5 heridas emocionales de la infancia que te marcan para siempre

5 heridas emocionales de la infancia que te marcan para siempre

Algunas experiencias negativas de la niñez que pueden repercutir en nuestra salud mental cuando llegamos a la etapa adulta

Gema Sánchez

Todos tenemos un pasado. Y aunque este ya no exista, las experiencias dolorosas vividas en la infancia marcan nuestro carácter, dejan huella.

Cinco heridas emocionales de la infancia que dejan su eco en el futuro.

La infancia es una etapa vital que nos condiciona para el resto de nuestros días. Hay infancias relativamente felices y estables, pero casi todos hemos vivido en alguna ocasión alguna situación que nos ha marcado. ¿Cuál es el rastro que estas heridas emocionales infantiles nos dejan para el futuro?

  1. El miedo al abandono
    Quienes han experimentado el abandono en su infancia consideran la soledad como su mayor enemigo. Les marcó tanto que se encuentran en constante vigilancia para no quedarse solos, por lo que en muchas ocasiones tomarán ellos la iniciativa de abandonar a los demás por temor a revivir la experiencia, como mecanismo de protección.
    Su mayor temor es afrontar una separación, de forma que las relaciones son vividas con dosis de inseguridad, miedo y recelo, siendo más vulnerables a la creación de vínculos de dependencia afectiva.
    – Cómo sanar la herida: Trabajando el miedo a la soledad, el temor a ser rechazados y las barreras invisibles al contacto físico. Es el niño interior, y no el adulto, quien teme que lo dejen, por lo que hay que abrazarlo para que se sienta seguro y sea capaz poco a poco de disfrutar de sus momentos de soledad.
  2.  El miedo al rechazo
    Es una de las heridas más profundas porque implica el rechazo hacia nuestros pensamientos, sentimientos y vivencias.
    Tiene su origen en experiencias de no aceptación por parte de los padres, familiares cercanos o iguales a medida que el niño va creciendo.
    Cuando un niño recibe señales de rechazo, crece en su interior la semilla del autodesprecio y piensa que no es digno de amar ni de ser amado, interpretando todo lo que le sucede a través del filtro de su herida. La mínima crítica le originará sufrimiento y, para compensarlo, necesitará el reconocimiento y la aprobación por lo demás.
    – Cómo sanar la herida: Empezando a valorarse y reconocerse por sí mismo, obviando los mensajes que el crítico interno le envía, procedentes de su infancia.
  3. La herida de la humillación
    Esta herida se abre cuando el niño siente que sus padres lo desaprueban y critican, afectando directamente a su autoestima, sobre todo, cuando lo ridiculizan.
    Construye una personalidad dependiente que está dispuesta a hacer cualquier cosa por sentirse útil y válida, lo cual contribuye a alimentar más su herida, ya que si los demás no lo reconocen, él tampoco lo hará.
    Quien ha sufrido la humillación tiene dificultades para expresarse y es especialista en rebajarse a sí mismo. Se considera mucho más pequeño y menos importante de lo que en realidad es, olvidándose de sus propias necesidades.
    – Cómo sanar la herida: La humillación se erige como una carga emocional pesada en la espalda que necesita ser soltada a través del perdón hacia las personas que lo dañaron, haciendo las paces con el pasado.
  4. La traición o el miedo a confiar
    Surge cuando el niño se ha sentido traicionado por alguno de sus padres porque no ha cumplido una promesa. Esta situación generará sentimientos de aislamiento y desconfianza que, en ocasiones, pueden transformarse en envidia, debido a que el niño no se siente merecedor de lo prometido y de lo que otras personas tienen.
    Esta herida emocional construye una personalidad fuerte, en la que predomina la necesidad de control para asegurar la fidelidad y lealtad, que muchas veces no permite respirar a los demás.
    – Cómo sanar la herida: Hay que trabajar la paciencia, la tolerancia, la confianza y la delegación de responsabilidades en los demás.
  5. La injusticia
    Esta herida emocional se origina cuando los progenitores son fríos y rígidos, con una educación autoritaria y no respetuosa hacia los niños.
    La exigencia constante generará sentimientos de ineficacia, inutilidad y la sensación de injusticia.
    Esta herida emocional genera adultos rígidos que no serán capaces de negociar ni de mantener diálogos con opiniones diversas. Sus intenciones girarán en torno a ganar poder e importancia, siendo fanáticos del orden y el perfeccionismo.
    – Cómo sanar la herida: La forma de curarse es trabajar la rigidez mental, cultivando la flexibilidad y la confianza hacia los demás.

