por Carolina Herrera | Feb 27, 2019 | Uncategorized
Quedé embarazada a los 19 años. Fue una sorpresa que no esperábamos con quien en ese entonces era mi pololo, que tenía solo 22 años, y que actualmente es mi marido, con el que llevamos juntos 18.
Los primeros meses de mi embarazo fueron horribles. Bajé mucho de peso y me sentía realmente mal. Ahora, mirándolo con distancia, creo que caí en un episodio depresivo del que nunca me hice cargo, ya que seguí enfocada en mis estudios. Fue muy difícil para mí contarle a mis padres, ya que vívíamos separados, ellos en Punta Arenas y yo en Puerto Montt. Al darles la noticia, les pedí que por favor me dejaran seguir con mi carrera y con mi rutina. Paradójicamente, ese año tuve las mejores evaluaciones.
El 4 de noviembre del 2005 llegó a mi vida Fernando, quien cambió mi vida del cielo a la tierra. Al verlo pensaba en lo equivocada que estaba de todas las ideas que tuve sobre mi embarazo, pero aun así era una niña intentando hacerse cargo de este hombrecito. Al principio mis papás viajaron a acompañarme a Puerto Montt para apoyarme y dos meses después me fui con ellos a su casa en Punta Arenas, donde comenzamos a preparar todo para Fernando y su estadía casi definitiva en casa de sus abuelos. Al principio me costó hacer valer mi rol como madre, ya que la mía tomaba todo el mando de la situación. Eso hizo que muchas veces la sintiera más madre de mi hijo que yo misma. Fueron días complicados, pero lo más doloroso fue el momento en que tuve que dejar a mi guagua con ellos para poder volver a la universidad. Fernando tenía cuatro meses, recién había dejado de amamantarlo. Sigo recordando ese día como si fuese ayer. Pienso que si pudiera volver atrás, no dejaría a mi pequeño.
Fue muy difícil no sentirme culpable cada día por no estar ahí, por no ver cómo crecía. Trataba de viajar lo más posible a estar con él, pero cuando llegaba Fernando me hacía notar que mi madre era la suya. Trato de consolarme que estuve para cada acto, para cada cumpleaños, y que incluso a veces viajaba a verlo por el día. Pero sigue siendo algo doloroso de recordar.
A medida que Fernando creció, la forma en que nos comunicábamos fue cambiando. Poco a poco empezamos a hablar por teléfono y me pudo contar lo que hacía. Él sabía donde estaba yo, y siempre le expliqué de la mejor forma que pude el por qué de mi ausencia.
Mis padres criaron a mi hijo durante seis años. Cuando llegó el momento de traerlo a vivir conmigo, fue un proceso natural, pero muy doloroso para ellos. La que más sufrió fue mi mamá, quien estuvo muchos meses deprimida. Fue tanto así, que nuestra relación estuvo cortada por un tiempo, ya que ella se lo tomó como que si yo le hubiese quitado a su niño. Fernando, por su parte, vivió el proceso de manera muy positiva, mucho mejor de lo que imaginé. Siempre recordaba a su “mami” (como le dice a su abuela) no con pena, sino con lindos recuerdos de su crianza.
Afortunadamente, mi madre pidió ayuda psicológica para superar esta pérdida del hijo-nieto y nuestra relación volvió a ser la misma que antes. Incluso mejor. Desde ese momento, ella se ha convertido nuevamente en parte imprescindible en nuestras celebraciones y distintos hitos, sembrando una hermosa relación con mi pequeño.
Pasé momentos de mucha pena, pero siento que de a poco me he ido perdonando. La culpa de no criar a un hijo, aunque haya sido por un tiempo determinado, fue algo que me marcó. Actualmente con mi segundo hijo, quien tiene once años de diferencia con Fernando, me asombro como si fuese primeriza e intento aprovechar el doble sus momentos, pensando en ese pequeño Fernando del que me perdí muchas etapas. A pesar de eso, solo puedo agradecer la inmensa generosidad de mis padres, ya que sin ellos nuestras vidas serían muy distintas.
Es gracias a ellos y a su amor que hoy puedo decir, con alegría, que mi hijo es un niño feliz y rodeado de mucho cariño, que valora a sus abuelos porque son un tremendo pedazo de él y de su historia. Espero que siempre lo vea así, porque estoy segura de que no todas las jóvenes han tenido el inmenso apoyo que tuve yo.
