En los artículos anteriores, me referí a la importancia de conectar emocionalmente con nuestros hijos adolescentes y de resignificar sus crisis. En este artículo, me referiré a otro aspecto fundamental para enfrentar las crisis, pero también para mejorar la relación con ellos, apoyarlos, acompañarlos en sus procesos y aportar a su desarrollo socioemocional. Me refiero a uno de los principales desafíos a los que nos enfrentamos quienes tenemos hijos en esta etapa: encontrar herramientas para situarnos en un equilibrio entre la firmeza y la amabilidad y respeto hacia ellos.
Este es un logro difícil, ya que generalmente nos debatimos entre momentos de extrema firmeza, donde los sermones y castigos están a la orden del día y otros en los que intentamos contrarrestarlos, con extrema permisividad. Además se torna muy difícil mantener la calma y lograr este equilibrio en situaciones de crisis, cuando nuestro/a hijo/a desafía nuestras rabias, inseguridades, expectativas, miedos y porque no decirlo, nuestro ego y quedamos “atrapados” en una situación en la que no sabemos cómo seguir siendo amables cuando estamos tan molestos y, sobre todo, ser amables sin perder la firmeza, pasando a ser permisivos.
La amabilidad es necesaria para no perder el respeto hacia nuestros hijos y validar sus sentimientos y la firmeza es necesaria para mantener el respeto hacia nosotros mismos y hacia las necesidades de la situación.
Y si de lograr este equilibrio se trata, tal como en tantos otros momentos difíciles en la relación con los hijos, apostar a herramientas basadas en una crianza consciente y positiva nos pueden ayudar.
Me refiero, primero que nada al “tiempo fuera para los padres”, que implica detenerse, respirar y salirse de la habitación o lugar en que estamos, para continuar con la conversación en otro momento. Este sirve no sólo para calmarnos y controlarnos para hacerlo mejor, sino que también para darnos tiempo y reconocer lo que realmente nos provocan los desafíos de nuestros hijos adolescentes, las rabias, las dificultades para controlarlas, los miedos, en fin, nuestras luces y sombras. Además modelamos en nuestro/a hijo/a adolescente el respeto hacia sí mismo/a, respetándonos a nosotros mismos como personas y padres. El mensaje es “te amo y respeto tus sentimientos, pero no cómo me los estás expresando, así que cuando estés más tranquilo/a y me hables de mejor manera, podemos volver a conversar” o “en este momento estoy demasiado molesto y no puedo pensar con claridad, así que hablemos después”.
Uno de los principales aspectos que nos dificulta encontrar el equilibro entre firmeza y respeto hacia nuestros hijos adolescentes, es la creencia errónea de que los castigos y sermones son eficientes para cambiar sus conductas en el largo plazo. Pueden serlo en el corto, ya que generalmente detienen por un momento la conducta que nos preocupa o molesta, sin embargo en el largo plazo lleva a padres e hijos a luchas de poder que deterioran la relación. Ante esto una pregunta: ¿creemos realmente que los adolescentes se motivarán a actuar mejor si los hacemos sentir peor?
Cuando yo misma como mamá, después de insistir innumerables veces en las estrategias de los castigos y sermones, los eliminé porque eran ineficientes y sólo nos alejaban emocionalmente, me quedé sin herramientas para muchos momentos de la crianza. Así fue especialmente en los que implicaban puesta y refuerzo de límites, ya que yo tendía a confundir esto con sermones, retos, castigos y control. Hasta que un buen día me di cuenta que nos resultaba mucho mejor definir juntos los límites y consecuencias y que mi hijo estaba mucho más dispuesto a respetar los que él mismo ayudó a establecer. El mensaje en el fondo es: “Juntos decidiremos la reglas que nos beneficien mutuamente y que respondan a las necesidades tuyas y mías”
¿Y qué hago cuando mi hijo/a transgrede los límites, si ya no tengo las herramientas del castigo y el sermón?… pues dialogo, dialogo y más diálogo. Primero debemos recordar que dialogo es muy diferente de sermón y que debe situarse sobre la genuina necesidad e intensión de comunicarse y no para manipular, lo que es poco respetuoso y los adolescentes son muy sensibles a ello. Recuerda que lo que queremos en el largo plazo no es controlar su conducta, sino que ayudarlo a formar su criterio y su responsabilidad y, desde ahí, vaya siendo cada vez más capaz de regularse autónomamente. Entonces exprésale tus sentimientos y percepciones con respecto a la situación (“estoy muy molesto por lo que hiciste”, “me sentí muy angustiada en las dos horas en que te atrasaste porque pensé que te había pasado algo malo”) y ayúdalo a expresar los suyos, preguntando desde una genuina curiosidad, ¿qué pasó?, ¿y ahora, cómo lo resolverás?, ¿qué crees que ocasionó que esto pasara? Lo más probable es que las primeras veces tu hijo/a te conteste “no sé”, porque está acostumbrado a que en tus sermones las respuestas vengan desde afuera. Dale tiempo, todos estamos aprendiendo nuevas formas.
