por Carolina Herrera | Mar 20, 2019 | Uncategorized
Entregarse sin temor a que nos vean vulnerables es un requisito indispensable para vivir relaciones profundas y plenas. Recupera la confianza en ti y en tu pareja.
Cuando construimos una relación de pareja y no nos atrevemos a darnos por completo, el temor nos recuerda que somos vulnerables. El miedo es una señal de alarma que nuestro cuerpo pone en marcha para recordarnos situaciones pasadas en las que sufrimos. Pero también puede provocarnos reacciones defensivas que nos alejen de la persona con la que queremos construir un nuevo proyecto de vida. Siguiendo otros parámetros podemos conseguir un vínculo sólido y cerrar viejas heridas.
Entregarse a la relación sin miedo
María había decidido iniciar un proceso terapéutico para revisar algunos aspectos de su vida. A pesar de que estaba en un momento vital estable, algunas cuestiones le preocupaban y las quería cambiar. “Tengo la autoestima muy baja y casi siempre creo que los demás piensan mal de mí”, me dijo en la primera sesión.
Al cabo de unos días abordamos la relación que tenía con su pareja. “Creo que no tengo confianza con Jorge”, me dijo. “Hay muchas cosas que no le cuento, y no sé si eso está bien o no”. “No está ni bien ni mal. Lo importante es que sepas qué relación quieres tener con él. Tú eres quien tiene que decidir qué quieres compartir y qué no”, le contesté.
María tenía claro que deseaba una relación de pareja más profunda. Llevaban dos años juntos y casi no se conocían.
Con el paso del tiempo no habían conseguido tener ese espacio de intimidad que se crea cuando dos personas construyen un vínculo de pareja seguro. Se dio cuenta entonces de que tenía miedo a entregarse, y de que ese miedo le estaba impidiendo construir la relación que realmente quería tener.
Heridas que nos impiden avanzar
María se había casado antes con quien fue su primera pareja y había tenido dos hijas. Enamorada, creyó entregarse en cuerpo y alma al que pensó que era el hombre de su vida.
Sin embargo, la relación no funcionó como esperaba; no se sintió tenida en cuenta ni respetada como persona, algo que le ocurría también en otras relaciones. Su pareja la criticaba y la menospreciaba continuamente. A pesar de la desilusión y el dolor, siguió con él durante años hasta que la situación se hizo insostenible y se separaron.
Dos años después conoció a Jorge. María sabía que su amor hacia él había ido creciendo, aunque notaba que algo les impedía avanzar. María no compartía con Jorge sus preocupaciones (“No me atrevo a contarle el problema que tengo con mi hija. Me da miedo que piense mal de mí”) ni sus sentimientos; cuando tenía que llorar, lo hacía a solas.
No se sentía segura para compartir su vulnerabilidad.
“Es que no me apoya”, me dijo un día. “Me pregunto cómo te puede apoyar si no sabe cómo estás o qué necesitas”, le contesté. Se iba dando cuenta de hasta qué punto ella contribuía a esa falta de apoyo. Y cómo su miedo a entregarse estaba relacionado con lo poco que se valoraba y se quería, con su falta de confianza y con su experiencia anterior.
¿Por qué tenemos miedo a quien amamos?
El miedo nos indica que estamos percibiendo algún peligro y su objetivo es protegernos. Nuestro organismo es sabio y registra lo que nos puede producir dolor o que comporta algún riesgo físico o emocional. Lo que ocurre es que de vez en cuando es necesario “actualizarlo”, porque aquello que algún día nos dolió no tiene por qué dolernos ahora.
Si tenemos miedo a compartir nuestra vulnerabilidad, es porque, seguramente, en algún momento lo hicimos y tuvimos una mala experiencia. Sin embargo, aunque se encienda la señal de alarma, lo que sucede ahora no es lo mismo que ocurrió en el pasado. Ni nosotros somos los mismos, ni la otra persona es la misma, ni lo es la situación.
El origen del miedo a confiar
Erik Erikson, psicoanalista estadounidense de origen alemán, elaboró la “Teoría psicosocial de desarrollo de la personalidad” y concluyó que la sensación de confianza se experimenta en la etapa que va del nacimiento a los 18 meses. En función del calor del cuerpo de la madre, del apoyo y de los cuidados afectuosos recibidos se crea el vínculo que será la base de las futuras relaciones con otras personas importantes.
Es entonces, en base a estas experiencias, cuando desarrollamos la confianza básica que nos permite estar en el mundo sin angustia o, por el contrario, crecemos con una desconfianza que puede dificultarnos nuestra apertura a los demás.
