por Carolina Herrera | Oct 27, 2017 | Uncategorized
Por Psicóloga Carolina Sances
Cuando Andrea me habla de su hija Catalina de 11 años, se debate entre el orgullo, la ternura, la preocupación y la rabia. Me dice que hace un tiempo la relación con ella no le está siendo fácil. “Me gusta verla crecer, escuchar sus reflexiones, que vaya descubriendo sus gustos propios, pero hay días en que la relación con ella me cuesta mucho, porque me controla y me demanda, quiere andar pegada a mí y otras veces no quiere ni que me acerque y, si le hablo, me contesta enojada. Es muy difícil entenderla”.
Algo similar le sucede a Gloria cuando me habla de su hijo Vicente de 13 y refiere que si bien está mucho más apegado, contradictoriamente, también más hostil y a veces hasta agresivo con ella. “De repente se porta como un niño chico, molesta bruscamente a sus hermanos menores y, si no le digo, podría pasar días sin bañarse, ni lavarse los dientes. Al mismo tiempo me exige mayor independencia y permiso para salir solo con sus amigos.”
Estos difíciles momentos de la crianza que describen Andrea y Gloria, son nada más y nada menos que el paso de sus hijos por la etapa de la pre-adolescencia, comúnmente conocida como la edad del pavo. Ambas se dan cuenta que ellos ya no son los niños que eran, pero que tampoco son adolescentes.
La pre-adolescencia transcurre lentamente durante más o menos 3 años, en los que coincide el final de la infancia con el principio de la adolescencia y, en las niñas, comienza aproximadamente a los 10 u 11 años y en los niños a los 11, 12 o incluso 13 años. Es una etapa de transición, donde hay cambios en todos los planos de la existencia del niño, la personalidad que construimos en los años de la infancia se desestructura, se pierde nuestra forma de ser niño/a, nuestros gustos, la manera de ser tratados hasta ese momento, de relacionarnos con el mundo y especialmente con nuestros padres. Es un quiebre difícil, pero necesario para que la personalidad se rearme después en la de un adolescente, capaz de ir construyendo su propio mundo y su propia identidad. (Ver articulo Intensamente: Cómo piensan y cómo sienten los adolescentes)
Si tenemos hijos pre-adolescentes, seguramente nos ha pasado como a Paula, que ve como a su hija Amaya de 12, aún le encanta jugar con sus barbies cuando está sola en su pieza, pero cuando invita a sus amigas, prefiere guardarlas para escuchar y bailar la música de su grupo favorito. Y es que en esta etapa no se está en un lugar ni en el otro, sino que en una zona intermedia llena de contradicciones, donde quieren ser más grades e independientes, pero aún no sueltan totalmente su infancia. Esto porque las perdidas siempre son difíciles y en la preadolescencia nos encontramos con varias:
- Por una parte nuestro/a hijo/a vive un duelo por su cuerpo infantil, dando paso a un cuerpo con caracteres sexuales secundarios, que lo/a lleva a ser más pudoroso/a y a angustiarse si su ritmo de desarrollo va más lento o más rápido que el de sus pares.
- Por otro lado, hay un duelo por los padres de la infancia y, muchas veces a nuestro pesar, dejan atrás la imagen idealizada que necesitaron tener de nosotros cuando niños, para dar paso a una más realista y completa. Dejamos de ser héroes ante sus ojos y de hecho, muchas veces nos convertimos en el principal blanco de sus críticas.
- Pero sobre todo, hay un duelo por su identidad infantil, lo que tiene que ver con la pérdida de una manera de ser, pensar y sentir. La percepción que tenía de sí mismo/a se altera, desconcertándolo/a, insegurizándolo/a y muchas veces alterando su autoestima, porque crecer a veces duele y normalmente asusta.