Algo muy importante para abrir el diálogo y que nuestro/a hijo/a se sienta dispuesto y más motivado a cooperar en la conversación es que sienta nuestra genuina escucha, comprensión y validación de sus sentimientos y puntos de vista: que sienta nuestra empatía. Mostrar empatía no significa necesariamente estar de acuerdo, sino simplemente que se entiende la posición del otro. Una buena idea es compartir con él/ella, momentos en que tú te has sentido o comportado de manera similar.
Finalmente, otra herramienta fundamental es poder comunicarle la confianza genuinade que puede mejorar y cambiar, ya que los adolescentes están mucho más dispuestos a reflexionar sobre sus actos, cuando sus padres u otras personas les dan la posibilidad real de intentarlo nuevamente. El mensaje de fondo es: “Confío en ti y estoy seguro que puedes mejorar y/o pensar en una solución útil para resolver este problema”.
Nadie dice que sea fácil llevar esto a la práctica y tal como nuestros hijos, nos volveremos a equivocar muchas veces, entonces lo importante es ser conscientes de nosotros mismos, perdonarnos, pedir perdón si es necesario, aprender de los errores y darnos, a nosotros y a nuestros hijos, la oportunidad de recomenzar más conscientemente. Reflexionar sobre estos puntos y tenerlos conscientes, nos permite recomenzar más fácilmente, porque como leí por ahí (no recuerdo donde, así que voy a usar esta frase sin citarla y la agradezco a quien sea que la dijo):
“Lo que reflexionamos y hacemos consciente, lo damos como un regalo a las generaciones que vienen”
El embarazo es una etapa de cambios y de incertidumbre para toda mujer, más aún si eres adolescente. Puede que un día te despiertes feliz, entusiasmada con la idea de ser madre y ansiosa imaginando como será tu hijo y que al momento todo esto desaparezca. Entonces, te pueden surgir sentimientos de rechazo, de indiferencia y muchísimos temores e inseguridades.
Probablemente te enfrentes, y al mismo tiempo, con emociones contradictorias como temores, alegrías, dudas, rechazo y aceptación. También pueden aparecer ideas de pérdida como “Perdí mi juventud”, de exclusión como “No estaré haciendo las cosas que hacen mis amigas” y temores “Me atrasaré en los estudios” entre otras preocupaciones. Así, parece que hubiera una batalla en tu interior que guarda inseguridades pero también fortalezas y deseos.
A continuación, te presentamos algunos consejos para poder entender y llevar esas emociones durante el embarazo:
“ES NORMAL”
Sentir un sinfín de sentimientos contradictorios y no siempre agradables durante la gestación y la maternidad es completamente normal, a la mayoría de las madres les sucede y más todavía si eres joven y no estaba en tus planes. Por lo mismo evita juzgarte y date permiso para sentir lo que sientes.
“NO TE CULPES”
Deja que tus emociones cambiantes convivan dentro de ti. Puede sonar extraño, pero en la medida que aceptes que esto es normal, experimentarás todas las emociones más tranquila. Respetar tus emociones con flexibilidad te ayuda a ser más amorosa contigo misma, y no culparte por ninguna de ellas. El tener sentimientos de rechazo o indiferencia hacia tu embarazo o hijo, no te convertirá en mala madre y mucho menos será motivo para no querer a tu guagua.
“ENFRENTA TUS MIEDOS”
Pon atención a tus inseguridades internas. Cada mujer que está esperando un hijo(a) tiene sus propios temores que van variando con la etapa de la gestación en que te encuentres. Tener una libreta para registrar las ideas que dan vuelta en tu cabeza te puede ayudar a ordenar tus preocupaciones y sacarlas fuera de ti para tenerlas más controladas. Asimismo, un diario para escribir el transcurso de tu embarazo mes a mes, te ayudará a contactarte con tu maternidad y a decantar sentimientos. Cuando tengas tus miedos más claros, puedes crear una frase para cada miedo que te tranquilice o que quisieras escuchar cuando vengan a tu mente.
