La neurociencia demuestra que la lactancia materna no es solo leche

La neurociencia demuestra que la lactancia materna no es solo leche

Por Kathleen Kendall-Tackett


Las primeras experiencias de la vida preparan el escenario para la salud física en la vida posterior. Reducir el estrés tóxico temprano es clave para prevenir la enfermedad en adultos (Shonkoff, 2016).

La lactancia materna es una manera muy directa de disminuir el estrés tóxico temprano. Estudios recientes han demostrado que la lactancia materna aumenta el bienestar físico y mental de los bebés, y estos efectos van mucho más allá de la composición de la leche. Una clave para entender estos efectos a largo plazo es la respuesta materna. Cuando las madres responden a las señales de sus bebés de forma consistente, preparan el escenario para una resiliencia permanente en sus hijos. Y la respuesta materna a las señales es algo intrínseco de la relación de amamantamiento. Esto se refleja en la salud mental de los niños.

En un estudio de 2.900 parejas bebé-madre lactante, la lactancia materna durante un año se asoció con una mejor salud mental infantil en todas las edades hasta los 14 años (Oddy et al., 2009). La mayor duración de la lactancia materna se asoció con una mejor salud mental infantil en cada aspecto de la evaluación.

Depresión materna

La depresión materna tiene un efecto negativo bien documentado en bebés y niños. Es perjudicial porque afecta la capacidad de las madres para responder a sus bebés. Las madres deprimidas tienden a desapegarse de sus bebés, y a no responder a sus señales. Los bebés experimentan esto como muy estresante, y ser criado por una madre o un padre crónicamente deprimido puede tener efectos para toda la vida (Field, Diego y Hernández-Reif, 2009; Kendall-Tackett, 2002, Weissman, 2006).

Los resultados de los experimentos de Edward Tronick ‘Still-Face Mother’ pueden extrapolarse a lo que sucede con la depresión materna. :os efectos de la no respuesta materna pueden apreciarse en estos videos elocuentes.

Y los efectos son duraderos. Un seguimiento de 20 años de niños hijos de padres deprimidos los comparó con un grupo de niños adultos cuyos padres no tenían ninguna enfermedad psiquiátrica. Pues bien, los hijos adultos de padres deprimidos tenían una tasa tres veces mayor de depresión, trastornos de ansiedad y abuso de sustancias, en comparación con los hijos adultos de padres no deprimidos.

Durante muchos años, en los estudios sobre depresión materna no se incluyó el factor del tipo de lactancia. De hecho, durante años, los profesionales de la salud mental perinatal creían que la lactancia materna era en realidad un factor de riesgo para la depresión posparto. Afortunadamente, ahora tenemos pruebas que indican que las madres que amamantan en exclusiva están en menor riesgo de depresión. De hecho, la lactancia materna protege la salud mental de la madre (Dennis & McQueen, 2009; Groer y Davis, 2006; Kendall-Tackett, Cong y Hale, 2011).

Sueño

Una de las razones por las que la lactancia materna reduce el riesgo de depresión es por su impacto positivo sobre el sueño. En todos los parámetros del sueño, las madres que amamantan exclusivamente tienen un mejor sueño que aquellas que ofrecen una lactancia mixta o de fórmula, concretamente en:

Duración total del sueño
Minutos para llegar a dormir
Porcentaje de sueño de onda lenta
Fatiga diurna
Salud física percibida
(Blyton, Sullivan, & Edwards, 2002, Doan, Gardiner, Gay y Lee, 2007, Kendall-Tackett et al., 2011)

Nuestro estudio de 6.410 madres indicó que las madres que amamantaron exclusivamente eran puntuaban significativamente mejor en cada parámetro del sueño comparado con aquellas que ofrecían lactancia mixta o de fórmula. Sorprendentemente, no hubo diferencias significativas entre las madres de alimentación mixta y de fórmula (Kendall-Tackett et al., 2011). En otras palabras, la lactancia materna exclusiva es una experiencia fisiológica diferente a la alimentación mixta. Cuando las madres complementan con la fórmula, pierden el beneficio fisiológico de la lactancia materna en su sueño.