Para entender lo que probablemente experimenta un pre-adolescente al ir dejando atrás su infancia, basta con recordar algún momento en que, sin suficiente aviso ni planificación, nuestra vida ha experimentado algún vuelco o cambio importante y nos hemos visto obligados a abandonar rutinas, personas, ambientes o actividades anteriores (incluso si éstas nos gustaban), quedándonos por un tiempo en un vacío, para luego tener que comenzar a rearmar la vida, muchas veces sin siquiera tener ganas de hacerlo, a ratos resistiéndonos y volviendo hacia atrás y, de a poco, hasta entusiasmándonos con lo nuevo. Quienes hemos vivido situaciones de pérdida como éstas (divorciarse o perder el trabajo, son ejemplos de ellas), sabemos la angustia, sensación de vacío, confusión, miedo, incertidumbre y dolor, que pueden provocar. Pero también sabemos cuánto necesitamos en esas situaciones de crisis, que los demás tengan una actitud comprensiva y amorosa con nosotros, que nos den tiempo para asimilar lo que pasa, para vivir el duelo de lo que perdimos sin que nos apuren, para reconocer el nuevo escenario y reconocernos a nosotros mismos en él, para ensayar nuevas formas de ser, de vivir, de relacionarnos con los demás y seguramente equivocarnos bastante. Incluso podemos necesitar tiempos para llorar, enrabiarnos y patalear.
Es bueno recordar todo esto, cuando nos cueste comprender a nuestro/a pre-adolescente, porque lo que más nos ayudará a acompañarlos adecuadamente en esta crisis de su desarrollo es poder ponernos en su lugar.
Pero esta etapa no implica sólo un duelo para nuestros hijos, sino que también para nosotros como padres. Ver que nuestro/a hijo/a deja de ser niño/a nos enfrenta con el paso del tiempo, con que estamos más viejos, con la pérdida de una forma de relacionarnos con él/ella, con que ya no nos admira como antes, con que ya no somos la misma autoridad que éramos para él/ella, con la renuncia a expectativas que teníamos de él/ella, con que hay un espacio de su vida donde no quiere que entremos, con que dejamos atrás una etapa de la familia, en fin, conlleva una serie de pérdidas que también para nosotros pueden ser más o menos difíciles. Asumir la inseguridad y la pena que esto nos puede producir es muy importante, porque los duelos hay que vivirlos para que nos ayuden a crecer y, sobre todo, porque la manera que tengamos de asumir las propias pérdidas que implican la pre-adolescencia de nuestro/a hijo/a, influirá enormemente en la posibilidad que tengamos de ayudarlo/a en su desarrollo, encontrando un punto medio entre la sobreprotección y dejarlos demasiado solos y en la forma que tengamos de darle la bienvenida a las nuevas etapas que vendrán.
Como dice la psicóloga Paulina Peluchonneau en su libro que recomiendo muchísimo, “Adiós a la infancia”: “la pre-adolescencia nos brinda un tiempo valioso para despedirnos de la infancia, estando aún en ella”.
Fuente: mamadre.cl
por Carolina Herrera | Oct 23, 2017 | Uncategorized
Todos llevamos dentro el niño que fuimos. Cuidar al niño interior es de vital importancia para la mejora emocional y para mantener una sana autoestima. Casi todos en la infancia hemos tenido heridas emocionales y si no las solucionamos en su momento, el niño interior estará dañado. Ahora podemos intentar comprender lo que le pasa para sanarlo.
Cuando sientas una emoción negativa, pregúntate por qué te sientes así y trata de comprenderte, de buscar la manera de mejorar esas negatividades. Ese niño interior necesita amor y aceptación.
“El medio mejor para hacer buenos a los niños es hacerlos felices.”
-Oscar Wilde-
Ejercicio para sanar a nuestro niño interior
Imagina tu etapa de la niñez. ¿Cómo eras con aproximadamente 8 años? Trata de visualizar cómo eras físicamente y si te cuesta, puedes mirar alguna foto para refrescarte la memoria y captar todos los máximos detalles posibles.
