la persona el sentido de sí misma y la repara, porque gatilla un cambio a nivel neurológico: modifica el modelo de funcionamiento interno. A lo que apunta Theraplay es a satisfacer necesidades que no fueron bien satisfechas en su momento y que ahora se manifiestan en los niños en problemas de conducta. Y se hace a través del juego, porque es el lenguaje del hemisferio derecho y la mejor manifestación de una experiencia positiva. Por eso esta es una terapia reparadora”.

psicologa

“El juego es la mejor manifestación de una experiencia positiva. Y el modelo de funcionamiento interno de un niño solo se puede modificar a través de la suma de experiencias positivas que gatillan cambios a nivel neurológico”, explica la psicóloga Nicole Charney.

Octavia está rabiosa
En febrero pasado la educadora de párvulos Alejandra Melo empezó a notar que algo pasaba con su hija Octavia (5). Andaba peleadora y rabiosa, especialmente con ella. A esa dinámica, en marzo, se sumaron las pataletas a la vuelta del colegio. En los momentos de crisis Alejandra perdía la paciencia. “Sentía tanta rabia que me daban ganas de alejarla. Y ella también sentía eso hacia mí. Cuando me acercaba a ella se ponía como un gato arisco y me decía ‘ay, mamá, déjame’”. En abril Alejandra recibió un llamado del colegio en el que le comentaron que notaban que algo le pasaba a Octavia. Decidió pedir ayuda.

A la primera sesión con Nicole, fue acompañada de su marido, y durante una hora le contaron de manera detallada la historia de Octavia, desde que supieron que estaba embarazada de ella. Le relató a la sicóloga que la niña había sido una guagua no planificada, porque su primer hijo apenas tenía 1 año. Que había nacido por cesárea y el postoperatorio había sido doloroso. Que fue una guagua llorona y demandante. “Ese día llegamos a la conclusión de que quizás tuve una depresión postparto de la que no me di cuenta. Y que yo, por evitar los celos de mi hijo mayor, siempre hice que la Octavia se nivelara con él. Dejé de amamantarla y empecé a darle relleno para jugar con los dos. Les puse los mismos horarios y los mismos ritmos”, cuenta la madre.

Para que entendiera el efecto que eso fue teniendo en su hija, Nicole le fue explicando qué pasaba en el cerebro de su hija en ese momento y cómo la fue determinando en los años que siguieron. “Siendo guagua, en su modelo de funcionamiento interno fue forjando la idea de que para cumplir con las expectativas de su mamá tenía que sobreadaptarse. Y ahora, a sus 5 años, eso significaba vestirse sola, comer sola, lo que tuvo un costo: Octavia empezó a hacerse la grande, la madura, a funcionar sola. Y desde ese lugar, también empezó a establecer una relación más conflictiva con su mamá, con quien tenía un vínculo inseguro”, explica Charney. “Esa reacción de indiferencia de su mamá le generó la necesidad de protegerse de un ambiente que entendía como inseguro. Pero en este esfuerzo por sobreadaptarse empezó a sentirse hipersensible a todas las señales del medio, entonces cuando una niña en el patio del colegio pasaba corriendo al lado de ella y le pasaba a llevar en el hombro, la Octavia sentía que iba directo hacia a ella a pegarle. Y lo sentía de verdad. Ella lo veía como algo intencional porque era su forma de leer el entorno, donde todo era amenazante. Por eso la terapia tenía como foco cambiar su modelo de funcionamiento interno, para que dejara de ver el mundo como una amenaza y para eso su mamá tenía que demostrarle que era capaz de leer sus necesidades y ayudarla a dejar de sentirse amenazada”.

Antes de partir con la terapia, Nicole citó a Alejandra y a Octavia para asistir a lo que en Theraplay se llama MIM: la sesión de evaluación donde mamá e hija están solas durante 1 hora en la consulta de Nicole, quien desaparece tras dejar una cámara. 60 minutos donde lo único que deben hacer es seguir las instrucciones descritas en papelitos guardados en una caja.

“La nuestra fue un desastre”, recuerda Alejandra. “La Octavia estaba súper ansiosa, quería dirigir todo y yo estaba completamente bloqueada. Cuando salió el papel que decía ‘cuéntale a tu hijo cómo era cuando era bebé’, me miraba esperando que le contara algo y yo no me acordé de nada. Y ahí dije cómo una depresión postparto puede marcar tanto tu relación con tus hijos. Es súper fuerte lo que empiezas a entender”.

