por Carolina Herrera | Nov 17, 2016 | Uncategorized
Cuando escuchamos hablar acerca de la preadolescencia, no siempre queda claro de qué se está hablando, si de una etapa del desarrollo, si a un período previo a la adolescencia, a qué edad corresponde hablar de preadolescentes o si cursa de igual forma en niñas y en niños. Además, es más común que se hable de adolescencia más que de preadolescencia. Sin embargo la preadolescencia es un concepto que actualmente se utiliza bastante, de acuerdo a Obiols & Di Segni de Obiols, (1993), tanto la preadolescencia como la post adolescencia son conceptos actuales que se utilizan para hablar de periodos que rodean la adolescencia.
La preadolescencia, es considerada una etapa del desarrollo, pero ésta, al igual que otras etapas de la vida, no ha existido desde siempre ni existe como constructo en todas las culturas. Tal y como plantea Fernández (2009) la infancia y la adolescencia corresponden a construcciones históricas y sociales, que surgieron de forma tardía en la sociedad occidental. Los niños no siempre fueron considerados ni tratados como tal, por ejemplo en la época medieval prácticamente no existía la infancia como es considerada ahora, sino que esto sucede más tarde en Europa, lo mismo ocurre con la adolescencia. Esta última, tal como plantea Silva (2007), aparece tardíamente, surge con la revolución industrial, ya que se requería que entre la infancia y la adultez hubiese algunos años, previos a la incorporación en tareas productivas. Del hecho de que sean construcciones sociales e históricas se desprende el que la forma en que sean vividas va a variar de acuerdo a distintos factores como por ejemplo factores sociales, culturales, familiares, biológicos, la historia personal, nivel socioeconómico, género, entre otros.
Es así como en otras culturas no se habla de adolescencia, si no que ésta corresponde solamente a un pasaje de cambio que es representado por un ritual de transición de una etapa de la vida a otra, en la cual se accede a la sexualidad activa y se adquieren responsabilidades y poder dentro de la tribu. Por ejemplo, en el caso de las niñas, generalmente se considera ésta transición de la infancia a la adultez, marcada por la llegada de la menstruación. La preadolescencia, en la cultura occidental, sería un constructo más bien actual que apunta a enmarcar lo que sucedería al inicio de la adolescencia. De acuerdo a Thornburg (1983), desde 1980 ésta etapa ha sido más vista, ya que comenzó a surgir con mayor potencia la necesidad de explicar aquello que sucedía entre los 9 y 13 años, como algo que no se lograba explicar ni desde las teorías infantiles ni desde las de la adolescencia. Para el autor, a medida que ocurren cambios sociales, tecnológicos y comportamentales se va haciendo más clara la importancia y la complejidad de la transición de la infancia a la adolescencia.
En términos generales, la preadolescencia es asociada a una etapa de la vida caracterizada por muchos cambios, lo que a veces tiende a producir temor o recelo en los padres y/o cuidadores ya que podría implicar conflictos en la relación con los hijos y/o niños a cargo. En esa misma línea, es que a veces se escucha decir en torno a la preadolescencia, que “hay que prepararse” o que “va a ser muy difícil”. Por otra parte, cuando preguntamos por dicha etapa de la vida a quienes ya la han cursado, generalmente aparece recordada cómo un periodo difícil, a veces olvidado, dado por las ansiedades que generan los cambios hormonales y corporales que se empiezan a vivir, además de los cambios a nivel cognitivo y sociales.
¿Qué es la preadolescencia?
Peluchonneau (2015), refiere que la pubertad, preadolescencia y adolescencia son términos muy utilizados con la finalidad de nombrar etapas del desarrollo, pero en general se confunden. Es por ello que se hace importante diferenciar que por prepubertad y pubertad se alude a los cambios y procesos físicos y hormonales, a diferencia de la preadolescencia y adolescencia que se refieren a los procesos psicológicos y sociales. No podemos considerar de la misma forma (más allá de las diferencias individuales de cada persona) a un adolescente de 11 años y a uno de 17 años, ya que hay diferencias fundamentales en cuanto al momento de la adolescencia por el cual están cursando.
