¿Te sientes mal por tener la iniciativa en tus relaciones?

¿Te sientes mal por tener la iniciativa en tus relaciones?

¿Siempre llevas la iniciativa en tu relación de pareja, pero realmente esto no es algo que desees? Esta suele ser una queja bastante habitual y hoy descubrirás cómo aprender a tratar de ponerle punto y final a esta situación.

Tener la iniciativa en las relaciones no es algo malo. Sin embargo, si este tipo de situaciones causan malestar o algún tipo de incomodidad es necesario abordarlo, ya que puede que nos estemos responsabilizando al 100 % e impidiendo a otras personas que pongan de su parte.

También puede ocurrir que a quien le reclamemos iniciativa se encuentre cómodo en un papel pasivo o quizás sus prioridades sean otras. Sea como sea, lo importante es analizar cómo nos sentimos en cada una de las relaciones en las que somos partícipes. De esta forma, será más fácil identificar con qué personas compartimos más conexión y nos sentimos más cómodos y con quien tenemos más dificultades a la hora de tomar la iniciativa. Profundicemos.

La fuerza de la costumbre
La fuerza de la costumbre es muy poderosa, ya lo decía Darwin. Hace que nos acomodemos a una situación hasta que alguien se harta y salta. Esto puede desencadenar respuestas de rechazo y desconcierto, ya que la persona que no «salta» es normalmente la que nunca toma la iniciativa en la relación. Sin embargo, se pueden empezar a actuar para resolver esto.

  • Comunicar lo que ocurre: siempre desde el respeto y siendo claros. Tenemos que hacer saber al otro cómo nos sentimos con la situación y que deseamos que haya un cambio.
  • Permitir que la otra persona se exprese: conocer qué piensa y siente el otro también es importante. Asimismo, esto permitirá un intercambio de puntos de vista que nos pueden llevar al siguiente punto.
  • Barajar opciones: tenemos que encontrar una opción que nos vaya bien. Por lo que podemos darnos un tiempo para pensar en algunas alternativas o, si tenemos tiempo, dialogar e intercambiar posibles opciones en el momento.

Lo importante no es hacer un cambio radical, sino empezar con pequeñas modificaciones. Por ejemplo, la persona que nunca toma la iniciativa puede empezar a proponer un plan de fin de semana una vez al mes. Posteriormente, esto se irá incrementando. En lo que tenemos que fijarnos es en si pone de su parte y si lleva el acuerdo a la acción.

El cambio frustrado
Si la otra persona sigue manteniendo una actitud pasiva puede que esa sea su forma de ser. Por eso, por mucho que nos diga que va a cambiar y que «sí, la próxima vez lo propondré yo o seré más activa» esto no acabará sucediendo.

En estos casos, es importante comprender que esa persona no es como esperamos y que aunque intente contentarnos diciendo que va a poner todo de su parte para cambiar no será tan sencillo.

El artículo Terapia conductual integrativa de pareja: descripción general de un modelo con énfasis en la aceptación emocional explica muy bien este tipo de situaciones, muy comunes en las relaciones de pareja. De hecho, si tener la iniciativa es algo importante para nosotros, y esta situación va a hacer que estemos enfadados o que le recriminemos constantemente a la otra persona lo que no está haciendo, es fundamental reflexionar sobre la relación que tenemos y los valores que son importantes para nosotros.

La llamada interesada
Otro aspecto importante que no debemos pasar por alto y sobre el que tenemos que reflexionar es por qué mantenemos aquellas relaciones en las que tener la iniciativa no es algo abundante. Por ejemplo, aunque nosotros hemos propuesto quedar cuatro veces, la quinta ha sido esa persona. ¿Por qué se ha dado esa situación?

En el caso de que ese contacto, la mayoría de las veces, tenga que ver con, por ejemplo, ir a buscar un título en la Universidad, hacer una gestión en el banco o ir a un determinado lugar al que no quiere ir sola, debemos cuestionar si esa llamada o mensaje no es solo por simple interés. ¿Verdad que nosotros proponemos tomar un simple café, quedar para ir al cine o dar un paseo para hablar? Quizás sea el momento de «hacer limpieza» en nuestras relaciones.

Muchas veces tener la iniciativa es algo que sucede en algunos ámbitos, pero no en otros. Incluso, algunas personas no tienen la iniciativa en ningún ámbito de su vida. Si esto te frustra, te está agotando o te causa algún malestar, te animamos a que vuelvas a leer este artículo y reflexiones sobre él.

Asimismo, no dudes en acudir a un profesional que te dará las herramientas adecuadas para gestionar esta situación de la mejor manera para ti.

Fuente: lamenteesmaravillosa.com

Niños autistas: otra manera de sentir

Niños autistas: otra manera de sentir

Una mirada distinta sobre el autismo llena de optimismo. No hay que verlo como un problema sino como una oportunidad.

“Su hijo tiene autismo”. Esta frase lapidaria cambia la vida de muchas familias, también cambió la mía. Todavía hay tanto desconocimiento que se ve como una lacra, una enfermedad, cuando solo es un modo diferente de percibir. No miremos el autismo como un problema, sino como un enorme potencial.