A la siguiente sesión, Nicole le mostró a Alejandra extractos del video de la evaluación y le fue explicando cómo leer las señales que Octavia daba justo antes de una pataleta, como mover las piernas sin parar, de pura ansiedad. Entonces se lanzaron a las sesiones de juego que en un principio mamá y terapeuta reconocen que no fueron fáciles. “Al igual que los niños sobreadaptados, Octavia quería tener el control de los juegos que yo dirigía”, dice Nicole. “Pero necesitaba tener el control para sentirse segura. Mi objetivo era darle a Octavia la experiencia de que cuando su mamá tenía el control ella podía pasarlo bien, sentirse segura. Y a su mamá, la experiencia de competencia y seguridad en su rol”.

La instrucción que Nicole le dio a Alejandra fue la misma que les da a todos los papás antes de entrar a la primera sesión de juego: “No hagas nada, solo sígueme la cuerda y participa cuando yo te dé el pase”. “El sentido de que me observen y no interactúen es que se fijen en lo que yo voy haciendo: cómo voy captando la atención de su hijo a través del ritmo, la estructura, el desafío. Por eso los papás tienen que ser súper cómplices conmigo.

Aunque en las primeras semanas no notó mucho acercamiento con su hija, Alejandra sí comenzó a detectar las señales que su hija daba antes de una pataleta, lo que le sirvió para anticiparlas y prevenirlas. “Cuando veía que la Octavia andaba muy ansiosa le decía ‘¿necesitas algo?’, ‘¿te ayudo?’, ‘¿qué hago? Dime’. Y entre la risa y la broma con que yo le decía todo eso, bajaba un poco la guardia y no explotaba”. Así, a la semana, Alejandra empezó a notar que Octavia ya no llegaba tan enojada del colegio. Estaba más tolerante, menos brusca.
En la quinta sesión de juego Alejandra sintió que se conectaba con su hija por primera vez. “Teníamos que entrar a la sala caminando de lado, pero siempre mirándonos una a la otra para ir haciendo chocar nuestras palmas. Nunca en la vida nos habíamos mirado tanto rato como en esos 5 o 6 pasos”, dice. De ahí en adelante, fue notando que en cada sesión Octavia se conectaba más con ella y dejaba de darle tanta atención a Nicole. Eso mismo comenzó a darse en su casa: Octavia empezó a pedirle que le secara el pelo, que la peinara, que le eligiera la ropa.

“Fue tan rápido el cambio; fue como magia, aunque yo sé que no es magia”, dice. Además de llevarme bien con mi hija, me siento súper poderosa como mamá, porque tengo más herramientas para relacionarme con mis otros hijos, hasta con mi marido”. Alejandra asegura que incluso Octavia ha notado los cambios en ella como niña. “Un día me dijo ‘sabes mamá, con juegos la Nicole me ha ayudado a que yo no esté tan enojona y los niños en el colegio ya no pelean tanto conmigo”.

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En la quinta sesión Alejandra Melo se conectó por primera vez con su hija Octavia. “Nunca nos habíamos mirado tanto como en esos 5 o 6 pasos”, dice. Gracias a Theraplay, también aprendió a prevenir sus pataletas.

A diferencia de lo que ocurre en las terapias donde el juego se utiliza para que el niño exprese sus conflictos, en Theraplay el juego se utiliza como una herramienta para generar una genuina conexión entre la madre y el hijo.

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6 meses duró la terapia de Trinidad Bone y su hijo Miguel. “Fue un viaje que hicimos los dos. Ahora él se siente pleno como niño y yo como mamá”, dice.

Miguel no conecta
En diciembre de 2015 la ingeniera Trinidad Bone decidió pedir ayuda. Su segundo hijo, Miguel (2 años 8 meses), quien por entonces tenía 1 año y 10 meses, apenas hablaba, tenía reacciones furiosas y, por más gracias que le hacía, no la miraba. Cuando ella se le acercaba, con sus brazos él trataba de apartarse. Ella pensaba que podían haber varias razones. La principal: la corta vida de Miguel había sido dura.
De partida, su gestación no había sido fácil: a las 23 semanas de embarazo a Trinidad le diagnosticaron placenta previa, a las 24, que tendría que pasar el resto del embarazo hospitalizada y, a las 25 que, si seguía adelante, ponía su vida en riesgo y la guagua no nacería bien. A todo eso se sumaba estar viviendo en Sídney, donde habían partido por los estudios de su marido junto a su hijo mayor. Finalmente Miguel nació por cesárea en la semana 32. Para sacarlo, los médicos tuvieron que quebrarle un brazo (de lo contrario, a Trinidad tendrían que realizarle un corte por el cual perdería el útero). Como Miguel apenas tenía signos vitales, el equipo médico ni siquiera se lo mostró a Trinidad, sino que lo llevó a una sala contigua para reanimarlo con masajes cardiacos. Trinidad lo conoció al día siguiente, cuando ya estaba entubado en la incubadora. Tras 5 semanas, le dieron el alta. Trinidad estaba feliz. “Era la mejor guagua del mundo: dormía día y noche sin parar”, dice.

