La ansiedad climática hace referencia a la preocupación, la frustración, el dolor e incluso la ira asociados a la realidad de la crisis climática y al constante fracaso de los gobiernos a la hora de actuar con la urgencia que requiere.
Es una respuesta perfectamente normal y saludable frente a la destrucción del mundo natural y a la inacción política.
Los miembros de Avaaz financiaron una encuesta realizada a niños, niñas y jóvenes sobre ansiedad climática. Se encuestaron a 10 mil personas en 10 países de todo el mundo. Se logró demostrar que la ansiedad relacionada con la crisis planetaria es muy alta porque:
– Los gobiernos están fracasando en tomar medidas para detener la crisis.
Estos son los hallazgos del estudio:
Casi la mitad de los jóvenes encuestados a nivel mundial (45%) asegura que la ansiedad relacionada con el cambio climático está afectando su vida cotidiana: la forma en la que juegan, comen, estudian y duermen.
Más de 7 de cada 10 (75%) encuestados cree que “el futuro es aterrador”.
El 58% expresó que los gobiernos están “traicionándoles a ellos y/o a las futuras generaciones», mientras que el 64% dijo que sus gobiernos no están haciendo lo suficiente para evitar una catástrofe climática.
Casi 4 de cada 10 jóvenes (39%) dice que ahora tienen dudas acerca de tener hijos.
¡Estos resultados son alarmantes! y no solo afecta a niños y niñas, sino que la ansiedad climática la sienten personas de todas las edades, en todas partes.
¿Qué podemos hacer con la ansiedad climática?
Consejos e ideas de la Alianza de Psicología Climática
Recuerda que no estás solo/a. Muchas personas quizá estén igual de ansiosas que tú, simplemente puede ser que no estén hablando de ello.
Crea un espacio para hablar sobre el cambio climático, específicamente sobre los sentimientos que surgen en ti y en los demás.
Debes saber que esto no depende solo de ti. Es poco lo que una sola persona puede hacer y, aunque las medidas individuales SÍ que tienen un impacto, la responsabilidad es colectiva.
Haz todo lo que puedas para cuidarte física y emocionalmente. Suena obvio, pero cuidar de lo básico puede ayudarte a mejorar tu resiliencia y a mantener los pies en la tierra.
Pasar tiempo en la naturaleza puede servirte. Conecta con la naturaleza y permítete disfrutar de su belleza. Nuestro amor por la naturaleza puede inspirar nuestra lucha por proteger el planeta.
Sentir cierto grado de ansiedad climática es una respuesta natural, y hablar de ello ayuda.
No es cuestión de “arreglar” o “solucionar” nuestra ansiedad, sino de aprender a vivir con ella. Para cada uno de nosotros, se trata de reconocer esos sentimientos y respetarlos para, de esta forma, poder comprometernos con la resolución de la crisis y pedir cuentas a nuestros líderes sin caer en la desesperación o en la negación.
Joan Hailfax, es una reconocida antropóloga e investigadora que ha recorrido el mundo compartiendo, ayudando y aprendiendo con las personas. Su trabajo ha sido tan significativo que TED la invitó a dar una conferencia sobre La compasión y la empatía. Dos temas que hemos tocado ya en Psyciencia pero creo la conferencia de Hailfax nos ofrece una experiencia muy humana y cálida que no sólo nos ayuda a entender estos importantes conceptos sino que también nos ayuda a experimentarlos.
“La compasión es la capacidad de ver con claridad la naturaleza del sufrimiento humano. Es esa habilidad de mantenerse firme y reconocer que no somos ajenos al sufrimiento. Pero eso no es suficiente, porque la compasión, la cual activa la corteza motora de nuestro cerebro, significa que también aspiramos a transformar el sufrimiento, y si somos bendecidos, nos involucraremos en actividades que transforman el sufrimiento.”
Compartimos con ustedes un corto de animación, para explicar las sutiles y reveladoras diferencias entre una respuesta «simpática» ante los problemas de los demás y una respuesta empática.