“ESCUCHA TUS NECESIDADES”
Encuentra el espacio para tus necesidades físicas y personales. Eres joven y probablemente querrás juntarte con amigas, realizar actividades de tu interés, dedicar un tiempo para ti, etc. Todo eso es compatible con tu embarazo, si encuentras actividades que te permitan ser joven y al mismo tiempo cuidar tu proceso de gestación. Cada vez que puedas mímate y regalonéate, así aminorarás el sentir que tu vida es solo para el bebé sino que también eres importante.
“CONVERSA CON TUS CERCANOS”
Hablar de lo que sientes con tu familia, pareja, amigos y otras redes de apoyo te ayudará a sentirte más aliviada. Compartir tus preocupaciones te ayudará a calmar miedos y dudas al contar con otro punto de vista, y palabras de aliento.
“INFORMATE Y SE PROACTIVA”
Muchos miedos vienen de dudas que se pueden calmar cuando cuentas con la información adecuada. Busca información sobre el proceso de embarazo y todo lo que te inquiete. Pregunta a la matrona, a otras mamás o busca información confiable. Acá en la página web de Chile Crece Contigo puedes encontrar muchísima información. Esto, además de calmar tus temores te ayudará a conectándote con tu maternidad y tu hij@.
“DEJA QUE TE CUIDEN”
Ahora que serás madre, recuerda que también eres hija. Eres joven y necesitarás el apoyo de tus cercanos. Permítete ser cuidada y guiada, habrá días en que te sentirás más grande y otros días como una niña pequeña que necesita mucho apoyo. También permítete explorar el ser mamá y pedir ayuda en todo lo que necesites. Nadie nace sabiendo serlo, puedes equivocarte, no saber qué hacer y pedir ayuda.
“CONFIA EN EL TIEMPO, SERA TU ALIADO”
La mayoría de las veces, estos sentimientos se van pasando con el tiempo sin necesidad de alguna intervención psicológica, psiquiátrica o farmacológica. El curso de las cosas va calmando las intensas sensaciones mientras te adaptas a tu nueva situación. Si sientes que persiste o te sientes sobrepasada, solicita apoyo psicológico. La naturaleza es sabia: tienes nueve meses por delante para adaptarte a la idea del cambio de vida antes de la llegada del niño.
Para educar a los niños no es necesario el castigo físico
La aplicación del castigo físico no tiene el mismo efecto que imponer límites a los niños. Las normas y las reglas pueden ser aprendidas de otras formas. Las normas son una parte necesaria del proceso educativo. A través de ellas se regulan las conductas y comportamientos, durante la infancia, como forma de facilitar el proceso de incorporación del niño al mundo de los adultos.
Uno de los objetivos de las normas es la de permitir que los niños y niñas las hagan suyas mediante un proceso crítico. En este sentido el castigo físico se muestra una vez más ineficaz. Al no permitir el razonamiento, al estar reñido con el diálogo, al sustentarse en la diferencia de fuerzas entre adulto y niño, el castigo físico no enseña a ser independiente y autónomo.
El castigo físico a los niños
El castigo físico obliga a una obediencia ciega, obliga a la sumisión y obliga a la dependencia. Enseñar normas no implica en aplicar castigo físico. La instrucción y el diálogo han de ser norma en las relaciones familiares. Marcan las diferencias respecto a la disciplina autoritaria. Aquí podrás saber el por qué:
Las normas se basan en razonamientos entre padres e hijos.
La aplicación de las normas debe ser razonadas por los padres de la forma más comprensible para los niños.
Las actuaciones han de ser educativas.
Las razones argumentadas han de ser por el bien común de los niños y adultos.
Padres e hijos estarán dispuestos a cambiar y adaptar las normas si lo consideran oportuno.
En la toma de decisiones, se debe respetar y tener en cuenta la opinión de los niños
Las decisiones deben tener una mínima estabilidad para facilitar la convivencia familiar.
Los padres deben tomar la última decisión, cumpliendo su función protectora y educadora.
Se debe fomentar, tanto en padres como en los hijos, la capacidad de anticipar las consecuencias de sus actos, y de responder a las responsabilidades de sus actos.
Las normas en la educación de los hijos
Las normas son importantes, pero el contexto y las situaciones en las que el aprendizaje ocurre merece un destaque. Es necesario:
Conocer a los hijos, estar con ellos valorarlos sin idealizarlos.
Cultivar y demostrar cariño, siempre.
Compartir su tiempo con los hijos.
El ejemplo de los padres es muy importante en el proceso de aprendizaje de los niños.
Fomentar la participación activa de los hijos en la familia.
Establecer límites claros, coherentes y consistentes, junto con el niño o niña, en función de su capacidad y responsabilidad.
Será necesaria menor aplicación de límites cuando se proporciona un medio físico seguro para el niño 8- Proporcionar un ambiente rico en posibilidades de todo tipo.