Cuando un par de meses después regresaron a Chile, las cosas no cambiaron: Miguel seguía dormilón. Pero entonces a Trinidad empezó a extrañarle que, cuando le hablaban, Miguel no miraba. Tampoco se reía. Si lo abrazaban, él siempre se corría. La primera vez que consultó por el tema a la pediatra, Miguel tenía 16 meses. Tras sugerirle descartar una sordera, lo llevó al otorrino, quien confirmó que estaba sordo. Cuando Miguel despertó de la operación al oído, reaccionó furioso. “Lloraba y gritaba sin parar”, recuerda Trinidad. La doctora le aseguró que poco a poco su hijo se iría integrando. Pero, al contrario, Trinidad empezó a notar que sus reacciones eran más rabiosas. A la hora de comer, tiraba lejos el plato de comida. “Yo le decía ‘Miguel eso no se hace’, pero era súper difícil ponernos firmes con él, porque reaccionaba muy mal”. En diciembre Trinidad le contó a una amiga lo que le pasaba. Fue ella quien le sugirió llevarlo adonde Nicole Charney.
Tras escuchar su historia, la sicóloga le explicó que “con ese nacimiento absolutamente traumático, Miguel entendió que debía funcionar totalmente a la defensiva. Porque aunque todo lo que pasó fue inevitable, él lo vivió como una suma de experiencias aterrorizadoras.

Agotado, cuando llegó a su casa durmió y se portó increíble. Pero qué pasó mientras él dormía: no manifestó necesidades, entonces su mamá no tenía por dónde satisfacerlas”, explica Charney. “Y como tras superar la sordera el mundo le pareció intolerablemente ruidoso, como una respuesta defensiva se desconectó y no lograba desarrollar la capacidad de empatía”.

Como en su caso el principal problema era de conexión, reconectarlo fue el eje central de la terapia diseñada por Charney. El inicio del tratamiento fue difícil. Su estrategia, al comienzo, fue llamar su atención con gestos. “Hacía caer una plumita y le decía ‘mira como cae, cae, cae, cae’. Tiraba burbujas sin darle instrucción, solo para que las mirara y viera que venían de mí”.

Aunque su mamá confiesa que para ella el proceso tampoco fue fácil –“había días en que decía ‘¿dará resultado todo esto?’”–, tiene grabado el primer episodio de conexión de su hijo. Ocurrió la primera semana de terapia, en su casa. Su marido jugaba a los autos con Miguel. “De repente se enojó y empezó a tirar los autos furioso. Mi marido los recogió y le dijo: ‘Miguel, no los tires para allá, tíralos para acá’. Ahí por primera vez vi a Miguel disfrutando de verdad de un juego. Estaba pasándolo bien tirando los autos pero no donde él quería, sino donde mi marido había dicho. Ahí entendí cómo empezar a meterme en su mundo. Y Miguel empezó a bajar la guardia”, dice Trinidad.
Charney explica que ese primer gran cambio se dio porque como la respuesta ante todo lo que Miguel hacía eran retos, y a él, como no empatizaba, le daban lo mismo, cuando sus papás entendieron con qué conectaba y en vez de retarlo se metieron en su dinámica, lograron empezar a dirigirlo.

A las pocas semanas los cambios empezaron a ser tan evidentes que Trinidad no podía creerlo. “Yo decía ‘esto es broma’. Miguelito, que era todo achorado, quería estar en mis brazos, que le diera la comida, que lo hiciera dormir, algo que nunca me dejaba hacer. Así empezó a entregarse y por primera vez sentí que me necesitaba. Fue tan brusco el cambio que parecía magia”, dice Trinidad, quien en agosto, tras 6 meses de terapia, dejó de ir a Theraplay con Miguel, luego de que Charney les diera el alta. “Hoy siento que lo que fuimos a trabajar a la terapia no fue a Miguel ni a mí, sino que nuestro vínculo, porque no era sano”, asegura. “Y cuando él empezó a sanarse, fue capaz de abrirse primero conmigo y después con el resto. Yo describo este proceso como ver crecer una flor y transformarse en la más linda. También viví una transformación profunda en la que tuve que viajar desde mi lugar al de Miguel para acompañarlo. El viaje lo hicimos los dos. Y ahora él se siente pleno como niño y yo como mamá”.