¿Qué le ocurre a un niño con autismo?
Una marcada hipersensibilidad le hace encerrarse en sí mismo para protegerse de la intensidad de los estímulos que percibe. Imaginemos que estamos intentando atender a una conversación en medio de un jaleo ensordecedor. Sin poder filtrar estímulos visuales, olfativos, auditivos, gustativos, táctiles…

Con tal saturación de información seríamos incapaces de centrarnos en la conversación, necesitaríamos cerrar los ojos, taparnos los oídos, meternos en nuestra burbuja, escapar.

Un cerebro distinto
En las personas con autismo existe un exceso de conexiones. Todo esto viene dado por un funcionamiento cerebral distinto, en el que no se ha realizado el proceso de poda neuronal que sí se produce en las personas neurotípicas. En este proceso, la información y las conexiones superfluas del lóbulo frontal se eliminan.

Este hecho, que se enfoca negativamente, en realidad es un tremendo potencial, al igual que sucede con otras características del autismo, como la facilidad para ver al detalle, el pensamiento en patrones o imágenes.

Este es el gran error que estamos cometiendo con el autismo: tratarlo como una desventaja, centrándonos solo en lo que no pueden hacer en vez en lo que sí pueden, cosas que el resto no somos capaces de llevar a cabo.

En cambio, en lugares como Silicon Valley, uno de los criterios de contratación es precisamente contar con genética de autismo.

Saben que van a ser grandes profesionales en el campo de la informática, por ejemplo. No en vano existen genios con autismo como Einstein, Newton o Michael Burry, que predijo antes que nadie la crisis financiera mundial.

O Temple Grandin, doctora en psicología y comportamiento animal, cuyas charlas sobre el autismo siempre recomiendo a las familias. Temple no hablaba, no miraba, no interactuaba con su entorno. Era uno de los casos denominados profundos.

Le dijeron a su madre que no hablaría nunca y que la ingresara en un psiquiátrico, pero ella se negó y luchó por su hija. Más adelante, un maestro supo ver el asombroso potencial de Temple y tiró de él. Y no solo habló, sino que terminó varias carreras universitarias.

¿Cómo es vivir con autismo?
Mi vida con el autismo no se reduce al campo profesional. Yo fui esa madre que sabía que a su bebé le pasaba algo. Esa madre ignorada por muchos profesionales, vapuleada por otros que emitían diagnósticos dispares que nada tenían que ver con el autismo que yo sí veía, aunque al principio el dolor me hiciese negármelo a mí misma.

Ahora sé que el autismo es parte de lo que le hace ser él y lo quiero con toda mi alma. No lo cambiaría por nada

Mi hijo nació con un cromosoma duplicado asociado al autismo, que traía de serie, ya que posteriormente vimos que su padre –informático, por cierto– también lo porta. Desde muy pequeño supe que algo pasaba.

Con el tiempo fuimos reuniendo datos hasta que hicimos un cariotipo específico para autismo que nos dio el resultado que mi instinto maternal y mi profesión ya conocían.

A los tres años apenas hablaba. Se encerraba en sí mismo. De bebé lloraba inconsolablemente, pese a tener todo el contacto que necesitaba y sus necesidades cubiertas.

No señalaba lo que quería ni lo que le llamaba la atención. No se relacionaba con otros niños. La hora de la comida era complicada, teníamos que recurrir a mil trucos para que comiera sin obligarle.

Miremos todas sus destrezas
En cambio, aprendió a leer él solo sin que nadie le enseñase a los tres años, programaba en el ordenador de su padre y fue manifestando una creatividad insólita y una memoria excepcional.

Poco a poco, mediante las terapias adecuadas y una importantísima crianza con contacto, las barreras fueron atenuándose.

Ahora es un niño con autismo, a veces muy evidente, que mira, habla, busca besos, abrazos, piel, socializa con otros niños, por supuesto empatiza, come de todo y, sobre todo, es feliz.

Sé que las madres de niños con autismo sois grandes luchadoras, igual que vuestros hijos. Teorías obsoletas y culpabilizadoras como las “madres nevera” (del psicoanálisis) han hecho y hacen mucho daño a estas familias y niños.

No es la falta de cariño la causa del autismo

Muchas madres fueron culpadas, cuando lo único que tiene que ver con esta teoría es que el contacto ayuda a estos niños a romper las barreras que ya existían.

Un niño que nace con autismo no va a desarrollarse igual si vive desde el contacto que si le niegan el cogerle en brazos, le aplican métodos dañinos para “aprender a dormir”, le ignoran, le gritan…

Porque si todos los niños necesitan criarse con contacto, en el caso de los niños con autismo lo necesitan el triple

Necesitan piel, mirada, paciencia, que nosotros veamos que están ahí y conectemos con ellos, que paremos los impactos del exterior que una y otra vez intentan meterles en esa burbuja, desecharlos como si fuesen defectuosos, anularlos.

Ahora sabemos que se trata de un funcionamiento cerebral diferente, un modo de percibir distinto. Muchas veces ya está en su ADN antes de nacer, otras veces algo que no iba a manifestarse en el fenotipo aparece o, incluso, algo que ni siquiera existía muta para que aparezca el gen asociado al autismo.

Puede ser consecuencia de la violencia obstétrica o de las separaciones posparto, tal y como demuestran las últimas investigaciones en epigenética.