Qué es educar a los hijos
Es un proceso que tiene como meta formar a la persona, enseñarle a vivir y a convivir, y se basa en adquirir conocimientos, desarrollar valores, participar activamente en la comunidad, adquirir criterios, decisiones y comportamientos propios, y a expresar y reconocer emociones. La educación es una de las principales tareas que tiene toda sociedad.
Los padres deben ser modelos de referencia, las primeras y principales figuras educativas, aunque no sean las únicas. Debe haber la participación de otros familiares, de la escuela, de los medios de comunicación etc. Para eso, es necesario compartir el tiempo con los hijos, respetar su identidad, favorecer su integración, ser coherente en el ejemplo, y posibilitar experiencias a los niños.
Una persona empieza a practicar Mindfulness o algún otro tipo de meditación. Quizá le ha animado alguna amistad o su pareja, o tal vez siente su mente bombardeada por pensamientos y emociones negativas y desea sentir alivio de esa tortura mental o, incluso, se lo ha recomendado su terapeuta. No sabe muy bien cómo empezar, nunca ha hecho nada similar, así que sigue las instrucciones o busca un vídeo en You-Tube y se las apaña como puede. Tampoco sabe muy bien qué esperar; le dicen que le va a sentar bien, que llevará un tiempo, pero no tiene una idea muy clara de qué puede pasar. Empieza a practicar todos los días siguiendo las instrucciones que le dan o que ha leído.
Al cabo de unos días o de unas semanas, empieza a notar más calma interior, al comienzo sólo por momentos, pero lo nota. Nota su mente más serena. La ‘radio mental’ que está siempre encendida y siempre hablando, tiene momentos en que se apaga —aunque sólo sea durante segundos— por sí sola. La persona disfruta más de la familia, del trabajo, de la naturaleza. Duerme mejor, está más tranquila y positiva. ¡Esto funciona!
Y entonces llegan unas vacaciones, un viaje, o unos días muy ajetreados. “Por un día que no haga el Mindfulness no pasa nada” y lo deja. Y, efectivamente, no pasa nada. Su mente sigue serena y positiva. Así que, poco a poco, continúa sin practicar. De vez en cuando vuelve un poco, más que nada ‘por si acaso’, por no atreverse a dejarlo del todo. Quizá una vez a la semana o cada diez días, practica Mindfulness, pero como ahora ‘no tiene tiempo’, escoge un ejercicio más corto, uno de diez o cinco minutos… ‘seguro que con esto basta’, piensa.
Pero no basta. La actividad mental vuelve poco a poco. La persona todavía no había desarrollado suficiente autoconsciencia para percibir lo que está ocurriendo, así que se deja llevar. Aumenta la actividad mental, la radio mental ya no tiene momentos de silencio. La actividad de la mente es cada vez más intensa y rápida… y cada vez más negativa. Como las nubes que se juntan en el cielo, cuando son pocas, son blancas y algodonosas, como en un cielo de verano… pero cuando se empiezan a juntar, como en las bajas presiones, cada vez son más oscuras y negras… hasta que termina lloviendo. Y, cuando ‘llueve’, es decir, cuando retornan los síntomas de ansiedad o depresión, los pensamientos negros y negativos, la irritabilidad, la molestia, la desgana, la apatía, el malestar, como la persona sigue haciendo Mindfulness ‘de vez en cuando’ piensa: “Esto no está funcionando”.
Entonces quizá hable con alguien, su terapeuta, su guía de meditación o una amistad con más experiencia y le transmite su queja “vuelvo a estar mal, esto no funciona”. La otra persona escucha y le dice que no está dedicándose suficiente, que tiene que volver a practicar como al principio, a diario, y con sesiones más largas… digamos 20-30 minutos. Así que la persona vuelve a ‘hacerlo en condiciones’, con la esperanza de volver a conseguir los mismos resultados que consiguió la primera vez.
Pero ahora hay algo que ha cambiado de forma fundamental. Ya no tiene lo que en el mundo de la meditación Zen se llama “mente de principiante”, es decir, una mente sin expectativas, abierta a todas las posibilidades, una mente que explora con entusiasmo. Ahora, por el contrario, esa mente tiene expectativas, tiene una película del pasado que proyecta al futuro y dice “quiero eso, otra vez”. Así que vuelve a la carga con el Mindfulness, y se pone a practicar, quizá con una meditación guiada. La voz le dice “centra tu conciencia en la respiración, en las sensaciones tactiles de la respiración”… y la mente de la persona que escucha dice: «eso hago, venga, la respiración, sí… tengo los músculos tensos… venga, los relajo… venga, esa respiración… creo que no estoy respirando bien… no sé, hay algo que no funciona… venga tranquilízate… vamos cálmate… No lo estoy haciendo bien… Siento angustia… No se me quita… 😱😰 ¡Ay, qué horror! ¡No se me va a quitar!…» Y, así, en un diálogo sin fin, en una película de un futuro de terror, que se proyecta en la mente en sesión continua. Es un poco como el chiste: “venga ‘paz interior’, ven ya, ven a mí, pero ven ‘ya’, que no tengo todo el día”.