Ahora haz un ejercicio de visualización e imaginación. Imagínate a ti mismo de pequeño, en tu habitación solo, ¿qué hacías cuando estabas en tu cuarto a solas? Imagina aquella etapa de la niñez, ve al pasado y recuerda cada detalle. Qué muebles había en tu cuarto, de qué colores, a qué jugabas, etc. Cuantos más detalles reales instales en la imaginación, mejor efecto tendrá el ejercicio.
Ahora imagínate a ti mismo como eres ahora. Imagina que estás entrando a la habitación que tenías cuando eras pequeño, abres la puerta y ves a un niño cabizbajo, inseguro. Ese niño eres tú cuando eras pequeño. En la habitación estás tú, tal y como eres ahora, acompañado por un niño, que es el de la etapa de tu infancia.
¿Y esto para qué sirve? Para sanarte de las heridas del pasado. Tu persona adulta puede conversar, acariciar al niño que fue, usando la imaginación.
Acércate a ese niño herido, sensible, temeroso y pregúntale qué le pasa. Ahora puedes comprenderle, besarle, abrazarle, darle protección, apoyo, amor… Hazlo, trátate como te hubiera gustado que te trataran en la niñez. Dale cariño y comprensión, abrázalo fuerte y dile que a partir de ahora estará a salvo, que lo cuidarás y aceptarás como se merece.
Juega con él, diviértelo, deja que salga su espontaneidad. Sigue imaginando y visualizando que te llevas a tu niño a donde le apetezca ¿Dónde deseabas ir cuando eras niño? ¿qué capricho deseabas y no pudiste tener? ¿qué afectos te faltaron?
Ahora tú le puedes dar lo que desee. Salir y divertiros, y cuando ya tu niño interior se sienta motivado y alegre, vuelve a la habitación. Déjalo allí a salvo y despídete de él, diciéndole que cada vez que lo necesite irás a ayudarle, a comprenderle y a darle amor.
Los efectos de la imaginación
Si has llevado a cabo el ejercicio y has puesto en marcha tu imaginación, te darás cuenta de que tus partes más inseguras, crueles y temerosas provienen de tu niño interior. Trata de cuidarlo, quererlo y aceptarlo y notarás mejoría emocional, a la vez que tu autoestima quedará reforzada.
Los adultos que tienen a su niño interior saludable, no se reprimen cuando les apetece hacer algo no propio de adultos, como por ejemplo, pasar por un parque y montarse en un columpio, no les importará que la gente se extrañe.
Los adultos con el niño interior dañado, se reprimen cuando desean hacer cosas propias de la infancia, desean dar una imagen correcta, seria, de adultos. No se dan cuenta de que todos los humanos tenemos la necesidad de volver a ser niños de vez en cuando. Y no es malo, no es inmadurez, sino que están dejando que su niño interior se divierta.
Los adultos que tienen hijos pueden volver a divertir a su niño interior cuando juegan con ellos, quién no ha oído aquello de que “al padre le gustan más los videojuegos que al hijo…”. En cambio, las personas adultas sin hijos, se reprimen más a la hora de hacer cosas propias de la infancia. Ya no le dan golpes al balón, ni se ríen de cualquier tontería, es como en la edad adulta ya hay que ser correcto y todo lo demás es de inmaduros.
“Los hombres no dejan de jugar porque envejecen; envejecen porque dejan de jugar.”
-Oliver Wendell Holmes Jr.-
Lo cierto es que no hay nada más saludable que dejar que tu niño interior sea espontáneo. No lo reprimas, la edad adulta también necesita de vez en cuando sacar esa parte divertida.
Fuente: lamenteesmaravillosa.com
por Carolina Herrera | Oct 20, 2017 | Uncategorized
El niño de 4 años siempre que sube al auto pide a sus padres el celular para jugar. El niño que tan pronto llega a su casa enciende automáticamente la televisión. El adolescente que anda todo el tiempo con su celular enviando whatsApp o chats. Los cafés llenos de jóvenes con sus celulares o tablets.
Cuadros cotidianos que revelan una realidad, la exposición cada vez más frecuente a los medios virtuales.