Paulina Paredes sicóloga y mamá de Fernando de 13 años y Alonso de 2
Fuente: paula.cl
por Carolina Herrera | Feb 20, 2019 | Uncategorized
María Bustamante, psicóloga especialista en Psicología Infantil y Familiar.
Directora de de la Unidad de Psicología Infantojuvenil
Ser madre es una de las tareas, decisiones y responsabilidades más importantes y complejas que existe en la vida. Pues si ya de por sí es así, me gustaría hacer una referencia especial a la opción de ser madre adoptiva.
En la mayoría de los casos, lo que lleva a una madre a la decisión de adoptar es una pérdida. A tener un hijo biológico, a cerrar un etapa, una relación o una situación, pero al fin y al cabo, lleva a la decisión de embarcarse en esta aventura y asumir el acompañamiento vital de una persona que ha nacido en otra familia, que a su vez también viene de otra pérdida. En este caso, de un abandono. Este escenario supone ya un punto de partida muy distinto a la maternidad biológica.
Si de por sí ser madre es una labor tan compleja como necesaria, ser madre adoptiva requiere unas habilidades y fortalezas que deben ser tenidas en cuenta, ya que la situación de vincular con el hijo/a adoptado/a, va a requerir superar situaciones en ocasiones extremas.
Hasta que el niño pasa a formar parte en la familia definitiva normalmente tiene más de una vivencia de rupturas vinculares, generando en él/ella una experiencia de apego inseguro o desorganizado, favoreciendo una mayor complejidad y dificultad en los vínculos posteriores que necesita generar para acceder a un hogar adoptivo.
Inevitablemente, cuando hay adopción aflora la Teoría del Apego de Bowlby, según la cual la persona que es adoptada trae un daño en su apego con alguna figura de referencia. Su relación con el entorno que lo ha recibido ya es compleja por todas las variables que le han rodeado, y el vínculo afectivo no podrá generarse de la misma manera que cuando el hijo es engendrado, gestado, parido, amamantado y criado por las mismas personas, es decir, cuando es hijo biológico, precisamente, porque no lo es.
Pero lo que sí es universal es la necesidad de cualquier menor de encontrar una base segura desde la que explorar, que le aporte las características de predictibilidad, receptividad, inteligibilidad, apoyo y compromiso recíproco.
Con unas variables tan delicadas en la decisión de ser madre adoptiva, las características básicas que debe tener esta especial madre son:
- Estabilidad emocional
- Tolerancia al estrés
- Flexibilidad
- Adecuada expresión de los afectos.
Características todas ellas compatibles con las derivadas de la evolución de la madurez personal e intrínsecas a un estilo de apego seguro o bien haber trabajado en su propia historia para reparar y reconstruir su apego a seguro, otorgándole una serie de cualidades, que me lleva poder afirmar que con el amor no es suficiente, ya que la situación requiere de:
- Una autoestima adecuada.
- Confianza en los demás y habilidades sociales.
- Capacidad para sobreponerse a las pérdidas porque tiene suficientes recursos personales y también sabe pedir ayuda cuando lo necesita.
- Regulación de las emociones ante situaciones estresantes o ansiógenas.
- Capacidad de tener una función reflexiva, factor que, junto a la posibilidad de ofrecer una respuesta sensible, determina el sentimiento de seguridad que una madre proporciona al hijo, transmitiendo, sobre la base de la empatía, la comprensión de que los otros son seres autónomos con sus propias emociones, permitiendo reconocer que el otro puede operar de distintos modos, bajo distintas circunstancias, que otorga un sentido de la relatividad comportamental y, por lo tanto, las relaciones personales pueden analizarse desde diversas perspectivas, asumiendo que nuestra percepción del otro y de sus estados mentales es limitada. Esta capacidad, propia de un estilo de apego seguro, tiene conexiones con algunas de las características de personalidad funcional para la adopción antes citada, como por ejemplo, las relativas a la flexibilidad y a la capacidad para la expresión emocional.
- Transmisión al hijo adoptivo de una imagen positiva de su origen, de sus padres biológicos y de aquello que motivó su adopción, de manera tal que le ayude a aceptar el abandono sufrido, desligándolo del intenso sentimiento de culpabilidad y minusvaloración inherente a la infancia adoptada que todavía no ha resuelto su propio duelo.
