Las 4 etapas de la vida y sus crisis existenciales

Las 4 etapas de la vida y sus crisis existenciales

Cada etapa de la existencia humana conlleva una serie de retos y dificultades. Salir airoso de cada una de ellas nos conduce a la felicidad.

Anna R. Ximenos

Más que una sucesión lineal de acontecimientos, nuestra vida está hecha de discontinuidades, cambios repentinos que implican aceptación y duelo, pero también nuevos retos y oportunidades. La clave para superar estos momentos de crisis es volver al centro de nuestro ser y recuperar nuestras capacidades ocultas.

La existencia humana, aunque siga un hilo de continuidad, es discontinua, con sucesivas etapas y momentos en que nos enfrentamos a nuevos retos. Desde el nacimiento hasta el final de la vida hay una sucesión de cambios constantes: siempre estamos en proceso de ser algo nuevo, distinto, de trascendernos.

La tendencia central del ser humano es la búsqueda de un sentido para su existencia. La formación de la persona es posible en la medida en que esta supere las crisis típicas que se le vayan presentando a lo largo de las distintas fases de la vida y le den sentido a su recorrido vital.

Crisis existenciales en las fases de la vida

El sentido original de la palabra crisis es “juicio” (como decisión final sobre un proceso) y, en general, terminación de un acontecer.

La crisis resuelve, pues, una situación en alguna etapa de la vida, pero, al mismo tiempo, define el ingreso en una situación nueva que plantea sus propios problemas. En el significado más habitual, y tal como acostumbramos a entenderla, crisis es esa nueva situación y todo lo que trae consigo.

A priori no podemos valorar una crisis como algo positivo o negativo, ya que ofrece por igual posibilidades de buena o mala resolución. Sin embargo, en general, las crisis biográficas de una persona acostumbran a ser claramente beneficiosas.

Una de las características comunes a todas las crisis es su carácter súbito y, generalmente, acelerado. Las crisis no surgen nunca de forma gradual y parecen ser siempre lo contrario a toda permanencia y estabilidad.

La crisis biográfica o personal delimita una situación que nos precipita a una fase acelerada de la existencia, llena de peligros y amenazas, pero también de posibilidades de renovación personal.

Peligros y oportunidades

En todas las crisis de la vida se presentan, al mismo tiempo, el peligro y la oportunidad. La persona no vive prisionera de una personalidad forjada para siempre durante la infancia o la adolescencia, sino que cambia con el tiempo, por lo que las posibilidades de éxito ante una crisis son casi ilimitadas. Otra de las características de la crisis es que, usualmente, tan pronto como esta aparece, el ser humano busca una solución para salir de ella. Puede decirse por ello que la crisis y el intento de resolverla se dan simultáneamente.

Dentro de los caracteres comunes en las personas hay múltiples diferencias a la hora de afrontar las crisis. Algunas crisis son más normales que otras: son las típicas para las cuales hay soluciones “prefabricadas”.

Otras son de carácter único y exigen para salir de ellas un verdadero esfuerzo de invención y de creación.

Algunas crisis son efímeras, otras son más permanentes; sabemos cuándo empiezan pero casi nunca cuándo terminan. También la solución a la crisis puede ser de muy diversos tipos, siendo en unas ocasiones provisional y en otras definitiva.

Tradicionalmente, desde la psicopatología de la reacción y el trauma, se ha diferenciado entre acontecimientos vitales (todos pasamos por ellos) y traumáticos (desencadenantes de las crisis).

Recientemente se ha comenzado a hablar de “acontecimientos críticos” (divorcio, pérdida de empleo…), acontecimientos que entran dentro de la experiencia humana común pero que, en algunos casos, pueden precipitar una crisis y que, en cualquier caso, exigirán un gran sobreesfuerzo de adaptación por parte de la persona afectada.

¿Qué nos enseñan las crisis biográficas?

Tal vez lo más interesante de las crisis existenciales es que obligan a la persona a conectar con su propia historia cronológica, a detenerse y a hacer balance (tomar perspectiva, repasar su tabla de prioridades, redefinir sus deseos…) de su trayectoria vital, en cada etapa de la vida.

En un mundo capitalista donde, como individuos mal interconectados y egoicos, nos desparramamos en la búsqueda de las satisfacciones inmediatas (anclados en la pulsión por el “ahora”, sin pasado ni futuro), contemplamos indefensos cómo nuestro campo temporal se empobrece tremendamente.

La falta de tiempo se ha convertido en algo así como una enfermedad cultural (un dicho africano señala que todos los blancos tienen reloj, pero nunca tienen tiempo), una carencia esencial que nos vuelve completamente incapaces para aprender del pasado y para proyectarnos en el futuro.

Se trata del fenómeno, repetidamente analizado, de la contracción del espacio-tiempo de las sociedades modernas.

Cada vez deambulamos más por no-lugares, espacios sin identidad ni historia (grandes superficies, aeropuertos, centros comerciales, supermercados…), haciendo gala de una personalidad solitaria, provisional y efímera.

Es lo que bien define el filósofo Zygmunt Bauman como “modernidad líquida”, que designa el estado fluido y volátil de la actual sociedad, sin valores demasiado sólidos, en la que la incertidumbre por la vertiginosa rapidez de los cambios ha debilitado los vínculos humanos y donde los nexos son frágiles y caducan demasiado pronto como para ayudarnos a entender el sentido de nuestros días.

