por Carolina Herrera | Oct 16, 2017 | Uncategorized
Las investigaciones una vez más refuerzan la sabiduría ancestral del padre de la medicina, Hipócrates: fue él, 400 años antes de Cristo, quien habló de que todas las enfermedades comenzaban en el intestino.
Hoy podemos decir que son tremendos los progresos que ha habido en la comprensión de la fisiología del intestino y en cómo la alimentación influye en su funcionamiento. Y estos estudios –preclínicos y clínicos–nos muestran una compleja relación entre lo intestinal y la salud del resto del cuerpo. Incluso con el cerebro y nuestro sistema nervioso. De ahí que un intestino sano es también una mente sana. ¿Pero cómo se relacionan?
Hay razones de distinta naturaleza que pueden explicar esta asociación entre microbiota y el sistema nervioso.
Primero, es necesario saber que la pared intestinal se conforma de células unidas firmemente las unas a las otras, entre las que cruzan proteínas complejas que van de una célula a la vecina. Y es curioso que una estructura semejante se observa en la barrera cerebral. La alteración de esta barrera en el cerebro se puede producir por desequilibrios en la flora microbiótica que, a distancia, por mecanismos neuro e inmunoendocrinológicos, llegan a afectar la barrera cerebral. Existe un eje de acción que transmite esas señales, el llamado eje cerebro-intestino-microbiota.
En ese mismo sentido, una alteración de la microbiota –en cuanto a perder la proporción de distintas familias bacterianas, es decir, que hayan más bacterias no beneficiosas que bacterias buenas adentro–produce inflamación en la pared intestinal.
Por último, el intestino y el cerebro están conectados directamente por un nervio llamado vago. Incluso se ha visto en estudios que animales que fueron sometidos a vaguectomía (sección del nervio vago) tienen menor chance de sufrir Parkinson, una enfermedad clásicamente neurológica; lo que demuestra una conexión indudable. El nervio vago, de hecho, es el más largo del organismo y funciona bidireccionalmente: o sea, transmite información del intestino hacia el cerebro y viceversa (por algo, en inglés, existe el término gut feelings: sentir visceralmente algo que acontece). Y es más: investigaciones que muestran que el trasplante de deposiciones (que contienen bacterias del intestino) de pacientes con depresión hacia animales, resultan en que dichos animales efectivamente evidencian síntomas depresivos.
Hay una producción muy prolífera en la investigación de la manipulación de cuadros emocionales modificando su microbiota. Es posible que aún falte mucho por aprender, pero la constante actualización científica ayudará a entender esta compleja relación y, estoy seguro, ayudarán en el tratamiento de complejas condiciones del sistema nervioso: desde depresión, trastornos de aprendizaje, Parkinson, Alzheimer o espectro autista.
Fuente: paula.cl
por Carolina Herrera | Oct 13, 2017 | Uncategorized
¿Por qué te molesta tanto que tu pareja te pregunte qué hay de cena? La respuesta la tiene la carga mental.
El concepto de carga mental era totalmente desconocido para el común de los mortales hasta que la ilustradora francesa Emma salió a la palestra con el cómic “Me lo podías haber pedido”. Fue publicarlo y empezar a recorrer las redes. Pronto se tradujo al inglés y de ahí al español.
¿Por qué se ha hecho viral este cómic? Pues porque habla de lo que nadie habla cuando se debate sobre corresponsabilidad. Habla de lo que no se ve, es decir, de ese ingente montón de tareas mentales relativas a la organización y planificación de la vida doméstica y familiar. Habla de la carga mental.
¿Qué es la carga mental?
La carga mental es un concepto que señala el desequilibrio en el reparto de las tareas mentales relativas a la oganización y planificación de la vida doméstica y familiar. Y, sí, lo habéis adivinado. Recae sobre las madres.
¿De que tipo de tareas hablamos?
- Qué va a comer y cenar la familia
- Qué llevan los niños de almuerzo o merienda
- Si hace falta comprar ropa y/o zapatos para los niños
- Hacer la lista de la compra
- Qué ropa se ponen los niños
- Atender los requerimientos de la guardería o colegio
- Organizar la ayuda doméstica (cuándo, quién, qué)
- Agendar cumpleaños de amigos niños/as y compra del regalo
- Estar pendiente de las revisiones médicas de los hijos.