¿Cuántas veces hemos estado preocupados o angustiados por algo, y nos hemos encontrado con alguien que simplemente con una mirada, con un gesto o una palabra oportuna, ha hecho que nos sintamos mejor?. En este caso, la capacidad empática de esta persona es la que ha contribuido a nuestra mejoría. ¿Tenemos nosotros esta capacidad?, ¿Cómo podemos desarrollar este poder?, ¿En qué consiste realmente la empatía?
Dª. Trinidad Aparicio Pérez. Psicóloga. Especialista en infancia y adolescencia. Granada
1. ¿Qué es la empatía?
La empatía es la capacidad de entender los pensamientos y emociones ajenas, de ponerse en el lugar de los demás y compartir sus sentimientos.
No es necesario pasar por las mismas vivencias y experiencias para entender mejor a los que nos rodean, sino ser capaces de captar los mensajes verbales y no verbales que la otra persona nos quiere transmitir, y hacer que se sienta comprendida de manera única y especial.
2. ¿Cómo se desarrolla la empatía?
La empatía se da en todas las personas en mayor o menor grado.
No se trata de un don especial con el que nacemos, sino de una cualidad que podemos desarrollar y potenciar.
La capacidad para la empatía empieza a desarrollarse en la infancia.
Los padres son los que cubren las necesidades afectivas de los hijos y los que les enseñan, no solo a expresar los propios sentimientos, sino también, a descubrir y comprender los de los demás.
Si los padres no saben mostrar afecto y comprender lo que sienten y necesitan sus hijos, estos no aprenderán a expresar emociones propias y por consiguiente, no sabrán interpretar y sentir las ajenas.
De ahí la importancia de una buena comunicación emocional en la familia desde el principio.
La capacidad para la empatía se desarrollará más fácilmente en aquellas personas que han vivido en un ambiente en el que han sido aceptadas y comprendidas, han recibido consuelo cuando lloraban y tenían miedo, han visto como se vivía la preocupación por los demás…
En definitiva, cuando las necesidades afectivas y emocionales han estado cubiertas desde los primeros años de vida.
3. Obstáculos que dificultan la empatía
Muchas veces hemos podido preguntarnos por qué la gente no busca apoyo en nosotros o se retraen a la hora de hablarnos de sentimientos.
Existen una serie de barreras que suelen impedir este acercamiento.
Entre los errores que solemos cometer con más frecuencia a la hora de relacionarnos con los demás están esa tendencia a quitarle importancia a lo que le preocupa al otro e intentar ridiculizar sus sentimientos; escuchar con prejuicios y dejar que nuestras ideas y creencias influyan a la hora de interpretar lo que les ocurre; juzgar y acudir a frases del tipo «lo que has hecho está mal», «de esta forma no vas a conseguir nada», «nunca haces algo bien»… ; sentir compasión; ponerse como ejemplo por haber pasado por las mismas experiencias; intentar animar sin más, con frases como «ánimo en esta vida todo se supera»; dar la razón y seguir la corriente….Todo esto, lo único que hace es bloquear la comunicación e impedir que se produzca una buena relación empática.
Las personas que están excesivamente pendientes de sí mismas tienen más dificultades para pensar en los demás y ponerse en su lugar.
Por lo tanto, para el desarrollo de la empatía tendríamos que ser capaces de salir de nosotros mismos e intentar entrar en el mundo del otro.
4. Estrategias para desarrollar la empatía
Es evidente que hay personas que por diversas razones tienen mucha capacidad empática y sin embargo otras, poseen enormes dificultades para entenderse con la gente y ponerse en su lugar.
En cualquier caso, conviene saber que las habilidades empáticas se pueden potenciar y desarrollar:
En cuanto a las actitudes que se deben tener para desarrollar la empatía destacan:
Escuchar con la mente abierta y sin prejuicios; prestar atención y mostrar interés por lo que nos están contando, ya que no es suficiente con saber lo que el otro siente, sino que tenemos que demostrárselo; no interrumpir mientras nos están hablando y evitar convertirnos en un experto que se dedica a dar consejos en lugar de intentar sentir lo que el otro siente.
Habilidad de descubrir, reconocer y recompensar las cualidades y logros de los demás. Esto va a contribuir, no solamente a fomentar sus capacidades, sino que descubrirán también, nuestra preocupación e interés por ellos.