Cómo confiar más en tu pareja
Otro factor necesario para entregarnos de manera sana es percibir que la otra persona está disponible, que nos reconoce y nos acepta en nuestra individualidad. En una relación de pareja todo se construye entre dos.
Explicar a nuestra pareja qué necesitamos nos ayudará. Esperar que lo adivine solo crea frustración y resentimiento.
El reto es atreverse a entregarse, aun con miedo, siempre que percibamos apoyo y un mínimo de seguridad, y eso tiene que ver con nuestra propia confianza y también con los elementos que el otro pone en la relación.
Algo que nos puede ayudar, una vez que percibimos a nuestra pareja entregada, es explicarle qué necesitamos y qué puede hacer para darnos su apoyo. Muchas veces esperamos que la otra persona adivine cómo hacerlo, pero esa convicción (“Si me quiere, sabrá qué necesito y lo que tiene que hacer”) solo sirve para generar frustración y resentimiento.
María vio que su miedo la había protegido durante un tiempo. Manteniendo su muralla había evitado sufrir, pero ahora eso ya no le servía. Seguir funcionando de este modo provocaba que su relación de pareja fuera tan superficial que no le satisfacía. Así que aceptó su miedo, aceptó su vulnerabilidad y decidió correr el riesgo de entregarse y, poco a poco, ir descubriéndose ante su pareja.
Durante su proceso de terapia, además de conocerse mejor, aceptarse, quererse y valorarse mucho más, aprendió a compartir los sentimientos. Jorge mostró su compromiso y con esta entrega mutua pudieron construir un vínculo sólido. Como dice Norman Shub en su libro De corazón a corazón: “El amor se desarrolla cuando haces a otra persona importante”.
Fuente: mentesana.es
por Carolina Herrera | Mar 13, 2019 | Uncategorized
Expresar nuestras emociones sin filtros, de la manera más pura y fiel a cómo las sentimos se denomina catarsis emocional. Un proceso íntimo e intenso que en ocasiones puede ser visto como peligroso, pero que en realidad es de lo más liberador. Profundicemos en este maravilloso concepto para comprenderlo mejor.
¿Qué es la catarsis emocional?
El concepto de catarsis fue introducido por Aristóteles para referirse al proceso de “purificación” que podían experimentar los espectadores de la tragedia sobre sus bajas pasiones, al observar la interpretación de las emociones profundas y movilizadoras por parte de los actores. Pero fue Freud quien lo rescató más adelante y lo aplicó al ámbito psicoterapéutico para denominar al proceso de descarga y alivio de la tensión emocional.
Aunque bien es cierto, que fue Breuer quien creó el método catártico o de asociación libre y Freud lo desarrolló como parte de su teoría psicoanalítica. Así, Breuer y Freud utilizaban la catarsis emocional en el tratamiento psicológico, como una técnica que formaba parte de la terapia hipnótica, para que sus pacientes pudiesen expresar y liberar sus emociones reprimidas.
Por otro lado, desde la psicología social también se ha empleado este término para desarrollar la teoría catártica de la agresividad, a raíz de los estudios del psicoanálisis. A través de ella, se explica cómo el ser humano puede ir acumulando frustraciones en su vida diaria que pueden acabar en agresión pero que pueden ser aliviadas a través de la catarsis, mediante la participación de un “intermediario” en la agresión ajena. Así, según Seymour Feshbach, ver contenidos violentos a través de la televisión aporta experiencias agresivas indirectas que sirven como vehículo inofensivo para aliviar los sentimientos de hostilidad o frustración.
Como vemos, de un modo u otro, la catarsis emocional es ese proceso que nos permite descargar toda la energía generada por nuestras emociones, incluso las más reprimidas. De lo que podemos deducir la importancia que tiene este proceso para nuestro bienestar psicológico.
La necesidad de expresar nuestras emociones
En la actualidad, la sociedad nos invita a no expresar lo que sentimos, sobre todo aquello que no está bien visto como un llanto intenso y descontrolado, una explosión de ira o rabia o simplemente, sentimientos de malestar. Es decir, nos impide expresar nuestras emociones y fomenta su represión, lo que conlleva que vayamos guardándolas en lo más profundo de nosotros.
No obstante, toda expresión emocional por muy abrupta que sea necesita ser validada y no censurada, por mucho que queramos pensar lo contrario; ya que cada emoción que experimentamos es una parte de nosotros y un pedacito de nuestra esencia. Gracias a ellas, podemos conocernos mejor y mejorar nuestras relaciones con los demás. Las emociones son el soporte al autoconocimiento y al conocimiento de los demás, no lo olvidemos.