Desde las teorías del desarrollo no hay acuerdo claro en el período en el que se enmarca la preadolescencia, algunos refieren que es una etapa previa a la adolescencia (última etapa de la infancia) y otros la insertan al inicio de la adolescencia. Si bien no hay un acuerdo claro hay mayor consenso en considerarla al inicio de la adolescencia. Peter Blos (1979), describió la adolescencia diferenciando entre las etapas más tempranas (preadolescencia y adolescencia temprana) y el período más tardío (adolescencia tardía y post adolescencia). Cada una de ellas implicaría la obtención de distintas metas y logros. Desde ahí, la preadolescencia correspondería a una fase intensa, marcada por la llegada de importantes cambios en el desarrollo psicológico y físico, implicando el inicio de periodo de reestructuración en la identidad. Blos (1970) enfatiza en que las etapas iniciales de la adolescencia son fundamentales para el desarrollo posterior de la adolescencia, pero tienden a ser opacadas por el período más tardío de la adolescencia, además refiere que esto se debería a la intensidad de dichas emociones y ansiedades. Sin embargo las fases iniciales de la adolescencia corresponderían a un momento de reestructuración y cambio, fundamental para el desarrollo de una identidad integrada.
Podemos entonces enmarcar la preadolescencia entre los 9 y 14 años aproximadamente, pero esto varía de acuerdo a factores socioculturales, biológicos y personales. Por eso es que en este rango de edad podemos encontrar en un mismo grupo de niñas algunas que están en una etapa más infantil, por ejemplo jugando a las muñecas, y por otro lado niñas que están con intereses más adolescentes, esta disparidad se presenta también en el aspecto físico de las niñas, algunas con un desarrollo y crecimiento más avanzado que otras. Antes de esta etapa, los niños habían estado centrados principalmente en socializar con los pares y enfocados hacia las actividades escolares y ligadas al conocimiento. Desde que ingresan al colegio, la energía se pone en función de aprender, de conocer, de arman grupos con los pares, tienen grandes desafíos como aprender a leer y a escribir, entre otros. Los niños son concretos, y su pensamiento es más flexible. En general desde los 7 a los 10 años tienden a tolerar más la frustración, a preocuparse más por los demás, a inhibirse, a diferencia de cuando son más chiquititos en que son más impulsivos o les cuesta más tolerar la frustración. Sin embargo, en la preadolescencia esto empieza a cambiar.
¿Qué cambios son esperables en la preadolescencia?
En la adolescencia se espera que se den cambios y que se logren ciertas metas, se presentan cambios importantes en todos los aspectos de la personalidad, hay transformaciones hormonales y biológicas, cambios a nivel social, cognitivo, afectivo. La adolescencia es una fase de transición entre la niñez y la adultez, la que se caracteriza por ser un periodo de cambios hormonales asociados a la madurez sexual y en la cual hay cambios a nivel psicológico y conductual. Es una fase en la que se empieza a desorganizar la personalidad para luego ir organizándose poco a poco integrando todos estos cambios, lo que implica transformaciones en el concepto que los adolescentes tienen de sí mismos y del mundo. Lo anterior se asocia a temores y preocupaciones que a su vez hacen que ellos tengan conductas que son complejas para la sociedad, la cual los visualiza actuando de una forma que considera poco adaptativa.
Considerando la preadolescencia como una fase inicial de la adolescencia, es que en ella se enmarcaría la irrupción de estos cambios, se observan ansiedades, temores y la aparición de inseguridades y una tendencia a la dependencia la cual se suponía que se había superado. Como empieza a surgir todo esto de forma muy intensa, inicialmente es muy complejo para el preadolescente explicar lo que siente y lo que está viviendo. En el caso de las niñas, los cambios físicos ligados al aumento de estrógenos, se manifiestan en el crecimiento de los senos, de vellos, a veces el acné y luego la llegada de la menstruación. Esta última ligada a veces a miedos y fantasías, por lo cual es importante la información y contención de los padres en dicho proceso, idealmente se espera que puedan ayudarlos aclarándole dudas y calmando sus temores. Si bien a nivel biológico la menstruación implica la posibilidad de reproducirse, a nivel psicológico y emocional creemos que no se está preparado para ello, por lo menos en nuestra sociedad occidental. Las niñas vuelven a sentir bastante ambivalencia frente a la madre queriendo estar con ella pero rechazándola a la vez, en ocasiones pueden ser más posesivas con ella, otras niñas podrían querer volver a dormir con la madre, se ven en una lucha entre necesitar a la mamá y la necesidad de independencia. Se observan relaciones con los pares en que se ven este tipo de relaciones también, de dependencia, de posesividad y de conflictos en las amistades. Se observa un mayor interés por la imagen corporal lo que los lleva a compararse con los pares (Almonte, 2003).