Las crisis biográficas nos ponen en el centro de nuestro ser y nos obligan a revisarnos como seres humanos. En virtud de estas se abre una especie de abismo entre un pasado –que ya no se considera vigente ni influyente en la vida presente– y un futuro que todavía no está constituido.

Las crisis nos obligan a mirarnos, a vivir en nuestro tiempo, a narrar nuestra historia personal.

Formas de afrontarlas

Los expertos muestran que las formas de encarar tales periodos críticos moldean el carácter y forjan la existencia de las personas. La clave para una adaptación saludable consiste en encontrar nuestras propias capacidades para salir de las dificultades en las que estamos.

A pesar de las ansiedades que inevitablemente abruman a cada persona, todos tenemos la capacidad de sortear bien una crisis y de saber buscar, y encontrar, activamente una solución. De mostrarnos deseosos de saber más. De saber descansar cuando nuestra eficacia decae por cansancio, y de reordenarnos para volver a la lucha en cuanto hemos recobrado las fuerzas perdidas.

En nuestro interior se encuentra la capacidad de saber aceptar, e incluso de obtener ayuda, considerando esto no como un signo de debilidad por nuestra parte, sino más bien de madurez.

El paso de una etapa a otra, está siempre impregnado de una cierta tensión psicológica que es síntoma de evolución, de crecimiento, de maduración.

Desde el punto de vista psicológico, correspondería ir pasando de una a otra etapa de forma consciente y paulatina, encontrando en cada una de ellas su propio significado al igual que nuevos valores y objetivos.

Según el filósofo José Ortega y Gasset, vivir es encontrarse en el mundo, hallarse envuelto y aprisionado por las cosas que constituyen nuestras circunstancias. Pero la vida no es solo hallarse entre las cosas como una más de ellas, sino saberse viviendo, ser consciente de lo que uno hace.

La vida no es ninguna sustancia ajena o preexistente al sujeto que vive. La vida es actividad pura, y tiene que hacerse constantemente a sí misma en el tiempo, en el espacio. La vida es elección.

Los retos de las 4 etapas vitales

¿Cuáles son los retos que afrontamos en cada una de las etapas de nuestra vida? Repasamos las crisis existenciales y la forma que tenemos de plantar cara a cada momento.

  1. Infancia
    Para que el niño goce de un adecuado crecimiento y pueda ir adentrándose en el mundo social, es importante que disponga no solo de un entorno amoroso, cálido y cuidador, sino que este pueda proporcionarle límites adecuados y el ambiente idóneo para que pueda sentirse seguro.
    Compartir el mayor tiempo posible con nuestros hijos, evitando al máximo los “canguros cibernéticos” (televisión, consolas, tabletas, móviles…), los ayudará a desarrollarse en posteriores etapas.
  2. Adolescencia y juventud
    Según distintos estudios de alcance mundial, los adolescentes felices, al alcanzar la edad adulta, gozan de mejor salud física y psíquica.
    Unicef señala que el 70% de los trastornos mentales comienzan antes de los 24 años de edad.
    Es necesario, por lo tanto, dotar al adolescente de herramientas para que pueda relacionarse de modo autónomo con el mundo exterior, respetando su necesidad de intimidad y ayudándole a fomentar vínculos sanos con amigos.
    Ante la omnipresencia de la tecnología, cada vez más apabullante en la vida de todos y más en la vida de los jóvenes, hoy más que nunca es importante reforzar las actividades al aire libre, estimular la lectura y el pensamiento y seguir compartiendo espacios de relación con nuestros adolescentes.
  3. Madurez
    Tal vez sea este el periodo más estable del ser humano. El sentido del “sí mismo” se extiende, la persona se convierte en parte activa de la sociedad y el trabajo configura la vida individual.
    Ante los apremios de una vida cada vez más apresurada, es imprescindible intentar componer con un mínimo de equilibrio el puzle de nuestras exigencias y deseos. Para conseguirlo, es importantísimo gozar de espacios y tiempo para uno mismo.4. Senectud
    Es la última etapa en la vida de las personas. Llegados a este punto, es importante afrontar de modo adecuado la jubilación y aprovechar la oportunidad de realizar aquellas actividades o tareas que hemos ido postergando por falta de tiempo. No es la edad en sí misma lo más importante, sino cómo la vivimos.

A tener en cuenta:

La crisis personal nos precipita a una fase acelerada de nuestra existencia y se presenta al mismo tiempo que la oportunidad de resolverla nos ponen en el centro de nuestro ser, nos obligan a mirarnos, a vivir en nuestro tiempo, a narrar nuestra historia personal. La clave para una adaptación saludable consiste en encontrar nuestras propias capacidades para salir de las dificultades.

Fuente: mentesana.es

Sentirse vacío: Un síntoma de algo más

Sentirse vacío: Un síntoma de algo más

Sentirse vacío es una de las peores sensaciones que puede experimentar una persona. Si sientes un vacío interior, si en los últimos tiempos nada te motiva y crees que la vida ha perdido el sentido, es probable que estés atravesando por un período de vacío existencial. Muchas personas experimentan ese sentimiento de vacío en algún momento a lo largo de su vida, el cual llega acompañado de soledad, anhedonia y la sensación de estar desconectado del mundo.

¿Qué causa ese sentimiento de vacío emocional?

El vacío emocional puede estar causado por muchas razones. Una de las más habituales es la pérdida de un ser querido, ya sea porque ha muerto o porque se ha producido una separación. Sin duda, la ausencia de la persona que durante cierto tiempo le ha proporcionado un propósito y estructura a tu vida, puede desencadenar esa sensación de vacío interior. Ocurre con frecuencia cuando se pierde un hijo (o cuando estos se van de casa) o se produce una separación de pareja.