Fuente: www.paula.cl
El impacto del lenguaje del adulto en el niño

El impacto del lenguaje del adulto en el niño

Nuestras palabras, tono y melodía de voz, pueden afectar negativamente a nuestros niños, pero también tenemos la posibilidad, de a través de ellas, apoyar positivamente su desarrollo físico, emocional y cognitivo.

El niño adquiere las capacidades puramente humanas de andar, hablar y pensar a través de la imitación. Los adultos somos cruciales en este  aprendizaje. Pero además, nuestra manera de hablar y pensar influenciará al niño a nivel emocional, cognitivo e incluso físico.

Aprendizaje del lenguaje del bebé

El niño primero lalea, en un laleo que podríamos denominar universal, ya que es idéntico en todas las lenguas y culturas. También por esa época es capaz de entender por igual cualquier lengua. Aunque no comprenda los conceptos, tiene una percepción sutil de nuestro lenguaje. Capta nuestro estado de ánimo, nuestras emociones, incluso nuestros pensamientos. Pronto él mismo comenzará a expresarse anímicamente a través de los típicos juegos silábicos dadada, tatatata, babababa etc. Recién cuando empiece a caminar, comenzará a hablar en su lengua materna, sin embargo ya mucho antes, la comprendía.

Algo fundamental en el aprendizaje de la lengua es el modelo. Pero vemos que este modelo tendrá un impacto mucho más amplio que el de la adquisición de la lengua. Nuestra coherencia, la unidad entre nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras emociones, además de facilitarle el aprendizaje, le aportará seguridad en lo emocional y claridad en el pensar.  En cambio, nuestra neurosis, incongruencia, falta de claridad e ironía, no solo harán que nuestro discurso y órdenes sean menos efectivos, sino que además interferirán negativamente dando inseguridad y falta de claridad.

El impacto del contenido emocional de nuestras palabras

Cuánto más pequeño es el niño, tanto más importante será cómo decimos las cosas, ya que el niño prestará más atención a esto. Así es que si le digo que se tranquilice mientras hablo histéricamente, difícilmente se tranquilizará, así como si gritando le digo que no grite. También deberíamos evitar los mensajes confusos como se da el caso cuando decimos “qué bonito, no”, en tono feo, regañando. Lo mismo ocurre cuando decimos ¿Puedes lavarte los dientes?, en tono de orden. Es una pregunta, pero con tono de orden. No hay unidad, el mensaje no es claro.

Nuestro tono y melodía al hablar influyen en el niño. Podemos calmarlo con un tono sereno y cálido, podemos activarlo con un tono dinámico. Pero también podemos desorientarlo, confundirlo e inquietarlo, por eso es urgente que tomemos conciencia del tono con el que hablamos, del mensaje emocional que emitimos.

Tendemos a dar muchas explicaciones, a hacer frases largas y complejas, cuando para el niño es un alivio escuchar una orden clara como ¡Nos ponemos los zapatos! El problema no está en la frase, sino en el tono, en la melodía de nuestras palabras. Si lo decimos de manera dura, seca o gritando, es negativo. Si decimos, “venga, cariño, vamos, que hay que ponerse los zapatos, ¿te parece? ¿Nos ponemos los zapatos?.” Aquí hay exceso de simpatía y duda, difícilmente será eficaz. Posiblemente a continuación pasemos a la antipatía, con un grito “¡te he dicho ya 10 veces que te pongas los zapatos!”  Suelo hablar de la importancia de hablar con claridad, de manera neutral, sin antipatía y a la vez con decisión y entusiasmo. Sin ñoñería y a la vez de manera cálida y natural. ¡Nos ponemos los zapatos, que nos vamos al parque!, puede ser dicho con entusiasmo y alegría, con un tono que invite a ponerse los zapatos.