Y, claro, no funciona. Y no puede funcionar porque Mindfulness es conciencia plena, de lo que sea que haya en el Ahora, con plena aceptación, sin juicios ni críticas. Y Ahora hay malestar emocional; pero la persona no lo acepta, lo rechaza; la persona no lo observa, lo critica. La conciencia de la persona no permanece en el Ahora, proyecta una película de futuro, de un futuro sereno y quiere que ese ‘futuro’ [que es algo que no existe, salvo en su mente], llegue ‘ya’. Y, entonces, es claro que la conciencia no está en el Ahora, y al no estar en el Ahora, la meditación, el Mindfulness no puede funcionar porque en realidad no ha habido Mindfulness, no ha habido Conciencia, no ha estado presente.
Es como tener sexo y estar pensando: «venga, orgasmo, ven… no tardes… ¿cómo lo conseguiré esta vez? ¿cómo será? ¿largo? ¿corto? ¿intenso? ¿débil?… porque la última vez no me gustó demasiado… quiero que se repita el de esa otra vez, ese día que volvíamos del paseo… venga… ven ya… ¡jod…😒😟😠😡😩😤! que no lo estás haciendo bien»… Y lógicamente así, el orgasmo no llega. Si eres mujer no llega y, si eres hombre, muy probablemente, tendrás una eyaculación precoz. Y lo único que tenías que hacer, tanto en la meditación, como en el sexo, como en todo, es permanecer en el Ahora, plenamente consciente, plenamente atento o atenta.
Y la persona, frustrada, cansada, irritada, se pregunta “¿Por qué no me funciona el Mindfulness?”, o directamente afirma “el Mindfulness, la meditación, no me está funcionando esta vez”. No hay en la pregunta —y menos aún en la afirmación— un auténtico espíritu indagador o científico. No se está preguntando “¿Qué estoy haciendo diferente ahora que puede ser la causa de que esto no funcione?”, si no que pone la causa del problema, en lugar de dentro, fuera, en el Mindfulness, y le acusa: “no funciona”.
De hecho, el mismo uso del verbo funcionar, cuando hablamos de Mindfulness o Meditación, no es el verbo más adecuado. Porque funcionar implica que hay algo que se está haciendo, y que hay algo que se quiere conseguir, un futuro al que llegar. Y en realidad, no se trata de hacer, si no de conciencia. Conciencia Plena.
Aunque este problema es un obstáculo frecuente en todo el mundo, es mucho más frecuente en personas que tienden a ser ansiosas, cuya mente se proyecta al futuro con preocupación, inquietud e inseguridad. La mente ansiosa es, entonces, un obstáculo. Pero hay otros dos estados mentales que suponen un gran freno y que no son fáciles de detectar. Uno de ellos es el de la mente ilusionada, son personas que se proyectan al futuro con optimismo y entusiasmo. “¡Seguro que va a funcionar! ¡Seguro que voy a sentirme muy bien! Voy a tener experiencias fantásticas. Voy a liberarme del sufrimiento” Y proyectan una imagen futura de sí mismos con calma, serenidad, liberados del sufrimiento y del dolor. Obviamente, esa proyección es mucho más agradable que la proyección ansiosa, pero, otra vez, es una proyección al futuro, de nuevo la mente proyecta una película mental, y si la persona cree en esa película, se pone a correr detrás de una meta que, cuando parece estar acercándose, se vuelve a retirar un poco más lejos cada vez. La persona persigue experiencias extraordinarias en la meditación, una iluminación, un estallido, un fogonazo de luz… Parece que llega y se va… Y, al final, nunca llega. El optimismo es sustituido, entonces, por la frustración.
De nuevo, es importante recordar que la clave no está en el futuro, ni en el fenómeno, ni en la experiencia espectacular… La clave es el Ahora, es la conciencia que observa la calma o la agitación que fluye o se bloquea, es la conciencia penetrando en la sencillez de este momento, en ese ‘nada especial’, en esa sesión de mindfulness en la que nada parece ocurrir, en ese fregar los platos, o lavarse los dientes, o tender la ropa.