La sensación de vacío también puede desencadenarse por la pérdida del trabajo, sobre todo si era muy importante para ti y muchos de tus sueños, expectativas y metas dependían de él. Un cambio repentino que te obligue a renunciar a una parte trascendental de tu vida, como puede ser la mudanza a otro país o una enfermedad, también puede generar ese sentimiento de vacuidad. De hecho, en los periodos de transición suele aflorar esa sensación de vacío existencial, ya que estas etapas van acompañadas de incertidumbre y suelen demandar una reestructuración importante en los planes de vida

Sin embargo, es importante comprender que esas situaciones solo actúan como desencadenantes. El sentimiento de vacío no se debe exclusivamente a la pérdida sino que se relaciona más con el “yo”. El vacío existencial es, ante todo, una disociación que implica la pérdida de contacto con uno mismo. Es como si poco a poco te fueras desconectando de ti y comienzas a ver pasar tu vida sin ningún interés, como si fueras un mero espectador de una obra que carece de sentido.

Lo que sucede es que mientras te mantenías enfocado en un objetivo o una persona, no le prestabas atención a lo que sucedía dentro de ti, a esa progresiva reducción de tu esfera de intereses. Por eso, en la base de esa vacuidad también se suele esconder un estado de frustración existencial provocado por las metas, anhelos y expectativas malogradas.

Por ende, la sensación de vacío también implica un problema de auto-aceptación y una incapacidad para encontrar nuevos sentidos que te permitan reencauzar tu vida.

Los problemas que acarrea el vacío existencial

Sea cual sea la causa, ese sentimiento de vacío puede hacer que te sientas embotado emocionalmente, sin ánimos, solo y/o ansioso. Algunas personas intentan llenar ese vacío con una larga lista de actividades diarias que les impidan pensar, otras encuentran consuelo en la comida o sustancias adictivas como las drogas y el alcohol y otras se refugian en las compras compulsivas. Sin embargo, ninguna de esas alternativas son soluciones definitivas, son paliativos momentáneos que solo sirven para acrecentar aún más la sensación de vacío interior.

vacío-existencial-340x340Cuando el vacío existencial no se aborda, lo más común es que la persona termine sufriendo una depresión, la cual se acompaña de la pérdida de la capacidad para experimentar placer, sentimientos de desesperanza e indefensión, así como, en los casos más graves, de ideación suicida.

Se ha apreciado que las personas que padecen depresión y anhedonia muestran un funcionamiento cerebral diferente. Varios estudios señalan que se produce una disrupción del mecanismo que nos permite experimentar placer.

Cuando algo nos agrada, la dopamina inunda algunas partes del cerebro, como el cuerpo estriado, una zona relacionada con la identificación de los estímulos significativos emocionalmente y la activación de las respuestas emocionales correspondientes de alegría, gozo y satisfacción.

Sin embargo, en las personas deprimidas que sufren anhedonia el cuerpo estriado es hipoactivo mientras que la corteza prefrontal ventral, un área vinculada con los estímulos aversivos y desagradables, es hiper-reactiva.

En otras palabras, el cerebro de estas personas solo responde ante los estímulos negativos, lo cual contribuye a fortalecer la tristeza, la desesperanza y la sensación de vacío. Afortunadamente, este mecanismo se puede revertir con el tratamiento adecuado.

Cómo dejar de sentirse vacío

  1. Reconoce el vacío. Es fundamental que no te refugies en comportamientos dañinos para esconder el vacío que sientes. El primer paso para dejar atrás esa sensación consiste en reconocerla. En vez de rechazar o intentar esconder esa sensación, di simplemente “me siento vacío”. No es necesario que te enojes ni que te sientas mal contigo mismo, ese sentimiento de vacío tan solo significa que tendrás que encontrar un nuevo sentido.
  2. Asume el vacío como una oportunidad. Un estudio realizado por investigadores canadienses y croatas demostró que la sensación de vacío y soledad se experimenta de manera diferente según la cultura. De hecho, en la filosofía taoísta y budista el vacío, el estado de Śūnyatā, se considera algo positivo ya que implica que no estamos aferrados a nada. Por eso, aunque en la cultura occidental el vacío existencial está rodeado de un halo negativo, puedes cambiar la perspectiva y asumirlo como una etapa más en tu vida que te brinda una oportunidad para cambiar y explorar nuevos horizontes. Aunque sentir ese vacío puede que no sea muy agradable, es una señal de que necesitas cambiar e ir más allá, por lo que no es necesariamente algo negativo.
  3. Deja de buscar fuera, mira dentro de ti. El vacío no se puede llenar con nada literal, no se puede rellenar con cosas, solo puede colmarse con símbolos que tengan un significado especial para ti. Eso significa que lo que llena a una persona y le da sentido a su vida, puede no funcionar en tu caso. La búsqueda de sentido siempre es un viaje personal, por lo que es esencial que mires en tu interior y encuentres tus propios significados, aquello que te hace vibrar, motiva e ilusiona.
  4. Pasa tiempo contigo. Recuerda que el vacío existencial es, en cierta forma, una desconexión de ti mismo. Es probable que durante mucho tiempo te hayas descuidado, por lo que es importante que comiences a explorar tus deseos, miedos, esperanzas y sueños, lo cual te ayudará a crear nuevos significados en tu vida. Quizá al principio te sientas incómodo, pero a medida que cuides más de ti y aprendas a conocerte mejor, ese sentimiento de vacío irá desapareciendo.
  5. Reconfórtate. Si has pasado mucho tiempo anteponiendo las necesidades de los demás a las tuyas, es probable que tu “yo” se haya debilitado. Para remediarlo debes comenzar a mimar y reconfortar al “niño interior” que hay en ti, dale una palmadita en el hombro cada vez que hace algo bien. Esa nueva forma de relacionarte contigo mismo te ayudará a fortalecer tu autoestima y aumentar tu autoconfianza, de manera que el sentimiento de vacío no tardará en desvanecerse.