¿Es mala la tecnología?, pregunta que muchos padres nos hacemos; la verdad es que por sí sola, no lo es; es el grado de supervisión lo que puede marcar la diferencia entre el uso y el abuso.
Un informe (Media Child and Adolescent Health: A Systematic Review) realizado en el año 2009 por la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale y el California Pacific Medical Center, en el que se analizan 173 estudios sobre salud y uso de tecnología, señala que la media de exposición a las nuevas tecnologías es de 45 horas por semana, frente a las 17 horas que pasaban sus padres y a las 30 que actualmente pasan los jóvenes en la escuela; 45 horas de exposición en las que se incluyen la televisión, los juegos, móviles, mp3, etc..
Este estudio revela que existe una alta correlación entre la exposición a los medios y los problemas de salud de los niños a largo plazo.
Factores de vulnerabilidad
Podemos decir, como en la mayoría de adicciones, que existen unos factores predisponentes o de vulnerabilidad que facilitan el que una persona se convierta en adicta o dependiente.
Los jóvenes que se encuentran en situación de riesgo o vulnerabilidad son aquellos que por lo general han crecido en un ambiente familiar poco propicio para su desarrollo, donde existe dificultad en la comunicación, suelen poseer una baja autoestima y muchas veces son jóvenes con escasas habilidades sociales que tienden a huir de un mundo adulto que les resulta hostil, refugiándose en las nuevas tecnologías.
Además, el hecho de encontrarse en un periodo crítico como lo es la adolescencia, caracterizado por cambios tanto físicos como emocionales, es un factor más de vulnerabilidad.
Todos estos factores pueden hacer de las nuevas tecnologías un refugio ideal para que los adolescentes proyecten ante los otros una imagen “más ideal” o incluso “irreal” de sí mismo para ser aceptados o sentirse seguros.
¿Cuando se considera una adicción?
La barrera de lo patológico se cruza cuando dicha conducta implica tanto al sujeto, que conduce a dependencia. La persona reduce progresivamente su campo de intereses y sus obligaciones, de manera que la conducta adictiva termina por acaparar su vida y no existen otras actividades gratificantes fuera de la conducta motivo de adicción.
Según la Asociación Americana de Psiquiatría, los niños pueden padecer síntomas similares a las adicciones tradicionales como con el alcohol o las drogas cuando usan en exceso las nuevas tecnologías, tales como teléfonos inteligentes o “Smartphone”, vídeo juegos, tabletas y el Internet. Estos son algunos indicadores:
- Cuando la actividad de la que sospechamos pasa a ser el centro prioritario para la persona. Todo lo demás pasa a segundo término, incluso actividades que antes eran placenteras como salir con los amigos.
- Si se confirma un aislamiento del resto de la familia. Se pasa horas encerrado en su habitación y le cuesta respetar incluso los horarios de comida o sueño.
- Se vuelve huraño e irascible. Discute fácilmente y no atiende a razones.
- Se utiliza la mentira para justificar o tapar algunas de sus conductas. En casos extremos puede haber conductas de hurto para conseguir dinero en el caso que lo necesite para seguir con su adicción. No reconoce que tenga un problema. No quiere hablar de ello.
Aun no existe una clasificación exacta del problema, según el DSM IV (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) se puede clasificar como un trastorno adictivo no clasificado lo cual no es muy exacto, sin embargo podemos tener algunos indicadores que nos permiten detectar cuando existe dificultad.
¿Como se produce la adicción?
Según los expertos, Internet al igual que las apuestas en juegos de azar refuerzan la gratificación inmediata. Las distintas aplicaciones, ya sea navegar en Internet, visitar chatrooms, message boards, visitar las redes sociales como Facebook, los videojuegos o enviar correos electrónicos y mensajes de texto refuerzan estructuras impredecibles y variables del placer. Por ello su capacidad adictiva.