- Recordar citas veterinario mascota.
- Organizar quién va a cuidar del niño/s los días no lectivos pero laborables.
- Organizar fiesta de cumpleaños de los hijos.
- Gestionar la compra de regalos de Navidad, Ratoncito Perez y otras fiestas.
- Cuándo hay que cambiar las sábanas de las camas.
- Cuándo hay que cambiar las toallas.
- Cuándo hay que hacer cambio de armario (sacar/guardar ropa de temporada).
- Qué hay que meter en la bolsa del bebé o en las maletas niños en caso de viaje.
- Atender al estado emocional de los niños (conflictos en el colegio, peleas hermanos, estado de ánimo del niño…).
Y seguro que nos dejamos alguna.
Todo este montón de tareas recae principalmente sobre las mujeres. De ahí el concepto de “carga”. Porque lo invisible pesa, y mucho.
El 54% de las mujeres declara ser la principal responsable de las tareas de planificación y de organización de la vida familiar, frente al 16,9% de los hombres. (Informe Somos Equipo).
Por eso cuando tu pareja te pregunta qué van a cenar los niños sientes un puñetazo en el estómago. ¡Ahora ya lo sabes!
¿Por qué la carga mental recae sobre las mujeres?
Shira Offer, autora del estudio 500 familias, cree que las expectativas sociales conducen a las mujeres a asumir el papel de administradoras del hogar, lo que les lleva a responsabilizarse de los aspectos menos agradables de la vida familiar.
“las madres tienen la responsabilidad principal del cuidado de los niños y la vida familiar. Cuando piensan en los asuntos de familia, tienden a enfrentar los aspectos menos agradables, como tener que programar una cita con el médico para un niño enfermo, por lo que son más propensas a estar preocupadas”
Shira Offer, profesora asistente en el Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de Bar-Ilan en Israel, autora del estudio 500 familias.
Aunque ambos trabajen fuera, ellas siguen asumiendo el rol de “jefas” del hogar, mientras que ellos se posicionan en un papel secundario, el de ayudante:
Ellos esperan recibir “órdenes”, indicaciones, peticiones de tareas ejecutables pero pasan por alto (y ellas muchas veces también) que planificar, gestionar, organizar… ¡ya es un trabajo en sí mismo! Mental, sí, pero trabajo. ¿O no contratan las empresas personas para que hagan estas funciones?
Y aquí es cuando surge el desequilibrio.
No hemos estado viendo el cuadro completo: mantener un hogar y una familia no solo conlleva tareas como limpiar y cocinar (en las que tampoco hay un reparto equitativo, recordamos que en España según el INE las mujeres dedican 2 horas más al día a las tareas del hogar y tienen 1 hora menos de ocio), sino que hay un montón de tareas mentales que las mujeres están asumiendo casi sin que nadie repare en ello. Como dice Emma: “en el fondo les estamos pidiendo que hagan el 75% del trabajo”.
Las madres afrontan entonces un estrés añadido, que no afecta de igual modo a los padres. En este sentido, hay un dato profundamente revelador:
Los niveles de hormonas del estrés descienden en los varones cuando llegan a casa, al contrario que lo que les sucede a las mujeres.
(Scientific American Review).
¿Por qué la carga mental genera estrés y malestar a las madres?
Este tipo de tareas tienen unas características particulares que hace que sea difícil su manejo:
- Son invisibles a ojos de la sociedad, incluso para las personas que las realizan.
- En muchas ocasiones son simultáneas, se hacen en paralelo a otras actividades físicas.
- Tiene un alto grado de imprevisibilidad y no suelen contar con un tiempo propio en las agendas y plannings.
- Son difícilmente cuantificables.
- No tienen un principio y un fin claro, por lo que suponen una actividad psicológica constante.
- No cuentan con reconocimiento ni valoración social.
¿Deberíamos preocuparnos?
En comparación con los hombres, las madres presentan mayor estrés y fatiga y niveles más bajos de felicidad (American Sociological Review, 2, 2016). ¿Esto te importa?
El 72% de las mujeres españolas afirma sentirse agotada al final del día, el 64% dice sentirse estresada y presionada.