El otro gran freno es la mente confundida. Le llamo confundida, porque se da una confusión entre los tiempos presente y futuro. Parece algo imposible, pero ocurre con muchísima frecuencia. La razón de la confusión está en la poca conciencia, en la poca atención de los procesos mentales, algo que explicaré con más detalle, en otro artículo.
El pensamiento “no se me quita” que produce angustia y preocupación, no es porque el malestar esté ahora, en este momento. Haz la prueba. Seguro que tienes algún malestar, sea el que sea. Observa ese malestar. Nota que, en realidad, está bien, es perfecto. No te va a matar, no te va a hundir, no te va a destruir. Está ahí, ahora. Observa. Lo que produce angustia, lo que produce preocupación, lo que da miedo es el pensamiento —y la película mental acompañante— “no se me va a quitar”. Pero la mente es astuta. Si hace esa predicción a futuro, podemos razonar y decir: “bueno, la verdad, es que no sé lo que va a pasar en el futuro, no sé si se me va a quitar o no”. Así que pone la frase en presente: “no se me quita”, provocando un rechazo frontal a lo que hay Ahora, pero a través de un rechazo frontal a la película mental de lo que crees que va a ocurrir.
Siempre que ante un pensamiento verbalizado en tiempo presente sientas miedo, ansiedad, estrés, o preocupación o, simplemente, inseguridad, observa con atención: lo que hay realmente es un pensamiento de futuro. Te resbalas en las escaleras y casi te caes, pero no llegas a caerte, y te has asustado, ¿por qué? Porque la mente se ha proyectado al futuro, al futuro del segundo siguiente, ha proyectado una película de la caída. Una película que no llega a hacerse realidad, pero es esa película la que da miedo. Te estás dirigiendo al trabajo o a una cita importante, hay mucho tráfico y ves que el tiempo pasa, comienzas a sentir nervios y estrés. En tu mente se repite un pensamiento sin cesar “llego tarde”. No es el pensamiento “voy a llegar tarde”, cosa que no sabemos aún si va a ocurrir o no. Es el pensamiento de ese futuro expresado en presente “llego tarde”. Incluso, aunque al final lleguemos tarde, los nervios y la ansiedad no cambiarán ni un ápice el tráfico y sí disminuirán nuestra eficacia en la reunión o en el trabajo. El miedo, la ansiedad, la preocupación, la inquietud, el estrés, los nervios, la inseguridad son, siempre, sobre el futuro.
Resumiendo: “¿Por qué no me funciona el Mindfulness?”
Porque no lo estás haciendo, porque cuando tu mente hace algo para conseguir un resultado, se proyecta al futuro y no permanece en el Ahora.
“¿Qué es lo que tengo que hacer entonces?”
Permanecer en el Ahora, haya lo que haya, con plena conciencia.
Padmsambhava en el siglo VIII daba las siguientes y muy simples instrucciones:
«No te aferres al pasado.
No anticipes el futuro.
Permanece en el Ahora.
Observa tu Mente».
No se puede decir de una forma más clara. ¿Quieres un remedio? Aplica estos cuatro principios.
Vamos a comprenderlo con un poco más de profundidad, para ello, volvamos a las fuentes: Mindfulness es «conciencia plena que surge de intencionalmente prestar atención, sin enjuiciar, al momento presente. Es saber qué hay en tu mente». Así lo define Jon Kabat-Zinn. Esto significa mantener conciencia en cada momento de tus pensamientos, emociones, sensaciones físicas y lo que te rodea. Significa, también, aceptación: la conciencia permanece alerta y atenta a pensamientos, emociones y sensaciones sin juzgarlas, sin creer que hay una forma correcta o incorrecta de estar en un momento dado. La definición no dice: ‘Mindfulness es sentarse y centrarse en la respiración sin distracciones y sin tensiones, eliminando los pensamientos y las emociones negativas y permaneciendo en calma y serenidad’.
“¿Por qué entonces nos sentamos a meditar?”
Porque la atención es un ‘músculo’ que tenemos muy debilitado y necesitamos fortalecerlo. Es nuestra pequeña sesión de entrenamiento diario, es nuestro gimnasio para la atención. Pero Mindfulness es Atención Plena, todo el tiempo que permanezcamos despiertos, con plena aceptación de lo que ocurre Ahora, sin juicios ni críticas sea lo que sea lo que pase. Es un trabajo a tiempo completo, siete días a la semana. No tiene horas.
“¿Por qué entonces eliminamos los pensamientos cuando vienen?”