Protección y capacidad de respuesta

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Un estudio también encontró que la lactancia materna protege a los bebés cuando sus madres están deprimidas. Este estudio comparó cuatro grupos de madres: madres que estaban deprimidas (lactancia materna o fórmula) o no deprimida (LM o fórmula). La medida fue el EEG (electroencefalograma) de los bebés: los patrones anormales fueron un síntoma de la depresión en los lactantes. Los bebés de madres lactantes deprimidas tenían patrones EEG normales en comparación con los bebés de madres deprimidas y alimentadas con fórmula (Jones, McFall y Diego, 2004). En otras palabras, la lactancia protege a los bebés de los efectos nocivos de la depresión de sus madres.

La razón de este hallazgo se reduce a la responsividad materna. Los investigadores descubrieron que las madres deprimidas y lactantes no se desprendían de sus bebés. No podían. Las madres lactantes miraban, tocaban y hacían contacto visual con sus bebés más que las madres que no estaban amamantando. Y eso fue suficiente para marcar la diferencia.

Transmisión de la violencia intrafamiliar

Las madres con un historial de abuso infantil a menudo sienten como si no tuvieran las herramientas necesarias para ser buenas madres, y se preguntan si perpetuarán el ciclo de violencia. El sueño deteriorado puede ser un factor importante para la transmisión intergeneracional del abuso. Los bebés de madres con depresión o TEPT (trastorno de estrés postraumático) son más propensos a tener dificultades para dormir, posiblemente debido a su exposición in utero a las hormonas de estrés elevadas de sus madres (Field, Diego y Hernandez-Reif, 2006). Un estudio reciente encontró que para las mujeres con trastorno de estrés postraumático y un historial de abuso infantil, las dificultades del sueño infantil y la depresión materna deterioraron el vínculo madre-bebé y aumentaron el riesgo de transmisión intergeneracional de trauma (Hairston et al., 2011). Pero si la madre amamanta, la situación cambia.

En Strathearn et al (2009), un estudio longitudinal de 15 años de duración de 7.223 parejas australianos de madre y bebé lactante, la lactancia materna redujo sustancialmente el riesgo de maltrato por parte de la madre. Las madres que no amamantan fueron 2,6 veces más propensas a ser físicamente abusivas, y tenían 3,8 veces más probabilidades de descuidar a sus hijos en comparación con las madres que amamantaban.

Los resultados de nuestro estudio de 2013 pueden ayudar a explicar este resultado. En nuestra muestra de 6,410 nuevas madres, 994 mujeres reportaron agresión sexual previa. Como se predijo, la agresión sexual tuvo un efecto negativo e intenso sobre el sueño de las madres, el bienestar físico y la salud mental. El sueño de las mujeres asaltadas sexualmente era malo, estaban más cansadas, ansiosas y enojadas, y tenían más depresión. Pero cuando agregamos el modo de lactancia a nuestro análisis, encontramos que la lactancia materna atenuó los efectos de la agresión sexual y suavizó la respuesta al estrés. Este efecto se produjo sólo en las mujeres que amamantaban exclusivamente (Kendall-Tackett, Cong, & Hale, 2013). La ira, en particular, se redujo y esto podría explicar los hallazgos de Strathearn citados anteriormente. Además, las tasas más bajas de depresión mejoraron la respuesta materna, lo que es un factor protector.

Apego y salud mental a largo plazo

También podemos examinar el impacto de la calidad del apego madre-hijo y sus efectos sobre la salud a largo plazo. Mary Ainsworth y John Bowlby señalaron que la responsividad materna (o de la persona maternante) era clave para crear un apego seguro en los bebés. Ainsworth desarrolló la medida primaria del apego en los bebés: La situación extraña.