Somos un continuo de mentes diferentes con potenciales distintos y los llamados neurotípicos estamos junto a las personas con autismo. De hecho, muchos tenemos genética de autismo sin saberlo.

Por eso urge cambiar la concepción sobre el autismo. Porque no son ellos los que deben cambiar, sino un mundo en el que no cabe la diferencia.

Estamos dejándolos apartados, descartando potenciales tremendos. Ellos solo necesitan que alguien los vea. Nos necesitan, y nosotros los necesitamos.

Como dice Temple Grandin, si no fuese por la genética autista, aún seguiríamos socializando frente a un fuego, porque ¿quién pensamos que inventó las primeras lanzas de piedra?

Fuente: cuerpomente.com

Autismo: un mundo de polémica y sobrediagnóstico

Autismo: un mundo de polémica y sobrediagnóstico

El enorme aumento de casos autismo responde a una confusa y polarizada interpretación de este trastorno. Los expertos no se ponen de acuerdo.

Tras la comprobación de la integridad física de un recién nacido, la máxima expectación es la de encontrarnos con su mirada. En sus primeros días de sueños interminables, y con esa inquietud vigilante de comprobar que sigue vivo, esperamos encontrar entre sus dificultosas muecas un gesto, un sonido, algo que nos indique que conectó con el mundo y con nosotros.

Pero ¿qué sucede si eso no se produce, se genera muy puntualmente, estuvo pero desapareció o se concentra en un solo tipo de situaciones o ideas? ¿Qué ocurre si el pequeño se aisló?

Qué es el autismo y como lo diagnosticamos

Estas coordenadas son las que se utilizan para diagnosticar lo que, técnicamente, se conoce como Trastorno de Espectro Autista (TEA). Esta afección incluye todo tipo de comportamientos, desde aquel niño o adolescente que no articula prácticamente ninguna palabra, pasando por el imitador permanente, el que agrede a otros o se agrede a sí mismo, quien repite continuamente una determinada acción, quien sufre retraso escolar significativo, o el especialista en un tema que no para de hablar de él (Síndrome de Asperger).

Con este baturrillo, y teniendo en cuenta que nos hallamos frente a las primeras experiencias de constitución de seres humanos, la polémica sobre la conveniencia o no de la diagnosis temprana y preventiva, así como la manera de abordarla, está servida.

Partidarios de la diagnosis preventiva

Están quienes defienden una valoración muy temprana, pero desde perspectivas y objetivos muy distintos.

Profesionales «oficialistas», de manual
Entre ellos encontramos a los médicos y profesionales más “oficialistas”, es decir, aquellos que se basan en Manuales Internacionales como el DSM, cuyo punto de partida es el de que son trastornos de tipo neurobiológico y que, por tanto, cuanto antes se mediquen y se rectifiquen las malas conductas, menos consecuencias negativas tendrán para el paciente.

En ningún caso se habla de curación, ya que son consideradas enfermedades crónicas e incapacitantes para siempre.

Las críticas que se alzan sobre esta visión son que, además de no poder demostrarse tal origen orgánico y/o genético, los cambios y ambigüedad de criterios que se han ido produciendo en las distintas revisiones de dichos Manuales amplían tanto los comportamientos que se podría considerar autista cualquier tipo de inhibición, dificultad o ralentización en la consecución de habilidades socio-educativas, con el consecuente perjuicio de quedar estigmatizado bajo una categoría clínica que resulta crónica y discriminatoria.

Profesionales dinámicos
Otra posición es la que sugieren y mantienen los psicoanalistas y psicólogos dinámicos, para los que la primera época de la vida es en la que pueden producirse cortocircuitos en las relaciones del recién nacido con el medio y con las personas que lo rodean, y es ahí cuando hay que actuar.

El trabajo central es el de intentar establecer la comunicación a partir de un mejor entendimiento del código del niño, adaptando así los mensajes a su sensibilidad especial, sin renunciar por ello a su progresiva integración en un mundo simbólico que no siempre se guía por esos mismos códigos.

Contamos en Internet con libros y vídeos de esta manera de proceder, como por ejemplo los de la psicoanalista Marie-Christine Laznik, en los que se puede observar la manera en que cambiando el tono de voz, la iluminación o los colores se logra captar la atención de los bebés.

También se puede captar lo angustiante que puede llegar a ser para ellos el acercamiento de la madre o del padre en actitud de besar los piececitos o la barriguita. Lo que para otro bebé es motivo de risas y divertimento, para ellos puede ser aterrador.

Contrarios a la diagnosis preventiva
Frente a los defensores de la aproximación preventiva al autismo encontramos a los que están totalmente en contra arguyendo que un diagnóstico tan temprano y decisivo para el futuro del niño solo trae consecuencias negativas, ya que determinadas formas de actuación infantiles se deben a una inmadurez dentro del propio proceso de desarrollo cognitivo-afectivo, y que estas pueden desaparecer espontáneamente sin necesidad de ningún tratamiento.

Para estas corrientes, los diagnósticos tendrían que establecerse a partir de posibles fallos en el ámbito escolar, pudiéndose así diferenciar bien cuáles son las áreas que sufren mayor deterioro (las de interrelación, cognitivas o motrices) y actuar sobre ellas.