5. ¿Cómo expresar la empatía?
Hay varias formas de expresar empatía.
Una de ellas es hacer preguntas abiertas. Preguntas que ayudan a continuar la conversación y le hacen ver a la otra persona que estamos interesados por lo que nos está contando.
Es importante, también, intentar avanzar lentamente en el diálogo, de esta forma estamos ayudando a la otra persona a que tome perspectiva de lo que le ocurre, dejamos que los pensamientos y sentimientos vayan al unísono y nos da tiempo de asimilar y reflexionar sobre el tema.
Antes de dar nuestra opinión sobre el tema, debemos esperar a tener información suficiente, cerciorarnos de que la otra persona nos ha contado todo lo que quería y de que nosotros hemos escuchado e interpretado correctamente lo esencial de su mensaje.
En ocasiones los otros no necesitan nuestra opinión y consejo, sino saber que los estamos entendiendo y sintiendo lo que ellos nos quieren transmitir.
Cuando tengamos que dar nuestra opinión sobre lo que nos están contando es muy importante hacerlo de forma constructiva, ser sinceros y procurar no herir con nuestros comentarios.
Para esto es muy importante ser respetuoso con los sentimientos y pensamientos de la otra persona y aceptar abiertamente lo que nos está contando.
Es aconsejable tener una buena predisposición para aceptar las diferencias que tenemos con los demás, ser tolerantes y tener paciencia con los que nos rodean y con nosotros mismos.
Aunque ser tolerante no quiere decir que tengamos que soportar conductas que nos hacen daño o que pueden hacer daño a otros, sino aceptar, comprender y respetar las diferencias.
Aislar e ignorar física y afectivamente al niño sólo logran que obedezca por miedo
Una madre encadena a una farola a su hija de ocho años por faltar a clase, era el titular de la noticia publicada en este medio hace unos días. Estoy convencida de que la mayoría de los padres y madres que la leyeron pensaron que era una barbaridad. Sin embargo, y conviniendo con todos en que efectivamente lo es, yo quiero hoy hablar de otras formas de maltrato infantil cotidianas, normalizadas, asumidas por la mayoría de los que educan y que llamamos eufemísticamente castigo.
La forma en que castigamos a nuestros niños ha evolucionado en los últimos años, en los que el castigo físico es cada vez menor y peor visto, porque además es ilegal. Sin embargo, han aparecido formas aparentemente más benignas, como la famosa y generalizada “silla o rincón de pensar”. Este engendro gestado y parido por el conductismo más mohoso y maquillado no es otra cosa que el famoso tiempo fuera (time out) disfrazado de moraleja reflexiva. De todos los que somos padres o educadores es sabida la capacidad de reflexión que tiene un niño de tres o cuatro años sobre un suceso o una conducta inadecuada. Hagan el experimento y pregunten a un niño qué ha estado pensando después de estar un rato sentado en la silla de “pensar” y sin riesgo a equivocarme la mayoría le dirá que solo a que pasara el tiempo y le dejaran continuar su vida.
Eso, en el mejor de los casos, porque la silla de pensar es la silla del resentimiento y la confusión. Es una técnica punitiva, se trata de una expulsión o aislamiento del niño sin dotarle de ningún tipo de herramienta para que aprenda a gestionar el conflicto. Un niño no sabe pensar si no es guiado y acompañado con un adulto y desde luego, nadie puede pensar inundado de ira o de frustración. Aislar e ignorar física y afectivamente a un niño no educa. Por el contrario, contenerle, ayudarle a calmarse (respiración, frasco de la calma, un cojín preferido, un abrazo si se deja, unas cuantas carreras…), para después guiarle hacia una reflexión sobre lo ocurrido y tratar conjuntamente de encontrar una mejor manera de hacer las cosas, sí educa. Porque no se trata solo de decirle lo que no es correcto, sino de mostrarle caminos alternativos al mal comportamiento. Incluso pueden utilizarse recursos como teatralizar la situación con las nuevas estrategias para que “ensaye” su puesta en marcha, o darle al botón imaginario del retroceso para tener la oportunidad de esta vez, hacerlo bien. Ellos necesitan saber cómo y es nuestra responsabilidad ayudarles. No expulsarles.