 

La logoterapia como camino para la búsqueda del sentido de la vida

“El hombre se autorrealiza en la misma medida en que se compromete al cumplimiento del sentido de su vida”, escribió el psiquiatra, creador de la logoterapia y autor del famoso libro “El hombre en busca de sentido”, Víktor Frankl.

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A través de la logoterapia el psicólogo acompaña a la persona que sufre una crisis existencial o un vacío emocional en el camino que la conducirá a reencontrar el sentido de su vida.

Llenar ese vacío significa que tendrás que reconstruir tu identidad y volver a conectar con los demás, con la vida y contigo mismo. Si te parece que se trata de una tarea titánica, puedes contar con ayuda psicológica. En El Prado Psicólogos te ayudaremos a dejar de sentirte vacío y reencontrar la pasión por la vida.

Durante la terapia tendrás que afrontar preguntas trascendentales: para qué sirvo, qué quiero hacer en mi vida, qué me satisface de verdad… Estas preguntas te conducirán a un proceso de redescubrimiento interior, de manera que puedas explorar tus diferentes facetas e intereses, lo cual te permitirá plantearte nuevas metas y comprender que más allá de las circunstancias, tienes la libertad de elegir cómo reaccionar.

Además de la logoterapia, en terapia se utilizan otras herramientas para superar la sensación de vacío emocional, como el coaching para establecer objetivos o la hipnosis, para cambiar los pensamientos y emociones negativas por otros más positivos y conectar con tu motivación y fuerza interior.

Fuente: elpradopsicologos.es

¿Y si tus Fiestas NO son Felices?

¿Y si tus Fiestas NO son Felices?

Son tantas las razones por las que a fin de año puede ser que lejos estemos de sentirnos “Felices” (así, con mayúsculas)! Por eso esta vez quisiera arrimarles al fueguito que alimenta sus vidas algunos conceptos que quizás los acompañen a ustedes mismos o a quienes sepan que lo pueda necesitar.