Agentes, causas y fundamentos del autismo
No cabe duda de que las distintas apreciaciones obedecen a distintas formas de entender el ser humano y aquello que puede perturbar su génesis como tal. Actualmente conviven distintas hipótesis respecto a sus causas.

Cada vez está más extendida la idea de que el autismo es una patología fisiológica debida a la incidencia negativa de agentes externos como pueden ser los agrotóxicos, que se hallan en los productos que ingerimos, o el contenido venenoso de los principios activos presentes en las vacunas o incluso la hipervacunación.

Pero si volvemos a los expertos, para la mayoría de psiquiatras, psicólogos cognitivo-conductuales y neurólogos, la causa del TEA es una lesión orgánico-cerebral presuntamente de origen genético. Sin embargo, a diferencia de las lesiones cerebrales rigurosamente genéticas, como el Síndrome de Down, que tiene una localización cromosómica detectable con una simple prueba, respecto al autismo no se ha podido demostrar nada semejante.

Se habla de supuestas inflamaciones de alguna zona del cerebro, pero no puede determinarse si ellas son la causa o la consecuencia de dicha disfunción.

Esto no implica que no encontremos efectos reales, tanto físicos como psicológicos, en personas que ven entorpecida y dificultada una función que les permitiría una mayor fluidez y comunicación consigo mismos, con su cuerpo, con el entorno y con las herramientas simbólicas que nos permiten desenvolvernos comúnmente.

No hay que confundir la dificultad en una función para la que nuestro organismo está preparado, con la lesión en un órgano que impida totalmente el ejercicio de la función.

Una perspectiva psicodinámica del autismo
Para las corrientes más dinámicas hay determinadas funciones psicofisiológicas que se ponen en marcha en la interrelación con otros congéneres. Esto ya sucede en todas las especies animales, y lo estudia la Etología.

Lo mismo sucede en el ser humano, pero el sistema en el que tiene que desarrollarse un individuo es muchísimo más complejo y abierto, por lo que puede encontrarse con mayores escollos.

Si escuchamos a estos niños autistas, aquellos que han podido expresar algo de lo que sucede en su interior, lo primero que relatan es la insoportable intensidad de toda una serie de estímulos externos, fundamentalmente los referidos a lo acústico (voces, ruidos, etc.) y a lo visual, como el deslumbramiento por luces naturales o artificiales.

Ya Freud, en sus primerísimos trabajos, hacía una pormenorizada descripción de la manera en que el recién nacido percibe las cosas. Al comienzo registra la cantidad directa del estímulo. Si esta sensación produce desazón pero es calmada, será vivida como bienestar, pero si no es así, el malestar se impondrá invadiendo todo el psiquismo.

La tendencia general, cuando vuelven a aparecer estas molestias, será refugiarse en los recuerdos de experiencias complacientes intentando repetirlas una y otra vez, pero si no se consigue, la rabieta está asegurada.

El siguiente paso en la maduración de nuestra mente es que, en un momento determinado, ya no tenemos por qué sufrir directamente las grandes cargas de las sensaciones de forma directa y masiva, sino que las palabras van reemplazando a los estímulos y eso nos permite resolverlos sin tener que vivenciarlos en toda su potencia.

Es algo así como cuando en algún lugar hay mucho alboroto y decimos “¡Cuánto ruido hay!”. Son frases que parecen rebajar la molestia, deshacerse parcialmente de ella y continuar. Es en esta fase donde mayores problemas encuentran los sujetos con rasgos autistas, por su dificultad con el lenguaje y con las posibilidades que pueden encontrarse en él.

La otra vertiente de este proceso es la de la relación con los cuidadores. La cría humana necesita de una persona que lo saque del malestar que le producen tanto sus necesidades nutricias como las ambientales.

En esta conexión con el auxiliador, nos dice Freud, el adulto queda dividido en dos componentes. El primero es el que satisfizo el apremio y que será lo conocido, pero que el bebé no vivirá como procedente de una alteridad, sino como algo suyo que le devolvió la calma y que querrá repetir siempre de la misma manera.

El segundo componente del adulto será lo no conocido, lo diferente, lo extraño para el bebé, que puede vivirse como algo amenazante. En un recorrido habitual, ambos aspectos llegan a integrarse, confluir y reconocerse en una misma persona, perdiendo sus características persecutorias.

Es precisamente esta confluencia la que falla en el autismo, y los adultos son vividos no como auxiliadores sino como pertenecientes a otro mundo que no es el suyo. No es difícil encontrar en ellos ideas como las que plasma el jovencísimo Naoki Higashida en su libro La razón por la que salto (Roca Ed.) en el que, por ejemplo, dice que a los autistas no les gusta la soledad, pero que les pone nerviosos hacer enfadar al resto, y por eso a menudo acaban solos.

También resulta bastante frecuente encontrar a padres frustrados porque quieren ofrecer todo el amor y recursos a su hijo y este, sin embargo, los rehúye.

Nos confrontamos, por lo tanto, a dos códigos de expresión que tendrían que poder encontrar una fórmula para vehiculizar ambas aspiraciones.

Fuente: cuerpomente.com

A veces no estoy para todos… porque yo también me hago falta

A veces no estoy para todos… porque yo también me hago falta

A veces no estoy para nadie porque también yo me hago falta, también necesito escucharme, remendar mis espacios rotos, limar mis esquinas afiladas. Por ello, si no contesto los mensajes o si pongo en silencio mi teléfono durante unas horas o unos días, no quiere decir que haya cerrado puertas al mundo, solo he ido de paseo conmigo mismo, con ese alguien que había largamente descuidado.