Al igual que en otro tipos de adicciones el uso de las tecnologías activan áreas del cerebro asociadas con el placer, conocidas como “centros de recompensa”, en el cerebro se activan los neurotransmisores, tales como la dopamina; con el tiempo, los receptores cerebrales se pueden afectar lo cual produce una mayor necesidad de estimulación para recibir el placer, podemos decir que entonces la adicción real es a las substancias liberadas por el cerebro.
Es importante por lo tanto que los padres analicen cuales son las fuentes de recompensa de sus hijos y logren un control adecuado de los estímulos a los que se ven expuestos sus hijos.
Un estudio publicado en 2009 y producto de un convenio entre la Universidad de Burgos y la Fundación Candeal, recalca la importancia de fomentar factores de protección en los niños que incluyen entre otros el uso racional del tiempo libre, el consumo inteligente de las tecnologías y el control paterno.
El estudio concluye que “la importancia de trabajar los factores de protección radica en las estrategias y recursos que los jóvenes adquieren para “manejar” su propia vida de forma adecuada”.
Aquellos jóvenes que presentan dificultades en cuanto al uso de las TIC necesitan ser acompañados en su organización personal, reflexionar sobre las necesidades reales y las creadas, fomentar la creatividad y aprender a valorar las cosas en su justa medida.
Factores de protección
Mas allá de dar un diagnóstico los padres deben estar atentos a las señales que puedan indicar un abuso en el uso de las nuevas tecnologías e igualmente tomar acciones que generen factores de protección; estas son algunas recomendaciones:
- Establecer un horario de juego de acuerdo a la edad con períodos de descanso que no impliquen el uso de la tecnología
- Evitar el uso de la televisión, el internet etc como “niñera”
- Eliminar el hábito del uso de la tecnologías como una rutina, limitar los tiempos de exposición y dar opciones de gratificación diferentes por ejemplo el juego libre, el deporte, visitar los parques etc
- Generar hábitos de estudio y rutinas cotidianas que incluyen actividades gratificantes diferentes al uso de los medios.
- Fortalecer los lazos afectivos y la comunicación intrafamiliar
- Generar una fuerte y sana autoestima en los hijos
- Direccionar el adecuado uso del tiempo libre, pasar tiempo en familia, realizar un pasatiempo (coleccionar, juegos de mesa, visitar amigos o familiares, practicar arte o algún deporte, hacer obras sociales)
- Establecer en los equipos de la casa controles parentales, en general hay instrucciones para esto en los manuales de instrucción.
- Limitar y controlar el uso de las redes sociales como facebook y el acceso a paquetes de internet en los teléfonos móviles.
- Hablar con los hijos sobre con quien mantienen comunicación virtual y explicar sobre los riesgos.
- Seleccionar los videos, programas y películas que ven los niños, preferiblemente verlos con ellos o seleccionar a que tienen acceso.
- Recordar que es indispensable dosificar el tiempo de exposición; no más de una hora o menos si son pequeño
- Los niños menores de dos años no han de ver la televisión.
- Fomentar en los hijos el espíritu crítico y la toma de decisiones sabias frente a lo que ven u oyen.
- Alertar a los hijos sobre los efectos de la publicidad.
- No encender la televisión durante las comidas pues induce una mayor ingesta de comida y afecta la comunicación familiar
- Evitar siempre los programas con violencia explícita esto incluye noticieros y telenovelas
- Reforzar el comportamiento positivo como la cooperación, la amistad y la potencialización de habilidades
- Relacionar sus valores personales y familiares con los que ven.
- Así sean dibujos animados el padre debe supervisar o seleccionar lo que ven sus hijos e igualmente en los juegos de video
- Poner especial atención a los juegos de rol, muchos niños o adolescentes no diferencian adecuadamente la realidad y la fantasía.
- Los padres no deben olvidar que el ejemplo es lo más importante sus propios hábitos serán los que imiten los niños.
- Buscar ayuda a tiempo, no subestimar cuando vemos afectada la vida del niño o joven, solicitar apoyo del plantel educativo o buscar asesoría de un profesional en psicología clínica.