- Más probabilidad de afrontar con serenidad su maternidad adoptiva ofreciendo una respuesta sensible a las necesidades de su hijo, pudiendo establecer con él una vinculación afectiva segura que implica ofrecer las oportunidades necesarias para el desarrollo y la construcción de la identidad de su hijo.
Un referente de apego seguro no temerá perder el amor de su hijo porque se halla seguro en su relación paterno-filial y firmemente comprometido con el bienestar emocional de aquel. Si eso ocurre, la adopción será una característica intrínseca a la familia, la palabra adopción fluirá con naturalidad y cuando finalmente el hijo quiera buscar sus orígenes no habrá temor al rechazo, a la pérdida del hijo, al cuestionamiento paterno,… porque el lazo será irrompible.
Esto nos lleva a apostar por el apego seguro del adulto como un factor protector del éxito en el proceso de la adopción. Considerando muy interesante la inclusión de actividades de fomento del apego seguro en los programas de preparación para madres y padres adoptivos, sirviendo de base para esta apasionante tipología familiar.
Feliz día de la Madre, especialmente a las adoptivas.
Fuente: centta.es
por Carolina Herrera | Feb 13, 2019 | Uncategorized
Los casos de maltrato en casa son más numerosos de lo que puede parecer.
por Angel Ximenez
La violencia intrafamiliar es un problema grave que ocurre en todos los grupos sociales, profesiones, culturas y religiones. Incluso popularmente se concibe al género masculino como el constituyente de los únicos agresores, pero la realidad es que en muchos casos las mujeres pasan a ser las agresoras, por lo que resulta que también ocurre en ambos géneros.
Es un problema de salud pública que, lamentablemente, va en aumento. Tan sólo en México, en el último año se registró un incremento del 9.2% en carpetas de investigación por este delito, según Cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).
Por si fuera poco, de acuerdo a resultados de la última Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH), elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), refiere que 10.8 millones de hombres casados o unidos con mujeres de 15 años o más han ejercido algún tipo de violencia contra sus parejas a lo largo de su relación, específicamente un 40% de forma emocional, 25.3% económica, 11.6% física y 5.3% sexual.
Tipos de violencia
Las cifras anteriores ilustran las distintas categorías que existen en las que se puede dañar a una persona, dependiendo del contenido de la agresión. A continuación se proporciona mayor información al respecto.
Violencia física
Esta categoría involucra golpes, rasguños, jaloneos y empujones; es más fácil de identificar porque suele dejar marcas en el cuerpo como moretones o heridas visibles, lo que culmina, en muchas ocasiones, en la muerte de la víctima.
Violencia psicológica o emocional
La persona agrede por medio de palabras hirientes como insultos o apodos, con la intención de denigrar a la pareja. Este tipo de acciones producen en la víctima sentimientos de ansiedad, desesperación, culpa, temor, vergüenza, tristeza, además de baja autoestima.
Violencia sexual
Se llevan a cabo comportamientos con connotación sexual de manera forzada, sin el consentimiento de la víctima, sólo por el simple hecho de ser su pareja. Puede incluir la violencia física y psicológica.
Violencia económica
Implica robar el dinero de la pareja, utilizar indebidamente su cuenta bancaria; e incluso cuando sólo el agresor es el que trabaja, éste amenaza con negarle el dinero a su cónyuge.
Las claves de la violencia intrafamiliar
Los hombres que son agresores generalmente en su infancia fueron testigos de violencia doméstica en contra de sus mamás, por lo que crecieron en un ambiente violento donde existían roles establecidos para cada género y donde la mujer era denigrada; por lo que hay una conducta aprendida hacia la pareja. Esto significa que en sus futuras relaciones, la persona termina por repetir aquello que presenció en su infancia, pues elige inconscientemente como pareja a alguien con perfil sumiso, desempeñando entonces un rol dominante.
Además de una baja autoestima, el agresor presenta una baja tolerancia a la frustración. Es decir, se frustra fácilmente, y es en esos casos cuando tiene arranques de agresividad y culpa a la víctima de haberlo provocado, de manera que lo que más desea es tener el control, tanto de la relación como de su cónyuge.
