Las 3 principales teorías de la ansiedad

Las 3 principales teorías de la ansiedad

Un repaso a las explicaciones sobre el funcionamiento de la ansiedad, fenómeno psicológico común.

por Andrés Carrillo

La ansiedad es un fenómeno complejo con componentes psicológicos y fisiológicos. Se vincula a la visualización de hechos negativos en el futuro. Por ejemplo, un sujeto ansioso que se disponga a jugar una partida de ajedrez se dará por perdedor antes de haber movido la primera pieza.

Las teorías de la ansiedad son diversas, pero todas coinciden en que los individuos que la presentan se sienten de alguna manera amenazados por situaciones cotidianas e inofensivas.

El conocimiento actual referente a las teorías de ansiedad avanza de forma constante. Dicho progreso se debe en gran medida a los tantos estudios de investigación que se han generado hasta la fecha y sobre todo a los que aún se mantienen abiertos. La mayoría de los estudios están diseñados para probar y crear enfoques de tratamiento efectivos.

Las teorías de la ansiedad
Veamos algunas de las teorías de la ansiedad que existen. En gran medida estos aportes se han centrado en la relación entre el procesamiento de la información y la emoción.

A pesar de que se han postulado una cantidad variada de las teorías de la ansiedad, existen tres orientaciones básicas:

  • Procesamiento bioinformacional de imágenes y de afectos, de Carl Lange.
  • Concepto de red asociativa, de Bower.
  • Concepto de esquema, de Beck.

Estas tres teorías de la ansiedad se basan en la creencia de que existen estructuras cognitivas concernientes a los trastornos de ansiedad. Analicemos sus características.

1. Emoción e imagen: Procesamiento bioinformacional

Para la teoría bioinformacional, no es relevante la forma en que la información es almacenada, sino los tipos de información almacenados y los resultados producidos por la activación de dicha información. Asume que toda la información procesada por la mente humana es codificada en el cerebro de manera abstracta y a la vez.

En concreto, la teoría de la bioinformación señala que la base del pensamiento se basa en las relaciones lógicas que podrían ser expresadas a través de formulaciónes de lógica proposicional. Las proposiciones se agrupan en redes psíquicas, las redes constituyen una estructura asociativa o memoria asociativa de la emoción, lo cual constituye una especie de “programa afectivo”. En el tratamiento psicológico de las fobias, generalmente se activa la memoria emocional, a través de un método verbal.

2. Concepto de red asociativa (Bower)

Las emociones se encuentran representadas en la memoria en forma de unidades o nodos, en forma de red asociativa (red semántica) Los nodos están relacionados con otros tipos de información: situaciones relevantes para facilitar la emoción, reacciones viscerales, recuerdos de eventos agradables o desagradables, etc.

La activación de un nodo emocional facilita la accesibilidad al material congruente con el estado de ánimo (hipótesis de congruencia del estado de ánimo).

El material memorizado se recuerda mejor cuando existe acoplamiento entre las condiciones en que se aprendió originalmente y las condiciones bajo las que se pretende recordar (hipótesis de la dependencia del estado de ánimo).

Los sesgos operan a distintos niveles del procesamiento: atención, interpretación y memoria. Los datos experimentales tienden a indicar que La depresión se asocia primariamente a sesgos de elaboración y no de memoria.

Artículo relacionado: «¿Cómo afectan las emociones a nuestros recuerdos? La teoría de Gordon Bower»

3. Concepto de esquema (Beck)

Bower y Beck tienen en común que ambos creen que en los pacientes con algún trastorno de ansiedad, debe existir una estructura cognitiva disfuncional que les lleva a producir ciertos sesgos en todos los aspectos del procesamiento de la información. Desarrollaron su teoría pensando más en la depresión que en la ansiedad.

Así, para Beck hay un esquema cognitivo poco adaptativo que mantiene elevada la ansiedad al ser aplicada para analizar e interpretar la realidad. Sin embargo, los motivos de por qué se mantiene la prevalencia de un determinado modo no se explica suficientemente.