España es el país de Europa con mayor índice de estrés femenino. El 5º del mundo (Estudio “Mujeres del Mañana” Nielsen)
La carga mental es una de las causas, no la única. Pero es una sobre la que podemos tomar conciencia ya para empezar a buscar soluciones. Ese es uno de nuestros objetivos.
Visibilicemos el trabajo mental, intelectual y emocional de las mujeres.
Equilibremos la balanza.
Fuente: armomi.com
por Carolina Herrera | Oct 11, 2017 | Uncategorized
Podemos hablar de una carencia afectiva cuando durante los primeros años de vida los pequeños sufren falta de cuidados, de atención, de apego o de protección por parte de los adultos de su entorno que les cuidan habitualmente. En definitiva, cuando el niño no recibe el amor que necesita.
Por eso, es necesario que en esta primera infancia los niños reciban continuas muestras de amor en forma de caricias, abrazos, besos o palabras de cariño que estimulen su desarrollo neuronal y se dé una adecuada maduración cerebral. El problema es que en la sociedad actual los padres han de hacer frente a diversos obstáculos como: horarios nada adecuados para la conciliación familiar o la crisis económica aún existente para brindar el afecto necesario para el desarrollo correcto de sus hijos.
Síntomas de la falta de amor en los niños
Los niños que no se sienten queridos por sus padres pueden acabar desarrollando trastornos psicológicos más o menos graves. Cuando el niño no recibe el amor que necesita, las consecuencias de esta falta de cariño y atención pueden llegar a ser en algunas circunstancias irremediables por lo que es importante que los adultos estén atentos a si aparecen síntomas como:
- Escasas habilidades sociales y un lenguaje poco desarrollado para su edad. A los pequeños les cuesta mucho establecer relaciones con sus compañeros.
- Cambios bruscos de conducta e irritabilidad.
- Retardo en el desarrollo físico. El crecimiento se ralentiza si lo comparamos con otros niños de su edad.
- Más propenso a enfermar. Un niño con carencia de afecto puede tener un sistema inmunológico deprimido, con menos mecanismos de defensa que le ayuden a combatir las infecciones.
- Desconfianza hacia la mayoría de las personas. Les cuesta confiar en los demás. Al no sentirse seguros y temer por su integridad física se muestran siempre alerta de lo que pasa a su alrededor.
- Miedo al abandono. Este es un sentimiento casi innato en los niños que no reciben el suficiente apoyo emocional de quienes le rodean.
- Problemas para expresar sus sentimientos de manera asertiva.
- Problemas en el control de sus impulsos. Dentro del contexto en el que se encuentre, el niño puede comportarse lo mismo de forma violenta, cohibirse, mostrarse melancólicos o llorosos.
- Problemas de atención.
- El niño muestra ansiedad. Un menor que no reciba el cariño suficiente puede desarrollar un estrés crónico que le repercutirá tanto en su desarrollo físico como emocional.
Qué hacer cuando el niño no recibe el amor que necesita
Es importante que estos síntomas no dejen de ser atendidos. Sí se dejan pasar es muy probable que estos niños cuenten con escasas habilidades sociales y sean emocionalmente dependientes cuando lleguen a la adultez. Entonces, para ayudarles y que no dejen de ser atendidos podemos:
- Fortalecer el vínculo con los hijos escuchando sus opiniones, y ayudándole con sus problemas.
- Utilizar las maneras de darle amor y cariño físico como: acariciar, besar y abrazar.
- Hacer todo tipo de actividades juntos como dar paseos, jugar en el parque, los quehaceres de casa, etc.
- Compartir momentos de juego con los pequeños.
- En resumen, pasar todo el tiempo que sea posible con los hijos.
Fuente: guiainfantil.com
por Carolina Herrera | Oct 9, 2017 | Uncategorized
La medicalización de la tristeza está generando un sobrediagnóstico de enfermedades mentales y un abuso de los fármacos, convertidos ahora en píldoras de la felicidad
Allen Frances es psiquiatra, investigador y escritor. Presidió el comité del Manual Diagnóstico y Estadístico de las Enfermedades Mentales (DSM). En su libro ¿Somos todos enfermos mentales? (Ariel) analiza una nueva y temible enfermedad: la medicalización de la normalidad basada en las nuevas ‘modas’ psiquiátricas y de la medicina general que están generando un sobrediagnóstico sistemático.
