Las madres estamos solas
Por Catalina Infante/Ilustración Sofía Valenzuela
Antes de convertirme en madre, varias mujeres, incluyendo mi psicóloga, intentaron advertirme de lo difícil que sería. En específico recuerdo una que, en una fiesta, al verme embarazada se acercó a saludarme. Era una antigua conocida de la época universitaria, entonces una alocada cantante de cumbia a quien yo admiraba. Por las redes sabía que había sido mamá de mellizos, así que intuí querría felicitarme y darme algunos consejos. Sin embargo, solo me dijo con un gesto serio: “Estamos solas. Nadie va a ayudarte”. Atribuí el dramatismo a su contexto personal, pero ahora me doy cuenta de que esa mujer solo intentaba advertirme de una verdad brutal, y de paso me regaló una frase que iría apareciendo una y otra vez durante mi puerperio; las madres estamos súper solas.
La página del Minsal define al puerperio como el período que se inicia con el nacimiento de la guagua y se prolonga durante seis semanas, cuando el organismo vuelve a su estado normal. Esta definición es la aceptada por los profesionales de la salud; sin embargo, si consideramos los aspectos psicológicos, emocionales y propios del sistema nervioso, otros especialistas (y las madres mismas) aseguran que dura hasta los dos años de vida, cuando la guagua alcanza una relativa independencia emocional de la madre. El mismo Minsal, en un instructivo dirigido a la familia y el entorno cercano de la madre, advierte sobre este delicado período. Dice, de manera literal, que estar en puerperio es como volverse loca. Sobre todo los primeros meses, cuando se asienta la lactancia y no existen los horarios de sueño. Las mujeres pasamos de tener el control de nuestras vidas a la pérdida absoluta de esta; sin horarios y ciento por ciento disponibles a las necesidades urgentes y vitales de un otro. Si no estamos preparadas y no tenemos apoyo del entorno familiar, vivimos este tiempo con mucha angustia y soledad, incluso con riesgo para nuestra psiquis. Al leer esto pienso qué alivio que exista conciencia de parte del Ministerio sobre la importancia de acompañar a las madres. Lástima que eso no se traduzca en un apoyo real y concreto, sino que se deje a la suerte de cada mujer procurar esa contención vital.
Resulta paradójico; desde que tengo uso de razón que la maternidad es un incentivo constante en el discurso público. A medida que las mujeres crecemos y envejecemos, la consigna del “tengan hijos” se alza, y aparece en la televisión cuando la prendemos, en los carteles publicitarios cuando caminamos por la calle, en las reuniones familiares cuando nos interrogan, en las conversaciones con las amigas, incluso en los discursos presidenciales. Hasta que llega el día en que eres madre y todos desaparecen. Desapareces de la televisión, porque nadie muestra a una madre real en posparto. Desaparecen los amigos que prometieron ayudarte, porque nadie coincide con tus horarios. El padre también desaparece, porque a los tres días está obligado a volver a trabajar. Las pocas personas que quedan, por ignorancia de las necesidades de una madre, te estresan tanto que no los quieres cerca. Y en esa realidad silenciada está la resignación de que la maternidad es responsabilidad de las madres y que solas debemos resistirla. Ya lo planteó hace unos años la filósofa Carolina del Olmo en el libro Dónde está mi tribu, una especie de biblia para la madre posmoderna. El ensayo, basado en la experiencia de la autora, interpela el famoso dicho “para educar a un niño hace falta una tribu entera” y expone la soledad que viven las madres en las grandes ciudades, desprovistas de cualquier red de apoyo. El sistema actual, dice, ha puesto en peligro los lazos sociales en los cuales se fundan los cuidados y nos ha dado la espalda a las mujeres, quienes hemos asumido solas este rol a lo largo de la historia. “El mundo occidental se ha quedado sin tribu”, dice. Porque ha desaparecido el clan que antes apoyaba a las madres: padres, abuelos, hermanos, vecinos. Las mujeres se han visto en la necesidad de incurrir en creativas formas de solventar esta carencia, aunque casi todas recaen en la única opción que ofrece el sistema: la ayuda pagada.