Algunos autores refieren que en dicha etapa sucede una “regresión al servicio del desarrollo”, la cual se espera que los adultos puedan tolerar y contener para favorecer el desarrollo del adolescente. Esto se refiere a que todo lo logrado hasta el momento pareciera haberse desvanecido, aparece una necesidad de discutir y cuestionar a los padres, se les ve inestables y lábiles emocionalmente. Se les ve más impulsivos, pudiendo aparecer estallidos de rabia o llanto que a veces pueden parecer desproporcionados en relación al estímulo desencadenante, se les ve muy controlados o muy descontrolados pasando a veces de un polo a otro, lo que puede parecer confuso para los padres (Almonte, 2003). También cambian las relaciones familiares y personales, pareciendo que hay un quiebre entre ellos y sus padres. Los grupos de pares se vuelven más reducidos y más íntimos. Los preadolescentes se cuestionan la autoridad y el rol de los padres y los profesores. Tal como se mencionó anteriormente, a veces buscan volver a dormir con los padres, y muestran ambivalencias en la relación con ellos, no quieren su opinión pero sin embargo la toman, quieren estar con ellos muy cerca o quieren tenerlos lejos. Frente a la madre aparece confusión y pueden surgir miedos a que a ella le suceda algo y una necesidad constante de saber que la madre va a estar ahí y la va a cuidar, la toman como modelo a pesar que a momentos sientan un excesivo rechazo hacia ella.
Variados autores coinciden en que en esta etapa se reactivan miedos y angustias asociados a etapas anteriores, ya que los adolescentes están en una búsqueda de consolidar su identidad y de individuarse de los padres, surgen algunas ansiedades similares a las que viven durante su infancia más temprana. El grado en que estos cambios afecten la vida personal y social del preadolescente va a depender de las habilidades y experiencias adquiridas en la infancia y de las actitudes de quienes los rodean en ese momento. Se espera que los padres logren contener a sus hijos en dicho periodo y que idealmente el entorno que rodea al adolescente este lo más estable posible ya que internamente se sienten muy inestables.
Todos estos cambios son necesarios para el desarrollo, ya que se espera al final de la adolescencia, que puedan lograr una consolidación de su identidad lo que implica una nueva forma de pensamiento y motivaciones, una maduración sexual y a nivel social el logro de la independencia psicológica de su familia que les permita definir y tener un papel en la sociedad. Se plantea que la adolescencia es una etapa de cambios y de duelos, hay duelo por la muerte del cuerpo infantil (cambiando a un cuerpo adulto), por la muerte de los padres de la infancia (lo que implica una nueva forma de relacionarse con ellos), y la muerte en general de la infancia, por una nueva identidad.
Del entorno se espera que éste se encuentre lo más tranquilo y estable posible, dado el mundo interno lleno de ansiedades y angustias por el cual los preadolescentes cursan. Experiencias como separaciones de los padres, enfermedades, muertes o depresiones en los padres pueden influir en este periodo de angustia y ansiedad de la niña. Se espera que la madre pueda tolerar el crecimiento de la hija, lo cual a ella le genera emociones e incluso la puede llevar a rememorar y a reactivar sus propias angustias con respecto a dicha etapa y a la relación con su madre, y se espera que el padre también pueda aportar a dicho crecimiento y reconocer la femeneidad de su hija.
Fuente: www.psicologasclinicas.cl (por Ps. Javiera Soza C.)
Referencias bibliográficas
- Almonte, C.& Montt, E. & Correa, D. (2003). Psicopatología Infantil y de la Adolescencia. Santiago: Mediterráneo.
- Blos, P. (1970) Los comienzos de la adolescencia. Amorrortu, Buenos Aires.
- Blos. P (1979). La transición adolescente. Buenos Aires: Amorrortu, 2004.
- Obiols, G. & Di Segni de Obiols, S. (1993). Adolescencia, postmodernidad y escuela secundaria. Buenos Aires: Kapelusz.
- Fernández, A. (2009). Las lógicas sexuales: amor, política y violencias. Buenos Aires: Nueva visión.