No es pecado hablar con claridad, siempre que la emoción no sea negativa. Falta de claridad en nuestra expresión hace que los niños no comprendan, sea poco efectivo y luego subamos el tono, con las consecuencias que esto conlleva. Porque el grito tiene un impacto negativo hasta en lo fisiológico. Con cada susto se produce una contracción de pulmón y un pequeño parón respiratorio. Esto, en edad de crecimiento, sobre todo antes de los 6 años, influirá en el patrón respiratorio y en la función pulmonar, pudiendo crear una debilidad en este órgano. No hay escusas ni razones para gritar, el gritar siempre denota un conflicto en nosotros, una falta de control, un desbordamiento. Gritando mostramos nuestros propios límites, nuestras sombras no resueltas. Gritando no se resuelve nada. Lo que resuelve y mejora las conductas de los niños es el cambio en nuestra propia conducta. Una vía de encarar el cambio es a través de la toma de conciencia y transformación  de nuestra propia manera de hablar y expresarnos, del uso de nuestra voz, nuestro tono y nuestras palabras.

El impacto del contenido de nuestras palabras (de nuestro tono y melodía)

Por supuesto, tan importante como el cómo hablamos es el qué decimos. Por suerte en este ámbito ya hay mucha conciencia. Igualmente, repasemos los aspectos fundamentales. Nuestras afirmaciones tienen un profundo impacto, transformándose en decretos. A un niño al que digo “eres tonto”, lo estoy invitando a transformarse en tonto. En la frase “eres tonto” estoy atacando la integridad del niño, el ser del niño. Esta afirmación podría afectar su nivel cognitivo, si le digo “eres malo”, afectaría su conducta, si le digo “eres gordo”, su metabolismo. Y siembre estaremos atacando su autoestima y autoimagen.  Diciendo “lo que has hecho es una tontería”, habremos mejorado bastante la situación, ya que no estaremos atacando al niño, sino a su acción. Sin embargo, sigue siendo una frase abstracta y subjetiva, que poco ayuda al niño. Podemos en cambio decir,  “ahora nos sentamos con los pies bien apoyados en el suelo y la silla bien pegada a  la mesa”. Esta es una frase constructiva que ayuda al niño a saber qué esperamos de él. Es una frase que fácilmente podremos decir en un tono neutral, sin violencia. Es una frase descriptiva, concreta y objetiva, que aportará claridad al niño. Vemos una vez más, que si los niños no nos hacen caso, generalmente es nuestra culpa y no la suya, es nuestra falta de asertividad la que nos dificulta la comunicación.

El impacto de nuestra voz

Nuestro lenguaje vibra en el niño. La voz es sonido y el sonido es vibración. Y la vibración mueve cada una de nuestras células. Si nos ponemos la mano en el pecho y hablamos con un tono estridente, como de animación, veremos que el pecho no vibra. La voz se queda en la cabeza sin conectar con la calidez del corazón. Tampoco vibra libremente la voz si hablamos con una voz disfónica,  ya sea porque tenemos la voz mal o porque en compañía de los niños nos tornamos excesivamente cuidadosos, queriendo ser suaves y creyendo que achicando la voz lo conseguiremos. Escuchando este tipo de voz nos sentimos comprimidos, ahogados. La respiración se nos traba. Teniendo en cuenta que por la empatía orgánica todos estos procesos son aún más potentes en los niños, que respiran como nosotros y vibran con nosotros, veremos que se nos abre un interesante campo terapéutico. Puedo irradiar salud, bienestar y respiración armónica a través de mi propio lenguaje, corrigiendo problemas del niño a través del cambio en nosotros. Pero incluso manteniéndonos en el aspecto emocional, manteniéndonos en el aspecto de cómo conectamos con el niño y como nuestra voz nos ayuda, veremos que a través de una voz sana y auténtica, llegaremos mucho mejor. Con una voz estridente y artificial, no conecto. Una voz disfónica puede ser algo amorosa, pero no es saludable. Siendo lo que somos, sin impostar voces ñoñas, ni en falsete ni metidas hacia adentro, llegaremos  mejor.  El niño desea sentir personas de verdad, no personajes y la primer vía de percepción de esto es la voz. La voz debe ser la nuestra, nuestra verdadera y auténtica voz, que en muchos casos deberemos hacer un trabajo para conectar con ella, ya que es habitual estar desconectado de la propia voz y por tanto del propio ser de uno. También haríamos un favor a los niños y a nosotros mismos, si la liberamos de su cárcel, como es el caso de la voz disfónica. A veces nos metemos en un personaje al hablar al niño, otras, estamos todo el día en un personaje. ..De modo que deberíamos comunicarnos con los niños en nuestra voz natural, que puede ser grave, oscura y amplia, por ejemplo.