Fuente: mentesana.es

Cómo encontrar el camino hacia nuestros auténticos deseos

Cómo encontrar el camino hacia nuestros auténticos deseos

Y evitar la neurosis, la depresión… Si dibujamos nuestro mapa de los deseos, descubrimos si son propios o ajenos, si nos aportan equilibrio o malestar. Te guiamos para actualizarlo en 4 pasos

Carmen Vázquez

Desear hace que nos sintamos más vivos y humanos que nunca. Y, a veces, también, más confundidos que nunca… Perderse en el camino de los propios deseos revela un conflicto con los valores internos, un desajuste del mapa de carreteras interior. Es el momento de revisarlo para poder seguir adelante.

Cuando, hace ya muchos siglos, los seres humanos empezaron a crear normas de convivencia para poder vivir juntos y cooperar entre ellos, no sabían que estaban inventando algo que, en el futuro, llamaríamos neurosis ni que estaban planteando un nuevo reto a la humanidad. Un reto para el que todavía no hemos encontrado solución, a pesar de las numerosas escuelas de psicoterapia existentes que nos proponen cómo deberíamos vivir nuestra vida individual teniendo en cuenta, al mismo tiempo, la de las personas que nos rodean.

Deseos propios y ajenos, un delicado equilibrio

La sociedad, la familia, las comunidades… presentan normas y principios de convivencia atendiendo al “bien común”, mientras que cada uno de nosotros tiende a buscar la manera de satisfacer sus propias necesidades y deseos.

En ocasiones, ambos polos coinciden y encontramos entonces el equilibrio y la satisfacción. Pero, a veces, los intereses y las normas sociales chocan con nuestras propias necesidades y deseos.

El resultado de este conflicto es lo que conocemos con el nombre de neurosis, dando lugar a problemas como el insomnio, la culpabilidad, las obsesiones, los tics, las depresiones…

Tanto la satisfacción de una necesidad como la de un deseo suponen una estrecha relación entre cada uno de nosotros y el mundo exterior.

Se trata de algo que queremos “echar” de nuestro interior: “Necesito ir al baño”, “Deseo con toda mi alma no ver más a esa persona”.

Pero también puede ser algo que queremos “atraer” a nuestro mundo: “Tengo sed”, “Deseo ser amiga de ese chico”.

El deseo es una forma más refinada de necesidad, pues va más allá de lo puramente fisiológico o corporal para implicarnos por entero y colorear temporalmente nuestra vida con la fuerza de las emociones y los sentimientos. Anhelamos con fuerza todo aquello que deseamos.

El deseo es como una tormenta que amenaza con desestabilizar nuestros cimientos, pero todos conocemos también el placer que los sentidos experimentan tras una tempestad: el aire renovado, el olor a tierra mojada, el brillo de los colores de la naturaleza… Pero a veces las tormentas también causan estragos y es necesario reparar sus consecuencias.

No es lo mismo necesitar que desear

Necesidad y deseo se pueden observar respondiendo a tres preguntas:

  1. ¿Qué necesito/deseo?
  2. ¿Cómo puedo satisfacerlo?
  3. ¿Cuándo voy a satisfacerlo?

El “qué” de nuestras necesidades no solemos cuestionarlo: necesitamos comer, dormir, saciar nuestra sed, tener amigos, pareja, encontrar un trabajo, tener un techo donde vivir…

El “cómo” es conocido con el nombre de estrategia; esto es, los pasos que debemos dar a fin de vencer las dificultades y los obstáculos, tanto internos como externos, y conseguir así nuestros fines. En la satisfacción de una necesidad hay bienestar: el sentimiento de urgencia que experimentamos es seguido por un sentimiento de equilibrio. Y, generalmente, no hay ninguna discrepancia entre nuestras necesidades y las normas sociales o familiares.

Puede que tengamos que posponer nuestra necesidad, el “cuándo”, pero solamente de un modo temporal, mientras buscamos el mejor modo de llevarla a cabo. Si, por ejemplo, estamos en un teatro y nos entran ganas de comer un caramelo, necesitamos encontrar el momento oportuno para no molestar ni a los actores ni a los espectadores.

¿Por qué deseamos?

El deseo es la sofisticación de una necesidad. Pero ya no se refiere a una generalización; es decir, ya no está implicado el simple hecho general de “tener sed” o de “necesitar una pareja” sino que, en el deseo, la intensidad está específicamente referida a algo o a alguien concreto.

Este algo o alguien se vuelven únicos debido a la fuerza de nuestro deseo: “Deseo ardientemente ese vestido que he visto en aquella tienda” o “deseo locamente conocer a ese chico que veo cada mañana en el autobús”.

El apasionamiento y la conciencia clara de qué es lo que queremos marca la diferencia entre necesidad y deseo

El objeto de este último se instala como figura predominante en nuestra vida, y todo empieza a girar en torno a él: es como una obsesión ocasional que nos moviliza, que nos impele a su satisfacción.