Terapias asociadas a esta alteración psicológica

Algunas de las terapias más efectivas para los trastornos de ansiedad

1. Reestructuración cognitiva

La reestructuración cognitiva es una estrategia general de las terapias cognitivo-conductuales. Tiene como objetivo modificar el modo de interpretación y valoración subjetiva del sujeto, mediante el diálogo y la mayéutica.

2. Técnicas expositivas

Cuando el sujeto ansioso tiene miedo a hablar en público, puede faltar a clases para evitar dar una exposición frente a sus compañeros de estudio. El objetivo de estas técnicas es que por medio de exposiciones repetidas y controladas por el terapeuta, el sujeto adquiera poco a poco el control sobre la ansiedad, hasta que esta desaparezca.

3. Desensibilización sistemática.

En vez de enfrentar de manera inmediata al sujeto con la situación u objeto temido, el tratamiento y la exposición se inician con una situación que sólo es ligeramente amenazante, en un ambiente controlado por el terapeuta, para ir avanzando paso a paso hasta el objetivo.

Se debe ir a terapia
Ir a terapia siempre será la mejor forma de superar la ansiedad o aprender a controlarla. La ciencia demuestra que la psicoterapia es la mejor opción para ayudar al paciente; le brinda técnicas para relajarse y le ayuda a ver las situaciones desde un enfoque saludable.

Referencias bibliográficas:
Nuss, P (2015). «Anxiety disorders and GABA neurotransmission: a disturbance of modulation». Neuropsychiatr Dis Treat 11: 165-75.
Rapee R. M. Heimberg R.G. (1997). «A cognitive-behavioral model of anxiety in social phobia». Behaviour Research and Therapy. 35 (8): 741–56.
Rosen JB, S. J. (1998). «From normal fear to pathological anxiety». Psychological Review. 105 (2): 325–50.

Fuente: psicologiaymente.com

Adoptar un hijo

Adoptar un hijo

Mi historia de vida se resume en el hecho de que soy una mujer infértil, casada y que está a semanas de conocer a su hijo, luego de un largo proceso de adopción. Conocí a mi marido, José Luis, el año 2006 en Valparaíso, pero nos fuimos a vivir por trabajo a Curicó, su ciudad natal. Instalarnos allá fue todo un tema para mí porque nos planteamos nuestro futuro. Fue el lugar donde definimos el tipo de pareja que queríamos ser. Y tuvimos por mucho tiempo la idea de que no íbamos a tener hijos. Viajábamos, lo pasábamos increíble, carreteábamos muchísimo. Hasta que en algún momento, cercano a mis 30 años, todas mis amigas ya eran mamás y me planteé la maternidad.

En 2011, cuando llevábamos casi cinco años juntos, tomamos la decisión de casarnos y ser papás. Fue todo de una manera súper conciente. Los dos nos dimos cuenta de que no queríamos serlo antes porque nos daba miedo repetir los mismos errores que nuestros padres. Y cuando lo decidimos, fue súper revelador. Así que nos pusimos en campaña.

Nunca utilicé métodos anticonceptivos. Y no por una cuestión religiosa, para nada. Tenía que ver con un tema de salud. Encontraba que era súper invasivo llenarme de hormonas, y no estaba dispuesta a sacrificar mi salud, que estaba bastante deteriorada en ese momento, ya que recién me había hecho una operación de manga gástrica. Siempre nos cuidamos solo con condón, por lo que pensábamos que dejándolo, quedaría rápidamente embarazada. Pero pasaron los meses y no sucedió nada. Cuando se cumplieron dos años intentándolo, decidimos consultar a un especialista. Presentíamos que algo andaba mal. Estábamos llenos de ansiedades, pero nunca caímos en el juego de culpar al otro. Sabíamos que si uno tenía un problema, iba a ser problema de ambos.