- Peluchonneau, P. (2015). Adiós infancia. La travesía por la preadolescencia. Santiago: Ediciones B.
- Silva, I. (2007). La adolescencia y su interrelación con el entorno. Madrid: Instituto de la juventud.
- Thornburg, H. (1983). Is Early Adolescence Really stage of development? Theory into practice. Recuperado de http://www.jstor.org/stable/1477147
por Carolina Herrera | Nov 16, 2016 | Uncategorized
Nuestras palabras, tono y melodía de voz, pueden afectar negativamente a nuestros niños, pero también tenemos la posibilidad, de a través de ellas, apoyar positivamente su desarrollo físico, emocional y cognitivo.
El niño adquiere las capacidades puramente humanas de andar, hablar y pensar a través de la imitación. Los adultos somos cruciales en este aprendizaje. Pero además, nuestra manera de hablar y pensar influenciará al niño a nivel emocional, cognitivo e incluso físico.
Aprendizaje del lenguaje del bebé
El niño primero lalea, en un laleo que podríamos denominar universal, ya que es idéntico en todas las lenguas y culturas. También por esa época es capaz de entender por igual cualquier lengua. Aunque no comprenda los conceptos, tiene una percepción sutil de nuestro lenguaje. Capta nuestro estado de ánimo, nuestras emociones, incluso nuestros pensamientos. Pronto él mismo comenzará a expresarse anímicamente a través de los típicos juegos silábicos dadada, tatatata, babababa etc. Recién cuando empiece a caminar, comenzará a hablar en su lengua materna, sin embargo ya mucho antes, la comprendía.
Algo fundamental en el aprendizaje de la lengua es el modelo. Pero vemos que este modelo tendrá un impacto mucho más amplio que el de la adquisición de la lengua. Nuestra coherencia, la unidad entre nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras emociones, además de facilitarle el aprendizaje, le aportará seguridad en lo emocional y claridad en el pensar. En cambio, nuestra neurosis, incongruencia, falta de claridad e ironía, no solo harán que nuestro discurso y órdenes sean menos efectivos, sino que además interferirán negativamente dando inseguridad y falta de claridad.
El impacto del contenido emocional de nuestras palabras
Cuánto más pequeño es el niño, tanto más importante será cómo decimos las cosas, ya que el niño prestará más atención a esto. Así es que si le digo que se tranquilice mientras hablo histéricamente, difícilmente se tranquilizará, así como si gritando le digo que no grite. También deberíamos evitar los mensajes confusos como se da el caso cuando decimos “qué bonito, no”, en tono feo, regañando. Lo mismo ocurre cuando decimos ¿Puedes lavarte los dientes?, en tono de orden. Es una pregunta, pero con tono de orden. No hay unidad, el mensaje no es claro.
Nuestro tono y melodía al hablar influyen en el niño. Podemos calmarlo con un tono sereno y cálido, podemos activarlo con un tono dinámico. Pero también podemos desorientarlo, confundirlo e inquietarlo, por eso es urgente que tomemos conciencia del tono con el que hablamos, del mensaje emocional que emitimos.
Tendemos a dar muchas explicaciones, a hacer frases largas y complejas, cuando para el niño es un alivio escuchar una orden clara como ¡Nos ponemos los zapatos! El problema no está en la frase, sino en el tono, en la melodía de nuestras palabras. Si lo decimos de manera dura, seca o gritando, es negativo. Si decimos, “venga, cariño, vamos, que hay que ponerse los zapatos, ¿te parece? ¿Nos ponemos los zapatos?.” Aquí hay exceso de simpatía y duda, difícilmente será eficaz. Posiblemente a continuación pasemos a la antipatía, con un grito “¡te he dicho ya 10 veces que te pongas los zapatos!” Suelo hablar de la importancia de hablar con claridad, de manera neutral, sin antipatía y a la vez con decisión y entusiasmo. Sin ñoñería y a la vez de manera cálida y natural. ¡Nos ponemos los zapatos, que nos vamos al parque!, puede ser dicho con entusiasmo y alegría, con un tono que invite a ponerse los zapatos.