Así, un proceso de catarsis emocional no es peligroso, aunque en ocasiones podamos pensar en ello. Este fenómeno surge sobre todo cuando nos hemos mostrado fuertes durante mucho tiempo y hemos bloqueado nuestro malestar hasta acabar rotos por dentro. De esta manera, surge como puente para liberarnos emocionalmente y demostrarnos que la fragilidad también forma parte de nuestras vidas porque no somos superhéroes, porque llorar también es necesario y gritar a veces nos alivia…
Ahora bien, esto no nos hace débiles, sino humanos y nos enseña lo necesario que es la expresión emocional para su futura comprensión y la asimilación del dolor y del sufrimiento que nos acecha.
Par finalizar, hay un aspecto muy importante a tener en cuenta en todo lo relacionado con la catarsis emocional: las consecuencias de nuestros actos en las relaciones con los demás. Es decir, liberar nuestras emociones es recomendable pero hacerlo ocasionando daño a los demás no. Por ello, es muy importante tener en cuenta nuestro comportamiento cuando experimentamos un proceso de catarsis emocional e investigar métodos como el arte, la escritura, la meditación o el baile para expresar todo lo que tenemos reprimido y conseguir así, aumentar nuestra bienestar.
Fuente: psicoactiva.com
por Carolina Herrera | Mar 6, 2019 | Uncategorized
María González, psicóloga especialista en Obesidad y Sobrepeso
Factores socioculturales y familiares en la expansión y mantenimiento.
En la actualidad, la obesidad es ya considerada como una de las principales causas de morbilidad y mortalidad en Occidente y su prevalencia está aumentando tanto en países desarrollados como en aquellos que se encuentran en vías de desarrollo.
Un equipo internacional de científicos, impulsados por la Fundación Bill y Melinda Gates, llevó a cabo un enorme estudio en el que observaron a 68,5 millones de personas en 195 países del mundo durante un periodo de 25 años (1990-2015).
Según el estudio, los niveles de actividad física comenzaron a disminuir antes de que se disparasen las cifras globales de obesidad, lo que significa que la alimentación es la principal responsable.
Multinacionales de comida rápida han llegado a prácticamente todos los rincones del mundo con sus platos y bebidas llenos de calorías y pobres en nutrientes. Los han vendido baratos y los han hecho más accesibles que sus alternativas, los productos no procesados, las frutas y las verduras, sobre todo en las ciudades.
Y esto explica en parte la clave del problema: comemos más calorías por persona, con comidas más procesadas y pesadas, raciones más grandes y bebidas azucaradas para acompañar. Es decir, que aunque hacer ejercicio tiene indudables beneficios para la salud, la principal causa de obesidad es la alimentación y ahí es donde hay que enfocarse, sobre todo, en lo que se refiere a políticas públicas contra la obesidad.
Siguiendo a Mennell y su concepto de “civilización del apetito” en relación a la domesticación social del modo de comer, Gracia M. señala cómo en los últimos cincuenta años este proceso de civilización se ha intensificado, lo que da como resultado cuatro fenómenos distintos, pero estrechamente vinculados:
- El establecimiento del peso corporal ideal y las normas dietéticas.
- La construcción de la delgadez como un atributo de la salud y de la distinción social.
- El reconocimiento de la obesidad como una enfermedad.
- La transformación de la salud y el cuerpo en factores socioeconómicos y, por lo tanto, en oportunidades de negocio.
La creación de un patrón estético ideal “occidental”, que ensalza la delgadez como modelo a seguir y que marca en nuestras sociedades la pauta cultural de lo que es un cuerpo atractivo y de lo que no lo es, favorece el conflicto de carácter social y psicológico en aquellos individuos que se apartan de la norma establecida.
Como expresa De Garine, el concepto de cuerpo establecido es muy difícil de conseguir y de mantener en el marco de unos estilos de vida como los que se dan actualmente en nuestros contextos urbanos e industrializados; y estas situaciones llevan a los sujetos a un estado patológico y culturalmente estigmatizado que es difícil de superar.
Tras la Primera Guerra Mundial, principalmente en Estados Unidos, se empezó a institucionalizar el cuerpo “bello”. De tal forma, la sociedad ha recibido y recibe señales ambivalentes: el cuerpo es malo y es bueno, hay que castigarlo y hay que cuidarlo, es enemigo y es aliado, es hermoso y es horrible.
En los pacientes con obesidad, frecuentemente se escuchan comentarios como: “Yo sé que comer tanto pan dulce me hace daño, pero no puedo evitarlo, porque me hace sentir bien”. Es decir, por un lado, es algo deseado, pero por otro lado amenaza la salud. Las personas con sobrepeso u obesidad se refieren a los alimentos no solamente como sabrosos, sino como algo que no pueden dejar, como una protección, un proveedor de bienestar emocional o un castigo y una fuente de culpa.