Resulta curioso cómo, casi sin darnos cuenta, acabamos dejándonos a nosotros mismos en la bandeja de «spam». Nos relegamos al cajón de asuntos pendientes, a la última página de nuestra agenda o a ese post-it amarillo fosforescente que acaba perdiéndose en el ajetreo natural de nuestro escritorio porque siempre hay una prioridad que lo adelanta y lo posterga.

«Hay tres cosas extremadamente duras: el acero, los diamantes y el conocerse a uno mismo”

–Benjamin Franklin-

Vivimos en una sociedad tremendamente demandante y competitiva, lo sabemos. Hay muchas cosas que hacer, y los días a veces pueden ser tan trepidantes como agotadores. Por si no fuera suficiente, a ello se le añaden los nuevos sistemas de comunicación, ahí donde el trato y las interacciones son constantes e inmediatas.

Vivimos organizados en diversos grupos de WhatsApp, siempre estamos localizables y en las pantallas de nuestros móviles siempre hay un mensaje que responder, correo que atender, fotos a la que poner un like y un etiquetado al que responder aunque no nos apetezca.

Es como vivir en un epicentro donde nuestra mirada hipermétrope es incapaz de ver aquello que tiene más cerca. Nuestros ojos cansados pueden leer las necesidades ajenas pero son incapaces ya de descifrar las propias… Todo parece borroso, todo se ha hecho un ovillo que se enclava ahí, en nuestro corazón y nuestra mente como si algo fallara, como si algo no fuera bien y no supiéramos qué es…

Has llegado al límite y todavía no lo sabes

Le haces falta a muchas personas, lo sabes. Cada día tienes diez montañas que encumbrar y decenas de obstáculos que sortear, y lo consigues, no hay duda. Sin embargo, nadie te da medallas por ello, casi nadie reconoce tus esfuerzos, tu dedicación o incluso todo lo que llegas a renunciar por quienes están a tu alrededor. Poco a poco, las cosas pierden su significado y las personas su sabor. El mundo ya no tiene música, ya no rima, ya no es ágil, y te acabas hundiendo en tus propias responsabilidades como la piedra que cae en un pozo sin fondo.

Estar para todos y para todo cada día y a cada instante, tiene una cuota de intereses secretamente elevada. Las señales de este proceso de estrés continuado en el tiempo puede muy bien derivar fácilmente en una depresión, por ello, debemos estar muy atentos a los síntomas:

  • Fatiga, un cansancio extremo que a veces no se recupera con el sueño o el descanso nocturno.
  • Dolores de cabeza, migrañas.
  • Dolor de espalda.
  • Malas digestiones.
  • Sensación de aburrimiento constante, la vida pierde casi todo nuestro interés.
  • Impaciencia e irritabilidad.
  • Frustración, comentarios cargados de cinismo, mal humor, apatía constante…

Por curioso que parezca, vivir en un entorno híper-estimulado e híper-demandante nos acaba narcortizando. Nos volvemos insensibles a las propias necesidades, extranjeros del propio corazón y vagabundos perdidos en esa isla de Circe donde uno ha olvidado por completo dónde está su hogar, dónde esa casa donde habita el propio ser.

Hoy no estoy para nadie, hoy me hago falta
Decir en voz alta «estos días no estoy para nadie, me hago falta a mí mismo» no es una falta de respeto. No se hace daño a nadie, no se descuida nada, el mundo seguirá girando y los ríos fluyendo. Sin embargo, acontecerá algo maravilloso: daremos paso a la sanación emocional, nos regalaremos tiempo, atención y un espacio propio donde refugiarnos.

Será como introducirnos en el hueco de un árbol para tomar contacto con nuestras raíces, ahí donde reencontrarnos casi en posición fetal, para nutrirnos y permitir que nuestras hojas, nuestras ramas, crezcan altas y más libres para rozar el cielo.

A continuación, te proponemos reflexionar en unas ideas que pueden ayudarte a lograrlo.

“Sólo nos convertimos en lo que somos a partir del rechazo total y profundo de aquello que los otros han hecho de nosotros”

– Jean-Paul Sartre-

Claves para tomar el control, para atenderte cuando te haces falta

En medio de esta vasta rutina en la que acabamos cautivos de las obligaciones propias y ajenas, debe quedar un espacio, un pequeño hueco confortable y especial que nos pertenezca a nosotros solos. Es como una cápsula de salvamento, como un bote salvavidas al que acudir cada vez que percibamos que hemos llegado al límite.

  • Cuando percibas que las presiones externas te están impidiendo ser tu mismo, párate y visualiza esa cápsula o ese bote salvavidas: súbete a él.
  • Es momento de trazar un plan de salvamento. Benjamin Franklin solía decir que «si en el día a día no tenemos un plan de supervivencia estamos condenados a navegar eternamente a la deriva».
  • Ese plan de supervivencia debe tener una meta y establecer qué es prioritario y qué secundario (hoy mi objetivo es cumplir con mi jornada laboral, mi meta es no estresarme y mi plan incluye tener dos horas para mí mismo. Quedar bien con mis compañeros de trabajo o familiares es hoy secundario).