No es pecado hablar con claridad, siempre que la emoción no sea negativa. Falta de claridad en nuestra expresión hace que los niños no comprendan, sea poco efectivo y luego subamos el tono, con las consecuencias que esto conlleva. Porque el grito tiene un impacto negativo hasta en lo fisiológico. Con cada susto se produce una contracción de pulmón y un pequeño parón respiratorio. Esto, en edad de crecimiento, sobre todo antes de los 6 años, influirá en el patrón respiratorio y en la función pulmonar, pudiendo crear una debilidad en este órgano. No hay escusas ni razones para gritar, el gritar siempre denota un conflicto en nosotros, una falta de control, un desbordamiento. Gritando mostramos nuestros propios límites, nuestras sombras no resueltas. Gritando no se resuelve nada. Lo que resuelve y mejora las conductas de los niños es el cambio en nuestra propia conducta. Una vía de encarar el cambio es a través de la toma de conciencia y transformación de nuestra propia manera de hablar y expresarnos, del uso de nuestra voz, nuestro tono y nuestras palabras.
El impacto del contenido de nuestras palabras (de nuestro tono y melodía)
Por supuesto, tan importante como el cómo hablamos es el qué decimos. Por suerte en este ámbito ya hay mucha conciencia. Igualmente, repasemos los aspectos fundamentales. Nuestras afirmaciones tienen un profundo impacto, transformándose en decretos. A un niño al que digo “eres tonto”, lo estoy invitando a transformarse en tonto. En la frase “eres tonto” estoy atacando la integridad del niño, el ser del niño. Esta afirmación podría afectar su nivel cognitivo, si le digo “eres malo”, afectaría su conducta, si le digo “eres gordo”, su metabolismo. Y siembre estaremos atacando su autoestima y autoimagen. Diciendo “lo que has hecho es una tontería”, habremos mejorado bastante la situación, ya que no estaremos atacando al niño, sino a su acción. Sin embargo, sigue siendo una frase abstracta y subjetiva, que poco ayuda al niño. Podemos en cambio decir, “ahora nos sentamos con los pies bien apoyados en el suelo y la silla bien pegada a la mesa”. Esta es una frase constructiva que ayuda al niño a saber qué esperamos de él. Es una frase que fácilmente podremos decir en un tono neutral, sin violencia. Es una frase descriptiva, concreta y objetiva, que aportará claridad al niño. Vemos una vez más, que si los niños no nos hacen caso, generalmente es nuestra culpa y no la suya, es nuestra falta de asertividad la que nos dificulta la comunicación.
El impacto de nuestra voz
Nuestro lenguaje vibra en el niño. La voz es sonido y el sonido es vibración. Y la vibración mueve cada una de nuestras células. Si nos ponemos la mano en el pecho y hablamos con un tono estridente, como de animación, veremos que el pecho no vibra. La voz se queda en la cabeza sin conectar con la calidez del corazón. Tampoco vibra libremente la voz si hablamos con una voz disfónica, ya sea porque tenemos la voz mal o porque en compañía de los niños nos tornamos excesivamente cuidadosos, queriendo ser suaves y creyendo que achicando la voz lo conseguiremos. Escuchando este tipo de voz nos sentimos comprimidos, ahogados. La respiración se nos traba. Teniendo en cuenta que por la empatía orgánica todos estos procesos son aún más potentes en los niños, que respiran como nosotros y vibran con nosotros, veremos que se nos abre un interesante campo terapéutico. Puedo irradiar salud, bienestar y respiración armónica a través de mi propio lenguaje, corrigiendo problemas del niño a través del cambio en nosotros. Pero incluso manteniéndonos en el aspecto emocional, manteniéndonos en el aspecto de cómo conectamos con el niño y como nuestra voz nos ayuda, veremos que a través de una voz sana y auténtica, llegaremos mucho mejor. Con una voz estridente y artificial, no conecto. Una voz disfónica puede ser algo amorosa, pero no es saludable. Siendo lo que somos, sin impostar voces ñoñas, ni en falsete ni metidas hacia adentro, llegaremos mejor. El niño desea sentir personas de verdad, no personajes y la primer vía de percepción de esto es la voz. La voz debe ser la nuestra, nuestra verdadera y auténtica voz, que en muchos casos deberemos hacer un trabajo para conectar con ella, ya que es habitual estar desconectado de la propia voz y por tanto del propio ser de uno. También haríamos un favor a los niños y a nosotros mismos, si la liberamos de su cárcel, como es el caso de la voz disfónica. A veces nos metemos en un personaje al hablar al niño, otras, estamos todo el día en un personaje. ..De modo que deberíamos comunicarnos con los niños en nuestra voz natural, que puede ser grave, oscura y amplia, por ejemplo.