Voznesenkaya y Vein (2002) demostraron que el 60% de las personas obesas expuestas al estrés psicológico sufren hiperfagia como una forma patológica de defensa, acompañada de personalidades inmaduras, con rasgos ansiosos y depresivos. A esta alteración de la conducta se le denominó “conducta alimentaria emocional” o hiperfagia al estrés, cuando la ingestión de alimentos no se relaciona con la sensación de hambre, sino con malestar psicológico (aburrimiento, angustia o dificultad para resolver los problemas). La obesidad en este caso puede ser considerada como el síntoma o la consecuencia de un problema de ajuste psicológico y social.
Debido a que se propone que la obesidad no es el resultado de una cadena lineal causa-efecto, sino que es la interacción entre factores y componentes de un sistema, la familia debe considerarse parte de la problemática. La familia actúa como un contexto genético y ambiental para el individuo obeso, por esto los padres pueden influir en las conductas alimentarias de sus hijos directamente a través del proceso de modelamiento, particularmente de actitudes y conductas con respecto a la comida y al peso.
El ambiente familiar puede contribuir al desarrollo de la obesidad. Los estilos de vida de los padres influyen en el desarrollo de las preferencias alimentarias, en la exposición a estímulos de comida y en la habilidad de los pacientes para regular su selección e ingesta, logrando establecer el ambiente emocional, nutricional y de actividad física en el que puede o no desarrollarse la obesidad. Los padres y demás miembros de la familia disponen y planean un ambiente común y compartido que puede ser conductor de la sobrealimentación o de un estilo de vida sedentario. Los miembros de la familia sirven como modelos y refuerzan y apoyan la adquisición y mantenimientos de las conductas alimentarias y de ejercicio.
Resulta inadecuado para el tratamiento del obeso que sus familiares compren y lleven a casa alimentos inapropiados para el seguimiento de la propuesta de dieta. En la medida que exista congruencia entre los objetivos del paciente y de su familia será más fácil el cambio y, por consiguiente, el mantenimiento de este nuevo estilo de vida.
Ya que la familia en ocasiones promueve la obesidad de sus miembros desde la infancia, al ofrecer alimentos para distraer la atención de los niños, brindarles golosinas en los momentos en que están “ocupados” y no pueden atenderlos o los premian con pasteles, dulces chocolates y helados, comprar alimentos “prohibidos” o tentadores para los pacientes. Por esto, convivir durante los horarios de alimentación, poner límites y compartir los alimentos en familia favorece el instituir buenos hábitos en todos los integrantes. Lo más conveniente es que el paciente sea responsable de seguir las recomendaciones de la dieta, supervisado por el equipo multidisciplinar y acompañado en el proceso por su familia, quienes deben estar convencidos y de mutuo acuerdo con todas las medidas que se llevarán a cabo para alcanzar el éxito del tratamiento.
Fuente: centta.es
por Carolina Herrera | Feb 27, 2019 | Uncategorized
Quedé embarazada a los 19 años. Fue una sorpresa que no esperábamos con quien en ese entonces era mi pololo, que tenía solo 22 años, y que actualmente es mi marido, con el que llevamos juntos 18.
Los primeros meses de mi embarazo fueron horribles. Bajé mucho de peso y me sentía realmente mal. Ahora, mirándolo con distancia, creo que caí en un episodio depresivo del que nunca me hice cargo, ya que seguí enfocada en mis estudios. Fue muy difícil para mí contarle a mis padres, ya que vívíamos separados, ellos en Punta Arenas y yo en Puerto Montt. Al darles la noticia, les pedí que por favor me dejaran seguir con mi carrera y con mi rutina. Paradójicamente, ese año tuve las mejores evaluaciones.
El 4 de noviembre del 2005 llegó a mi vida Fernando, quien cambió mi vida del cielo a la tierra. Al verlo pensaba en lo equivocada que estaba de todas las ideas que tuve sobre mi embarazo, pero aun así era una niña intentando hacerse cargo de este hombrecito. Al principio mis papás viajaron a acompañarme a Puerto Montt para apoyarme y dos meses después me fui con ellos a su casa en Punta Arenas, donde comenzamos a preparar todo para Fernando y su estadía casi definitiva en casa de sus abuelos. Al principio me costó hacer valer mi rol como madre, ya que la mía tomaba todo el mando de la situación. Eso hizo que muchas veces la sintiera más madre de mi hijo que yo misma. Fueron días complicados, pero lo más doloroso fue el momento en que tuve que dejar a mi guagua con ellos para poder volver a la universidad. Fernando tenía cuatro meses, recién había dejado de amamantarlo. Sigo recordando ese día como si fuese ayer. Pienso que si pudiera volver atrás, no dejaría a mi pequeño.