Debemos tener muy claro por último, que habrá días en que la prioridad total y absoluta, seamos nosotros mismos. Dejarlo claro a quienes conforman nuestro contexto más próximo no es ningún acto de egoísmo.

Apagar el móvil, salir a caminar, a respirar y a cobijarnos con nuestros propios pensamientos es un acto de auténtica salud mental. Porque lo creamos o no, esos días en que nos hacemos falta son muchos, y atenderlos, poner nuestro nombre en la lista «prioridades», lejos de ser recomendable, es OBLIGATORIO.

Fuente: lamenteesmaravillosa.com

Detrás del atracón: el hambre emocional

Detrás del atracón: el hambre emocional

Cuando comemos de forma impulsiva, lo que buscamos llenar no es nuestro estómago, sino el anhelo del cariño que nos faltó en la infancia. ¿Cómo aprender a amar y nutrir nuestro cuerpo?

Dado que al nacer dependemos totalmente de los cuidados maternos para nuestra supervivencia, esperaremos estar completamente envueltos, tocados, acariciados y protegidos por un cuerpo caliente que nos ampare. Cuando eso no acontece, sentimos que nuestro entorno es hostil: no somos amados en la medida de nuestras expectativas.

Según cómo hayan sido esas sensaciones de cobijo, amparo, distancia afectiva o soledad, vamos incorporando las vivencias a través de la experiencia corporal.

Planteado así, será posible comprender la relación con nuestro propio cuerpo desde una mirada global y realista, porque el vínculo con nuestro cuerpo comenzó apenas nacimos, tengamos recuerdos de ello o no.

La sensación de ser amados o rechazados nada más nacer se hace palpable en nuestro cuerpo, positiva o negativamente. Así pues, unas primeras experiencias corporales confortables nos permiten una buena relación con el entorno, pero también con nosotras mismas a través de nuestro cuerpo, que es el campo de proyección inmediato de todas nuestras vivencias internas.

¿Cómo te llevas con tu cuerpo?

Aquello que nos ha acontecido durante nuestra primera infancia es lo que más se parece al confort, aunque objetivamente no haya sido placentero. Por eso, si el anhelo de contacto corporal nos ha hecho sufrir –justamente por falta de contacto con el cuerpo de nuestra madre–, esa experiencia hoy se traduce en la distancia concreta entre nosotras y nuestro cuerpo.

En este punto, subirse al carro de una moda de cuerpos extremadamente delgados hasta desaparecer también nos conviene. No solo porque respondemos a deseos ajenos –dinámica a la que ya estamos muy acostumbradas– sino porque “desaparecer” para que no duela es, además, una opción probada y confortable.

Creemos que para ser amadas, deberíamos ser una persona distinta de la que somos. Se actualiza el desprecio –vivido durante nuestra niñez– al no haber sido acogidas ni abrazadas con intensidad por el solo hecho de haber sido quienes éramos: niñas reales con necesidades reales y legítimas.

Por lo tanto, eso que somos nunca estará a la altura de las supuestas expectativas ajenas: daremos importancia a las imperfecciones del orden que sean, a las arrugas, a los kilos de más o de menos, a la piel, a los ojos, al cabello… En fin, la lista será interminable porque fantaseamos con que –si hubiéramos coincidido con un ideal externo– hubiéramos recibido el amor tan anhelado.

El único propósito es sufrir lo menos posible. Para ello hemos decidido pagar el precio de no ser dueñas de nuestro cuerpo, sino que se lo hemos regalado a quien quiera mirarlo.

En caso de ser madres, observemos si somos capaces de responder a las demandas de los niños pequeños o si huimos de los compromisos relativos a la disponibilidad corporal. Estas pequeñas reacciones están ligadas al modo en que vivimos nuestro propio cuerpo, ya sea con fluidez en el contacto o bien con distancia y dolor.

La comida como sustituto del alimento emocional

Es frecuente también que la comida se haya constituido en una sustancia de llenado afectivo, a falta de la cercanía emocional materna que hubiéramos necesitado.

  • Una manera automática de llenar ese vacío es a través del impulso por comer más de la cuenta que aparece cuando nos sentimos mínimamente despreciadas, humilladas o no vistas. A veces basta un pequeño desencadenante para que la sensación de vacío o invisibilidad active la alarma. En general sucede cuando nadie nos ve. Este acto nos anestesia, es decir, tenemos la sensación que hay un yo externo que actúa. Luego hay un yo interno que mira sin poder hacer nada. Por eso la comida se adueña de la escena.
  • La sensación posterior de derrota es enorme. Es similar a la derrota en el vínculo con nuestra madre, porque hemos quedado a merced de su distancia. En ese momento, el trozo de comida tiene un poder abrumador. Tanto como el que le hemos otorgado desde que fuimos niñas a nuestra madre, cuando obviamente no teníamos edad ni madurez psíquica suficiente para rechazar la única entidad nutricia que conocíamos.
  • Después nos sentimos las personas más detestables del mundo. Con razón nadie (mamá) nos quiere. Sabemos que hemos sido poseídas por una fuerza externa y no hemos tenido fuerza para decir que no. Una vez más han hecho con nosotros lo que han querido y en ese torbellino de deseos ajenos hemos dejado de existir.
  • Luego, la reacción más frecuente es el aislamiento. Y si nos quedamos solas, el vacío y la soledad aumentarán nuestra necesidad de llenado y lo que tendremos a mano será más comida. El circuito queda establecido.