La situación extraña se ha utilizado en miles de estudios en todo el mundo para medir la calidad del apego. El apego seguro es un gran predictor de la salud mental y física del niño, y la capacidad de respuesta materna es la clave. Cuando no se responde a las señales de los bebés manera consistente, desarrollan apegos inseguros, y eso tiene implicaciones a largo plazo para la salud mental, según un reciente estudio longitudinal de 32 años de 163 personas (Puig, Englund, Simpson y Collins, 2013). Se hizo un seguimiento de los participantes desde el nacimiento hasta los 32 años. A los 12 a 18 meses, se evaluaron a través de la Situación Extraña. Aquellos que tuvieron vínculos inseguros tenían significativamente más enfermedades inflamatorias a los 32 años que aquellos que tenían apegos seguros. Estos hallazgos se deben probablemente a la activación crónica del sistema de respuesta inflamatoria en aquellos con apegos inseguros.

En resumen, los resultados de estos estudios demuestran que la lactancia materna tiene un papel mucho más importante en el mantenimiento de la salud física y mental de lo que creíamos anteriormente. Debido a que la lactancia materna aumenta la sensibilidad y responsividad materna, hace que la experiencia cotidiana de la maternidad sea más agradable, y aumenta las posibilidades de que madres y bebés desarrollen un buen apego. La lactancia materna es mucho más que un método de alimentación. Es una manera de cuidar a un bebé que proporcionará una vida de buena salud emocional, ya que proporciona una manera para que las madres se conecten con sus bebés, incluso si ellas no experimentaron ese tipo de atención ellas mismas. En resumen, la lactancia materna puede hacer que el mundo sea un lugar más feliz y saludable, empezando por cada madre y cada bebé. No se trata sólo de leche.

Kathleen Kendall-Tackett, PhD, IBCLC, FAPA
Traducido del artículo:
Neuroscience show that breastfeeding is not just milk

 

Fuente: www.saludmentalperinatal.es

La lactancia materna como herramienta fisiológica del vínculo afectivo

La lactancia materna como herramienta fisiológica del vínculo afectivo

Por Ibone Olza


Estamos acostumbrados a escuchar la inmensa lista de efectos positivos de la lactancia materna. Sin embargo, tal vez el motivo más importante para recomendarla o apoyarla sea que favorece el vínculo. Es algo tan sencillo como decir que permite que el bebé crezca sintiéndose muy querido y feliz, lo que a la larga hará que sea una criatura con una buena autoestima y confianza en sí misma. Desde luego que esto también se puede conseguir sin lactancia materna, pero lo cierto es que ésta lo facilita muchísimo. ¿por qué?

¿Qué es el vínculo?

El vínculo es la relación de apego entre la madre y el bebé. Es la base, la relación que le da a la criatura la seguridad y confianza que necesita para luego poder explorar el mundo que le rodea. Para tener una afinidad fuerte con la madre, los bebés nacen aprendidos: instintivamente buscan estar pegado a ellas. Como decía Bolwby, el investigador que describió la formación del vínculo en los humanos: “es una suerte, para su supervivencia, que los bebés estén hechos por la naturaleza de tal modo que seducen y esclavizan a sus madres“.

El vínculo entre madre e hija/a en condiciones ideales es una relación amorosa plena. La criatura va aprendiendo a confiar en el mundo y en las demás personas gracias a la seguridad que le produce saber que su madre está ahí, que responde a sus necesidades, que en resumidas cuentas la ama y acepta tal y como es.

El vínculo se va fortaleciendo a lo largo de los primeros meses y años de vida. El bebé despliega todas sus conductas destinadas a tener cerca a su madre: succiona, acaricia el otro pecho, la sigue con la mirada, le sonría, la llama o llora y se desespera si ésta desaparece de su entorno. Todo son conductas de apego, respondidas con la atención materna. Así, la madre y el bebé tienen una relación muy estrecha y cercana, satisfactoria, completa.