Fue muy difícil no sentirme culpable cada día por no estar ahí, por no ver cómo crecía. Trataba de viajar lo más posible a estar con él, pero cuando llegaba Fernando me hacía notar que mi madre era la suya. Trato de consolarme que estuve para cada acto, para cada cumpleaños, y que incluso a veces viajaba a verlo por el día. Pero sigue siendo algo doloroso de recordar.
A medida que Fernando creció, la forma en que nos comunicábamos fue cambiando. Poco a poco empezamos a hablar por teléfono y me pudo contar lo que hacía. Él sabía donde estaba yo, y siempre le expliqué de la mejor forma que pude el por qué de mi ausencia.
Mis padres criaron a mi hijo durante seis años. Cuando llegó el momento de traerlo a vivir conmigo, fue un proceso natural, pero muy doloroso para ellos. La que más sufrió fue mi mamá, quien estuvo muchos meses deprimida. Fue tanto así, que nuestra relación estuvo cortada por un tiempo, ya que ella se lo tomó como que si yo le hubiese quitado a su niño. Fernando, por su parte, vivió el proceso de manera muy positiva, mucho mejor de lo que imaginé. Siempre recordaba a su “mami” (como le dice a su abuela) no con pena, sino con lindos recuerdos de su crianza.
Afortunadamente, mi madre pidió ayuda psicológica para superar esta pérdida del hijo-nieto y nuestra relación volvió a ser la misma que antes. Incluso mejor. Desde ese momento, ella se ha convertido nuevamente en parte imprescindible en nuestras celebraciones y distintos hitos, sembrando una hermosa relación con mi pequeño.
Pasé momentos de mucha pena, pero siento que de a poco me he ido perdonando. La culpa de no criar a un hijo, aunque haya sido por un tiempo determinado, fue algo que me marcó. Actualmente con mi segundo hijo, quien tiene once años de diferencia con Fernando, me asombro como si fuese primeriza e intento aprovechar el doble sus momentos, pensando en ese pequeño Fernando del que me perdí muchas etapas. A pesar de eso, solo puedo agradecer la inmensa generosidad de mis padres, ya que sin ellos nuestras vidas serían muy distintas.
Es gracias a ellos y a su amor que hoy puedo decir, con alegría, que mi hijo es un niño feliz y rodeado de mucho cariño, que valora a sus abuelos porque son un tremendo pedazo de él y de su historia. Espero que siempre lo vea así, porque estoy segura de que no todas las jóvenes han tenido el inmenso apoyo que tuve yo.
Paulina Paredes sicóloga y mamá de Fernando de 13 años y Alonso de 2
Fuente: paula.cl
por Carolina Herrera | Feb 20, 2019 | Uncategorized
María Bustamante, psicóloga especialista en Psicología Infantil y Familiar.
Directora de de la Unidad de Psicología Infantojuvenil
Ser madre es una de las tareas, decisiones y responsabilidades más importantes y complejas que existe en la vida. Pues si ya de por sí es así, me gustaría hacer una referencia especial a la opción de ser madre adoptiva.
En la mayoría de los casos, lo que lleva a una madre a la decisión de adoptar es una pérdida. A tener un hijo biológico, a cerrar un etapa, una relación o una situación, pero al fin y al cabo, lleva a la decisión de embarcarse en esta aventura y asumir el acompañamiento vital de una persona que ha nacido en otra familia, que a su vez también viene de otra pérdida. En este caso, de un abandono. Este escenario supone ya un punto de partida muy distinto a la maternidad biológica.
Si de por sí ser madre es una labor tan compleja como necesaria, ser madre adoptiva requiere unas habilidades y fortalezas que deben ser tenidas en cuenta, ya que la situación de vincular con el hijo/a adoptado/a, va a requerir superar situaciones en ocasiones extremas.
Hasta que el niño pasa a formar parte en la familia definitiva normalmente tiene más de una vivencia de rupturas vinculares, generando en él/ella una experiencia de apego inseguro o desorganizado, favoreciendo una mayor complejidad y dificultad en los vínculos posteriores que necesita generar para acceder a un hogar adoptivo.
Inevitablemente, cuando hay adopción aflora la Teoría del Apego de Bowlby, según la cual la persona que es adoptada trae un daño en su apego con alguna figura de referencia. Su relación con el entorno que lo ha recibido ya es compleja por todas las variables que le han rodeado, y el vínculo afectivo no podrá generarse de la misma manera que cuando el hijo es engendrado, gestado, parido, amamantado y criado por las mismas personas, es decir, cuando es hijo biológico, precisamente, porque no lo es.