¿Cuál es la frontera entre lo que es normal y lo que es una enfermedad?
Es la pregunta más importante y la más difícil de responder. Las definiciones de enfermedad han sido diluidas progresivamente, y no solo por la psiquiatría, también por el resto de los profesionales de la medicina. No toda la tristeza es un trastorno depresivo mayor como quieren hacernos creer. No todas las preocupaciones son un trastorno de ansiedad generalizada. Como no todos los que tienen algo elevados los niveles de azúcar en la sangre o la presión arterial padecen diabetes o hipertensión. Son límites que están borrosos y, por lo tanto, sujetos a manipulación. Especialmente por parte de las compañías farmacéuticas.
¿Cuántas enfermedades hemos ‘inventado’ en los últimos 50 años?
Unas cuantas, aunque la gente no está más loca. Sin embargo, la redefinición como trastorno mental de experiencias que eran parte de la vida cotidiana ha sido útil para algunas personas, que se sienten consoladas al tener un diagnóstico y dejan de sentirse confundidas, solas y condenadas al sufrimiento. Pero muchas son diagnosticadas por conflictos temporales que probablemente mejorarían por sí solos sin necesidad de fármacos
¿Y en caso de duda?
Deberíamos reservar los diagnósticos para las auténticas enfermedades que son graves de verdad. Ante la duda, mejor un infradiagnóstico que un sobrediagnóstico. Nos estamos acostumbrando a confiar en los fármacos como si fueran ‘píldoras de la felicidad’.
¿La industria es la única responsable?
Los principales culpables son los grandes intereses farmacéuticos, que gastan miles de millones de dólares en “vendernos” que estamos mal para luego vendernos las pastillas que nos “curan”.
¿Y los médicos?
También es verdad que las definiciones de los desórdenes mentales son indeterminadas porque a los expertos les gusta ver expandido su campo de acción. Además, la mayoría de los fármacos psiquiátricos son prescritos por médicos de Atención Primaria demasiado ocupados. Y, a veces, los pacientes empujan al médico a prescribirles una solución rápida.
¿Qué podemos hacer para protegernos de esa ‘inflación’ farmacológica?
Hay que parar el marketing de las grandes empresas farmacéuticas y volver a educar al público sobre los riesgos que tiene tomar medicinas, hay que reequilibrar las esperanzas que han depositado en los beneficios que pueden obtener de las pastillas. Es algo que funcionó con las grandes compañías de tabaco, que gastaban mucho dinero en promover un producto dañino para la salud. También hay que concienciar a los profesionales de la medicina.
Dice que estamos tratando enfermedades sociales como si fueran individuales.
Sí. Deberíamos dedicar mucho más dinero a las escuelas para reducir el número de alumnos por clase y, a la vez, aumentar los periodos de actividad física de los niños. Sería un buen modo de reducir los miles de millones que se gastan en la medicación para el trastorno por déficit de atención, que está sobrediagnosticado. Se considera enfermedad mental la inmadurez normal de un niño.
¿Hay más enfermedades sociales?
Otra enfermedad social es el desempleo, y ahí sería bueno ofrecer mejores servicios a los parados. Hay que tratar los problemas sociales con políticas sociales.
Sus críticas no han sentado muy bien a sus colegas…
La psiquiatría es una profesión noble y fascinante que ha perdido un poco su manera de hacer las cosas, convirtiéndose en una disciplina reduccionista, demasiado dependiente de la farmacología. Tenemos que volver a un modelo que sea biopsicosocial, que es el que proporciona una perspectiva tridimensional de las personas. Y no olvidar que una relación fuerte entre médico y paciente es la base de un tratamiento acertado.
Fuente: mentesana.es
por Carolina Herrera | Oct 6, 2017 | Uncategorized
Parecería que el estrés es cosa de los adultos, pero hay muchas razones por las que un niño puede sentirse estresado. El nacimiento de un hermanito, el cambio de casa, comenzar el colegio… pueden ser situaciones que desencadenen el estrés infantil. Pero, ¿cuáles son las señales de estrés en los niños?