No sólo favorece el vínculo: es el vehículo perfecto, el lugar ideal, el espacio de encuentro. Porque dar de mamar es un abrazo madre-bebé casi continuo. Los bebés amamantados permanecen mucho tiempo en brazos de sus madres, pegados a su pecho, oyendo su corazón, escuchando su voz, sintiendo su olor continuamente … El bebé se siente amado, sabe que su madre está ahí cerquita, y que responde a sus necesidades. Así se construye la seguridad en uno mismo, sintiendo ese amor de los demás, y la autoestima, porque a través del cariño que la madre muestra por el cuerpo de su bebé (mediante caricias, abrazos, incluso cantos), éste también aprende a amar su propio cuerpo. La lactancia facilita la conexión madre-hijo/a: pasarse horas mirándose y acariciandose, quedarse medio dormidos en un sofá o dormidas del todo en una cama …

La lactancia materna es, además, gratuita, preciosa, ecológica y portátil. Las madres pueden amamantar en cualquier lugar y a cualquier hora: el alimento siempre está en su punto, da igual que la madre acabe de bañarse en el mar o esté viajando en un avión. Cada vez que se ofrece el pecho a un bebé se le está dando mucho más que leche, se le da un abrazo, un consuelo, una caricia. La lactancia es cosa de dos, y las madres que amamantan pueden explicar todo lo que reciben a cambio: los bebés también las acarician, les sonríen, miran, escuchan, dan las gracias de mil maneras…

Conforme van creciendo, la relación va adquiriendo nuevas y sorprendentes formas: los niños de dos años que siguen tomando el pecho juegan con él, acercan los juguetes al pecho, hablan con cariño de “las tetis” de su madre… Y a veces también lo piden cuando notan que es su madre la que necesita parar un rato y recibir un abrazo. La lactancia es una relación amorosa muy intensa y deliciosa, pero muchas veces se malogra de manera temprana a pesar de los deseos de madre e hijo/a.

Fuente: www.saludmentalperinatal.es

El amor protege la salud mental de los bebés

El amor protege la salud mental de los bebés

Por Dra. Ibone Olza


Nacemos para amar. Y para ser amados. El amor no es un capricho ni un lujo. Por el contrario es algo central para la supervivencia de nuestra especie. La naturaleza ha previsto que las madres se enamoren de sus bebés desde el nacimiento y que sea este amor el que modele el crecimiento de la criatura. En base a esta primera relación amorosa se irá desarrollando el cerebro y con él la personalidad del recién nacido. Lo que la naturaleza ha diseñado para la supervivencia de nuestras criaturas es una maravillosa y fascinante sincronía de madres y bebés.

Cuando el ambiente es respetuoso con las necesidades de ambos la crianza se convierte en una experiencia del más profundo y verdadero amor. Ahora sabemos que es la química de ese amor la que permite a los bebés crecer confiando en la vida y disfrutando al máximo. Esa química amorosa que se traduce en salud y placer.

Sin amor no crecemos. O crecemos maltrechos. Es la otra cara de la misma moneda. Cuando el vínculo falla, cuando por diversas razones los bebés no consiguen apegarse a sus madres y padres todo resulta mucho más difícil. Cuando se obstaculiza la química y no se permite la construcción natural de los cimientos del apego el resultado es dolor, dificultad, sufrimiento, desconfianza y en el peor de los casos desapego. Desapego que también se traduce en alteraciones cerebrales, crecimiento patológico, problemas de salud e incluso patologías mentales.

Nacemos para amar y sin amor no crecemos. Pero esto no se suele enseñar en las facultades de medicina. A los médicos no nos inculcan la importancia del amor, ni como afecta a la salud. Es más, raramente se menciona el efecto del amor en los cuidados o en la relación con los pacientes. Dedicamos años al estudio de la química de la vida y del funcionamiento del cuerpo humano pero apenas aprendemos nada sobre la necesidad de amor para el crecimiento y la salud.

A mí no me explicaron la teoría del vínculo en la facultad de Medicina. Tampoco me contaron nada sobre las necesidades amorosas de los bebés. Durante mi especialización como psiquiatra no oí hablar de lo importantes que son las caricias, el placer o la alegría para la salud mental. Aunque me formé como psiquiatra infantil poco o nada me explicaron durante la residencia sobre la lactancia materna o las consecuencias de cómo se desarrolla el nacimiento.