Pero lo que sí es universal es la necesidad de cualquier menor de encontrar una base segura desde la que explorar, que le aporte las características de predictibilidad, receptividad, inteligibilidad, apoyo y compromiso recíproco.
Con unas variables tan delicadas en la decisión de ser madre adoptiva, las características básicas que debe tener esta especial madre son:
- Estabilidad emocional
- Tolerancia al estrés
- Flexibilidad
- Adecuada expresión de los afectos.
Características todas ellas compatibles con las derivadas de la evolución de la madurez personal e intrínsecas a un estilo de apego seguro o bien haber trabajado en su propia historia para reparar y reconstruir su apego a seguro, otorgándole una serie de cualidades, que me lleva poder afirmar que con el amor no es suficiente, ya que la situación requiere de:
- Una autoestima adecuada.
- Confianza en los demás y habilidades sociales.
- Capacidad para sobreponerse a las pérdidas porque tiene suficientes recursos personales y también sabe pedir ayuda cuando lo necesita.
- Regulación de las emociones ante situaciones estresantes o ansiógenas.
- Capacidad de tener una función reflexiva, factor que, junto a la posibilidad de ofrecer una respuesta sensible, determina el sentimiento de seguridad que una madre proporciona al hijo, transmitiendo, sobre la base de la empatía, la comprensión de que los otros son seres autónomos con sus propias emociones, permitiendo reconocer que el otro puede operar de distintos modos, bajo distintas circunstancias, que otorga un sentido de la relatividad comportamental y, por lo tanto, las relaciones personales pueden analizarse desde diversas perspectivas, asumiendo que nuestra percepción del otro y de sus estados mentales es limitada. Esta capacidad, propia de un estilo de apego seguro, tiene conexiones con algunas de las características de personalidad funcional para la adopción antes citada, como por ejemplo, las relativas a la flexibilidad y a la capacidad para la expresión emocional.
- Transmisión al hijo adoptivo de una imagen positiva de su origen, de sus padres biológicos y de aquello que motivó su adopción, de manera tal que le ayude a aceptar el abandono sufrido, desligándolo del intenso sentimiento de culpabilidad y minusvaloración inherente a la infancia adoptada que todavía no ha resuelto su propio duelo.
- Más probabilidad de afrontar con serenidad su maternidad adoptiva ofreciendo una respuesta sensible a las necesidades de su hijo, pudiendo establecer con él una vinculación afectiva segura que implica ofrecer las oportunidades necesarias para el desarrollo y la construcción de la identidad de su hijo.
Un referente de apego seguro no temerá perder el amor de su hijo porque se halla seguro en su relación paterno-filial y firmemente comprometido con el bienestar emocional de aquel. Si eso ocurre, la adopción será una característica intrínseca a la familia, la palabra adopción fluirá con naturalidad y cuando finalmente el hijo quiera buscar sus orígenes no habrá temor al rechazo, a la pérdida del hijo, al cuestionamiento paterno,… porque el lazo será irrompible.
Esto nos lleva a apostar por el apego seguro del adulto como un factor protector del éxito en el proceso de la adopción. Considerando muy interesante la inclusión de actividades de fomento del apego seguro en los programas de preparación para madres y padres adoptivos, sirviendo de base para esta apasionante tipología familiar.
Feliz día de la Madre, especialmente a las adoptivas.
Fuente: centta.es
por Carolina Herrera | Feb 13, 2019 | Uncategorized
Los casos de maltrato en casa son más numerosos de lo que puede parecer.
por Angel Ximenez
La violencia intrafamiliar es un problema grave que ocurre en todos los grupos sociales, profesiones, culturas y religiones. Incluso popularmente se concibe al género masculino como el constituyente de los únicos agresores, pero la realidad es que en muchos casos las mujeres pasan a ser las agresoras, por lo que resulta que también ocurre en ambos géneros.
Es un problema de salud pública que, lamentablemente, va en aumento. Tan sólo en México, en el último año se registró un incremento del 9.2% en carpetas de investigación por este delito, según Cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).
Por si fuera poco, de acuerdo a resultados de la última Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH), elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), refiere que 10.8 millones de hombres casados o unidos con mujeres de 15 años o más han ejercido algún tipo de violencia contra sus parejas a lo largo de su relación, específicamente un 40% de forma emocional, 25.3% económica, 11.6% física y 5.3% sexual.
Tipos de violencia
Las cifras anteriores ilustran las distintas categorías que existen en las que se puede dañar a una persona, dependiendo del contenido de la agresión. A continuación se proporciona mayor información al respecto.
Violencia física
Esta categoría involucra golpes, rasguños, jaloneos y empujones; es más fácil de identificar porque suele dejar marcas en el cuerpo como moretones o heridas visibles, lo que culmina, en muchas ocasiones, en la muerte de la víctima.
