Por Psicóloga Carolina Sances

Cuando Andrea me habla de su hija Catalina de 11 años, se debate entre el orgullo, la ternura, la preocupación y la rabia. Me dice que hace un tiempo la relación con ella no le está siendo fácil. “Me gusta verla crecer, escuchar sus reflexiones, que vaya descubriendo sus gustos propios, pero hay días en que la relación con ella me cuesta mucho, porque me controla y me demanda, quiere andar pegada a mí y otras veces no quiere ni que me acerque y, si le hablo, me contesta enojada. Es muy difícil entenderla”.

Algo similar le sucede a Gloria cuando me habla de su hijo Vicente de 13 y refiere que si bien está mucho más apegado, contradictoriamente, también más hostil y a veces hasta agresivo con ella. “De repente se porta como un niño chico, molesta bruscamente a sus hermanos menores y, si no le digo, podría pasar días sin bañarse, ni lavarse los dientes. Al mismo tiempo me exige mayor independencia y permiso para salir solo con sus amigos.”

Estos difíciles momentos de la crianza que describen Andrea y Gloria, son nada más y nada menos que el paso de sus hijos por la etapa de la pre-adolescencia, comúnmente conocida como la edad del pavo. Ambas se dan cuenta que ellos ya no son los niños que eran, pero que tampoco son adolescentes.

La pre-adolescencia transcurre lentamente durante más o menos 3 años, en los que coincide el final de la infancia con el principio de la adolescencia y, en las niñas, comienza aproximadamente a los 10 u 11 años y en los niños a los 11, 12 o incluso 13 años. Es una etapa de transición, donde hay cambios en todos los planos de la existencia del niño, la personalidad que construimos en los años de la infancia se desestructura, se pierde nuestra forma de ser niño/a, nuestros gustos, la manera de ser tratados hasta ese momento, de relacionarnos con el mundo y especialmente con nuestros padres. Es un quiebre difícil, pero necesario para que la personalidad se rearme después en la de un adolescente, capaz de ir construyendo su propio mundo y su propia identidad. (Ver articulo Intensamente: Cómo piensan y cómo sienten los adolescentes)

Si tenemos hijos pre-adolescentes, seguramente nos ha pasado como a Paula, que ve como a su hija Amaya de 12, aún le encanta jugar con sus barbies cuando está sola en su pieza, pero cuando invita a sus amigas, prefiere guardarlas para escuchar y bailar la música de su grupo favorito. Y es que en esta etapa no se está en un lugar ni en el otro, sino que en una zona intermedia llena de contradicciones, donde quieren ser más grades e independientes, pero aún no sueltan totalmente su infancia. Esto porque las perdidas siempre son difíciles y en la preadolescencia nos encontramos con varias:

  • Por una parte nuestro/a hijo/a vive un duelo por su cuerpo infantil, dando paso a un cuerpo con caracteres sexuales secundarios, que lo/a lleva a ser más pudoroso/a y a angustiarse si su ritmo de desarrollo va más lento o más rápido que el de sus pares.
  • Por otro lado, hay un duelo por los padres de la infancia y, muchas veces a nuestro pesar, dejan atrás la imagen idealizada que necesitaron tener de nosotros cuando niños, para dar paso a una más realista y completa. Dejamos de ser héroes ante sus ojos y de hecho, muchas veces nos convertimos en el principal blanco de sus críticas.
  • Pero sobre todo, hay un duelo por su identidad infantil, lo que tiene que ver con la pérdida de una manera de ser, pensar y sentir. La percepción que tenía de sí mismo/a se altera, desconcertándolo/a, insegurizándolo/a y muchas veces alterando su autoestima, porque crecer a veces duele y normalmente asusta.

Para entender lo que probablemente experimenta un pre-adolescente al ir dejando atrás su infancia, basta con recordar algún momento en que, sin suficiente aviso ni planificación, nuestra vida ha experimentado algún vuelco o cambio importante y nos hemos visto obligados a abandonar rutinas, personas, ambientes o actividades anteriores (incluso si éstas nos gustaban), quedándonos por un tiempo en un vacío, para luego tener que comenzar a rearmar la vida, muchas veces sin siquiera tener ganas de hacerlo, a ratos resistiéndonos y volviendo hacia atrás y, de a poco, hasta entusiasmándonos con lo nuevo. Quienes hemos vivido situaciones de pérdida como éstas (divorciarse o perder el trabajo, son ejemplos de ellas), sabemos la angustia, sensación de vacío, confusión, miedo, incertidumbre y dolor, que pueden provocar. Pero también sabemos cuánto necesitamos en esas situaciones de crisis, que los demás tengan una actitud comprensiva y amorosa con nosotros, que nos den tiempo para asimilar lo que pasa, para vivir el duelo de lo que perdimos sin que nos apuren, para reconocer el nuevo escenario y reconocernos a nosotros mismos en él, para ensayar nuevas formas de ser, de vivir, de relacionarnos con los demás y seguramente equivocarnos bastante. Incluso podemos necesitar tiempos para llorar, enrabiarnos y patalear.

Es bueno recordar todo esto, cuando nos cueste comprender a nuestro/a pre-adolescente, porque lo que más nos ayudará a acompañarlos adecuadamente en esta crisis de su desarrollo es poder ponernos en su lugar.

Pero esta etapa no implica sólo un duelo para nuestros hijos, sino que también para nosotros como padres. Ver que nuestro/a hijo/a deja de ser niño/a nos enfrenta con el paso del tiempo, con que estamos más viejos, con la pérdida de una forma de relacionarnos con él/ella, con que ya no nos admira como antes, con que ya no somos la misma autoridad que éramos para él/ella, con la renuncia a expectativas que teníamos de él/ella, con que hay un espacio de su vida donde no quiere que entremos, con que dejamos atrás una etapa de la familia, en fin, conlleva una serie de pérdidas que también para nosotros pueden ser más o menos difíciles. Asumir la inseguridad y la pena que esto nos puede producir es muy importante, porque los duelos hay que vivirlos para que nos ayuden a crecer y, sobre todo, porque la manera que tengamos de asumir las propias pérdidas que implican la pre-adolescencia de nuestro/a hijo/a, influirá enormemente en la posibilidad que tengamos de ayudarlo/a en su desarrollo, encontrando un punto medio entre la sobreprotección y dejarlos demasiado solos y en la forma que tengamos de darle la bienvenida a las nuevas etapas que vendrán.

Como dice la psicóloga Paulina Peluchonneau en su libro que recomiendo muchísimo, “Adiós a la infancia”: “la pre-adolescencia nos brinda un tiempo valioso para despedirnos de la infancia, estando aún en ella”.

Fuente: mamadre.cl

Abrir chat
1
Escanea el código
Hola 👋
¿En qué podemos ayudarte?