Pero resulta que además de médico soy madre. Creo que esa es la razón por la que escribo que necesitamos nacer (y morir) rodeados de amor. Lo siento, lo pienso, lo escribo convencida y busco en la ciencia la confirmación de lo que para mi –y para tantos- resulta evidente. Sin embargo al recurrir a la ciencia para encontrar la prueba que sostenga mi intuición los resultados son dispares. Por un lado me siento fascinada por los innumerables hallazgos que avalan la hipótesis. Por otro aumenta mi desconcierto: cuanto más leo menos entiendo como es posible que ese sólido conocimiento científico no se haya traducido en un mayor respeto a la fisiología y a la vida.

La teoría del vínculo, que el psiquiatra infantil John Bowlby formuló con brillantez entre los años cincuenta y setenta del siglo pasado ha generado un amplio número de estudios e investigaciones científicas. En resumidas cuentas Bowlby afirmó que la relación que establece el recién nacido con sus padres es algo central para la supervivencia humana y añadió que dicha relación cálida, íntima y continuada tiene que estar caracterizada por la satisfacción y el goce mutuo. Desde entonces infinidad de profesionales de la psicología, medicina, etología y neurobiología entre otras ciencias han estudiado en las últimas la naturaleza esta relación. Los hallazgos coinciden en esta conclusión: nada más nacer todos los bebés esperan ser queridos. En las primeras horas y semanas de vida se producen acontecimientos extraordinarios desde el punto de vista de la química cerebral que nunca más se repetirán. El amor en los primeros momentos de la vida no se parece a una película romántica sino más bien a una droga dura. Es tal la intensidad que a veces asusta. Las sensaciones de placer, unión, entrega y transcendencia se mezclan entre los efectos que llevan a la construcción del apego. La neurobiología del apego ha demostrado como en condiciones idóneas las hormonas del amor (como la oxitocina) invaden el cerebro de la madre y de su bebé y dirigen la orquesta durante los primeros años de la vida. A más hormonas de amor, más receptores en el cerebro del bebé, más conexiones neuronales, más crecimiento en las áreas de la empatía y la sociabilidad, más inteligencia y también mayor tendencia a la bondad.

Lo que la ciencia del apego nos enseña es fácil de resumir: hay que cuidar a las madres para que puedan vincularse eficazmente con sus bebés. Cuidar a las madres significa respetarlas, escucharlas, sostenerlas. Pero ese respeto a las madres que debería ser el punto de partida todavía brilla por su ausencia en muchas facetas de nuestra sociedad, incluida la ciencia. A lo largo de décadas las madres y sus experiencias han sido desautorizadas, ninguneadas o incluso culpabilizadas desde la psiquiatría, la psicología, el psicoanálisis o la medicina. En vez de ser tomadas en cuenta como verdaderas expertas y conocedoras de sus hijos han sido excluidas, privadas en ocasiones incluso del contacto con sus hijos o bebés, tachadas de inmaduras o inconscientes e incluso maltratadas.

Desde que inicié mi formación profesional como psiquiatra infantil me resultó chocante esa actitud despectiva hacia las madres en el entorno médico y psiquiátrico. “Esa madre es una histérica” era una sentencia habitual. A lo largo de la historia de la psiquiatría a las madres tristemente se les culpó de enfermedades tan graves como el autismo, la esquizofrenia o la anorexia nerviosa. Esta actitud persiste en muchos ámbitos y a veces reaparece disfrazada. No es de extrañar que el sentimiento de culpa sea tan frecuente entre muchas madres occidentales.

Fuente: www.saludmentalperinatal.es

Publicado en: “Maternidad, ciudadanía y cuidadanía”. Prensa Universitaria de Zaragoza

Texto completo:
http://www.iboneolza.com/articulos/LA%20CIENCIA%20DE%20LAS%20MADRES2010.pdf

¿Qué es el apego y cómo podemos fomentarlo con nuestros hijos/as?