“No se trata de prohibir la exposición a los medios, se trata de enseñar a los hijos autocontrol, discernimiento y uso apropiado de lo que la tecnología nos provee”
Fuente: psicopedia.org
por Carolina Herrera | Oct 18, 2017 | Uncategorized
Por Carolina Sances, Psicóloga Infanto-Juvenil
En nuestro artículo anterior, hablamos de la importancia de resignificar las crisis de los adolescentes como oportunidad para estrechar lazos con ellos o volver a conectarnos. Sin embargo, sabemos que eso en el día a día se torna muchas veces, difícil o a ratos incluso creemos que es imposible.
Diego tiene 15 años y desde que sus papás se separaron hace 6, vive solo con su mamá, Paulina. Para ella el periodo de pre-adolescencia y adolescencia de su hijo, ha sido muy difícil. Siente que están en un constante tira y afloja, que Diego no la escucha, no le hace caso y que la relación, que cuando era niño era fluida, amorosa y conectada, hoy es difícil, con muchas discusiones y tienen pocos momentos de tranquilidad. Paulina siente que ha perdido la perspectiva, el buen humor y la amabilidad en la relación con su hijo y lo que más la entristece es que esto los lleva a sentirse desconectados emocionalmente.
Historias similares a la de Diego y Paulina las escucho muy seguido en mi trabajo, en reuniones de apoderados, etc. Padres que se quejan de que ya no “llegan” a sus hijos adolescentes, que discuten constantemente “por las mismas cosas” y no saben cómo salir de esa escalada de discusiones.
La respuesta está en lo que muestran muchas investigaciones: que no podemos influir positivamente en los adolescentes si antes no creamos conexión emocional con ellos.
Castigar, gritar, sermonear, avergonzar, insultar, crea desconexión. La paradoja está en que con esto queremos lograr cambios positivos en nuestros hijos adolescentes, sin embargo, lo que estamos haciendo es insertándonos en un círculo vicioso, donde cada vez nos desconectamos más emocionalmente, por lo tanto, menos influencia positiva podemos lograr sobre ellos.
Por el contrario, la conexión emocional entre padres e hijos, crea sentido de seguridad, apertura, empatía, confianza en el otro y en uno mismo y se relaciona con sentirse significativo para el otro. Un padre y un hijo conectados emocionalmente, comparten un sentimiento de pertenencia.
Es así como a veces es necesario dejar de centrarse un momento en la conducta que nos preocupa o molesta, para sanar primero la relación y conectar emocionalmente de nuevo.
Y aquí aparece un nuevo desafío a nuestra necesidad de control y nuestra paciencia, pero contra la importancia de la conexión emocional no se puede ir, porque es el cerebro el que así funciona. Y es tan así, que está comprobado que los cambios estructurales que se producen en el cerebro a raíz de los aprendizajes, son facilitados por relaciones sostenedoras y cercanas a lo largo de toda nuestra vida.
Entonces, algunas sugerencias que nos pueden ayudar a reconectar emocionalmente con nuestro/a hijo/a adolescente:
- Cuidar los espacios de conexión: Si bien es normal y esperable que los adolescentes exilien a sus padres de su mundo, cierren la puerta de su pieza y reclamen su espacio de intimidad y autonomía, siempre queda algún espacio, por más simple que sea, que ambos pueden disfrutar juntos/as. Actividades donde, por ejemplo, comparten gustos en común: jugar futbol, ver una serie que a ambos les gusta, tocar música juntos, ir al estadio, cocinar, etc. Es responsabilidad de nosotros los padres, buscar y reconocer cuales son esos espacios, cuidarlos y mantenerlos. Pero es importante que no se transformen en obligación, si no que cuidarlos para que sigan siendo un espacio de disfrute común. Además, en los momentos más difíciles, estos espacios pueden ser muy contenedores para ellos y facilitar la comunicación.