El deseo nos saca de nuestra rutina, nos desubica, nos altera, nos vitaliza, nos llena de fuerza, entusiasmo y energía. El deseo intensifica nuestro amor por la vida, nos hace sentir más dinámicos, nos empuja a arriesgar, dispara nuestros sentidos, nos hace sentir pletóricos. El deseo es eminentemente humano.

Nuestra voz interna

Si bien el deseo sexual producido por el enamoramiento es el más conocido de los deseos, no es –ni mucho menos– el único que encontramos en nuestras vidas, pues los seres humanos estamos hechos para vivir deseando. Es importante aclarar que esta intensidad proviene de nosotros, no del objeto o de la persona que ha despertado nuestro anhelo: nuestra fisiología se altera y nos hace saber que estamos deseando algo.

Pero, junto con esta alteración de nuestra fisiología, todos tenemos una “voz interna” que “opina” sobre nuestros pensamientos, deseos y acciones. Si bien cada persona siente esta voz interna a su manera, esta se forma del mismo modo en todos nosotros: con las normas y los principios de nuestra familia y de la sociedad a la que pertenecemos.

Esta voz interna es una especie de representante personal del mundo externo en el que hemos crecido, un asesor personal que nos acompaña durante toda la vida.

Cuando nuestros deseos y acciones se encuentran en sintonía con este asesor interno, nuestras intenciones también están en armonía

Entonces sentimos que tenemos ‘permiso’ para llevar a cabo nuestros planes: nuestro deseo ha sido ratificado y apoyado por ese representante social, que no deja de ser una parte de nosotros mismos.

Pero, si nuestro deseo choca con los principios que hemos interiorizado durante nuestra infancia, surgirá un malestar

Entonces nos hará sentir zozobra, duda, inquietud… El conflicto estará servido, y necesitaremos entonces prestarle atención consciente con el fin de identificar las claves para su resolución.

Trazar la hoja de ruta adecuada

La mayoría de las personas tratan de evitar los conflictos porque los consideran negativos, desgastadores y un indicador de desequilibrio emocional. Sin embargo, los conflictos tienen un aspecto muy positivo: sacan a primer plano no solamente la naturaleza de nuestros deseos sino también los mensajes que hemos interiorizado.

Los profesionales de la psicoterapia conocemos estos mensajes que aparentemente se oponen a los deseos con el nombre de introyectos.

Un conflicto es, por lo tanto, una oportunidad única para revisar nuestros introyectos y actualizarlos

Es decir, para aceptarlos como adecuados para nosotros, rechazarlos por ser ajenos a nuestra forma de ser o “modernizarlos”, porque ya no se adecuan a nuestra realidad.

Los introyectos son como una foto robot de quién y cómo se supone que somos y de cómo tendríamos que ser y actuar. Son como un mapa de carreteras que nos indica el camino que debemos seguir. Pero para viajar conviene revisar si el mapa que utilizaremos es actual o si ya no se corresponde con la realidad.

Cuando se nos presenta un conflicto entre un deseo y los introyectos, conviene revisar si nuestro mapa interno ha quedado obsoleto

Revisadas y actualizadas nuestras pautas internas, la solución del conflicto es sencilla:

  • Si nuestro deseo es acorde al mapa interno, tenemos vía libre para su satisfacción
  • Si no coinciden, será necesario buscar el modo de acallar nuestro deseo

Porque, si lo seguimos, sufriremos un serio deterioro emocional y, a la larga, un desequilibrio que podría requerir tratamiento psicológico.

Los conflictos nos informan

Los introyectos en sí no son buenos ni malos: pueden ser potenciadores y animarnos a hacer lo que deseamos, o bien limitadores, cuando nos aconsejan desistir de nuestro interés.

Este código interno de acción puede referirse a nosotros mismos o, por el contrario, al objeto de nuestro deseo.Por ejemplo, podemos desear con todas nuestras fuerzas comprar un vestido que hemos visto en una tienda, pero nuestro código interno nos podría decir que ese tipo de vestido no nos queda bien, o que, si nos lo compramos, se desequilibrará todo nuestro presupuesto económico.

Si somos conscientes de que nuestros introyectos están actualizados y son acordes con nuestra realidad, tanto personal como social, ese mensaje interno nos permitirá decidir conscientemente que no nos compraremos el vestido.

Es cierto que nos sentiremos infelices, ya que, cada vez que no obtenemos lo que deseamos, experimentamos frustración, pues es el sentimiento que nos indica que hemos renunciado a algo y que necesitamos poner nuestras estrategias al servicio de la renuncia. Pero si no tenemos actualizado nuestro código interno –nuestros introyectos– nos resultará realmente difícil tener claro cuál es la decisión que queremos tomar.