Si examinamos con detenimiento los tipos de violencia mencionados anteriormente, podemos identificar que el común denominador es el deseo de poder de parte del agresor hacia la víctima; es por eso que la denigra física, psicológica y sexualmente. En el caso de la economía, se trata de otra clase de poder, ya que el dinero es un recurso muy importante; si la víctima es independiente económicamente, ésta tiene cierto grado de poder, por lo que en la violencia económica, el agresor también busca quitarle tal cosa. Es por eso que detrás de la violencia doméstica por parte del hombre encontramos ideas machistas.
Por otro lado, las mujeres que son víctimas de violencia intrafamiliar muchas veces vivieron algo similar en su infancia; crecieron en un entorno donde se aceptaba la violencia y experimentaron ser las subordinadas de los hombres del hogar. De igual manera, la sumisión también es una postura que se aprende, probablemente por la creencia de que ese rol en la relación es algo normal.
A parte de una baja autoestima, la víctima puede presentar depresión y una dependencia emocional hacia su pareja, lo cual provoca no querer separarse de él manifestando amarlo. Por lo que cuando el agresor la culpa de provocar los arranques de violencia, la víctima acepta la responsabilidad. Aún en la sumisión, de igual manera en la mente de la víctima se encuentran ideas machistas.
Y cuando hay hijos…
Cuando hay hijos de por medio en la relación, éstos pueden padecer diversos problemas de conducta y emocionales, los cuales no tardarán en manifestarse con bajo rendimiento académico, siendo partícipes o víctimas de acoso escolar, aislamiento, ser propensos al consumo de drogas, caer en depresión, resentimiento, baja autoestima o estrés postraumático, entre otras.
Al crecer y desarrollarse en un ambiente en el que se acepta la violencia tienen altas probabilidades de repetir patrones, ya sea como agresores o víctimas en sus relaciones de pareja, tal como sucedió con los padres. Cabe mencionar que es en el seno familiar donde los niños aprenden a definirse a sí mismos, a entender el mundo y cómo relacionarse con él por medio de lo que observan y aprenden.
Ciclo de la violencia
La interacción entre el agresor y la víctima suele ser un círculo vicioso que se retroalimenta constantemente. A continuación presento las tres fases en las que se compone.
Fase de acumulación de tensión
En esta primera fase se presentan insultos, reproches, burlas, escenas de celos e intentos de controlar las acciones de la víctima, así como malestar constante que va en aumento. Por ejemplo: criticar la forma en la que viste, prohibirle salidas o ciertas actividades.
Fase de explosión
Esta parte representa un nivel superior a la fase anterior. En este punto es cuando la persona tiene un arranque violento en el que hay golpes, ruptura de objetos y amenazas.
Fase de arrepentimiento o luna de miel
En este último nivel, la persona se dice arrepentida y pide perdón (no sin antes hacer responsable a la víctima por haberla violentado), pero promete cambiar. De repente el romanticismo vuelve a la relación y el agresor se convierte en un ser detallista por un tiempo, hasta que vuelva a presentarse algo que no le guste para que dé inicio de nueva cuenta la primera fase y así sucesivamente.
Cuando la víctima es el varón
También existen situaciones en las que la mujer es la agresora y el hombre es la víctima. De igual manera que el hombre en su papel de agresor, la mujer busca tener poder y control sobre su pareja.
En estos casos, la mujer comienza con violencia psicológica hasta que con el tiempo se transforma en física: golpea, abofetea o jalonea a su esposo.
Aunque es más fuerte que ella, el esposo no aplica violencia porque considera una cobardía el hacer uso de la fuerza sobre una mujer, por lo que prefiere aislarse sintiendo una vergüenza profunda y guardando silencio para que nadie se entere de su situación humillante; probablemente si decide contarlo a alguien simplemente no le creería o se burlaría de él, incluidas las autoridades en caso de denuncia. De esta manera, el hombre sufre psicológicamente tratando de conservar las apariencias.
Qué hacer ante la violencia intrafamiliar
A continuación ofrezco una serie de pasos a seguir para prevenir y actuar en caso de violencia doméstica. Dirigido tanto a hombres como a mujeres. Identifica las señales:
- Usa palabras hirientes y acusadoras contra ti.
- Te ridiculiza en presencia de otras personas.
- Te insulta cuando se enoja y te echa la culpa por hacerlo o hacerla enojar.