Fuimos hasta Santiago, porque en Curicó no hay hospitales, y el doctor que nos atendió nos pidió que nos hiciéramos los exámenes correspondientes. Los resultados arrojaron que tenía endometriosis y adenomiosis. Ambas son patologías uterinas muy comunes en personas mayores de 50 años, pero yo recién tenía 30. Mi útero había dejado de ser un músculo y se había convertido en una esponja que estaba llena de sangre. Sin embargo, todavía había esperanzas.

Intentamos diferente tratamientos durante dos años más. Tuve que tomar hormonas, inyectarme, viajar día por medio para revisar mi ovulación y programar mis relaciones sexuales. Fue tremendamente desgastante. Emocional y físicamente. En esa época, incluso nuestra sexualidad se fue un poco a la mierda. Era todo muy poco natural. Y el sexo terminó por convertirse en un acto mecánico. Los doctores me decían que tenía un 30% de posibilidades de tener un hijo, pero con el tiempo ese porcentaje fue bajando. Tuve muchas hemorragias, e incluso algunas veces caí en anemias terribles.

Llegamos a un punto en que la medicina había llegado al límite y vino un proceso de duelo. Es muy triste asumir que no vas a ser mamá biológica, que no vas a traer a tu hijo al mundo. Ahí se generó la única tensión que hemos tenido como pareja en estos 14 años de relación. José Luis no supo cómo enfrentar la situación y puso toda su atención en mí. Se olvidó de él y se concentró en contenerme. Pescó todos sus sentimientos y los guardó en un bolsillo. Y yo, por otro lado, lloré, me enoje y me deprimí. No quería nada con el mundo. Estuve como siete meses excluida. Hasta que decidí buscar un terapeuta. Asumí que tenía un problema y tenía que tratarlo.

Ya con el tema más digerido nos pusimos a pensar en la posibilidad de una parentalidad distinta. De ser papás adoptivos. Y nos dimos cuenta de que queríamos entregar lo mejor de nosotros a otra persona. Empezamos a averiguar sobre los procesos para adoptar y partimos por el Sename. Fuimos al de Talca, a dos charlas previas al proceso, y nos encontramos con profesionales súper poco empáticos. Sentimos que ponían sus opiniones personales por sobre las profesionales. Nos comentaban que estaban en contra del aborto, porque si la gente abortaba, habría menos niños para dar en adopción. También nos dijeron que les importaba que los papás estuviesen casados por la iglesia porque les aseguraba que iban a estar en una casa con valores. Nos cargó el criterio.

Después de esa experiencia, decidimos acudir a la Fundación San José. Ahí el panorama fue totalmente distinto. Cuando manifestemos nuestro interés y se abrió el proceso de adopción, quedamos a cargo de una dupla sicosocial que nos evalúo durante cinco meses. Luego de entrevistas individuales y matrimoniales una vez por semana, nos dijeron que teníamos que ir a terapia para resolver temas que tenían que ver con nuestra infancia. Al principio fui súper resistente a esa situación. Viví una especie de segundo duelo. Estábamos muy esperanzados y recién habíamos asumido lo que nos pasaba, y lo sentí como un retroceso. José Luis quedó con un terapeuta en Rancagua y yo en Santiago. Teníamos que viajar nuevamente una vez por semana. Así estuvimos un año y seis meses. Tuve que extender mi licenciatura en trabajo social y dejar varios ramos de lado. Recién, hace un mes, nos dieron de alta.

Ahora estamos yendo a talleres que nos preparan para la adopción. Somos un grupo de seis parejas. La meta es construir el libro donde nosotros le contamos a nuestro hijo por qué decidimos ser padres adoptivos. Además, hablamos de diferentes temas que tienen que ver con los desafíos de la adopción, como los indicadores de violencia y maltrato que traen muchos de los niños. Ahí nos van educando y enfrentando a la realidad que quizás nos puede tocar. La fundación aspira a que nosotros tengamos las mejores herramientas para asumir la adopción.