No lo hacemos, ni se te pide que lo hagas. Esa es una confusión común. Lo que se te pide es que seas consciente de que los pensamientos han venido y no te dejes arrastrar inconscientemente por ellos; se te pide que los veas venir y los dejes marcharse, y que cuando te has dejado llevar por ellos y has perdido la conciencia, con amabilidad, sin enjuiciarte, felicitándote por haberla recuperado, vuelvas de nuevo a centrar tu atención, vuelvas de nuevo a despertar.
“¿Por qué, entonces, surge la relajación con la meditación?”
Porque la relajación es nuestro modo natural de ser y estar, porque en cuanto no enjuiciamos, en cuanto no rechazamos, desaparece la tensión.
Vamos a indagar un poco más en las fuentes. El término meditación en castellano es un poco confuso, porque viene del latín y quiere decir pensar, considerar. Podría aplicarse para la indagación de la mente, pero lleva a la confusión. Mi amigo Enrique dice que no le gusta esa palabra, que en el lenguaje común se identifica con ‘pensar’. “Voy a meditar este problema” equivale a “voy a pensar en este problema” (quizá profundamente) o, incluso, “voy a darle vueltas a este problema”. Es curioso que la palabra meditación tiene origen en la raíz indoeuropea med- que significa ‘medir’, lo que coincide con el significado etimológico de pensar, que hace referencia a pesar. Es decir, la palabra que en español —y en otros idiomas occidentales— designa la meditación hace referencia a un proceso puramente cognitivo de calibración y comparación. Quizá llevados por el peso de nuestro propio lenguaje y cultura, que refleja nuestra forma de pensar, en cuanto hemos meditado unas cuantas veces empieza el proceso de ‘meditación a la occidental’, es decir, pesar, medir y comparar: “Esta vez no estoy bien… Tengo el cuerpo tenso… No… no voy bien… A ver si consigo que me salga como la última vez”.
Vamos, ahora, a los orígenes de esa palabra en Oriente. El término meditación en sánscrito es bhavana, que significa ‘cultivar, desarrollar’, se trata de un esfuerzo intencional, mantenido en el tiempo, para desarrollar una facultad concreta, según lo que se añada a la palabra bhavana, se cultiva una cosa u otra. Citta-Bhāvāna se traduce como el “desarrollo de la mente” o “desarrollo de la conciencia”; “mettā-bhāvanā” sería el “desarrollo del Amor-Amabilidad”, lo que nosotros llamamos “meditación en el Amor-Amabilidad”; tendríamos también “el desarrollo o cultivo de la concentración” (Samādhi-Bhāvanā);“el cultivo de la tranquilidad de la mente” (Samatha-Bhāvanā); o el “cultivo de la auto-observación, de la auto-indagación” que permitiría ver las cosas tal y como son (Vipassanā-Bhāvanā). Porque hay muchos tipos de meditación, cada una conseguiría objetivos diferentes y, tal y como se está demostrando científicamente, cada una tiene efectos en el cerebro distintos, definidos y claros.
En el Tíbet el término para meditación es gom, que significa “familiarizarse”. Pero, familiarizarse ¿con qué?, pues como Mathieu Ricard nos dice «con la mente, con las cualidades y percepciones nuevas asociadas a un nuevo modo de ser». (“Cerveau et Méditation” Mathieu Ricard & Wolf Singer)
Así que la palabra ‘meditación’ en estos idiomas hace referencia a un proceso, a un trabajo de desarrollo y familiarización. No es un hobby de unas semanas, o un rescate para una situación extrema. Es un cultivo que permite el desarrollo de un estado de conciencia claro y alerta, que permite la auto-observación y la indagación de la mente, la indagación de los pensamientos que la mente presenta. ¿Es esto verdad? ¿Es esto así? son las preguntas claves en esta indagación.
Y entonces puede venirte el pensamiento, “No se me quita” y puedes sentir la angustia y la preocupación, pero puedes percibir por detrás el origen de esa emoción en el pensamiento proyectado al futuro: “No se me va a pasar”, y permaneces alerta y te preguntas “¿Es eso verdad?” Pero no dejes que sea la mente la que conteste, porque la mente dice “sí, sí, es verdad, créeme, es cierto, ¡comparte esto con el resto de tus neuronas, y también en Facebook y por Whatsapp! Pon algún emoticono triste 😟😰😓 y así la gente te preguntará”. Ante la pregunta ¿Es eso verdad? no hay respuesta verbal, no hay pensamientos. La respuesta es el estado de alerta, de intensa presencia que la pregunta despierta. E indagas un poco más: “Ha venido el pensamiento ‘no se me va a pasar’. Puedo observar que ese pensamiento ha venido. Entonces hay un ‘yo’ que tiene el pensamiento, o lo recibe… y hay otro ‘yo’ que observa que eso ha ocurrido… ¿Quién soy ‘yo’? ¿cuál de esos dos yoes soy ‘yo’? Es más, ahora mismo me doy cuenta de algo más profundo en mí que puede observar al pensamiento y a esa parte que observa el pensamiento, es decir, soy consciente de que estoy observando ese pensamiento que ha venido de ‘no se me va a pasar’. Es curioso. Me pregunto: ¿Quién soy Yo, realmente?”