Donde realmente debemos transformarnos es en el tono y melodía, evitando la sequedad, dureza y exceso de velocidad del lenguaje, conquistando maneras redondas y calmas o dinámicas y radiantes.
Impacto de los sonidos del lenguaje
Si hablo estresado, el niño se estresa conmigo. Si hablo calmo, lo calmo. Lo notamos en lo emocional, pero esto tiene un impacto hasta en lo fisiológico. Si hablo con una voz sana y buena respiración, irradio salud y bienestar a cada órgano, ya que cada vocal y cada consonante tienen afinidad con algún órgano o parte del cuerpo. R. Steiner nos asegura que un lenguaje sano y bien articulado en el entorno del niño, es fuente de salud y alimento energético para cada órgano. En cambio, un entorno donde se escucha un lenguaje difuso, mal articulado y con una voz disfónica sería caldo de cultivo para futuras enfermedades. ¡Tan rotunda es su afirmación! Teniendo en cuenta que la respiración y su efecto oxigenante es la base de la salud, no es tan difícil comprender esta relación.
El impacto de nuestra articulación (dicción)
Nuestra articulación dijimos que aporta salud a todo el organismo, ya que una buena articulación garantiza que los sonidos pueden hacer su labor sanadora en el cuerpo. SI la R suena bien, entonces masajeará todo el sistema circulatorio y respiratorio (corazón y pulmón) y activará el riñón, por ejemplo. Pero además, desde el punto de vista emocional, nos dará alegría y movimiento. Diferente es el caso de la L, que activará nuestros fluidos y nos proporcionará calma. Manejarse con el efecto terapéutico de los sonidos es ya algo más complejo, sin embargo a simple vista podemos vivenciar los efectos de una buena articulación en relación a una articulación vaga y difusa. Hoy día existe un experimento llamado magnetoencefalograma (MEG), que nos permite ver qué ocurre en el cerebro del niño mientras nos escucha. El MEG demuestra científicamente lo que R. Steiner ya decía, sobre el impacto de nuestro lenguaje en el niño. Aquí se ve como cuando el niño escucha un adulto que habla poco claro, en su cerebro se activan las mismas áreas que en el orador, en este caso, de forma difusa. Al escuchar a un adulto que habla claro y bien articulado, se activan cantidad de conexiones neurológicas, de manera precisa y clara y sobre todo se ve la incidencia en una mayor comunicación entre los dos hemisferios. Nuestro lenguaje se imprime fisiológicamente, sobre todo en el cerebro del niño, dándole forma y estructura. En realidad son las consonantes las que hacen esta labor. Y es que articular significa moldear la consonante, que a su vez nos modela a nosotros. Este experimento es la verificación de la empatía orgánica a nivel científico, pero hay otra manera de percibir esta acción. Si hablamos poco articulado, es decir, vocálico, con la mandíbula, lengua y labios flojos y sin tonicidad, inmediatamente nos sentimos algo tontos. En cuanto articulamos clara y bellamente las consonantes nos sentimos presentes y despiertos. Sentimos claridad en nuestro pensar. Y esta misma acción ocurre el niño ya solo de escucharnos. Si además tenemos en cuenta que a través de un buen ejemplo el niño conseguirá hablar bien, ya podemos estar doblemente tranquilos, sabiendo los beneficios en el propio niño de un lenguaje claro, bien articulado y con una voz saludable.
Lo que entra por mi boca me enferma o sana. Lo que sale de mi boca, enferma o sana a mi entorno.
Mi coherencia en la expresión facilitará al niño su propia capacidad de expresarse. Y es este el camino hacia la paz en el mundo. Quien sabe comunicarse asertivamente no necesita de armas, ni gritos ni otras formas de violencia. Nuestro cambio hará el cambio en los niños y ellos son el futuro de nuestra sociedad.
La voz y el lenguaje del adulto obstaculizan o apoyan el desarrollo del niño. Es una gran responsabilidad que está en nuestras manos.