- Controla todo lo que haces, a dónde vas, con quién estás. Revisa tu celular. Prohíbe que salgas con tus amistades y/o familiares, o prohíbe que le hables a tal persona.
- Dice que tiene celos porque te ama.
- Te jalonea de alguna parte del cuerpo o de la ropa, o simplemente te empuja.
- Te agarra con fuerza y te grita.
- Te presiona u obliga a tener relaciones sexuales.
- Amenaza con pegarte a ti o a tus hijos.
Si tu pareja hace más de una de las acciones mencionadas anteriormente, ya eres víctima de algún tipo de violencia y pronto tu pareja podría pasar a los golpes. Habla de esto con alguien de tu confianza y prepara un plan de emergencia para protegerte a ti y a tus hijos en caso necesario. Procura tener un lugar de refugio, por ejemplo, la casa de alguien de confianza.
En caso de que ya estés inmersa o inmerso en el maltrato, lleva a cabo el plan de emergencia para protegerte, sal de tu casa y acude a ese lugar de refugio. Asesórate con un abogado sobre tu situación, ya que es necesario proceder por la vía legal en contra del agresor, quien será detenido y llevado a proceso penal.
Si no cuentas con un refugio, existen unos patrocinados por ayuntamientos, organizaciones no gubernamentales o instituciones religiosas que ayudan a la víctima y a sus hijos a estar protegidos cubriendo sus necesidades físicas y emocionales. Incluso en algunos de esos lugares ofrecen asesoría legal y apoyo psicológico para brindar la ayuda necesaria.
Qué hacer si eres amigo íntimo o familiar de la víctima
No juzgues ni critiques su actitud o incapacidad para hacerle frente al problema. Al contrario, dedica tiempo a escuchar, comprender, y para que se desahogue. Hazle saber que no es culpable de nada. Ofrece también tu apoyo en lo que puedas ayudar, por ejemplo en cuidar a sus hijos, ofrecer refugio, o en la búsqueda de un abogado.
Considera la seguridad de la persona y sus hijos. Incluso en situaciones donde la persona agredida no percibe la realidad tal como es y no está consciente de ser una víctima de violencia, puedes ser tú quien pida el apoyo y haga la denuncia ante las autoridades. Tu colaboración puede marcar la diferencia y evitar consecuencias graves.
Qué hacer si eres el agresor
Finalmente, en caso de que seas tú el que ejerza la violencia, reflexiona en las consecuencias que puede provocar tu comportamiento. Da el primer paso, acepta que tienes un problema y busca ayuda profesional.
Conclusión
El noviazgo es la antesala al matrimonio. Si en esa etapa ya se sostiene una relación tóxica en la que uno de los miembros de la pareja trata de controlar y tener poder sobre el otro manifestando alguno de los tipos de violencia mencionados anteriormente, existen altas probabilidades de que a futuro se den casos de violencia intrafamiliar.
Es durante el noviazgo cuando se deben identificar actitudes de riesgo. Toda persona debe prestar atención a la forma en la que su pareja la trata; averiguar cuáles son sus valores; así como estar atentas a la forma en la que trata a sus padres y a las demás personas, particularmente a aquellos que le prestan un servicio en lugares públicos. Ya que de la misma manera en la que los trate a ellos, es como va a tratar a su cónyuge.
Referencias bibliográficas:
Acosta, F. (19 de Abril de 2018). Atiende UVI 100 casos de violencia doméstica al día. La Crónica.
Alcocer, J. (14 de Agosto de 2018). Se dispara violencia intrafamiliar hasta 75% durante 2018. Publimetro.
Melgosa, J. (2008). Cómo tener una mente sana. Madrid: Safeliz.
Ponce, K. (12 de Mayo de 2017). Los datos duros de la violencia intrafamiliar en México. Excelsior.
Salud, O. M. (29 de Noviembre de 2017). Organización Mundial de la Salud. Recuperado el 14 de Diciembre de 2018, de Organización Mundial de la Salud: https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/violence-against-women.
Fuente: psicologiaymente.com
por Carolina Herrera | Feb 6, 2019 | Uncategorized
Robin Rica, psicólogo especialista en Trastornos de la Conducta Alimentaria.