“El mapa no es el territorio”, dijo el experto en comunicación Herbert Mar­shall McLuhan. Con el mismo sentido, podemos decir:

“Nuestro mapa interno, nuestros introyectos, no siempre son nuestra realidad”

Cada vez que un introyecto nos critica el propio hecho de desear o aquello que deseamos, nos desvaloriza, nos insulta o nos compara con otro –con frases como “Eres caprichoso y egoísta. Isabel es más sensata que tú. No te lo mereces. Es malo sentir lo que estás sintiendo. Eso que deseas es una tontería…”–, podríamos afirmar casi con total seguridad que nuestra voz interna, nuestro mapa de carreteras para vivir la propia vida, está obsoleto y necesita una seria revisión y actualización.

La senda del crecimiento personal

A veces revisar nuestros introyectos no resulta sencillo, ya que es como cuando nos adentramos en un bosque y solamente vemos árboles, en lugar del bosque en su conjunto y en perspectiva. Sin embargo, en la actualidad tenemos numerosos medios a nuestro alcance que nos pueden facilitar esta tarea. Uno de ellos es la lectura de textos serios y especializados, cuyos autores nos ayuden a profundizar en el conocimiento de nosotros mismos y para cambiar lo que crea­mos conveniente.

También existen numerosos centros de psicoterapia que ofrecen cursos y grupos de autoconocimiento y crecimiento personal para que, de un modo vivencial, exploremos nuestro mundo interno, que surge y se plasma en las interacciones con los demás.

Querer lo que se hace

Con todo, de nada valen los medios a nuestra disposición si no tenemos previamente un fuerte deseo de autoconocimiento y una absoluta tolerancia hacia lo que descubramos sobre nosotros mismos.

Descubramos lo que descubramos, debemos recordar que no es ni bueno ni malo sino limitador o potenciador del camino que hemos como nuestro

Si es limitador de lo que hemos imaginado como nuestra vida, y esa imagen ideal está basada en la realidad, no tiene sentido lamentarnos ni caer en el victimismo: hay que ponerse manos a la obra para el cambio.

No olvidemos, tampoco, que solo nosotros decidimos nuestro propio camino, solo nosotros aprobamos y seguimos adelante con nuestros deseos, o renunciamos a ellos.

En cualquier caso, lo importante es que la decisión sea consciente, de que haya sido tomada al haber aunado nuestro deseo con el código interno. Para acabar, os presto una frase que desde hace mucho es uno de los lemas de mi vida:

“No solo es importante hacer lo que se quiere sino querer lo que se hace”

Cómo actualizar nuestro mapa de los deseos y las necesidades

No tiene sentido hablar solo sobre teoría y no pasar a la práctica. Vamos a conocer algunos sencillos hábitos que nos pueden ayudar a actualizar nuestros esquemas de deseos y necesidades.

  1. Empieza a conocerte
    Un método sencillo consiste en hacer dos listas. En la primera, con frases cortas, escribe lo que conoces de ti y te gusta: “Soy buen amigo de mis amigos”, “Me gusta el color de mis ojos”… Después, empieza la lista de los cambios. Deja espacio para añadir nuevos aspectos de ti que quieras incluir. No emitas juicios de valor, especialmente, en la lista de las cosas a cambiar.
  2. Propicia el cambio
    Vas a cambiar una por una las cosas que no te gustan de ti. ¡No suspires con desaliento! Por raro que parezca, siempre que cambiamos un aspecto de nuestra vida, hay otros que se transforman por sí solos. Busca el aspecto a cambiar que te parezca más sencillo.
  3. Obsérvate sin juzgar
    Ahora, necesitas poner este aspecto elegido en observación mientras te relacionas con los demás. Si, por ejemplo, has escrito “No soy simpático”, tienes que observar qué haces para no ser simpático. Así vas a tener los matices más sutiles y específicos de tu forma de interactuar. Anota cómo lo haces, tus sensaciones y sentimientos, y los cambios fisiológicos que has ido notando en ti.
  4. Disfruta de los resultados
    Este darte cuenta aceptador introducirá de forma natural una sutil variación que propiciará el cambio.
    Ser conscientes de cómo actuamos es nuestra herramienta más potente. Nunca hay fracasos, solo resultados, porque una sutil modificación… lo cambia todo.