- No olvidar que en el fondo de los adolescentes aún hay un niño: Un amigo que quiero mucho, aún recuerda con cariño que cuando era adolescente y llegaba a la casa con calor, su papá siempre les tenía a él y a su hermano un vaso de jugo servido en la mesa. Si bien, los adolescentes la mayor parte del tiempo piden que reconozcamos que están más grandes, no debemos olvidar que en el fondo de ellos siempre hay un/a niño/a que aún quiere que lo cuiden, que quiere detener la confrontación para reírse y relajarse con los papás y que espera y disfruta pequeños gestos de preocupación y cariño que podamos tener con ellos, como llevarles un plato con frutas a la pieza, dejarles un chocolate, un mensajito cariñoso, etc. Un abrazo o un gesto cariñoso a todos nos viene bien y a la mayoría de los adolescentes, aunque a veces les cueste reconocerlo, les gusta recibirlos de sus papás, tanto o más como les gustaba cuando eran niños.
- Dejar que nuestro/a hijo/a también nos conozca: No solo es necesario que nosotros conozcamos quiénes y cómo son nuestros hijos adolescentes para conectar con ellos, sino que también que ellos nos conozcan a nosotros. Compartirles nuestros sentimientos con respecto a él/ella y a otras cosas; no tener miedo de compartirle los errores que hemos cometido y cómo los hemos enfrentado, no tener miedo de mostrarnos a veces vulnerables y frágiles. No se trata de hablarles de todo lo que nos pasa, ni menos que ellos tengan que contenernos en esa fragilidad, pero sí saber que las personas sólo podremos conectar con otro ser humano que también esté en una actitud de apertura emocional, con luces y sombras, con su propia historia, que muchas veces acierta, pero muchas otras se equivoca, que es capaz de reconocerlo y de pedir perdón.
Esto también ayudará a nuestro/a hijo/a a conectar con sus propias sombras, integrar lo “no tan bueno”, reconocerlo y poder expresarse sobre eso también. Es mucho más fácil conectar con un ser humano que con un súper héroe y, aunque a veces nos cueste reconocerlo y saber que esto es necesario y sano para ellos, los adolescentes hace rato descubrieron que no éramos los súper héroes que necesitaron ver cuando niños.
- Reconocer y manejar las expectativas que tenemos con nuestros hijos: Es importante diferenciar entre el/la adolescente que queremos que nuestro/a hijo/a sea y el/la que él/ella quiere ser. Ellos están en un periodo de diferenciación del mundo adulto, especialmente de sus padres, por lo que lo más seguro es que sus gustos, intereses y búsquedas difieran de los nuestros. Es necesario respetar este espacio y permitir cierta libertad en cuanto a ropa, peinados, gustos musicales, etc. Esto no significa no involucrarse, no plantear desacuerdos, no establecer ciertos parámetros y no estar atento. La clave está en permitirle un espacio de flexibilidad donde él/ella se mueva, porque es en ese espacio donde se está construyendo a sí mismo/a, pero estando presentes, por un lado para protegerlos, por ejemplo atentos a los mensajes que hay en la música que escuchan y, por otro lado, para saber quiénes están siendo, cuáles son sus gustos, cuál es su música favorita, qué quieren comunicar con la forma en que se están vistiendo, etc. Conversar sobre estos temas con una genuina y respetuosa curiosidad, puede ser una experiencia muy nutritiva y placentera, tanto para nosotros como padres, como para nuestros hijos adolescentes.
- Pasar de una posición “yo sé lo que es mejor para ti y debes hacer esto” a “cuéntame y pensemos juntos”: Esto tiene que ver con, como dice la psicóloga Beatriz Janin, encontrar un idioma compartido. Como mamá me ha servido mucho recordar que, si bien tenemos roles y responsabilidades diferentes en la relación y es a mí como madre a quien me toca contener y proteger, ambos somos personas diferentes, con su propia historia, intereses, gustos, opiniones y sentimientos. Entonces no significa por supuesto “adolescentarse” uno, ni pedirle a él/ella “adultizarse”, pero sí escucharlo/a con auténtica curiosidad y validar sus sentimientos y narraciones, lo que no es estar necesariamente de acuerdo, pero sí respetarlos, no minimizarlos, ridiculizarlos, ni enjuiciarlos.