Allí voy! Y después me cuentan…

  • Duelos: Hay personas que este tiempo las encuentra procesando duelos muy recientes (o inclusive anticipados, pues tienen un ser querido muy enfermo o han determinado separarse de su pareja “luego de las Fiestas”, fecha muy elegida para ello). Cuando eso sucede, es importante ser legítimamente compasivo consigo mismo y darse permiso para hacer lo que desde la parte más sana de sí uno sienta necesidad de hacer. Para alguien (según su temperamento) lo mejor es sumergirse en el fragor genuino del espíritu festivo, descansando así, por un rato, del dolor; pero para otro la necesidad es estar acompañado, pero con poco ruido. En ese caso, si se está en una reunión social es importante no aislarse, sino buscar la persona apropiada y conversar más cercanamente (pero no de nuestros problemas!). Hay también quien precisa quedarse a solas, o únicamente con una o dos personas, o con los animales de su casa… y, -siempre y cuando no se trate de generarse más dolor innecesario porque luego uno se sienta excluido-, es un modo legítimo de preservarnos de lo que nos haría sentir más tristes.
    Es muy importante en estos casos no forzarse a mostrarse felices. Y no sólo eso: hay personas que hasta se fuerzan para ser felices “porque son las Fiestas”. Darse permiso para no estarlo puede ser sumamente sano. También para pedir ayuda terapéutica si es muy pesado. Fingir gasta una energía que, en este caso, necesitamos para autorreparar nuestra herida.
    Creo importante resaltar también que, más allá de los duelos vigentes, las Fiestas traen a la mente de muchas personas una nostalgia anual repetitiva por los que no están, por “lo que eran las Fiestas en su niñez”, y hasta una añoranza de lo que no ha sido (lo que no lograron durante ese año, la pareja o el hijo que no llegaron a tener… Así, se termina encarnando la canción “Lucía”, de Serrat: “No hay nada más bello que lo que nunca he tenido, ni nada más amado que lo que perdí”. Qué hacer consigo mismo en ese caso? Como la nostalgia me es algo tan familiar, aprendí de la gente sana que, cuando eso sucede, es necesario autoobservarse, verlo moverse dentro de sí como un pez en la pecera, y saber que uno no es eso, eso es un “sentipensar” (como dice Galeano) que uno mismo fabrica en su mente. O, como dice la Psicología del Yoga, “un contenido de la conciencia”. Si uno lo observa y no lucha contra ello (como se enseña en las disciplinas de Oriente) puede dejarlo ir, y conectarse con el presente.
    Quedarse en esa nostalgia es, dicen los tibetanos, “estar fuera del tiempo”. El remedio es volver al ahora, pues no se está tratando de lo que realmente pasa, sino de cómo construimos dentro nuestro la actitud ante lo que nos pasa. En lo más práctico, siempre hallé que muchos de estos “males festivos” se antidotan con una acción bien concreta (aun para quienes están en proceso de duelos vigentes) que es la de servir en algún lugar donde haga falta lo que somos y podemos: comida, juguetes, mano de obra, compañía para quienes se perturban peligrosamente por la inconsciente pirotecnia (animalitos domésticos o callejeros, personas con autismo o trastornos neurológicos, algunos ancianos)… Un hospital, una zona carenciada, un orfanato o esos lugares donde se reparan muñecos para luego regalarlos… Servir le da dimensión más real a nuestro dolor, a veces sobredimensionado por nuestra hipersensibilidad (que sin darnos cuenta nos hace caer en una rancia lástima de sí). Cuán intenso es legítimo que sea ese dolor? Cuánto estoy dispuesta a hacerlo durar dentro de mí, como si le regalara mi pecera a ese pez? El pez, al mar o al río! Cuando miramos al presente, si lo hacemos con actitud de agradecimiento por lo que sí hay en nuestra vida, nuestra conciencia puede cambiar radicalmente, y con ello nuestro sentir.
  • Irradiar imagen: Hay una parte del agotamiento que las Fiestas produce relacionado con una actitud sobrecompensatoria de nuestra carencia de autoapreciación. Otras veces, el mismo comportamiento está disparado desde un Ego que busca impactar. El resultado es el mismo: vivir este tiempo desde una actitud de “querer dar una imagen”: la casa tiene que estar im-pe-ca-ble, los nenes per-fec-tos, la comida debe sorprender, la ropa tiene que generar admiración, y de aquí al 25 todos tenemos que estar delgados, jóvenes y bellos. Los más felices de la familia! “Qué bien se la ve a Fulanita!”, deberá decir “la gente” (y “Fulanita” ser una, claro!). “Ay, qué hermoso arbolito, no como el que tenemos nosotros!” (pues para el Ego el despertar envidia es tan temible como exquisito).
    Esta tendencia suele ser doblemente costosa (inclusive con síntomas psicosomáticos, ansiedad, depresión, irritabilidad) cuando queremos pretender mostrar lo contrario de lo que sucede. Y si somos como somos? Y si apostamos a la sencillez?
    Cuando lo que se busca es sobrecompensar la carencia de autovaloración, la sobreexigencia puede ser atroz, aunque la persona se quede sin comer ni dormir, generando unas ojeras con las que podría hacerse un moño… Alto ahí! Para qué? Una vez más, lo que está sucediendo no es lo que está sucediendo sino mi actitud: quiero eso? Qué parte de mí lo quiere? Tanto? Pues a veces el problema no es el “qué” sino el exceso. Recordemos que uno de los pilares del conocimiento y el equilibrio interior, para los griegos, estaba escrito en el Templo de Delfos: “Nada en exceso”.
    Desprenderse del querer irradiar cualquier imagen es una liberación que uno debe conquistar: ni ser “el bueno”, ni “el servicial”, ni “el exitoso”, ni “el que todo lo puede”…
    Tampoco, desde la carencia de autovaloración, buscar ser “el que hace felices a los demás” (lo cual suele generar exigencias personales altísimas!)… Tengo que decírselos, pues considero que ya somos grandes, disculpen: Papá Noel no existe (y si existe, no somos ninguno de nosotros. O sí?)
  • Naufragar en obligaciones: Hay personas que lo pasan muy mal durante las Fiestas porque tienen dos grandes talentos inversos (o sea, que los usan para mal):
    1. Generarse obligaciones que no haría falta que existieran (por ejemplo llamar a amigos que ya no existen para desearles Felicidades, llevar regalos estrictamente elegidos con esmero para personas que ni siquiera aprecian, asistir a tooodas las fiestas de egresados de los hijos de sus amigos, muestras de sus cursos de teatro, de manualidades y de acupuntura, para “no fallarles”… aunque queden con taquicardia e insomnio porque la agenda les explota… y todos los etcéteras). Por favor, aquí hace falta la práctica de Maitri, como dice la Psicología Budista: “amistad incondicional consigo mismo”. Ver si realmente puedo, si quiero, buscando el mismo cuidado para con nosotros que tendríamos para con cualquier ser querido. Es más: convertirnos en un ser querido para nosotros mismos! Eso es Maitri.
    2. Tomar obligaciones que no son suyas sino de otros, quienes perfectamente podrían cumplirlas (seguramente porque es lo que hace durante el resto del año!). Así, el “cumplidor” autogenera un estrés agudo a costa de la pereza ajena; en este caso recordemos que en muchas ocasiones en que somos abusados en nuestra buena voluntad (o en nuestra neurosis) estamos siendo responsables de que exista un abusador (así se trate de nuestro hijo, nuestro padre o nuestra hermana)… con lo cual colaboramos en una acción que no es ética, a pesar de que lo hagamos con buena intención!
      Cuáles son mis reales ob-ligaciones? Sí, así, separado. Porque la etimología nos lo dice: ob = entorno, alrededor; ligare = lazos, ataduras. Alto otra vez! Preguntarse a sí mismo: esta obligación…
      a) Es real o me la autogeneré?
      b) Es mía o es de otro?
      c) Es necesario que sea tanto, o le pongo una intensidad excesiva que me hace mal?
      d) Por qué o para qué lo hago? (Sobre todo si tiene que ver con el punto anterior acerca del irradiar una imagen)…
  • Entonces? Entonces, creo que lo principal es revisar la propia actitud, y tratar de no dañar ni dañarse: crear el mejor momento posible, con sencillez, y ubicarse en el rol que, a conciencia, consideremos el más sano para nosotros.
    A veces, inclusive, contamos con la libertad de ver las Fiestas como desde afuera, y elegimos eso, quedándonos tranquilos en casa y disfrutando de un momento de introspección. Si estamos atentos al presente, y a que para algunas personas cuya real obligación no es estar con otros (pues a veces sí lo es, como parte de lo coherente, según hayamos construido nuestros lazos), podemos hacer algo frugal, simple, y, otra vez decir como el poeta Galeano (cartel que está en la puerta de mi casa), “En un mundo de plástico y de ruido, yo quiero ser de barro y de silencio”. Eso elijo yo. Los acompaño desde esa elección, con todo mi afecto…