Violencia psicológica o emocional
La persona agrede por medio de palabras hirientes como insultos o apodos, con la intención de denigrar a la pareja. Este tipo de acciones producen en la víctima sentimientos de ansiedad, desesperación, culpa, temor, vergüenza, tristeza, además de baja autoestima.
Violencia sexual
Se llevan a cabo comportamientos con connotación sexual de manera forzada, sin el consentimiento de la víctima, sólo por el simple hecho de ser su pareja. Puede incluir la violencia física y psicológica.
Violencia económica
Implica robar el dinero de la pareja, utilizar indebidamente su cuenta bancaria; e incluso cuando sólo el agresor es el que trabaja, éste amenaza con negarle el dinero a su cónyuge.
Las claves de la violencia intrafamiliar
Los hombres que son agresores generalmente en su infancia fueron testigos de violencia doméstica en contra de sus mamás, por lo que crecieron en un ambiente violento donde existían roles establecidos para cada género y donde la mujer era denigrada; por lo que hay una conducta aprendida hacia la pareja. Esto significa que en sus futuras relaciones, la persona termina por repetir aquello que presenció en su infancia, pues elige inconscientemente como pareja a alguien con perfil sumiso, desempeñando entonces un rol dominante.
Además de una baja autoestima, el agresor presenta una baja tolerancia a la frustración. Es decir, se frustra fácilmente, y es en esos casos cuando tiene arranques de agresividad y culpa a la víctima de haberlo provocado, de manera que lo que más desea es tener el control, tanto de la relación como de su cónyuge.
Si examinamos con detenimiento los tipos de violencia mencionados anteriormente, podemos identificar que el común denominador es el deseo de poder de parte del agresor hacia la víctima; es por eso que la denigra física, psicológica y sexualmente. En el caso de la economía, se trata de otra clase de poder, ya que el dinero es un recurso muy importante; si la víctima es independiente económicamente, ésta tiene cierto grado de poder, por lo que en la violencia económica, el agresor también busca quitarle tal cosa. Es por eso que detrás de la violencia doméstica por parte del hombre encontramos ideas machistas.
Por otro lado, las mujeres que son víctimas de violencia intrafamiliar muchas veces vivieron algo similar en su infancia; crecieron en un entorno donde se aceptaba la violencia y experimentaron ser las subordinadas de los hombres del hogar. De igual manera, la sumisión también es una postura que se aprende, probablemente por la creencia de que ese rol en la relación es algo normal.
A parte de una baja autoestima, la víctima puede presentar depresión y una dependencia emocional hacia su pareja, lo cual provoca no querer separarse de él manifestando amarlo. Por lo que cuando el agresor la culpa de provocar los arranques de violencia, la víctima acepta la responsabilidad. Aún en la sumisión, de igual manera en la mente de la víctima se encuentran ideas machistas.
Y cuando hay hijos…
Cuando hay hijos de por medio en la relación, éstos pueden padecer diversos problemas de conducta y emocionales, los cuales no tardarán en manifestarse con bajo rendimiento académico, siendo partícipes o víctimas de acoso escolar, aislamiento, ser propensos al consumo de drogas, caer en depresión, resentimiento, baja autoestima o estrés postraumático, entre otras.
Al crecer y desarrollarse en un ambiente en el que se acepta la violencia tienen altas probabilidades de repetir patrones, ya sea como agresores o víctimas en sus relaciones de pareja, tal como sucedió con los padres. Cabe mencionar que es en el seno familiar donde los niños aprenden a definirse a sí mismos, a entender el mundo y cómo relacionarse con él por medio de lo que observan y aprenden.
Ciclo de la violencia
La interacción entre el agresor y la víctima suele ser un círculo vicioso que se retroalimenta constantemente. A continuación presento las tres fases en las que se compone.
Fase de acumulación de tensión
En esta primera fase se presentan insultos, reproches, burlas, escenas de celos e intentos de controlar las acciones de la víctima, así como malestar constante que va en aumento. Por ejemplo: criticar la forma en la que viste, prohibirle salidas o ciertas actividades.
Fase de explosión
Esta parte representa un nivel superior a la fase anterior. En este punto es cuando la persona tiene un arranque violento en el que hay golpes, ruptura de objetos y amenazas.
Fase de arrepentimiento o luna de miel
En este último nivel, la persona se dice arrepentida y pide perdón (no sin antes hacer responsable a la víctima por haberla violentado), pero promete cambiar. De repente el romanticismo vuelve a la relación y el agresor se convierte en un ser detallista por un tiempo, hasta que vuelva a presentarse algo que no le guste para que dé inicio de nueva cuenta la primera fase y así sucesivamente.