Pero para esto es urgente reconectar con nosotros y con nuestra verdadera voz. Para eso, nuestro nombre es de inmensa ayuda. Allí donde suena nuestro nombre entero, allí está nuestra voz…Y una manera sencilla de apoyar la voz, la integridad y el potencial latente de nuestros niños es nombrándoles por su nombre entero, amorosa y bellamente…
Tamara Chubarovsky
Fuente: www.vozymovimiento.com
por Carolina Herrera | Nov 15, 2016 | Uncategorized
Cada vez más padres se involucran desde el embarazo en la evolución física, cognitiva y emocional de sus hijos, ayudando y acompañando a la madre en cada proceso, vivenciando el desarrollo de este nuevo ser, apoyando y compartiendo cada momento hasta el nacimiento. Luego llega el bebé y la lactancia, es la madre la que tiene la capacidad de alimentar al recién nacido inmediatamente después del parto, por lo que es hacia ella a la que van dirigidas las charlas, cursos, orientación y apoyo en lactancia, dejando al padre muchas veces de lado si su pareja no sabe cómo explicarle lo que este proceso implica o qué y cómo él puede cooperar.
Sin embargo, un estudio científico ha comprobado que esta información y guía, debería ser dirigida e involucrar la participación de ambos padres, debido a que gracias a la cooperación y presencia del padre la lactancia se alarga y las mujeres se sienten más tranquilas y contenidas lactando, lo cual afecta significativamente la calidad de vida del hijo.
Pediatrics (Diario oficial de la Academia Americana de Pediatría) publicó recientemente los resultados de este estudio comparativo que se hizo entre dos grupos de padres por el Instituto de Tecnología de la Universidad de Ontario (Canadá). Con el desarrollo y resultado de éste se comprobó de forma cuantitativa que el apoyo y participación activa del padre, durante el proceso de lactancia materna, es fundamental para que ésta sea exitosa, tenga continuidad y exclusividad después de los tres meses de nacido el bebé.
Demostró que los padres al adquirir conocimientos y técnicas de cómo ayudar, y en qué se basa el apoyo/ayuda paterno, durante esta etapa se vuelven más conscientes de su capacidad cuando las madres entre el cansancio, la recuperación del parto y este nuevo hijo no son capaces de traspasar información para que ellos participen más y mejor de este hermoso proceso, donde un padre informado y entrenado es capaz de apoyar, aconsejar y ser el mejor aliado para la madre y el hijo lactante.
Esto abre una nueva puerta para aumentar la conciencia del apoyo masculino en la gran tarea de dar pecho, los que muchas veces se sienten relegados y sin saber cómo ayudar a sus parejas. A través de esta investigación, se observó cuánto más participativos se vuelven los padres cuando se sienten informados en comparación a los padres que poco sabían sobre lactancia.
La autora sostiene que “Las mujeres se van a casa rápido después del parto y mientras se recuperan del trabajo de parto y el nacimiento, tienen que aprender a amamantar, es por esto que considera que puede ser muy útil la participación de los hombres en ese aprendizaje, a través del conocimiento de cómo funciona la lactancia materna, cómo ubicar al bebé en el pecho para dar comodidad a la mujer y cómo saber si el bebé está comiendo y si es en la cantidad adecuada”
El estudio demostró que las mujeres que tenían parejas informadas que las apoyaban y compartían la pa/maternidad a través del apoyo en la lactancia, la compañía, la comunicación y la repartición de los cuidados del bebé y del hogar, eran más propensas a amamantar a sus bebés por más de tres meses.
Además de ayudar físicamente con la lactancia como en la colocación en el pecho materno, Jennyfer Abbass-Dick (Phd), principal autora del estudio, concluyó que los padres pueden participar de la atención del bebé y las tareas del hogar, de escuchar las preocupaciones de las mujeres y acompañarlas mientras alimentan a sus hijos, ya que las madres contenidas por sus parejas tienen más potencial de perseverar en la lactancia a pesar del cansancio, la frustración y las inseguridades que conlleva el estado del puerperio.
¿Cómo se realizó el estudio?
El equipo organizó en dos grupos a 214 madres primerizas con sus parejas. Un grupo accedió a la orientación hospitalaria habitual sobre la lactancia materna y cualquier otra ayuda que pudieran obtener en su comunidad.