Recuperar el amor propio

La mejor manera para decidir si deseamos comer un alimento o no es estando con alguien cariñoso y cercano. Los atracones son la confirmación de la soledad que nos abruma.

En cambio, cuando logramos fluir en un vínculo amoroso, dejamos de estar desesperadas. Sepamos que la batalla no es contra el alimento, sino contra el anhelo de haber sido amadas. Ahora somos adultas y nuestra madre real ya no importa. Lo que importa es la conciencia que tenemos sobre nuestras experiencias pasadas y la posibilidad de ingresar en vínculos actuales placenteros.

A fin de cuentas, estamos abordando la real y desesperada necesidad de cariño. Todo lo demás es un malentendido.

Está claro que quienes estemos más desposeídas de nuestro propio cuerpo seremos más vulnerables a las imposiciones sociales. El apuro por agradar y por ser valiosas en la medida que el otro nos acepte nos deja sin cuerpo, sin alma, sin rumbo. Solo nosotras mismas podremos decidir ser esta persona que somos y este cuerpo maravilloso y perfecto que poseemos.

Fuente: cuerpomente.com

Un mal trabajo ‘quema’ su salud a los 40 años

Un mal trabajo ‘quema’ su salud a los 40 años

Un estudio en EEUU muestra que las personas que de forma continuada desempeñan un trabajo que les desagrada presentan un mayor índice de problemas mentales, como depresiones y problemas de sueño
Pasamos entre ocho y 10 años enteros de nuestra vida en el trabajo. La cifra es el resultado de sumar todas las horas que dedicamos a nuestra actividad laboral hasta la jubilación y aunque, naturalmente, variará según la persona, el empleo, su carrera y el país, la cifra pone de manifiesto la importancia que puede llegar a tener el trabajo en nuestra vida. Las vacaciones son un buen momento para hacer balance de nuestra carrera, descansar y afrontar el nuevo curso con energías renovadas. Pero, si es probable que incluso a aquellos que les gusta su trabajo les cueste regresar, para las personas que están hartas de él la perspectiva de volver puede convertirse en una auténtica pesadilla que, además, pasa factura a su salud.

Así lo asegura un estudio que ha medido desde 1979 el impacto de la actividad laboral en la salud de 6.442 ciudadanos de EEUU. El trabajo, presentado esta semana en Seattle, durante el Congreso de la Asociación de Sociología Americana, muestra que desempeñar un trabajo que no nos gusta de forma continuada causa problemas mentales y, en menor medida, físicos.

Las consecuencias en la salud de las personas que desde jóvenes han tenido un empleo poco satisfactorio se notan ya al cumplir los 40. «No hay que estar cerca del final de tu carrera para sufrir el impacto de la insatisfacción laboral en la salud, en particular en la salud mental», explica Hui Zheng, profesor de Sociología en la Universidad del Estado de Ohio y coautor del artículo.

Efecto acumulativo

Para hacer el estudio, utilizaron datos de adultos que habían participado en la Encuesta Nacional de la Juventud de 1979, que siguió su trayectoria profesional durante años. Cuando comenzó el estudio tenían entre 14 y 22 años. Años después se midió su satisfacción por sus trayectorias profesionales. Les pidieron que evaluaran del 1 al 4 cuánto les gustaba su trabajo. En función de sus respuestas los agruparon en cuatro grupos: a los que les gustaba (15%), a los que no (45%), aquellos que al principio disfrutaban pero con los años dejó de gustarles (23%) y aquellos que al principio no les gustaba pero fueron mejorando (17%). Después de que los participantes cumplieran los 40 se evaluaron distintos parámetros de su salud.

Las personas que aseguraron no estar contentas con su empleo obtuvieron una peor valoración en todos los aspectos de salud mental evaluados. Así, presentaban mayores niveles de depresión, problemas para dormir, se mostraban más preocupados, tenían mayor tendencia a que les diagnosticaran problemas emocionales y obtenían un peor resultado en el test de salud mental global.

Más resfriados y dolores de espalda

Aunque los efectos en la salud física fueron menos llamativos, el grupo de insatisfechos con su trabajo y los que habían ido empeorando su valoración sufrían con más frecuencia dolores de espalda y resfriados que los miembros de los otros grupos. «Descubrimos que hay un efecto acumulativo que se manifiesta en la salud muy pronto, durante la cuarentena», apunta Jonathan Dirlam, investigador del mismo centro y autor principal del estudio. Zheng, por su parte, subraya que «los altos niveles de problemas mentales que presentaban podrían ser precursores de futuros problemas físicos. La ansiedad y la depresión pueden dar lugar, entre otros, a problemas cardiovasculares cuando sean más mayores».

La buena noticia es que aquellos que empezaron su carrera con un trabajo poco gratificante pero fueron mejorando no presentaron los problemas de salud asociados a una baja satisfacción laboral.