Reconozco que al principio tuve miedo. Me atormentaba pensar que el amor por un hijo biológico podía ser distinto al de uno adoptivo. Pero hoy, gracias a la terapia, puedo asegurar que ese miedo se difuminó por completo. Me di cuenta que ser familia no tiene nada que ver con una cuestión biológica. Tiene que ver con amor, incondicionalidad, contención y estabilidad. Con José Luis tenemos súper claro que quizás no vamos a tener la posibilidad de tener una guagüita, porque lo que menos hay son niños menores de un año. Podemos tener uno de hasta tres o cuatro. Pero estamos súper abiertos, tenemos claro que vamos a ser sus papás con todo el amor del mundo. Nosotros sentimos que estamos viviendo un embarazo. Mi cuerpo dice muchas cosas.

La semana pasada me operé. Le pedí a mi doctor una esterilización voluntaria porque ya no daba más del dolor de útero. Al principio el doctor se opuso, y me habló de que podía ocurrir un milagro y quedarme embarazada. Pero yo tenía súper claro que eso ya no iba a pasar. Estamos a punto de ser papás y no quería ser una mamá desgastada. Así que solicité una histerectomía. Me hicieron un par de exámenes y tenía todas las condiciones para operarme. En este minuto estamos a días de conocer a nuestro hijo y estoy enfocada en recuperarme rápido.

Le hicimos una despedida simbólica a mi útero. Organizamos una comida en el departamento de mi cuñada y celebramos con champaña que venía otro ciclo. Hacerlo fue cerrar una etapa. Al final de la noche, todos me hicieron cariño en la guata y se despidieron de él. Pero el momento más íntimo fue unos minutos antes de entrar al quirófano. Ahí nos abrazamos con José Luis, lloramos y dimos las gracias por todo lo que está por venir. Fue muy emocionante.

Ahora el dolor desapareció y estamos listos para recibir a nuestro hijo. Queremos que sea un niño o niña completamente feliz y resuelto. Ya hemos conversado acerca de qué le diremos cuando nos pregunté de dónde vino o por qué no nació de mí. Y juntos le diremos: “tú vienes de otra mujer, que por motivos de fuerza mayor no te pudo tener en su vida, pero que te amaba tanto que prefirió que crecieras con personas que te podían dar el amor y la calidad de vida que te mereces”.

Miriam Méndez tiene 34 años y es técnico jurídico. Actualmente se encuentra finalizando su carrera en trabajo social.

Fuente: paula.cl

La ansiedad en niños y el papel del psicólogo infantil en su tratamiento

La ansiedad en niños y el papel del psicólogo infantil en su tratamiento

Por Ps. María Bustamante

La ansiedad en niños es una emoción que pertenece a los mecanismos básicos de supervivencia ante situaciones nuevas o amenazantes, incitándonos a actuar o escapar. La ansiedad en niños, es el trastorno psiquiátrico más frecuentes en la infancia. Cuando aparece de una manera reiterada y evoluciona sin tratamiento, genera efectos negativos en el funcionamiento académico, social y familiar de los niños, interfiriendo gravemente en su desarrollo. El psicólogo infantil tiene la capacidad de detección e intervención temprana, atendiendo a síntomas asociados con la ansiedad en niños, lo que va a disminuir considerablemente el riesgo de persistencia en la edad adulta. Los síntomas de ansiedad en los niños pueden ser de naturaleza muy variadas y a veces se confunden con reacciones propias del miedo, pudiendo aparecer como:

  • Apego excesivo a los padres con gran inquietud ante la separación.
  • Preocupación en exceso por lo que puede ocurrir a personas queridas.
  • Miedo ante ciertas situaciones sociales.
  • Rechazo a ir al colegio.
  • Quejas físicas variadas.
  • Tensión muscular.
  • Fatiga fácil.
  • Irritabilidad.
  • Hiperactividad.
  • Oposicionismo.
  • Inquietud o impaciencia.
  • Dificultad para concentrarse o tener la mente en blanco.
  • Resistencia a ir a dormir.
  • Alteraciones del sueño.