Donde realmente debemos transformarnos es en el tono y melodía, evitando la sequedad,  dureza y exceso de velocidad del lenguaje, conquistando maneras redondas y calmas o dinámicas y radiantes.

Impacto de los sonidos del lenguaje

Si hablo estresado, el niño se estresa conmigo. Si hablo calmo, lo calmo. Lo notamos en lo emocional, pero esto tiene un impacto hasta en lo fisiológico. Si hablo con una voz sana y buena respiración,  irradio salud y bienestar a cada órgano, ya que cada vocal y cada consonante tienen afinidad con algún órgano o parte del cuerpo. R. Steiner nos asegura que un lenguaje sano y bien articulado en el entorno del niño, es fuente de salud y alimento energético para cada órgano. En cambio, un entorno donde se escucha un lenguaje difuso, mal articulado y con una voz disfónica sería caldo de cultivo para futuras enfermedades. ¡Tan rotunda es su afirmación! Teniendo en cuenta que la respiración y su efecto oxigenante es la base de la salud, no es tan difícil comprender esta relación.

El impacto de nuestra articulación (dicción)

Nuestra articulación dijimos que aporta salud a todo el organismo, ya que una buena articulación garantiza que los sonidos pueden hacer su labor sanadora en el cuerpo. SI la R suena bien, entonces masajeará todo el sistema circulatorio y respiratorio (corazón y pulmón) y activará el riñón, por ejemplo.  Pero además, desde el punto de vista emocional, nos dará alegría y movimiento. Diferente es el caso de la L, que activará nuestros fluidos y nos proporcionará calma. Manejarse con el efecto terapéutico de los sonidos es ya algo más complejo, sin embargo a simple vista podemos vivenciar los efectos de una buena articulación en relación a una articulación vaga y difusa. Hoy día existe un experimento llamado magnetoencefalograma (MEG), que nos permite ver qué ocurre en el cerebro del niño mientras nos escucha.  El MEG demuestra científicamente lo que R. Steiner ya decía, sobre el impacto de nuestro lenguaje en el niño. Aquí se ve como cuando el niño escucha un adulto que habla poco claro, en su cerebro se activan las mismas áreas que en el orador, en este caso, de forma difusa. Al escuchar a un adulto que habla claro y bien articulado, se activan cantidad de conexiones neurológicas, de manera precisa y clara y sobre todo se ve la incidencia en una mayor comunicación entre los dos hemisferios. Nuestro lenguaje se imprime fisiológicamente, sobre todo en el cerebro del niño, dándole forma y estructura. En realidad son las consonantes las que hacen esta labor. Y es que articular significa moldear la consonante, que a su vez nos modela a nosotros. Este experimento es la verificación de la empatía orgánica a nivel científico, pero hay otra manera de percibir esta acción. Si hablamos poco articulado, es decir, vocálico, con la mandíbula, lengua y labios flojos y sin tonicidad, inmediatamente nos sentimos algo tontos. En cuanto articulamos clara y bellamente las consonantes nos sentimos presentes y despiertos.  Sentimos claridad en nuestro pensar.  Y esta misma acción ocurre el niño ya solo de escucharnos. Si además tenemos en cuenta que a través de un buen ejemplo el niño conseguirá hablar bien, ya podemos estar doblemente tranquilos, sabiendo los beneficios en el propio niño de un lenguaje claro, bien articulado y con una voz saludable.

Lo que entra por mi boca me enferma o sana. Lo que sale de mi boca, enferma o sana a mi entorno.

Mi coherencia en la expresión facilitará al niño su propia capacidad de expresarse. Y es este el camino hacia la paz en el mundo. Quien sabe comunicarse asertivamente no necesita de armas, ni gritos ni otras formas de violencia. Nuestro cambio hará el cambio en los niños y ellos son el futuro de nuestra  sociedad.

La  voz  y el lenguaje del adulto obstaculizan o apoyan el desarrollo del niño. Es una gran responsabilidad que está en nuestras manos.

Pero para esto es urgente reconectar con nosotros y con nuestra verdadera voz. Para eso, nuestro nombre es de inmensa ayuda. Allí donde suena nuestro nombre entero, allí está nuestra voz…Y una manera sencilla de apoyar la voz, la integridad y el potencial latente de nuestros niños es nombrándoles por su nombre entero, amorosa y bellamente…

Tamara Chubarovsky

Fuente: www.vozymovimiento.com

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