Los problemas para dormir o las alteraciones en el apetito son algunas de las consecuencias más habituales del estrés, aunque existen otros de muy diversa índole ante los que hemos de estar atentos.
Recordemos que el estrés es la respuesta fisiológica del organismo en el que entran en juego diversos mecanismos de defensa para afrontar una situación que se percibe como amenazante o de demanda incrementada. Los principales síntomas del estrés en los niños son:
- Problemas para dormir
- Cambios en el apetito (comer poco o con profusión…)
- Diarreas frecuentes
- Bajo rendimiento escolar
- Incremento o disminución de la actividad física
- Cansancio o fatiga
- Apatía, pasividad
- Problemas para relacionarse con otras personas
- Irritabilidad
- Tristeza…
Los padres hemos de estar alerta ante alguno de estos síntomas, ya que combinados con las situaciones de cambio pueden ser signos de estrés, y hemos de procurar que la salud del niño no se resienta, minimizando en la medida de lo posible las consecuencias.
Por suerte, las situaciones de estrés son casi siempre temporales, asociadas a una elevada carga escolar (o extraescolar), a tener que someterse a una revisión médica, vacunas, un viaje… Pero si son situaciones que se alargan en el tiempo sus consecuencias pueden ser más graves.
No hemos de minimizar las consecuencias del estrés, ya que, entre otras cuestiones, ha sido relacionado con desórdenes mentales en la edad adulta o con un aumento de las crisis de asma.
Posibles causas del estrés infantil
Como hemos mencionado con anterioridad, alguna de las razones más frecuentes para el estrés infantil son la llegada de un nuevo miembro en la familia, la separación de los padres, el cambio de casa o de colegio, el inicio de las clases… En el caso de niños es edad preescolar, el estrés por el hecho de separarse de los padres es muy evidente.
Los posibles casos de acoso en el colegio, la preocupación por la situación económica del hogar (tal vez conviene no mostrar la propia ansiedad paterna, aunque tampoco ocultar lo que sucede en casa) o peleas familiares… son otras situaciones que podrían provocar el estrés cuando el niño crece.
También lo que sucede a su alrededor, las noticias perturbadoras en televisión, las películas de terror… pueden provocarles miedo y estrés, por lo que hay que estar pendientes de la información que les llega (o más bien del modo en el que se transmite dicha información) y del tipo de entretenimiento, que ha de ser adecuado a su edad.
La muerte o enfermedad de un ser querido, o su propia enfermedad, son otros factores que propiciarían la aparición de ansiedad.
Si bien con niños pequeños las presiones suelen provenir de fuentes externas (como la familia, los amigos o la escuela), cuando crecen también pueden surgir de la persona, de la exigencia a uno mismo (agravada a la vez por las exigencias externas hacia ellos).
No existe etapa en la infancia que esté exenta de sufrir estrés, desde el útero materno y el nacimiento, o cuando son bebés y cuando crecen, de niños y más adelante de asolescentes, hay que cuidar este aspecto en la medida de lo posible.
En los casos en los que se perpetúen los síntomas en el niño o afecten a la salud del mismo de manera significativa habrá que acudir a un especialista, ya que podría existir otros factores físicos implicados. Lo que no conviene hacer es desatender estos síntomas. Hay que hablar con el niño cuando este ya nos entiende, preguntarle por sus sentimientos, dejarle expresarse.
Si el niño y su familia comprenden el origen de la problemática, el estrés estará más cerca de controlarse y de superarse. Hay que evitar que el estrés infantil se convierta en crónico o que derive en procesos más complicados, como ansiedad o depresión.
Fotos: David Amsler y 55Laney69 en Flickr
Fuente: bebesymas.com
por Carolina Herrera | Oct 4, 2017 | Uncategorized
La sicóloga Pamela Labatut analiza otro mito acerca del sueño de la cría. Un completo y claro análisis de lo que podemos esperar y que escapa a las posibilidades del reales de los pequeños. Espero les ayude muchoooooooo
Los niños pasados los 6 meses de edad deberían despertar máximo 1 ó 2 veces en la noche y
dormir solos:
Esto lo dijo hace menos de 2 meses en una entrevista para un blog una neuróloga Chilena lo que me parece grave por decir lo menos, tanto por la periodista que desinforma como por la nula actualización de estudios de la profesional de la salud. Existe evidencia suficiente para demostrar, como expliqué en el mito anterior, que los despertares nocturnos son normales en los niños e incluso los adultos. Dicho esto además, se suman millones de cambios importantísimos a esa edad que enumeraré para no extenderme tanto (La info científica ya la dí).