Fuente: virginiagawel.blogspot.cl

Cómo fomentar una sana autoestima en la infancia

Cómo fomentar una sana autoestima en la infancia

Una sana autoestima es clave para el desarrollo físico, psíquico y social de niños y niñas, constituyendo un factor de protección frente a los muchos riesgos del desarrollo y la vida adulta.

Alicia Martínez Peral

El objetivo de este artículo es aprender cómo potenciar esa autoestima desde las pequeñas interacciones que en el día a día tenemos con los menores.

Para entender qué es y cómo mejorar la autoestima primero tenemos que introducir otro término: el autoconcepto. Es una elaboración cognitiva que se desarrolla a partir de la interacción del niño/a con el medio y que recoge la percepción que tiene de sí mismo: de su forma de comportarse, sus capacidades, su aspecto físico y sus cualidades. Algunos autores lo han descrito como «la foto privada que el individuo ha realizado de sí mismo» (Bermúdez, 2003 p.20) sin añadirle ningún tipo de evaluación de si le gusta o no. Aunque el autoconcepto empieza a formarse desde las primeras interacciones con los demás, es a partir de los 11 ó 12 años cuando es más elaborada.

La autoestima es la valoración positiva o negativa que la persona hace de sí misma al comparar su autoconcepto con la imagen ideal que tiene de cómo le gustaría ser. Si la considera próxima tendrá una buena autoestima y si hay mucha distancia hará una valoración negativa de sí misma.

El ideal de cómo le gustaría ser se va elaborando a través de la educación recibida, los modelos cercanos, la cultura, el grupo de iguales, etc. Cambia a lo largo de los años y en cada edad se le da más importancia a uno u otro aspecto.

Hay muchos estudios que han relacionado una sana autoestima con un alto rendimiento escolar así como un buen ajuste psicológico, estabilidad emocional, seguridad, una red social amplia, incluso con mejores niveles de defensas del sistema inmunológico (Kifer,1995; Lyubomirsky, King, & Diener, 2005; Sowislo & Orth, 2013).

Por el contrario, una baja autoestima está asociada a mayores niveles de ansiedad, depresión, inseguridad, dependencia en las relaciones, hipersensibilidad a la crítica y un mayor riesgo de consumo de drogas (Fuentes; García; Gracia & Lila, 2011; Orth& Robins, 2013).

Factores que influyen en la autoestima:

Entre los factores más importantes que influyen positiva o negativamente en la formación de la autoestima están:

  • La valoración que recibimos desde la infancia de los modelos de referencia y figuras de apego (padres, madres, profesorado y familia extensa). Cuando el niño o la niña recibe una valoración positiva y el reconocimiento de sus cualidades personales, sus habilidades y sus logros aprende a verlas en si mismo/a. Cuando recibe feedback de sus fallos, los aspectos a mejorar y que conductas son adecuadas e inadecuadas, el menor aprende a reconocer sus errores, se motiva para superarlos y los ve como algo natural, permitiendo el desarrollo de una autoestima ajustada.
  • El éxito en conseguir los objetivos que nos proponemos, ya que esto aporta una sensación de autoeficacia que motiva para enfrentarse a nuevos retos. Cuando a la hora de fijarse objetivos, el niño/a establece unas metas alcanzables, realistas, tanto a corto como a largo plazo tiene muchas más probabilidades de conseguirlo y obtener satisfacción personal. Por el contrario, cuando los objetivos son inalcanzables, poco definidos y poco realistas, la posibilidad de alcanzarlos disminuye mermando la autoeficacia y provocando frustración y desmotivándole a la hora de conseguir nuevos retos.
  • El autoncontrol emocional. La habilidad de regular las propias emociones proporciona una sensación de dominio y de capacidad de dirigirse a uno mismo que aporta seguridad personal. Además incide en el establecimiento de relaciones sociales satisfactorias que a su vez hacen de espejo devolviendo al individuo una imagen positiva de sí mismo.
  • Entre las actitudes que impiden un buen desarrollo de la autoestima están la sobreprotección, las críticas constantes dirigidas a la persona en vez de a la conducta (ejemplo: eres un vago en vez de no te has esforzado mucho para el examen de lengua porque has estado toda la tarde viendo la televisión), la comparación con los demás y la exigencia desproporcionada.