 

Fuente: mentesana.es

Las sonrisas y las miradas construyen el cerebro social del bebé

Las sonrisas y las miradas construyen el cerebro social del bebé

Por Sue Gerhardt

El cerebro del bebé crece muy rápidamente durante el primer año de vida, doblando con creces su peso. El metabolismo de la glucosa -activado por las respuestas bioquímicas- del bebé cuando está con su madre, es muy intenso en los dos primeros años de vida, lo que facilita que los genes puedan expresarse. Al igual que ocurre en muchas otras áreas del desarrollo humano, que haya un buen crecimiento de las estructuras cerebrales del cerebro social depende, frecuentemente, del aporte social, del número de experiencias positivas en los comienzos de la vida. Personalmente me quedé sorprendida al descubrir que no nacemos con dichas capacidades, sino que se desarrollan en el contexto de relaciones significativas. Un gran número de experiencias positivas en los comienzos de la vida da lugar a cerebros con más conexiones neuronales, es decir, cerebros con una red más rica en interconexiones. El cerebro social se construye desde el nacimiento, desde la primera mirada entre la madre y el bebé. Pero entre los seis y doce meses de edad hay un desarrollo masivo de conexiones sinápticas en el cortex prefrontal -el cerebro social-, si se dan las condiciones idóneas.

Según Allan Schore, mirarse los rostros juega un papel muy importante en la vida humana. Especialmente en la infancia, las miradas y las sonrisas ayudan al desarrollo del cerebro. Podemos preguntarnos cómo tiene lugar ese proceso. Schore sugiere que las miradas positivas son el estímulo más importante para el crecimiento de la inteligencia social y emocional del cerebro.

Cuando el bebé mira a su madre (o a su padre) y ve sus pupilas dilatadas, recibe la información de que su sistema nervioso simpático está en un estado de estimulacion, y que están inmersos en un estado placentero. En respuesta a ello, el propio sistema nervioso del bebé se estimula de manera placentera y su ritmo cardíaco se acelera, y este proceso desencadena, a su vez, una respuesta bioquimica. En primer lugar, un neuropéptido llamado beta-endorfina, que tiene un efecto positivo placentero, es liberado en la circulación, especialmente en la región ortibofrontal del cerebro. Se sabe que los opiáceos “endógenos” elaborados por el propio cuerpo, como la beta-endorfina- ayudan al crecimiento de las neuronas mediante la regulación de los niveles de glucosa e insulina (Schore, 1994), y en su papel de opiáceos naturales hacen que la persona se sienta bien. Al mismo tiempo, se genera en el tronco cerebral otro neurotransmisor llamado dopamina, que también tiene como destino el córtex prefrontal -el cerebro social-.

Vemos pues que las primeras capacidades cerebrales “mas altas”, que se desarrollan en el curso de la evolución, son sociales, y lo hacen al intercambio social. Por ello el bebé, para su desarrollo, no necesita ayudas pedagógicas o culturales, sino que es más apropiado, simplemente, cogerlo en brazos y disfrutar de ella/él. Sin la experiencia social apropiada con el adulto que le cuida y un intercambio relacional persona-a-persona, es difícil un buen desarrollo del córtex orbitofrontal, desde las etapas tempranas. En uno de los primeros experimentos en relación con este tema, Harry Harlow, que investigaba con primates, observó que los monos que se mantenían aislados durante el primer año de vida se volvían autistas y perdían la capacidad de relacionarse con los otros monos (Blum, 2003). Más recientemente, observaciones con niños rumanos huérfanos han mostrado que aquellos que no pudieron establecer relaciones estrechas con un adulto debido a que nadie les sacaba de la cuna durante todo el día, eran incapaces de establecer relaciones con las otras personas, y que el lugar que correspondia al córtex orbitofrontal había un virtual “agujero negro”) (Chugani y col. 2001).

En mi trabajo con madres y bebés, que la interacción entre ambos sea agradable ha llegado a ser una referencia; si un progenitor disfruta al relacionarse con su bebé, generalmente uno puede estar tranquilo respecto a aquella relación, aunque existan algunos problemas. Cuando en la relación dominan las interacciones agradables, la madre y el bebé están construyendo, sin darse cuenta, el córtex prefrontal de este último, y desarrollando sus capacidades para la autorregulacion y para las complejas interacciones sociales. La mayoría de las familias disfrutan estableciendo este tipo de relación. Pero el sistema madre-bebé es frágil, y puede deteriorarse fácilmente debido a la falta de recursos internos o externos. Afortunadamente, a menudo puede volverse al buen camino con una ayuda adecuada cuando se necesita.

Fuente: formacionterramater.es

Cómo enseñar a un niño que nadie puede tocar su cuerpo

Cómo enseñar a un niño que nadie puede tocar su cuerpo

Aunque muchas veces nos parece muy complicado y no tenemos ni idea de cómo hacerlo, es importante que le expliquemos a nuestros hijos que nadie debe tocar su cuerpo, ni obligarlos a hacer nada que no quieran.

Pero, ¿cómo hacerlo sin perturbarlos al respecto?

Existen ciertas reglas que ayudan a que los peques aprendan a no permitir este tipo de contacto.