Importante destacar que mientras dormimos, procesamos todo lo vivido y aprendido durante el día, también las emociones, las cuales influyen y hasta determinan totalmente la calidad de nuestro sueño.
- La mayoría de las mamás se reincorporan al trabajo a los 5,5 meses del bebé, lo que genera un cambio importante en la rutina y vínculo del bebé con su principal figura de apego. La mayoría reacciona demandando mayor atención en el día pero muchos de ellos, de noche, con mayor cantidad de despertares nocturnos, miedos, pesadillas, etc.
- A los 6 meses los niños comienzan el proceso de encarnar mejor su cuerpo físico. Hay una serie de sucesos neuronales que gatillan una explosión de conocer y explorar todo lo que encuentran y el cuerpo físico y su “torpeza” motriz no siempre les acompañan, generando frustraciones que son procesadas durante el sueño, generando más despertares producto de depurar todo este contenido emocional y todas estas experiencias nuevas mientras duermen. Cabe destacar que lo seguimos haciendo de adultos cuando en el sueño mezclamos lo que nos pasó en el día, con fantasías y otros temas del inconsciente.
- A los 6 meses aproximadamente junto con las nuevas conexiones neuronales los niños terminan el desarrollo visual a nivel de adulto. Recién a ésta edad pueden ver con la misma nitidez que nosotros. Esto lo cuento sólo para captar la intensidad de conexiones neuronales que se están desarrollando a ésta edad, junto con la incorporación de la alimentación sólida que es también un hito re importante que se procesa en el dormir.
- A esta edad también muchos niños comienzan la sala cuna o a estar bajo el cuidado de una nueva persona o más horas con la persona que ya conocían, esto debido a la reincorporación laboral de la mamá sea dependiente ó independiente. Esto también genera una serie de nuevos aprendizajes y estímulos que se vivencian durante el día e influyen notoriamente en el procesamiento nocturno durante el sueño.
- Aproximadamente a los 8 meses se produce un fenómeno vincular denominado “la crisis o angustia de separación”. Esta etapa puede durar hasta más menos el año y medio, en algunos niños más, en otros menos, recordemos que todos los seres humanos somos DISTINTOS, sean niños o adultos, ojo con las expectativas.
- ¿Que pasa con esta crisis? El bebé se siente mucho más dependiente de su figura de apego y comienza a demandar (que no es lo mismo que una exigencia… una demanda es una necesidad afectiva básica) mayor contacto físico y con el desarrollo pleno de la visión, la sensación de que cuando la mamá o papá no está en su campo visual, éste ha desaparecido por completo y no tiene la capacidad neuronal (insisto mucho en esto) de razonar que simplemente está en otra habitación.
- Tampoco tiene la capacidad de discriminar tiempo, por lo que siente que se fue PARA SIEMPRE y no sabe que puede volver en 2 minutos de reloj. Esto le genera una angustia tremenda que por su inmadurez cerebral no sabe gestionar y requiere de un adulto sensible y empático frente su inmadurez neurológica, para comprender, calmar, regular y reflejar lo que le está pasando “mi amor entiendo que te hayas asustado porque la mamá salió de la pieza, pero sólo fui a buscar tu ropa y volví, ¿estás más tranquila ahora?” Decir eso con frecuencia, y siempre anticipar las salidas, despedirse CADA VEZ que uno tiene que salir de la casa, son medidas importantísimas para asentar las bases de un vínculo seguro que, en términos de sueño infantil, sufren un fuerte remezón en cuanto a la cantidad de despertares nocturnos. En ésta etapa lo general es que aumenten considerablemente hacia los 7 – 8 meses y disminuyan progresivamente a eso del año y medio.