Identificar la baja autoestima en niños:

Hay determinadas actitudes y comportamientos de los niños y niñas que nos pueden alertar de una baja autoestima, entre ellas destacan:

  • Una actitud excesivamente quejumbrosa y crítica. El niño o la niña muestran miedo o disgusto en el momento de enfrentarse a nuevas situaciones, siendo habitual las afirmaciones de «es que no puedo» o «yo esto no sé» antes de haberlo siquiera intentado. Además se muestran muy inseguros a la hora de mostrar sus tareas o dibujos a los demás, anticipando una valoración negativa de los otros.
  • Necesidad compulsiva de llamar la atención o intentar pasar completamente desapercibidos. Ambas actitudes pueden ser signos de una baja autoestima, aquellos que llaman la atención continuamente lo hacen en un intento de ser reconocidos u aquellos que son «invisibles» buscan evitar cualquier valoración o situación que les pueda poner en evidencia.
  • Ánimo triste. Los niños con baja autoestima muestran a menudo una conducta con ánimo triste, se muestran cabizbajos y desanimados mostrando poca motivación en lo que hacen.
  • Conducta desafiante o agresiva. El temor a la falta de aprobación por parte de otros iguales o de los adultos lo enmascaran con comportamientos agresivos, retadores u oposicionistas. Estas conductas hacen que los adultos se coloquen en una posición defensiva dificultando la expresión emocional en el niño.

Estrategias para potenciar una sana autoestima:

Existen pautas sencillas que se pueden llevar a cabo en la vida cotidiana en el trato del adulto con el niño que van cultivando la autoestima progresivamente. Algunas de ellas son:

  • Favorecer el autoconocimiento. Dado que la autoestima es la valoración que se hace del concepto de sí mismo, ayudar al niño a conocerse es una parte fundamental del desarrollo de la autoestima. El facilitar al niño diversidad de actividades reforzando sus cualidades hace que este vaya percibiendo y valorando sus propias capacidades. Así mismo éste podrá reconocer y aceptar sus dificultades y verlas como algo natural.
  • Darle feedback sobre su comportamiento, reforzando los aspectos positivos, los avances y aquellas cualidades que favorecen su desarrollo. Mostrarle cuáles son sus conductas erróneas enseñándole siempre alternativas positivas para que pueda corregirlo y sentirse reforzado de nuevo.
  • Ayudarle a que se proponga retos alcanzables y realistas. La labor del adulto está en que estos objetivos supongan un desafío con altas posibilidades de éxito para situarle en una espiral de logro-refuerzo-nuevo objetivo.
  • Permitir que el niño pueda tomar decisiones ajustadas a su edad afrontando las consecuencias positivas y negativas que conlleven. Con niños de infantil haciendo preguntas dicotómicas, por ejemplo ¿qué prefieres ir al parque o a la piscina? A medida que crecen y aumenta su capacidad de reflexión podemos ayudar al niño/a a que genere sus propias opciones y decida, el adulto por su parte puede ayudarle a pensar en las consecuencias positivas y negativas que puede tener cada opción.
  • Enseñarle a interpretar los fracasos como oportunidades para mejorar y proponerse nuevos retos, ayudándole a reflexionar y encontrar caminos que le permitan superar esas dificultades.
  • Por último, destacar que lo más importante para conseguir una buena autoestima es la relación positiva entre el adulto y el niño, basada en el afecto, el respeto y la aceptación, siendo primordial que la actitud del adulto sea coherente con los valores que quiere enseñar.

Bibliografía:

-Bermúdez, M.P. (2003). Déficit de autoestima. Evaluación, tratamiento y prevención en la infancia y adolescencia. Madrid: Ediciones Pirámide.
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-yubomirsky, S., King, L., & Diener, E. (2005). The benefits of frequent positive affect: Does happiness lead to success? Psychological Bulletin, 131,803-855.

Fuente:

El problemas no son los hijos, el problema es creerse supermadres

El problemas no son los hijos, el problema es creerse supermadres

Todas las mujeres incluídas las no madres, somos aún más vulnerables que los hombres a la discriminación, al abuso, al maltrato y al sometimiento. Es una amenaza muy presente y potente todavía en nuestros tiempos. Al ser madres quedamos aún más en terreno de batallas, desprotegidas, en descuido, abandonadas y susceptibles de ser dañadas. Pero ojo, NO son los hijos los que nos vienen a poner las cadenas de esclavas, no son ellos los que están robándonos nuestro placer.

Por Dra. Soledad Ramírez

¿Estamos siempre cansadas las madres? ¿es posible aludir esto al peso de la crianza? ¿es esto sinónimo de deterioro de calidad de vida? me preguntaba hace un par de días en relación a leer un artículo por ahí.

Claro que cansa la maternidad, más aún si hay que conjugarla con horas de trabajo. Claro que hay días (y noches) muy agobiantes que nos hacen pensar “en qué me he metido”, pero la experiencia de estar con nuestros hijos debiera ser mucho más que eso…

Las que somos madres, trabajemos profesionalmente o no, sabemos que es una etapa de sobrecarga física, mental y emocional, sin embargo, para la mayoría de las mujeres, y en ausencia de trastornos mentales, la gratificación que obtenemos de parte de la relación con nuestros hijos es mayor y protege de que se vuelva una tarea tan desagradable como a veces se teme. Ser madre agota, pero en muchas opiniones que he leído se están obviando las recompensas emocionales que debiésemos estar recibiendo y disfrutando ojalá todas, más allá del estilo de maternaje que hayamos elegido.

Efectivamente ser mujer madre y profesional implica una doble (o triple o cuádruple!) exigencia, pero en parte el nivel de sobrecarga psíquica que esto conlleve se relaciona con cómo la mujer gestione, transe y equilibre cumplir esas expectativas o exigencias, y no sólo en cuanto a su maternidad sino también a cumplir otros roles.