Director de la Unidad de TCA
Quizá aquellos que acuden al gimnasio a lo largo del año hayan notado que en estas fechas el aforo está ligeramente más lleno. Hacer ejercicio físico de forma regular y moderada es uno de los pilares de un estilo de vida saludable, previene multitud de patologías y es un activo importante en su tratamiento, tanto a nivel físico como psicológico.
El ejercicio físico se define, según la Organización Mundial de la Salud (2010), como una variedad de la actividad física ordenada, con una estructura y un plan, y que se realiza con el fin de mejorar la salud y el bienestar. Sin embargo, su valor como agente de salud no suele ser la principal motivación que mueve a la gente a su realización.
Es la mejora de la estética el motor que, mayoritariamente, mueve a las personas a iniciar una pauta de ejercicio físico. Especial mención tienen a este nivel el apuntarse al gimnasio, hacerse runner o salir a montar en bici. Son estas actividades que permiten al usuario la flexibilidad suficiente para practicarlas durante el tiempo que quiera y en el momento que elija. Esta flexibilidad de elegir es a priori un activo positivo, ya que nos permite tener una pauta de ejercicio físico que de otra manera podría ser incompatible con nuestros horarios.
La mayor exposición al propio cuerpo (y al ajeno) que implica el verano lleva a muchas personas por estas fechas a iniciar una rutina de ejercicio físico con el propósito (mayoritario) de moldear su cuerpo de cara al verano. Incluso aquellas personas que realizan ejercicio físico de manera regular a lo largo del año suelen variar sus rutinas de entrenamiento en estos meses. Sin embargo, la estética como motor derivada de una insatisfacción corporal hace que en muchos casos se haga un uso inadecuado del ejercicio físico, aumentando desmesuradamente su frecuencia e intensidad y el sufrimiento derivado de la perspectiva de no poder entrenar.
La dimensión cuantitativa y cualitativa del uso excesivo del ejercicio físico
El ámbito de la patología relacionada con el uso inadecuado del ejercicio físico es complejo y plagado de términos que en muchos casos se prestan a la confusión. Para empezar, podemos dividir entre la dimensión cuantitativa y cualitativa del uso excesivo del ejercicio físico. Cuando nos referimos a la dimensión cuantitativa, hablamos de aquellos aspectos relacionados con los aspectos objetivos de la actividad, como la duración, frecuencia o intensidad. Cuando éstas se incrementan aumenta el riesgo de lesión. La dimensión cualitativa por su parte implica aquellos aspectos motivacionales o intencionales por los cuales alguien se involucra en tal ejercicio físico. En este sentido no sólo importan los aspectos cuantitativos antes mencionados, sino la razón y el significado de hacer ejercicio, así como los sentimientos y emociones negativas que siente la persona cuando no puede mantener su rutina de entrenamiento. En estos casos la persona necesitaría hacer ejercicio físico para mantener un frágil sentido del bienestar.
De manera más específica, el término ejercicio físico compulsivo definiría a aquella persona que realiza ejercicio físico por un mecanismo de reforzamiento negativo, es decir, realiza el ejercicio para evitar el estado emocional negativo derivado de no realizar la conducta (e.g., culpa o ansiedad). Otro de los aspectos clave del ejercicio físico compulsivo es el uso que se hace de la actividad física como mecanismo regulador de estados emocionales negativos de la vida cotidiana. No contar con las herramientas suficientes de regulación emocional hace que las personas recurran a determinadas conductas que, de excederse, pueden resultar potencialmente nocivas, como el ejercicio físico. En estos casos la persona no disfruta de la actividad, sino que la vive como una obligación inquebrantable, llegando a impactar en su esfera social, familiar o laboral.
Puesto que casi cualquier persona que realiza ejercicio físico con regularidad refiere sentimientos psicológicos negativos cuando no puede hacer ejercicio por algún motivo inesperado, el factor clave a la hora de diferenciar entre un deportista comprometido con su rutina de ejercicio y una persona que realiza ejercicio de manera compulsiva es el nivel de intensidad de estos sentimientos. El ejercicio físico compulsivo puede ser un problema en sí mismo o puede ser un síntoma dentro de un Trastorno de Conducta Alimentaria (TCA) o de un cuadro de Dismorfia Muscular (DM), y en cualquier caso el riesgo que implica y el sufrimiento que supone para la persona lo convierten en una situación susceptible de abordaje terapéutico.
Fuente: centta.es
Comentarios recientes