  1. Enséñale que su cuerpo es suyo y que nadie puede tocarlo sin su permiso.
  2. Dile a tu hijo cómo se llama cada parte de su cuerpo, con un lenguaje que vaya de acuerdo a su edad.
  3. Habla sobre su derecho de rechazar un beso o una caricia que no le guste, aunque sea de un familiar cercano a él o ella.
  4. Enséñale a decir NO de forma firme e inmediata, cuando sienta que existe un contacto físico nada agradable o intenten obligarlo a hacer algo que no quiera.
  5. Platica sobre la diferencia de un secreto bueno y malo, explicándole que los segundos se deben contar a la persona que le tenga confianza.
  6. Los niños no tienen malicia y esto ocasiona que confíen en los demás; sin embargo, es importante que desde pequeños les enseñemos a distinguir lo bueno de lo malo (buen o mal contacto).
  7. Aclárale que ningún adulto tiene derecho pedir ayuda a los niños para hacer algo (y menos aún sin permiso de los padres). Es normal que un adulto pida ayuda a otro adulto y no a un pequeño.
  8. Muéstrale que no está bien si alguien mira o toca las partes privadas de su cuerpo, que son las que cubren su ropa interior; y si eso sucede, que no tengan miedo de decir NO, irse del lugar e ir con una persona de su confianza a contarle lo sucedido.

Mantén una conversación abierta con tus hijos para que tengan la plena confianza de contarte todo lo que les sucede, no importa si tiene uno, dos, tres o cinco años. Hazlos sentir seguros y protegidos por ti.

Fuente: naranxadul.com

El contacto visual sincroniza las ondas cerebrales entre el bebé y el adulto

El contacto visual sincroniza las ondas cerebrales entre el bebé y el adulto

Establecer contacto visual con el bebé hace que sus ondas cerebrales se sincronicen, lo que posiblemente sea beneficioso para la comunicación y el aprendizaje.

Cuando una madre o un padre y su bebé interactúan, varios aspectos de su comportamiento se pueden sincronizar, incluyendo su mirada, emociones y ritmo cardíaco, pero poco se sabía acerca de si su actividad cerebral también se sincroniza, y cuáles podrían ser los efectos.

Las ondas cerebrales reflejan la actividad a nivel grupal de millones de neuronas y están involucradas en la transferencia de información entre regiones cerebrales. Estudios previos han demostrado que cuando dos adultos hablan entre sí, la comunicación es más exitosa si sus ondas cerebrales están en sincronía.

Los investigadores del Laboratorio Baby-LINC de la Universidad de Cambridge llevaron a cabo un estudio para explorar si los bebés también pueden sincronizar sus ondas cerebrales con los adultos y si el contacto visual podría influir en esto. Sus resultados se han publicado en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias (PNAS).

El equipo examinó los patrones de ondas cerebrales de 36 bebés (17 en el primer experimento y 19 en el segundo) usando electroencefalografía (EEG), que mide los patrones de la actividad eléctrica del cerebro a través de electrodos incorporados a un casco usado por los participantes. Compararon la actividad cerebral de los bebés con la del adulto que le cantaba canciones de cuna al bebé.

En el primero de dos experimentos, el bebé vio un video de un adulto mientras cantaba rimas infantiles. Primero, el adulto, cuyos patrones de ondas cerebrales ya habían sido registrados, miraba directamente al bebé. Luego, giró la cabeza para evitar su mirada, mientras aún cantaba canciones de cuna. Finalmente, ella giró la cabeza, pero sus ojos miraron directamente al bebé.

Como se anticipó, los investigadores descubrieron que las ondas cerebrales de los bebés estaban más sincronizadas con las de los adultos cuando la mirada del adulto se cruzaba con la del bebé, en comparación con cuando se desviaba su mirada. Curiosamente, el mayor efecto sincronizador ocurrió cuando los adultos giraban la cabeza pero sus ojos miraban directamente al bebé. Los investigadores dicen que esto puede deberse a que esa mirada parece muy deliberada, y por lo tanto proporciona una señal más fuerte al bebé de que el adulto tiene la intención de comunicarse con el/ella.

En el segundo experimento, un adulto real reemplazó el video. Ella solo miró directamente al bebé o evitó su mirada mientras cantaba rimas infantiles. Esta vez, sin embargo, sus ondas cerebrales podrían ser monitoreadas en vivo para ver si sus patrones de ondas cerebrales estaban siendo influenciadas por el infante y a la inversa.

Esta vez, tanto los bebés como los adultos se sincronizaron más con la actividad cerebral de cada uno cuando se estableció un contacto visual mutuo. Esto ocurrió incluso cuando el adulto miraba hacia otro lado. Los investigadores dicen que esto muestra que la sincronización de ondas cerebrales no se debe simplemente a ver una cara o encontrar algo interesante, sino a compartir la intención de comunicarse.