Cuando la víctima es el varón
También existen situaciones en las que la mujer es la agresora y el hombre es la víctima. De igual manera que el hombre en su papel de agresor, la mujer busca tener poder y control sobre su pareja.
En estos casos, la mujer comienza con violencia psicológica hasta que con el tiempo se transforma en física: golpea, abofetea o jalonea a su esposo.
Aunque es más fuerte que ella, el esposo no aplica violencia porque considera una cobardía el hacer uso de la fuerza sobre una mujer, por lo que prefiere aislarse sintiendo una vergüenza profunda y guardando silencio para que nadie se entere de su situación humillante; probablemente si decide contarlo a alguien simplemente no le creería o se burlaría de él, incluidas las autoridades en caso de denuncia. De esta manera, el hombre sufre psicológicamente tratando de conservar las apariencias.
Qué hacer ante la violencia intrafamiliar
A continuación ofrezco una serie de pasos a seguir para prevenir y actuar en caso de violencia doméstica. Dirigido tanto a hombres como a mujeres. Identifica las señales:
- Usa palabras hirientes y acusadoras contra ti.
- Te ridiculiza en presencia de otras personas.
- Te insulta cuando se enoja y te echa la culpa por hacerlo o hacerla enojar.
- Controla todo lo que haces, a dónde vas, con quién estás. Revisa tu celular. Prohíbe que salgas con tus amistades y/o familiares, o prohíbe que le hables a tal persona.
- Dice que tiene celos porque te ama.
- Te jalonea de alguna parte del cuerpo o de la ropa, o simplemente te empuja.
- Te agarra con fuerza y te grita.
- Te presiona u obliga a tener relaciones sexuales.
- Amenaza con pegarte a ti o a tus hijos.
Si tu pareja hace más de una de las acciones mencionadas anteriormente, ya eres víctima de algún tipo de violencia y pronto tu pareja podría pasar a los golpes. Habla de esto con alguien de tu confianza y prepara un plan de emergencia para protegerte a ti y a tus hijos en caso necesario. Procura tener un lugar de refugio, por ejemplo, la casa de alguien de confianza.
En caso de que ya estés inmersa o inmerso en el maltrato, lleva a cabo el plan de emergencia para protegerte, sal de tu casa y acude a ese lugar de refugio. Asesórate con un abogado sobre tu situación, ya que es necesario proceder por la vía legal en contra del agresor, quien será detenido y llevado a proceso penal.
Si no cuentas con un refugio, existen unos patrocinados por ayuntamientos, organizaciones no gubernamentales o instituciones religiosas que ayudan a la víctima y a sus hijos a estar protegidos cubriendo sus necesidades físicas y emocionales. Incluso en algunos de esos lugares ofrecen asesoría legal y apoyo psicológico para brindar la ayuda necesaria.
Qué hacer si eres amigo íntimo o familiar de la víctima
No juzgues ni critiques su actitud o incapacidad para hacerle frente al problema. Al contrario, dedica tiempo a escuchar, comprender, y para que se desahogue. Hazle saber que no es culpable de nada. Ofrece también tu apoyo en lo que puedas ayudar, por ejemplo en cuidar a sus hijos, ofrecer refugio, o en la búsqueda de un abogado.
Considera la seguridad de la persona y sus hijos. Incluso en situaciones donde la persona agredida no percibe la realidad tal como es y no está consciente de ser una víctima de violencia, puedes ser tú quien pida el apoyo y haga la denuncia ante las autoridades. Tu colaboración puede marcar la diferencia y evitar consecuencias graves.
Qué hacer si eres el agresor
Finalmente, en caso de que seas tú el que ejerza la violencia, reflexiona en las consecuencias que puede provocar tu comportamiento. Da el primer paso, acepta que tienes un problema y busca ayuda profesional.
Conclusión
El noviazgo es la antesala al matrimonio. Si en esa etapa ya se sostiene una relación tóxica en la que uno de los miembros de la pareja trata de controlar y tener poder sobre el otro manifestando alguno de los tipos de violencia mencionados anteriormente, existen altas probabilidades de que a futuro se den casos de violencia intrafamiliar.
Es durante el noviazgo cuando se deben identificar actitudes de riesgo. Toda persona debe prestar atención a la forma en la que su pareja la trata; averiguar cuáles son sus valores; así como estar atentas a la forma en la que trata a sus padres y a las demás personas, particularmente a aquellos que le prestan un servicio en lugares públicos. Ya que de la misma manera en la que los trate a ellos, es como va a tratar a su cónyuge.
Referencias bibliográficas:
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Fuente: psicologiaymente.com
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