Después de describir estos sucesos hacia los 6 meses de edad, más todos los temas a nivel familiar que se desarrollan en cada casa, en cada hijo, hija, etc. ¿Ustedes creen que es esperable y sobre todo NORMAL, un solo despertar a la edad de 6 meses?, ¿Y qué además, se les exija dormir solos en este proceso de tantos cambios que viven?
Es vital cambiar el paradigma de lo que es normal en el sueño infantil y lo patológico. Los despertares nocturnos (2, 4, e incluso 7 veces) a ésta edad son NORMALES. Lo patológico es más bien exigir, fomentar y viralizar expectativas irreales acerca de cómo deben dormir los niños a ésta edad. O sea, lo patológico es lo que los profesionales de la salud y las costumbres culturales adultocéntricas están promocionando.
Sigo. Debemos comprender que el sueño al ser un proceso evolutivo, como todo proceso neuronal que viven los niños, hay que acompañarlo, eso lo ve cada familia. Se colecha o se duerme cerca o se duerme en la pieza de al lado y se acompaña todas las veces que sea necesario para entregarle seguridad a ese bebé en desarrollo. Sin embargo, las expectativas centradas sólo en la comodidad del adulto no son compatibles con un desarrollo neuronal saludable. Ser padres nos invita a replantearnos las cosas, a mirarlas desde nuevas perspectivas, a poner en tela de juicio los mandatos heredados por nuestros padres y crear nuevos modelos de crianza basados en lo que nosotros sentimos como mamá, como papá y como pareja (tú, yo y nosotros… hay 3 entidades).
Necesitamos validar que cada miembro de la familia se sienta cómodo y escuchado. Tener un hijo es un terremoto grado 10 para la pareja amorosa, y conversar sobre los estilos de crianza y las expectativas que tenemos es fundamental para llevar los cambios naturales de la crianza de los hijos a un nivel saludable para todos. Cuando nos planteamos nuestras metas con los hijos (quiero un hijo feliz, inteligente, etc…) tenemos que ir al cómo voy a promover eso. Porque muchos se quedan en la meta pero no dimensionan que el “cómo” es la clave de todo.
Estoy segura que la mayoría de los padres que han considerado o incluso aplicado ciertas técnicas conductuales de ignorar el llanto de los niños u obligarlos a dormir solos, lo hacen con la mejor de las intenciones para cumplir con estas metas. Plantearnos los pros y contras de cómo educamos es menester de todos como papás y como sociedad, al comprender que estos niños serán los futuros adultos del mañana. Comprender la evolución de la maduración neuronal de otro ser, nos lleva a buscar entonces otras formas de poder llegar a la misma meta, pero potenciando ese desarrollo, no entorpeciéndolo con métodos que vemos, más allá de que no tienen ningún sustento científico ni evidencia sociológica de la evolución de la especie humana, son simplemente técnicas fundadas en la idea de forjar futuros adultos moldeables para los propósitos de dominación y poder que tienen a varios países hoy con crisis sociales, aumento de enfermedades mentales, tazas de suicidio por las nubes y un alto etc.
Plantéate cómo llegar a tus metas en la crianza de tus hijos, sé protagonista de su desarrollo, potencia sus habilidades, empatiza, pon límites como te gustaría que A TI te pusieran (a nadie por sentido común le gusta que le pongan límites con faltas de respeto ni violencia) y sobretodo, hazlo desde el sentir al otro, no desde la razón. Nos han enseñado a pensar tanto, que nos hemos ido desconectando del sentir, y sentir es lo que nos hace más humanos y nos lleva al crecimiento personal. Sentir es lo que nos conecta con los demás, con nosotros mismos y con lo que puedan estar necesitando afectivamente nuestros hijos. Razones siempre habrá, opiniones siempre habrá, pero cuando uno se conecta con sus hijos, sintiéndolos… incluso para decir “necesitamos un poco más de límites a la hora de almuerzo”, incluso ahí, ya es una ganancia para ambos lados si se hace en consciencia y respeto.
Pamela Labatut Hernández
Psicóloga Clínica y Psicoterapeuta
Terapeuta Complementaria
Especialista en sueño infantil
www.psicologiayflores.cl
Fuente: savkapollak.com
Comentarios recientes