¿Qué es el apego y cómo podemos fomentarlo con nuestros hijos/as?

Ps.Felipe Lecannelier Acevedo.
Director del Centro de Estudios Evolutivos e Intervención en el Niño (CEEIN).
Universidad del Desarrollo

El apego es la relación afectiva más íntima, profunda e importante que establecemos los seres humanos. Este apego afectivo se caracteriza por ser una relación que es duradera en el tiempo, suele ser estable, relativamente consistente, y es permanente durante la mayor parte de la vida de una persona. Ejemplos de relaciones de apego son las que se desarrollan entre las parejas y entre los hijos e hijas y sus madres/padres (y a veces entre profesionales y sus pacientes y/o alumnos). Aquí nos centraremos en el apego entre los hijos/as hacia sus madres/padres.

En la actualidad se considera que el apego es uno de los aspectos más importantes en el desarrollo de los niños, debido a las siguientes razones:

  • Primero, el apego es una necesidad biológica que todos los seres humanos tenemos (de igual importancia que comer o respirar), esto quiere decir que los niños (y los adultos) necesitan vivir vinculados a otras personas que los cuiden y los quieran.
  • En segundo lugar, el apego es importante porque es el “espacio vital de crecimiento del niño”, es decir, que la calidad del apego que reciba el niño/a va a influir en cómo se comportará y desarrollará en el futuro.
  • Finalmente, el apego es lo que da al niño un sentido de seguridad, autoestima, confianza, autonomía y efectividad para enfrentar el mundo, de acuerdo a la calidad afectiva que reciba de sus padres.

Teniendo en cuenta todas estas razones, es muy importante aclarar que el apego no incluye todas las instancias de crianza y relación que se establecen con el niño/a. El apego se forma específicamente en aquellos momentos donde ellos sienten o expresan algún malestar (sea porque se sienten solos, están enfermos, se hicieron daño, etc.) y el modo cómo los padres calman ese malestar.

De una forma más clara y directa es posible afirmar entonces que la calidad del apego que los hijos establecen con uno está determinada por el modo como se suele calmar los diversos malestares que pueden sentir o vivir. Si por ejemplo, un niño se cae, llora, y los padres lo retan, o si a un bebé se lo deja llorar por mucho tiempo, o si se deja solo a un niño o niña por largos periodos, entonces todos esos son modos que no calman al niño, sino que lo dejan con más malestar (y por ende, son modos inadecuados de establecer apego). Por lo tanto, el apego es una relación afectiva estable, duradera, íntima que determina en gran parte el desarrollo presente y futuro del niño/a, y que se forma en los miles de momentos en donde un infante expresa su necesidad de ayuda y lo que los padres hacen con ese malestar. Desde este punto de vista, inevitablemente surgen muchas preguntas e interrogantes sobre el modo más adecuado de cuidar y calmar a los niños.

Históricamente, los padres y madres hemos recibido muchos consejos y guías que se contraponen con lo que las investigaciones en apego han demostrado. Algunos de estos mitos de la crianza son:

  • el apego sólo se forma con contacto piel a piel en el momento del parto: si bien este momento es muy importante para el desarrollo del niño y el desarrollo del vinculo con la madre, ha sido un error pensar que aquellas madres que lo hacen tendrán buen apego y las que no lo hacen no lo tendrán. El apego no se forma en un solo instante de minutos u horas, sino en el día a día de la relación con el niño, desde el nacimiento hasta la adultez.
  • las instancias de juego son las principales para formar un apego sano: el juego es una instancia vital para el desarrollo del niño, pero no tiene sentido jugar si por otra parte, no se los suele calmar y apoyar cuando lo necesitan. Algunos padres y madres sólo interactúan de modo positivo con los niños en el juego, pero no los calman adecuadamente cuando les pasa algo negativo.
  • la lactancia es otra de las principales instancias para formar un apego sano: aunque nadie duda de los impresionantes beneficios de la leche materna, es un error pensar que solo se hace apego en este momento ya que tal como se ha mencionado el desarrollo del apego es una actividad diaria y continua referida a calmar el stress de los niños.
  • a los bebés y niños/as no se les debe tomar siempre en brazos, de lo contrario se mal acostumbrarán (y mal criarán): los estudios han mostrado lo contrario. Aquellas madres o padres (o cuidadores importantes para el niño) que suelen siempre calmar al niño, darle contacto afectivo y físico continuo, suelen tener niños “mejor comportados”, mas calmados (y menos descontrolados). El contacto físico constante da seguridad al niño, y lo protege de futuros problemas afectivos y conductuales.
  • si a un niño se lo consiente en todo, se “mal criará”: los niños que se tildan de “mal criados” no es porque se les da todo, sino porque los padres en algunas ocasiones les dan todo, pero en otras cambian su conducta de modo inconsistente, es decir el niño/a se confunde y se siente inseguro del cariños de su padre y madre. Si a un bebé o niño se le da todo en términos de cariño, se le está enseñando a confiar, querer y comunicarse con los otros (y a calmarse a sí mismo).
  • los bebés tienen que aprender a ser independientes desde temprana edad (dormir solos, jugar solos, aprender a estar solos, etc.): los bebés no están biológicamente preparados para aprender a estar solos (¡ningún ser humano lo está!). Entonces, cuando se busca que los niños sean independientes a temprana edad, en el fondo lo que se está haciendo es fomentar su soledad, y su falta de confianza en el cariño de los padres. De a poco hay que ayudarlos a desarrollar su autonomía, pero estando siempre atentos a apoyarlos.
  • cuando un bebé o niño hace una pataleta se la debe ignorar: los estudios son claros en mostrar que cuando se hace eso, el niño aumenta mas su rabia, frustración, y por ende, no solo hace mas pataletas, sino que siente rencor hacia sus padres (si esto se hace de un modo relativamente continuo).

En conclusión, la importancia del apego en la crianza nos dice que tenemos que entregar todo el cariño, afectividad, contacto físico, que podamos a los niños. Es de ese modo como ellos aprenderán a enfrentar el mundo de un modo adecuado.

Es importante tener en cuenta ciertas habilidades fundamentales que pueden ayudar a fomentar un apego sano con los hijos. Más de 30 años de estudios han mostrado que son 4 las habilidades fundamentales que se deben tratar de aplicar de un modo secuencial:

  • Atención: aquí se refiere a la habilidad básica de atender, contactarse afectivamente y comprometerse con el desarrollo del niño.
  • Mentalización: esto se refiere a la habilidad de saber empatizar y comprender lo que le está ocurriendo a un niño (especialmente en momentos de stress. Esto implica no criticar ni inferir intenciones negativas en el niño “el es un manipulador”; “ella es agresiva y le gusta pelear”), sino más bien hacer el esfuerzo por comprender qué está tratando de expresar un niño con su malestar (“se enojó porque quiere que lo tomen en brazos”).
  • Automentalización: aquí se refiere al proceso de entender qué le pasa a uno como padre y madre cuando los niños/as expresan cosas negativas. Es decir, entender que muchas veces solemos culparlos de cosas que nos molestan a nosotros.
  • Regulación: por último, lo anterior no tiene sentido si es que uno no se tranquiliza y enfrenta al niño/a de modo que se calme y disminuya su malestar (no que lo aumento). Son muchas las cosas que los padres hacemos que dejan al niño más estresado y molesto. Debemos estar atentos para esforzarnos y mejorar en esto.

Es muy recomendable ensayar estas habilidades como una actitud frente a la crianza de los niños y niñas (especialmente cuando ellos se sienten mal, independiente de la razón).

Por último, si se hace una siglas con el nombre de cada una de estas 4 habilidades, tiene que en el fondo desarrollar el apego es A.M.A.R a los hijos e hijas.

Fuente: www.crececontigo.cl

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