Nos han entrenado durante generaciones para pensar que el castigo, adecuadamente suministrado, es educativo. Y no lo hemos cuestionado. Desde la ciencia conductista que experimenta con perros y ratas de laboratorio, nos dijeron que el castigo modifica la conducta. Y es verdad. Al menos, en el caso de las ratas y los perros. La cuestión es que modificar la conducta no es educar, es adiestrar. Es hacer que el otro haga lo que es presuntamente correcto por miedo y por sumisión porque estoy ejerciendo una acción punitiva sobre él.
Hemos normalizado grandes dosis de violencia contra los niños en nombre de su educación, en el peligroso “por su bien”. Forma parte de la cotidianidad de los hogares la amenaza, la violencia verbal, el silencio, el chantaje, la sumisión. Hablo de una sociedad que entiende la educación y la crianza de forma vertical donde yo adulto, tengo la prerrogativa de administrar la dosis de respeto y dignidad hacia ti que por ser menor y/o saber menos que yo, estás por debajo. Hablo de una sociedad profundamente adultocentrista y violenta en su forma de vincularse y ejercer el poder. Hablo de miles de generaciones que han transmitido todo esto como la sangre que nos corre por las venas sin cuestionamiento alguno, porque cuestionar eso era cuestionar a quien lo ejerció sobre nosotros.
Las consecuencias del castigo
Pero además de que el castigo, en cualquiera de sus variantes, atenta contra la dignidad de quien lo recibe, intoxica el vínculo padre-hijo, produce resentimiento, anula el criterio, genera indefensión, conductas evitativas, y violencia, fragiliza una autoestima en construcción, genera ansiedad y miedo, y perpetúa el modelo anacrónico, simplista e ineficaz de educación, que ya no defenderían ni los conductistas más radicales. Se trata de un modelo aprendizaje que corresponde al siglo pasado y experimentado inicialmente con animales, para generalizarlo después al comportamiento humano. El castigo modifica la conducta, es efectista y nos encanta porque crea el espejismo de que hemos sido capaces de corregir aquello que el niño ha hecho mal, víctimas de la inmediatez de todo lo que hoy nos ocupa. Educar es una carrera de fondo, que consiste básicamente en sembrar la motivación intrínseca en el propio niño para hacer lo que ha de hacerse. Con los castigos no se interioriza el aprendizaje a largo plazo, los niños solo obedecen por miedo y se dejan fuera las variables emocionales y cognitivas, que son básicamente el barro del que estamos hechos.
Se trata de construir cimientos sólidos desde dentro, no convertir a nuestros hijos en marionetas manejadas por la aprobación o desaprobación del entorno, siendo capaces de estimular el criterio propio y el sentido de la dignidad. Se trata de romper un círculo vicioso transmitido por generaciones donde hemos creído que para educar es necesario violentar, coartar, rescindir, amenazar, mientras que simultáneamente les ahorramos por sobreprotección la posibilidad de experimentar las consecuencias del error, construyendo sin querer una sociedad individualista, poco empática que nunca se pregunta el porqué de una mala conducta y solo tiende a eliminarla. Si educamos en el resentimiento obtendremos adultos con deseos de venganza que la ejercerán en cuanto se les brinde el poder para ello: como padres, como jefes, como vecinos, como individuos en definitiva que se relacionan con ese oscuro lugar.
La pregunta obvia entonces es que si no disponemos de esta herramienta tan socorrida para combatir el mal comportamiento, ¿cómo lo hacemos? Yo abogo por un modelo educativo basado en la prevención y en la comunicación emocional. Un modelo donde, por supuesto, hay límites razonados y donde no evito que el niño sienta las consecuencias naturales de un mal comportamiento. Son estas las que nos servirán de vehículo para la reflexión, acompañada y el aprendizaje a través de la experiencia, único aprendizaje verdadero que conduce al crecimiento sano y a la madurez. Un modelo que pone más luz en lo que se hace bien que en el error, un modelo donde dicho error es un recurso genuino y valioso para el aprendizaje, no algo a combatir.
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