El papel del psicólogo infantil en una situación de síntomas de ansiedad en niños consistirá en detectar qué tipo de trastorno de ansiedad puede estar cursando, para elaborar así una estrategia de intervención adaptada a las necesidades de cada caso en particular. Esta debe ser integral, prestando atención a los factores que pueden estar interviniendo. Las investigaciones sugieren que en la ansiedad del niño confluyen factores biológicos, psicológicos y sociales que pueden tener un papel predisponente en el desarrollo de este trastorno:

  • Factores biológicos: Se refieren a una probable disfunción de neurotransmisores, que regulan el estado de ánimo y el comportamiento.
  • Factores psicológicos: Incluyen la valoración personal y subjetiva que la persona hace de sí misma (autoestima), los rasgos de personalidad y los recursos y estrategias de que dispone el niño para afrontar las situaciones que le preocupan.
  • Factores sociales: Incluyen los acontecimientos vitales, situaciones traumáticas, estilo educativo de los padres, y procesos de socialización en diferentes ámbitos de su vida, como familia, escuela, amigos, teniendo en cuenta que los temores pueden ser el resultado de conductas aprendidas, transmitidas a veces, por adultos temerosos.

La labor del psicólogo infantil es ayudar a detectar y modificar distorsiones de pensamiento que generan respuestas disfuncionales, aportando herramientas al niño que le permitan afrontar sus temores de una manera operativa, generando otra forma de interactuar con el medio y potenciando sus recursos y autoeficacia. Dicho trabajo debe ir complementado con una intervención con los padres, potenciando en ellos una actitud comprensiva y dotándoles de estrategias que complementen al trabajo con el hijo. Y por último, si hubiera evidencia de disfunción biológica, habría que recurrir a un apoyo farmacológico de forma paralela a la psicoterapia y siempre supervisado por un psiquiatra.

Fuente: centta.es

 

Ejercicio todoterreno para desmitificar el amor

Ejercicio todoterreno para desmitificar el amor

Si idealizas la idea de tener una pareja, necesitas un toque de realidad. Te proponemos un cambio de perspectiva: no es oro todo lo que reluce.

Me decía una compañera del Laboratorio del Amor que ella cuando caminaba por la calle y veía tantas parejas felices con o sin hijos, con o sin perro, se preguntaba: ¿por qué yo no puedo estar así, emparejada y feliz? Enseguida todas nos apresuramos a contarle que esas parejas felices que van caminando por la calle, a lo mejor no son tan “felices”.

Muchas de ellas están en proceso de separación, según las estadísticas.

Otras están juntas porque creen que no les queda otro remedio.

Unas acaban de discutir a gritos y llantos antes de salir con sus galas de domingo a pasear su “felicidad”, otras llevan sin hablarse una semana.

De todas esas parejas felices que vemos en el súper y en el centro comercial, hay un alto porcentaje de personas que se han arrepentido o se arrepienten de haberse juntado con su pareja.

También es probable que un alto número de ellas apenas tenga encuentros sexuales, si acaso algún sabadete al mes y para de contar. La gente imagina siempre que la pareja es una constante fogata en la que ardemos de deseo hasta el día del Juicio Final, pero la realidad es que el cansancio extremo y el estrés de la vida diaria, la rutina, la convivencia, matan las pasiones y hay que trabajárselo mucho para que la cosa no decaiga.

Hay parejas que viven verdaderos infiernos conyugales, pero no saben o no pueden salir de ellos y se han habituado a pasar la vida peleando y guerreando.

Hay muchas parejas que en realidad no son pareja pero siguen conviviendo juntos, bien “por los niños”, bien por cuestiones económicas o logísticas (no todo el mundo se puede permitir el divorcio).