¿Por qué hay mujeres que están pasándolo tan mal?

Podría hipotetizar varias cosas, partiendo porque creo que no todas las mujeres están eligiendo en verdadera consciencia y libertad tener hijos. Si no hay real deseo de gestar y parir, es esperable que el deseo de criar se instale de manera más dificultosa ¿no?

Pero creo que además existe una sobrecarga derivada de la cantidad de responsabilidades que recaen hoy en la mujer y de la falta de red de apoyo, por lo que lógicamente las mujeres que viven su maternidad en soledad en una sociedad donde todos sus esfuerzos son invisibles están más vulnerables a presentar síntomas de agotamiento y estrés.

En mi opinión es esta soledad en la que se vive la maternidad lo que puede derivar en una vivencia esclavizante, más que la maternidad propiamente tal. Es criar sola lo que más cansa. Y es esa vivencia más el aislamiento y la falta de soporte emocional lo que se convierte en un factor de riesgo para alterar la salud mental de la mujer, sea madre o no por lo demás.

La maternidad agrega una carga, claro que sí, pero no se podría considerar como causal único de deterioro de nuestra salud mental.

Todas las mujeres incluídas las no madres, somos aún más vulnerables que los hombres a la discriminación, al abuso, al maltrato y al sometimiento. Es una amenaza muy presente y potente todavía en nuestros tiempos. Al ser madres quedamos aún más en terreno de batallas, desprotegidas, en descuido, abandonadas y susceptibles de ser dañadas. Pero ojo, NO son los hijos los que nos vienen a poner las cadenas de esclavas, no son ellos los que están robándonos nuestro placer.

Intuyo una evasión a las verdaderas causas actuales de insatisfacción en la mujer el aludir el deterioro de la calidad de vida a la tarea de criar.

Las mujeres actualmente estamos sobrecargadas en varios flancos, algunos mucho más esclavizantes que los hijos. Se nos exige rendir laboralmente bajo estándares de competencia masculina, pero con menos privilegios que ellos, se nos da una responsabilidad en general mayor en cuanto al cuidado de los hijos, pero además se espera que mantengamos las responsabilidades de llevar la casa, gestionar la vida social y familiar, que nos mantengamos físicamente cuidadas según los cánones de belleza imperantes, que respondamos a las demandas de pareja, etc.

Actualmente se está midiendo el ejercicio de la maternidad con estándares casi empresariales y veo que esto amenaza la experiencia placentera de esta. Y hace vivirlo más como una condena. Muchas mujeres se están tomando la crianza como un trabajo profesional con todo lo que ello implica, y con los criterios de competitividad, eficiencia y productividad casi de un corredor de bolsa!. Frecuentemente aparecen artículos acerca de “Cómo tener hijos con mejor autoestima”, “cómo tener hijos exitosos”, “como ser acá y allá”, y eso se vive como exigencia y claramente agobia, por todos lados la madre está recibiendo instrucciones de cómo ser mejor madre, siendo comparada con otras mujeres. O sea es cierto que la maternidad es un trabajo, pero de alguna manera se ha tendido a industrializar casi el ejercicio de ésta y eso asusta… Finalmente las madres que trabajamos terminamos teniendo dos profesiones que debemos ejercer con los más altos estándares de rendimiento y éxito.

Sí veo a muchas mujeres muy cansadas. Sí, yo también me canso…y mucho. A mayor agobio menor posibilidad de disfrutar de nuestros hijos y familia. A menor sensación de recompensa y placer, mayor percepción de insatisfacción. Pero abramos los ojos, miremos a nuestro alrededor y seamos sinceras: ¿por qué estoy tan cansada?.

Se critica y se teme la supuesta sobrecarga que nos impone la maternidad, pero seguimos aguantando otras sobrecargas mucho más abusivas del sistema en que vivimos. ¿Será la maternidad la que nos está esclavizando o la manera de llevarla en el modelo social imperante hoy? La sociedad muchas veces nos hace ingrata la tarea de maternar y nos condena con una serie de exigencias que nos coartan. Tener hijos actualmente está muy poco recompensado por el sistema en que vivimos. Significa un detrimento de condición económica pero también un menor reconocimiento a otros niveles.

Es el esfuerzo  de mantenernos en todos los roles y cumplir todas las expectativas lo que termina agobiando muchas veces. Es la aspiración a la perfección una de las grandes cadenas. Hay poco espacio para la falla, para hablar de lo difícil y esto en parte se relaciona con la falta de tribu, pero también con las expectativas culturalmente impuestas.

Así como la realización personal y la sensación de plenitud no la da el ser madre o no, tampoco la coartación de nuestra felicidad tiene que ver originalmente con tener hijos o no.

Me preocupa también la visión de maternidad que le estamos transmitiendo a nuestros propios hijos. Que les llegue injustamente el mensaje de que por su causa y existencia no hemos podido realizarnos y que su llegada al mundo nos ha condenado. No quiero ni pensar en las consecuencias emocionales a largo plazo para un niño que se siente responsable de la insatisfacción de su madre… El que ellos tomen nota de lo gratificante que es haberlos concebido , gestado, parido y criado no depende sólo de nosotras sino del mensaje de la sociedad entera.

Y el que ellos aprendan a disfrutar depende en gran parte de vernos disfrutar a nosotras y eso es tarea de todos también.

Lo que no se está pudiendo ver muchas veces es que el tener hijos puede convertirse en un regalo de sanación, no de enfermedad…

Fuente: mamadre.cl

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