Para medir la intención de los bebés de comunicarse, el investigador midió cuántas ‘vocalizaciones’ éstos hicieron al experimentador. Como se predijo, los bebés hicieron un mayor esfuerzo para comunicarse, haciendo más ‘vocalizaciones’, cuando el adulto hizo contacto visual directo, y los bebés individuales que hicieron vocalizaciones más largas también tuvieron sincronía de ondas cerebrales superiores con el adulto.

La Dra. Victoria Leong, autora principal del estudio, dijo: “Cuando el adulto y el bebé se miran, señalan su disponibilidad e intención de comunicarse entre sí. Encontramos que tanto el cerebro adulto como el infante responden a la señal de la mirada cada vez más en sincronía con el otro. Este mecanismo podría preparar a los padres y bebés para comunicarse, sincronizando cuándo hablar y cuándo escuchar, lo que también haría el aprendizaje más efectivo “.

El Dr. Sam Wass, último autor del estudio, dijo: “No sabemos qué es lo que causa la sincronía de la actividad. ¡Ciertamente no afirmamos haber descubierto la telepatía! En este estudio, estábamos viendo si los bebés pueden sincronizar sus cerebros con otra persona, al igual que los adultos. Y también estábamos tratando de descubrir qué es lo que da origen a la sincronía.

“Nuestros hallazgos sugieren que la mirada y las vocalizaciones pueden, de alguna manera, jugar un papel. Pero la sincronía cerebral que estábamos observando estaba en escalas de tiempo tan altas (de tres a nueve oscilaciones por segundo) que todavía tenemos que descubrir cómo exactamente la mirada y las vocalizaciones lo crean “.

Estudio original:

Leong, V et al. Speaker gaze increases infant-adult connectivity. PNAS, 2017 DOI: 10.1101/108878

Fuente: saludmentalperinatal.es

No pudieron vivir sin las caricias

No pudieron vivir sin las caricias

Durante el siglo XIX, más de la mitad de los lactantes recluidos en las inclusas morían durante su primer año de vida de una afección denominada marasmo, palabra de origen griego que significa «consunción». La enfermedad también se conocía como debilidad o atrofia infantil.
En fecha tan tardía como la segunda década del siglo XX, la tasa de mortalidad en los lactantes menores de 1 año en diferentes inclusas de Estados Unidos era casi del cien por cien. En su informe de 1915 sobre las instituciones infantiles de diez ciudades distintas, el doctor Henry Dwight Chapin, distinguido pediatra de Nueva York, hizo la asombrosa declaración de que en todas las instituciones, excepto en una, todos los niños menores de 2 años fallecían.

Durante la reunión que la Sociedad Americana de Pediatría celebró en Filadelfia, los distintos participantes en la discusión sobre el informe del doctor Chapin corroboraron los descubrimientos de éste a partir de sus propias experiencias. El doctor R. Hamil señaló, con lúgubre ironía: «Tuve el honor de estar relacionado con una institución de esta ciudad de Filadelfia cuya mortalidad entre los menores de 1 año, cuando la institución los admitía y retenía durante cierto tiempo, era del cien por cien». El doctor R. T. Southworth añadió: «Puedo ofrecer el ejemplo de una institución de la ciudad de Nueva York, que ya no existe, donde, a raíz de la muy considerable mortalidad entre los lactantes admitidos, se acostumbraba a anotar en la ficha de ingreso que la condición del niño era la de desahuciado y así cubrirse las espaldas por lo que pudiese pasar». Finalmente, el doctor J. M. Knox describió un estudio que había realizado en Baltimore: de los doscientos niños admitidos en distintas instituciones, casi el 90 % falleció a lo largo de un año. El 10 % superviviente, afirmó, consiguió sobrevivir porque salía de las instituciones durante breves períodos bajo la tutela de padres adoptivos o parientes.

Tras reconocer la aridez emocional de las instituciones infantiles, el doctor Chapin introdujo el sistema de alojar a los bebés en los hogares de padres adoptivos, en lugar de dejarlos en los osarios que eran las instituciones públicas. No obstante, fue el doctor Fritz Talbot de Boston quien importó de Alemania, país que había visitado antes de la Primera Guerra Mundial, la idea de «Ternura, Cariño», no tanto en palabras como en la práctica.

Durante su estancia en Alemania, el doctor Talbot visitó la clínica infantil de Dusseldorf; el doctor Arthur Schlossmann, el director del centro, le mostró los pabellones. Éstos estaban pulcros y ordenados, pero lo que despertó la curiosidad del doctor Talbot fué una anciana obesa que llevaba un bebé diminuto en la cadera. «¿Quién es?», preguntó el doctor Talbot, y el doctor Schlossmann replicó: «Oh, ella. Es la Vieja Anna. Cuando hemos hecho todo lo médicamente posible por un bebé y sigue sin mejorar, recurrimos a la Vieja Anna, que nunca falla».