Hay parejas abiertas que tienen varias parejas, y puede que estés viendo a una pareja poliamorosa que tienen otros amores.

Hay también parejas clandestinas que pasean con miedo a ser descubiertas, a los amantes que pasean se les reconoce porque tienen una sonrisa enorme en su cara y se miran como recién casados. Pero no lo son.

Hay parejas que pasean sin saber que la otra persona junto a la que caminan tiene un amante. Es una dinámica cultural de todas las sociedades basadas en la monogamia: el adulterio es lo más corriente en estos regímenes de amor heterosexual y exclusivo, y esto sucede en todos los países del mundo.

Hay parejas felices en las que las mujeres están sufriendo malos tratos y violaciones a manos de su propia pareja, pero tú no te das cuenta. Y de esas mujeres, algunas serán asesinadas por la violencia machista.

Algunas de esas parejas tienen hijos e hijas que también sufren la violencia machista, los malos tratos y los abusos sexuales de sus padres, padrastros, abuelos, tíos, primos o gente cercana, aunque no puedas verlo cuando van todos vestidos de punta en blanco simulando ser una familia feliz.

La importancia de desmitificar a la pareja
Por eso es tan importante desmitificar a la pareja como la quintaesencia de la felicidad: todas nuestras relaciones humanas son complejas y a menudo conflictivas. En todas sostenemos luchas de poder, dominamos o nos dominan, abusamos o abusan de nosotras.

En todas las relaciones tenemos problemas, especialmente en el ámbito de la comunicación y la solidaridad: no nos entendemos bien, no sabemos discutir sin hacernos daño, no sabemos pactar y negociar los acuerdos para construir la pareja desde la empatía, no sabemos separarnos con amor.

Vivimos en una sociedad organizada en parejas, pero muchas de ellas, quizás la mayor parte, no son parejas felices que viven en el paraíso del amor. Muchas de esas parejas mantienen una imagen de familia feliz y viven sumergidas en un infierno de luchas, o bien viven tranquilas y aburridas soñando con otras vidas y otros amores.

Esta imagen de pareja feliz es una especie de fachada frente al “qué dirán”: uno de los indicadores de haber tenido éxito en la vida es encontrar pareja, y que nos dure.

Y sin embargo, todas sabemos que se está mejor sola que mal acompañada. Son millones las mujeres que suspiran por una vida de soltera, en libertad, disfrutando plenamente de su autonomía y de sus redes afectivas, y sin embargo, son muchas también las mujeres solteras que siguen soñando con poder emparejarse, creyendo que la pareja les dará todo lo que desean: emociones intensas, estabilidad, amor a toneladas, compañía y afecto, sexo increíble… hemos mitificado demasiado la pareja, es hora de aterrizar.

Fuente: mentesana.es

Desamparo emocional: cuando siempre te sientes sola

Desamparo emocional: cuando siempre te sientes sola

Si de niños nuestras emociones no fueron amparadas por nuestros padres, la sensación de soledad nos acompaña de por vida.

Una de las vivencias que más profundamente impacta en la autoestima de los niños es el haber sufrido desamparo emocional. Aunque no se le suele dar la misma importancia que a los maltratos más evidentes como los azotes o los gritos, su efectos, además de perdurables, son devastadores.

En los primeros años de vida, sentir que nadie nos atiende, que nadie se preocupa por nosotros (justo cuando más lo necesitamos), deja una profunda sensación de vacío y soledad que, si no es sanada, se arrastra de por vida.

El caso de Andrea ejemplifica perfectamente esta sensación de desamparo. Tenía 10 años cuando su madre enfermó. Hasta entonces, sus padres habían estado centrados en sus carreras profesionales y no tenían mucho tiempo para ella (apenas alguna salida el fin de semana o un corto viaje a ciudades cercanas).