- Dedicar tiempo a solas con él/ella: Es difícil encontrar tiempos para dedicarle exclusivamente a cada hijo, pero el tiempo a solas con un hijo adolescente es muy importante, porque facilita la intimidad, la conversación y la conexión con lo que le pasa.
- Reconocerles explícitamente sus aspectos positivos: En ocasiones con los adolescentes tendemos a centrarnos en explicitar lo que nos parece negativo, porque es lo que más nos preocupa o nos asusta. Frente a esto es necesario hacerles saber qué nos enorgullece, nos gusta y admiramos en ellos. Los adolescentes necesitan esto, tanto como nosotros mismos.
Esta lista podría seguir, pero por ahora, es un buen comienzo. Son solo sugerencias, porque lo realmente importante es que cada uno pueda reflexionar, reconocer, tener consciente y cuidar los espacios, momentos y/o temas que los ayudan a conectar emocionalmente con la particularidad de sus propios hijos.
En nuestro próximo articulo de la serie “Crisis Adolescente”, hablaremos sobre cómo lograr el equilibrio entre firmeza y respeto con nuestros hijos adolescentes.
Fuente: mamadre.cl
por Carolina Herrera | Oct 16, 2017 | Uncategorized
Las investigaciones una vez más refuerzan la sabiduría ancestral del padre de la medicina, Hipócrates: fue él, 400 años antes de Cristo, quien habló de que todas las enfermedades comenzaban en el intestino.
Hoy podemos decir que son tremendos los progresos que ha habido en la comprensión de la fisiología del intestino y en cómo la alimentación influye en su funcionamiento. Y estos estudios –preclínicos y clínicos–nos muestran una compleja relación entre lo intestinal y la salud del resto del cuerpo. Incluso con el cerebro y nuestro sistema nervioso. De ahí que un intestino sano es también una mente sana. ¿Pero cómo se relacionan?
Hay razones de distinta naturaleza que pueden explicar esta asociación entre microbiota y el sistema nervioso.
Primero, es necesario saber que la pared intestinal se conforma de células unidas firmemente las unas a las otras, entre las que cruzan proteínas complejas que van de una célula a la vecina. Y es curioso que una estructura semejante se observa en la barrera cerebral. La alteración de esta barrera en el cerebro se puede producir por desequilibrios en la flora microbiótica que, a distancia, por mecanismos neuro e inmunoendocrinológicos, llegan a afectar la barrera cerebral. Existe un eje de acción que transmite esas señales, el llamado eje cerebro-intestino-microbiota.
En ese mismo sentido, una alteración de la microbiota –en cuanto a perder la proporción de distintas familias bacterianas, es decir, que hayan más bacterias no beneficiosas que bacterias buenas adentro–produce inflamación en la pared intestinal.
Por último, el intestino y el cerebro están conectados directamente por un nervio llamado vago. Incluso se ha visto en estudios que animales que fueron sometidos a vaguectomía (sección del nervio vago) tienen menor chance de sufrir Parkinson, una enfermedad clásicamente neurológica; lo que demuestra una conexión indudable. El nervio vago, de hecho, es el más largo del organismo y funciona bidireccionalmente: o sea, transmite información del intestino hacia el cerebro y viceversa (por algo, en inglés, existe el término gut feelings: sentir visceralmente algo que acontece). Y es más: investigaciones que muestran que el trasplante de deposiciones (que contienen bacterias del intestino) de pacientes con depresión hacia animales, resultan en que dichos animales efectivamente evidencian síntomas depresivos.
Hay una producción muy prolífera en la investigación de la manipulación de cuadros emocionales modificando su microbiota. Es posible que aún falte mucho por aprender, pero la constante actualización científica ayudará a entender esta compleja relación y, estoy seguro, ayudarán en el tratamiento de complejas condiciones del sistema nervioso: desde depresión, trastornos de aprendizaje, Parkinson, Alzheimer o espectro autista.
Fuente: paula.cl
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