Las mujeres en puerperio tomamos esta carga como propia. Pensamos que es una prueba que tenemos que pasar y normalizamos en esos primeros meses no comer, no dormir, no ducharnos, pasar el día solas e incluso deprimirnos. Bajamos el moño ante esta realidad porque no tenemos energía ni tiempo para volver esta causa algo político. Vamos a doctores en busca de ayuda, quienes asocian nuestro estado a las hormonas o a la depresión posparto. Muchas terminan así, deprimidas. En Chile más del 40% de las madres presenta síntomas de ansiedad y depresión durante este período, donde el mayor número de casos se registra en los sectores socioeconómicos bajos, y asumimos que es porque son las que tienen menos posibilidad de ayuda.
Me atrevo a decir que la mayoría de esos casos podrían prevenirse con un simple cambio: que las madres no estén solas. La psicóloga Pamela Labatut, que cuenta con más de 24 mil madres que la siguen en Instagram buscando de forma virtual esa ‘tribu’ perdida, afirma que actualmente se aprecia en la mujer un aumento dramático en el deterioro de la salud mental; poco autocuidado y mucha sobrecarga mental. “No se ha educado socialmente que las madres necesitamos que nos cuiden. Además, todos los días necesitamos tiempo de autocuidado para sentirnos en mayor equilibrio, conectar y validar nuestras emociones, tener espacios de escucha y momentos de calma para proteger nuestra salud mental y la de nuestros hijos”, dice Jenny Bruna, fundadora de la web mamadre.cl -un blog que creó a partir de su propia experiencia de soledad y que se convirtió en un referente hace unos años cuando nadie hablaba de este tema-, comparte la idea de que las madres nunca hemos estado tan solas como lo estamos actualmente. “Aún se cree que criar es cosa de mujeres, y en ese camino corremos riesgo de padecer algún problema de salud mental, que finalmente también rebota en el niño o niña”. A esto Pamela Labatut agrega: “Un niño que crece con la madre mentalmente sana tiene menos posibilidades de padecer un trastorno psicológico en su adultez, eso está demostrado”. Considerando que Chile es el país que tiene la peor salud mental en niños, creo que aprender a cuidarnos es urgente.
Las puérperas sobrevivimos; el tiempo pasa, los hijos crecen, encontramos finalmente el equilibrio y el disfrute. Muchas lo resuelven con antidepresivos, porque aman a sus hijos y no quieren que carguen con una madre estresada. Y esto no es la realidad de unas pocas, en mayor o menor medida es transversal a las mujeres. Las más privilegiadas tienen ayuda de sus madres o suegras, o bien pagan por ella. Pero creo que eso solo habla de un círculo que no se rompe; esa ayuda la brindan otras mujeres. Por donde se mire, el cuidado de los hijos es para la cultura tarea nuestra, y mientras nosotras vivimos al filo del colapso, allá afuera el mundo se llena la boca con el discurso de la maternidad.
¿Por qué la soledad de una madre debe ser una causa política? Porque dejar a una mujer sola en su puerperio es un acto de violencia, que atenta contra la mujer y la vulnera. Porque la crianza de los hijos no es una responsabilidad exclusiva de nosotras, es una labor de la sociedad completa. Existen muchas formas de evitar esa soledad; un posnatal para los padres (no opcional a la madre, sino el suyo propio); ayuda psicológica gratuita para todas las mujeres en puerperio; subsidio para ayuda en los primeros meses en caso de no contar con el padre; redes de apoyo gratuitas con profesionales a disposición de la familia (asesoras de lactancia, por ejemplo) son solo algunas ideas, pero ninguna es hoy una lucha política real. Procurar el cuidado y el descanso de la mujer en puerperio es una labor y una responsabilidad social. Ser madre siempre será difícil, pero en soledad se vuelve imposible. Para vivir la experiencia materna de una forma saludable y que los niños lleguen a este mundo en un ambiente más sano y amable necesitamos con urgencia más apoyo. Las madres no debemos nunca estar solas.
Fuente: www.paula.cl
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