Al hacer aparición la enfermedad de su madre, la situación fue a peor y la escasa atención que Andrea recibía se vio reducida hasta casi desaparecer. Su padre, se centró en cuidar a su madre y casi se olvidó de ocuparse de su hija.

Además, bajo la errónea idea de evitarles sufrimiento, no hablaba con ella de nada que tuviera que ver con la enfermedad, actuaba como si no pasara nada, como si ella no se percatara de la compleja situación de casa o no albergara ningún sentimiento o preocupación en su interior.

“Aquel día”, me comentó Andrea cuando vino a consulta, “sentí cómo mi corazón se rompió en mil cachitos, todo la admiración que sentía por mi padre se esfumó al escuchar cómo le decía a mi tía que no pasaba nada, que los niños no se dan cuenta de las cosas, que yo estaba perfectamente.

»Ramón, tenía diez años y me daba cuenta de todo ¿Cómo no me iba a afectar la enfermedad de mi madre? Cada vez que la veía sentada en su sillón llorando sin más, me angustiaba, me sentía morir, incluso, creía que la culpa de tanta pena debía ser mía seguro.»

»Yo la abrazaba y a veces también lloraba de pena, de ver tan triste a mi madre. Ella casi ni tenía fuerzas para hablarme y, si me veía llorar, lloraba ella más. Ni mi abuela (que vivía con nosotros) ni mi padre se daban cuenta de mi pena, se limitaban a darme de comer, preguntarme si había hecho los deberes y sentarme delante de la tele toda la tarde con una bolsa de chuches, así no daba la lata.

»También me daba cuenta de cuando mi padre volvía de su trabajo por la noche oliendo fatal a vino y hablando sin sentido. Qué desesperación, me sentía tan sola, siempre me siento tan sola y tan triste.

» A nadie le importo, pienso que no soy interesante, que soy vulgar y gris. Gris como los hombres aquellos de Momo, que chupan la vida a los demás pero no saben vivir. Cuando de pequeña leí Momo, pensé que yo era una niña gris, que al nacer le había chupado la alegría a mi madre y que por eso era una mujer tan triste.

»Cuando murió, también pensé que era por mi culpa, todavía lo pienso. Igual si yo no hubiera nacido, podía haber sido una mujer más alegre y feliz, como me contaba mi abuela que su hija era de pequeña.

Gracias al trabajo que realizamos en la consulta, Andrea pudo colocar en su lugar todo lo sucedido y esclarecer este trágico episodio de su vida. La joven se percató de que su padre debería haber hecho un esfuerzo por comprenderla, ampararla y acompañarla en este trance que tan devastador también fue para ella (teniendo en cuenta que tenía 10 años y era su madre la que estaba muriendo).

Hablar y verbalizar todas las circunstancias y sentimientos vividos, ayudó a Andrea a soltar todas las emociones que tenía acumuladas desde su infancia. Por fin pudo llorar la muerte de su madre y pasar por el duelo que se le había prohibido vivir de pequeña porque “ellos no se enteran de nada”.

Por otra parte, Andrea dejó de pensarse culpable por la muerte de su madre y poco a poco, recuperó su autoestima y la confianza en ella misma. Como me comentó varias semanas después de terminar su terapia, “el vacío ha desaparecido, Ramón. Ahora me siento viva. Ya no me siento gris, sino de colores. Además, no me siento sola, me gusta estar con otras personas y disfruto de su compañía, pero también, puedo estar sola sin sentirme abandonada o triste.»

Por duras que sean las situaciones que se viven en la familia, los hijos deben ser partícipes de todo lo que sucede (aunque evidentemente, tenemos que tener en cuenta su nivel de maduración y adaptar las explicaciones a su lenguaje). Los niños sienten todo lo que pasa, pero si no tienen a nadie que les ayude a poner palabras a la situación, su cabeza tiende a elaborar complicadas teorías catastrofistas, donde la soledad y la culpa siempre están presentes.

Fuente: mentesana.es

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