«El efecto acumulativo es clave», explica Jesús de la Gándara Martín, jefe del Servicio de Psiquiatría del Complejo Asistencial de la Universidad de Burgos. Este especialista, que ha escrito varios libros sobre el denominado síndrome de estar quemado [burnout en inglés], lleva años tratando a pacientes que lo sufren.

«La pérdida de calidad en el trabajo es progresiva en las personas que se sienten quemadas. Hay diferentes estadios o niveles que van dando lugar a problemas de salud mental, física y de salud social, porque también afecta a las relaciones que mantiene con otras personas, con sus familias y al interés por desarrollar sus hobbies u otras actividades personales. Si la situación no mejora, puede dar lugar a infartos, hipertensión, depresiones, ansiedad, insomnio, consumo de sustancias y, con frecuencia, abandono de la profesión», enumera en conversación telefónica.

Los profesionales que deben tratar con el público, como aquellos que trabajan en el sector de la salud, la educación, la hostelería o el comercio, son los más vulnerables a sufrir burnout, según De la Gándara.

El estudio en EEUU concluyó antes del inicio de la crisis económica que comenzó en 2008 y que, según apunta Zheng, «seguramente ha aumentado la insatisfacción laboral y la inseguridad laboral, lo que podría haberse traducido en más efectos negativos para la salud». Jesús de la Gándara ha experimentado el impacto de la crisis en su centro: «No dispongo de cifras concretas, pero mi impresión es que más que aumentar el número de personas que vienen a la clínica, ha cambiado el modelo. Antes de la crisis la gente se quejaba de su trabajo pero no solía consultar con un especialista. Ahora nos llegan personas que están tan mal que vienen al psiquiatra, autónomos o profesionales que trabajan en muy malas condiciones».

Según la Encuesta de Calidad de Vidad Trabajo del INE del año 2010 (la última realizada), el 50% de los encuestados declaraba sentirse satisfecho con su trabajo y un 24,1% muy satisfecho, mientras que el 21,9% afirmaba estar insatisfecho y el 3,7% muy insatisfecho.

Precariedad del empleo juvenil

Para Zheng, su estudio muestra la importancia del tipo de empleo que desarrollan los jóvenes, una reflexión que comparte De la Gándara y que traslada a España, donde el alto índice de paro les obliga a menudo a aceptar empleos precarios. «Hay que distinguir entre trabajo y profesión. Muchos jóvenes están preparados profesionalmente, pero sólo trabajan y, a veces, en condiciones de verdadera esclavitud. Cada vez se sienten menos implicados y eso va a tener consecuencias desastrosas en el futuro».

Según el psiquiatra, el problema no se resuelve «aumentando el sueldo o las vacaciones, sino dando importancia y significado a lo que las personas hacen. Es muy importante que la gente se sienta identificada con lo que hacen, que cuando salen del trabajo puedan hablar de ello de forma positiva».

De la Gándara y sus colegas han desarrollado el Cuestionario Urgente de Burnout (C.U.B.O) para evaluar si se sufre este problema (puede verlo al final del artículo). Para los que se identifiquen con los síntomas pero cambiar de empleo no sea una opción, el psiquiatra ofrece algunas recomendaciones: dar importancia a la formación profesional e identificar cosas que se quieren aprender; corregir el lenguaje negativo; poner límite al trabajo y evitar que invada la esfera privada; cuidar el lugar de trabajo para que resulte agradable; participar en actividades profesionales colectivas o cuidar la relación con familiares y amigos.

¿SUFRE ‘BURNOUT’?

Responda a este cuestionario desarrollado por Jesús J. de la Gándara y Ramón G. Correales, del Complejo Asistencial de la Universidad de Burgos, puntuando del cero al cinco cada pregunta y después sumando las cifras de cada una de ellas.

CERO. Nunca me ha ocurrido. / UNO. Rara vez me sucede. / DOS. Me sucede a veces, algunos días. / TRES. Me sucede con frecuencia. / CUATRO. Me sucede muy a menudo, muchos días. / CINCO. Me sucede casi siempre, es raro que algún día no me ocurra.

  1. Sólo de pensar en el trabajo que me espera, me siento cansad@ y creo que no voy a poder con ello.
  2. El trabajo diario me agota tanto que después no me siento con ganas de hacer nada más.
  3. Cuando pienso en cómo está mi profesión, creo que me he equivocado al elegirla (¡No se la recomendaría a mi hij@!).
  4. Tengo la sensación de que mi trabajo no se valora, que no se reconoce ni estima lo que hago.
  5. Me siento tan tens@ o nervios@ que he tenido que tomar algo (tranquilizantes, alcohol…) para relajarme, dormir o poder ir a trabajar.
  6. Me siento presionad@ y por l@s clientes, me da miedo enfrentarme a ell@s y a menudo me pongo a la defensiva.

Propuestas de corrección del cuestionario

0 puntos: Prácticamente imposible, esto no le sucede a casi nadie.

1-6: No tiene Burnout, le puede pasar a cualquiera, pero no debería descuidarse

7-12: No tiene Burnout, pero está a punto de tenerlo, tome precauciones.

13-18: Sufre Burnout, aunque todavía no es grave, haga algo para resolverlo.

19-24: Sufre Burnout grave, si no hace nada acabará con complicaciones de salud.

Más de 24: Ya sufre complicaciones del Burnout, está enferm@, pida ayuda a su médico.

Fuente: elmundo.es

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