Y en ese instante, cuando haces esa pregunta, se abre un espacio inmenso de profundo silencio, estás intensamente alerta y presente. En ese instante estás despierto, estás despierta. En ese instante abres los ojos del corazón y ves con claridad.
Cómo identificar si tus hijos están realizando demasiadas actividades
Vivimos en una cultura que glorifica el estar ocupados. Nos sentimos importantes cuando llenamos cada minuto del día, y evitamos “perder el tiempo”, como si fuese posible acumular dicho tiempo en un cajón, y usarlo en un futuro, cuando ya no estemos tan atareados y finalmente podamos disfrutar la vida.
También ocupamos la vida de nuestros hijos. En nuestro afán de darles las oportunidades que no tuvimos, los inscribimos en clases de música, danza, karate y deportes. Les buscamos tutores, entrenadores y consejeros que los ayuden a acceder a una vida mejor.
Yesenia Martínez, madre de dos niñas de 13 y 7 años de edad, siempre quiso ser bailarina profesional, pero su familia no tenía los medios económicos para pagar por clases. Cuando su hija mayor cumplió 4 años, Martínez la inscribió en un estudio de danza de North Hollywood, California.
“Primero era sólo ballet y tap, pero después le agregamos hip hop y lyrical. Cuando me quise acordar, estábamos yendo todos los días al estudio”, recordó la residente de Pacoima, California.
Eventualmente el horario de su hija comenzó a afectar a toda la familia.
“Llegábamos cansadas a la casa, y yo todavía tenía que preparar la cena y ayudarla con la tarea de la escuela, que muchas veces no podía terminar”, recordó. La ocupada agenda también comenzó a afectar las calificaciones de la escuela y el presupuesto de la familia.
“Cada año necesitaba zapatos nuevos y trajes para los recitales, hasta teníamos que pagar las entradas para verla bailar en cada show”, indicó.
Eventualmente, la niña perdió interés y ya no quiso seguir bailando. “A veces me pregunto si no la presionamos demasiado”, confesó.
La historia de Martínez es similar a la de cientos de madres que en su afán de darles lo mejor a sus hijos, terminan agobiándolos con actividades y causándoles estrés.
¿Ocupados o agobiados?
Es comprensible que los padres quieran que sus hijos exploren y disfruten actividades extra curriculares. Pero existen ciertas señales que no pueden dejar de atender.
La doctora Michelle Kees, psicóloga de niños y profesora de psiquiatría de la Universidad de Michigan indica que los síntomas de agobio que presentan los niños no son muy diferentes a los que presentan los adultos.
“Los niños que realizan demasiadas actividades sienten mayor ansiedad, se esfuerzan y son más perfeccionistas que otros niños”, señaló.
Kees aconseja que los padres se aseguren de que el niño pase tiempo en familia y que cuente con tiempo no estructurado para jugar y explorar otras actividades, sin sentir presión.
Compartimos otra señales de que tu hijo está demasiado exigido:
Síntomas de depresión. Cuando los niños se sienten agobiados tienden a alejarse de familiares y amigos.
Cambios en patrones de sueño y de alimentación. Dolores de cabeza o de estómago.
Reticencia a participar en actividades que antes disfrutaba, falta de entusiasmo e irritabilidad.
Bajas calificaciones en la escuela.
Consejos para padres
Tiempo de familia. Asegúrate de incluir tiempo para comer juntos en familia, jugar o salir a pasear.
Balance. Todos los miembros de la familia merecen tu atención. No descuides el tiempo que pasas con todos tus hijos, por acomodar las actividades de uno de ellos. Tampoco descuides el tiempo que te dedicas a ti misma. Nunca olvides que “Cuando mamá no está feliz, nadie está feliz”.
Flexibilidad. Si un día tu hija se siente demasiado cansada para su clase extracurricular, o tu hijo no quiere ir a un entrenamiento, déjalos tomarse un respiro. El tiempo libre también es fundamental en el desarrollo emocional y mental de los niños.
Prioridades. La escuela debe ser una prioridad. Si observas que las calificaciones están empeorando, considera suspender algunas de las actividades extra curriculares. Establece las reglas desde un comienzo y el límite de actividades que tu hijo puede realizar.
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