Las parejas del segundo grupo también se reunieron en el hospital durante 15 minutos con un especialista en la orientación hospitalaria que recibieron los padres del primer grupo, y a esto sumaron folletos instructivos, un video práctico explicativo y la dirección de un sitio online con información sobre las técnicas para amamantar, recursos en la comunidad y una guía de cómo los padres pueden colaborar.
Los investigadores les mandaron correos electrónicos a los hombres y las mujeres del segundo grupo mientras los bebés tenían una y tres semanas de vida. Cuando los bebés tenían dos semanas de vida, llamaban a los padres para recordarles los recursos de consulta disponibles y responder dudas.
El resultado arrojó una diferencia de prevalencia en la lactancia materna luego de los tres meses, ya que el 96% de las madres del segundo grupo seguía amamantando a los tres meses, comparado con el 88% de las mujeres del primer grupo control.
Los padres “entrenados” estaban más confiados en su capacidad de colaborar con la lactancia que los padres del grupo control inmediatamente después del parto y a las seis semanas de vida del bebé.
Más mujeres del segundo grupo que del primero dijeron que sus parejas las habían ayudado con la lactancia en las primeras seis semanas y que estaban satisfechas con esa colaboración.
Por lo tanto, se debe incentivar a los hombres a informarse, a tomar el rol preponderante que les corresponde como padres, y a que los centros médicos, doctores, matronas, doulas, asistentes de lactancia, etc, incluyan de forma activa en el aprendizaje a los padres en post de una lactancia prolongada, y no relegar esta responsabilidad sólo a la madre, como la única encargada de esta tarea, porque el padre puede y debe participar en función de la salud tanto de la madre como del hijo.
Debemos recordar que la lactancia materna, proporciona nutrientes esenciales y protección inmunológica al bebé, y que tanto para la salud de la madre como del hijo este es un proceso natural y fundamental, donde con la activa participación del padre se puede apuntar hacia la lactancia materna exclusiva, donde el bebé recibe los nutrientes esenciales para su desarrollo físico y emocional, ya que se sentirá amado, contenido y abrazado por sus dos progenitores, generando un apego saludable y consciente que servirá de bases para todo su vida. El papel del padre es principal, pues puede ofrecer un apoyo único, tanto a la madre como al niño, para configurar el llamado “triángulo de la lactancia”, triada fundamental donde el padre apoya, participa, acompaña y se responsabiliza de los cuidados de su hijo y su entorno lo más posible.
Este estudio científico que logró cuantificar el rol del padre en la lactancia, coincide con los documentos orientativos que hay sobre este tema entregados por la Alianza Mundial Pro Lactancia Materna (WABA por sus siglas en inglés) y la Liga de la Leche internacional, los que aseguran que el padre debe tener un rol importante y nada pasivo en la primera etapa de la alimentación de su hijo.
Estas asociaciones han editado un documento con diferentes orientaciones que los padres pueden seguir mientras el niño se alimenta de leche materna. Se trata de directrices, que no serán aplicables a todos los casos por igual.
Se podrían resumir en los siguientes puntos:
- El padre puede responsabilizarse de más tareas domésticas.
- Deberá encargarse de vigilar y cuidar a los hijos mayores mientras el bebé mama.
- Puede responsabilizarse, junto a la madre, del baño y del cambio de pañales del pequeño.
- Cargar el bebé en brazos o portearlo es una forma muy positiva de que padre e hijo estrechen lazos.
- El apoyo emocional a la pareja es un factor de vital importancia.
- El padre deberá solicitar las vacaciones necesarias para acompañar a la familia durante la lactancia tanto tiempo como pueda.
Para más información los futuros padres pueden consultar sobre el “Rol del padre en la lactancia” publicado por la Liga de la leche internacional.
Queridos padres con esto ya saben que aunque sea la madre la que se coloque al bebé en el pecho ustedes también son un pilar fundamental para este hermoso y vital proceso. Informarse, apoyar, ayudar y contener con pilares que sólo ustedes, con su energía masculina, pueden brindar para el bienestar y completud del triángulo de la lactancia. Y nosotras como madres debemos aprender a incluirlos, incentivarlos y aceptar esta ayuda fundamental para lograr una exitosa lactancia materna.
Abrazo a todos los pa/madres que comienza y viven la etapa de lactancia.
Sally Gabor.
Fuente: www.mamadre.cl (Por Pamela Labatut Hernandez)
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