Sin embargo, toda Norteamérica se hallaba bajo la influencia de las dogmáticas enseñanzas de Luther Emmett Holt sénior, profesor de Pediatría en la Policlínica de Nueva York y en la Universidad de Columbia. Holt fue el autor de un folleto, The Core and Feeding of Children, que se publicó por primera vez en 1894 y se hallaba en su quinceava edición en 1935. Durante su prolongado reinado, se convirtió en la autoridad suprema del tema, algo similar a lo que sería el «doctor Spock» en la década de 1960. En este folleto el doctor Holt recomendaba la abolición de la cuna-mecedora, no tomar en brazos al bebé cuando lloraba, alimentarlo a horas predeterminadas, no mimarlo con demasiado contacto físico y, aunque la lactancia materna era el régimen de elección, no descartaba el biberón. Ante esto, la idea de aplicar cuidados tiernos y cariñosos se habría considerado «muy poco científica», por lo que ni siquiera se mencionó, aunque, como hemos visto, en lugares como la clínica infantil de Dusseldorf ya había recibido cierto reconocimiento en fecha tan temprana como la primera década del siglo XX.

Pero no fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se llevaron a cabo estudios para hallar la causa del marasmo, cuando se descubrió su considerable frecuencia entre niños de las «mejores» familias, en hospitales e instituciones, entre lactantes que supuestamente recibían la «mejor» y más esmerada atención física. Se hizo aparente que los bebés de los hogares más pobres, con una buena madre, solían superar las desventajas físicas y medrar a pesar de las escasas condiciones higiénicas. Lo que faltaba en el entorno esterilizado de los bebés de clase alta y recibían generosamente los de clases inferiores era amor materno. Tras reconocerlo a finales de la década de 1920, varios hospitales pediátricos empezaron a introducir un régimen regular de cuidados maternales en sus pabellones. El doctor J. Brenne-mann, que durante cierto tiempo había trabajado en una anticuada inclusa donde «la mortalidad se acercaba más al 100% que al 50 %», estableció en su hospital la regla de que debía cogerse a los bebés en brazos, pasear con ellos y ofrecerles cuidados maternales varias veces al día.

En el Hospital Bellevue de Nueva York, donde se instituyeron estos cuidados maternos en los pabellones pediátricos, las tasas de mortalidad de los lactantes menores de 1 año pasaron del 30-35 % a menos del 10 % en 1938.

Se descubrió que, para prosperar, el niño necesitaba que lo tomasen en brazos, lo pasearan, lo acariciaran, abrazaran y arrullaran, incluso aunque no se le amamantase. Son el contacto, los abrazos, las caricias, los cuidados lo que aquí se pretende resaltar, porque parece que, incluso en ausencia de poco más, son las experiencias tranquilizadoras básicas que el lactante debe disfrutar para sobrevivir de forma saludable. La privación sensorial extrema en otros aspectos, como la luz y el sonido, pueden sobrellevarse, siempre y cuando se mantengan las experiencias sensoriales cutáneas.

Todos los niños fallecieron

Se ha documentado que el emperador de Alemania Federico II (1194-1250), denominado en su época stupormundi («asombro del mundo»), aunque sus enemigos se referían a él en términos menos favorecedores, quería descubrir qué lengua usarían y cómo hablarían los niños si se criaran sin hablar con nadie. Así que ordenó a madres adoptivas y nodrizas que amamantaran y aseasen a los niños pero que no les hablasen, pues el emperador quería saber si las criaturas hablarían en lengua hebrea, la más antigua, o en griego, latín o árabe, o quizás en la lengua de sus progenitores. Pero fue una labor vana, ya que todos los niños fallecieron; no pudieron vivir sin las caricias, los alegres rostros y las palabras cariñosas de sus madres adoptivas. Por este motivo, las denominadas «canciones de cuna» que las mujeres cantan a los pequeños para que se duerman, son imprescindibles para que el sueño del niño sea reparador.

Y así lo describen las palabras de Salimbene, historiador del siglo XIII: «No pudieron vivir sin las caricias…» Esta observación es el primer comentario conocido sobre lo esencial del contacto y la estimulación cutánea para el desarrollo del niño. Sin duda, el conocimiento de la importancia de las caricias para el niño es incluso muy anterior. [10]

Como ha escrito el doctor Harry Bakwin, uno de los primeros pediatras que reconoció la importancia de ofrecer cuidados maternales a los niños en los hospitales: «En el joven bebé, las sensaciones táctiles y cinestésicas parecen las más importantes. Los lactantes se tranquilizan de inmediato cuando se les acaricia y se les da calor, mientras que lloran en respuesta a estímulos dolorosos y ante el frío.”

Ashley Montagú
Extraído del libro “El tacto. La importancia de la piel en las relaciones humanas”.

Fuente: saludmentalperinatal.es

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