Se dice que sólo cuatro pedagogos del siglo XX revolucionarion la crianza de los niños. Son el americano John Dewey, el alemán Georg Kerschensteiner, la italiana Maria Montessori y el pedagogo de la entonces Union Soviética, Antón Makarénko.
María Montessori redactó cortos «mandamientos-recordatorio» para los padres de familia. Son sencillos, pero si lo piensas un poco más a fondo, en cada uno de ellos hay gran sabiduría en sólo algúnas palabras. Genial.guru recomienda a los papás y mamás leerlos al menos una vez al año (y ponerlos en práctica) así, lo mas probable es que la relación con sus hijos mejore en calidad y cantidad, además ellos crecerán con una personalidad mejor desarrollada y serán individuos más cercanos a la vida en armonía.
Los niños aprenden de lo que los rodea.
Si criticas mucho a un niño, él aprenderá a juzgar
Si elogias con regularidad al niño, él aprenderá a valorar.
Si se le muestra hostilidad al niño, él aprenderá a pelear.
Si se es justo con el niño, el aprenderá a ser justo.
Si se ridiculiza al niño con frecuencia, él será una persona tímida.
Si el niño crece sintiéndose seguro, aprenderá a confiar en los demás.
Si se denigra al niño con frecuencia, se desarrollará en él un malsano sentimiento de culpa
Si las ideas del niño son aceptadas con regularidad, él aprenderá a sentirse bien consigo mismo.
Si se es condescendiente con el niño, él aprenderá a ser paciente.
Si se alienta al niño en lo que hace, ganará seguridad en sí mismo.
Si el niño vive en una atmósfera amigable y se siente necesario, aprenderá a encontrar amor en el mundo.
No hables mal de tu niño/a, ni cuando está cerca, ni cuando no lo está.
Concéntrate en el desarrollo de lo bueno del niño de tal manera que sencillamente no quede lugar para lo malo.
Escucha siempre a tu hijo y respondele cuando él se acerque a tí con una pregunta o un comentario.
Respeta a tu hijo aunque haya cometido un error. Lo corregirá ahora o quizá un poco más adelante.
Está dispuesto a ayudar si tu niño busca algo, pero tambien está dispuesto a pasar desapercibido si él mismo ya ha encontrado lo que buscaba.
Ayuda al niño a asimiliar lo que antes no había podido asimilar. Haz eso llenando el mundo que lo rodea de cuidado, discreción, oportuno silencio y amor.
Cuando te dirijas a tu hijo, hazlo siempre de la mejor manera. Dale lo mejor que hay en ti.
La llamada «crisis de los cuarenta» suele provocar inquietud. Sin embargo, es una magnífica oportunidad para hacer balance y descubrir lo que deseamos.
Rosa Rabbani
Siempre he pensado que la mejor parte de la vida comienza a partir de los cuarenta años. Ha sido en todo momento mi creencia hasta que, un buen día, alguien me dijo que, si bien la idea no carecía de fundamento, para cumplirse debía darse una condición: a esa edad hay que tener ya los “deberes hechos”.
Eso me recordó las célebres palabras que vierte Dante sobre el ecuador biográfico en su Divina comedia. Según la esperanza actual de vida, ese meridiano lo podemos localizar, precisamente, en los cuarenta:
A mitad del camino de la vida, en una selva oscura me encontraba porque mi ruta había extraviado.
¡Cuán dura cosa es decir cuál era esta salvaje selva, áspera y fuerte que me vuelve el temor al pensamiento!
Es tan amarga casi cual la muerte; mas por tratar del bien que allí encontré, de otras cosas diré que me ocurrieron.
Haber atravesado las cuatro primeras décadas de la vida suele significar, por lo general, que uno ya ha tenido la oportunidad de haber establecido y consolidado una buena relación de pareja, de haberse formado en una profesión y conseguido un mínimo de estabilidad económica, y haber tenido tiempo de formar una familia con hijos –si fuera el caso– que, por su edad, tienen cierta autonomía y no demandan todo nuestro tiempo y energía.
Podría ser el momento, pues, de empezar a profundizar en aquellos ámbitos de nuestra realización personal que hasta esa fase medianera de la vida no hemos estado en situación de atender.
¿Por qué se produce la crisis de los cuarenta?
Hay estudiosos que sostienen que la crisis de los cuarenta es una de las muchas conceptualizaciones del mundo occidental, por cuanto en muchos países y culturas no se experimenta como tal.
Este hecho tiene que ver con un hábito muy arraigado en nuestra sociedad, que es la exclusiva orientación hacia el futuro como única referencia en nuestro proceso de transformación personal, olvidando que una de las variables más efectivas y relevantes del aprendizaje del ser humano es su experiencia: es a través de lo ya vivido que vamos estando cada día más y mejor preparados para llevar adelante nuestra trayectoria vital.
Los occidentales solemos pensar en términos rígidos:
La infancia –consideramos– es un periodo importantísimo en el que se han de llevar a cabo una serie de aprendizajes. Pero si no ocurre así, quedamos traumatizados y poco preparados para la fase adulta.
La adolescencia –pensamos– es el cambio que todos los padres y madres esperan casi con terror, como si de una metamorfosis a una especie de estado monstruoso se tratara.
Y, sin duda, la tercera edad es tenida como la etapa de nuestro declive y debilitamiento.
Sin embargo, el sentido común –y también los estudios al respecto– nos dicen que, en efecto, la infancia es una de las etapas más importantes de la vida, pero sus carencias no son irreversibles, sino que se pueden subsanar a lo largo de toda nuestra biografía, aunque sea con más esfuerzo. Tampoco la adolescencia tiene por qué ser tan conflictiva como habitualmente se piensa. Y, por supuesto, la madurez puede ir acompañada de molestias físicas, pero ello no supone, en absoluto, la decadencia.
Inmersos en esta “lógica”, creemos que los cuarenta son un momento vital en el que uno entra en crisis consigo mismo.
Muchos autores afirman que la crisis de los cuarenta es el enésimo complejo de la sociedad occidental, del mundo opulento y las mentalidades acomodadas. ¿Por qué ese miedo a cumplir cuarenta años afecta de manera tan intensa a un gran número de hombres y mujeres?
El miedo a la mediana edad
Los economistas Andrew Oswald y David Blanchflower, de la Universidad de Darmouth (EE. UU.) y Warwick (Reino Unido) respectivamente, han realizado una serie de investigaciones en cerca de 80 países para analizar los hábitos de más de dos millones de personas.
Un gran número de personas en todo el mundo sienten miedo al cumplir los 40 años.
Sus interesantísimas conclusiones apuntan a la existencia de lo que ellos llaman crisis de la mediana edad (midlife crisis), que es experimentada por un gran número de personas independientemente de su género, estado civil, estatus económico o de si tienen hijos o no.
Además, estos investigadores identifican este fenómeno con una curva en forma de “U”, ya que sostienen que la auténtica felicidad es propia del principio y el final de la vida. En medio, afirman, hay un periodo de inquietud que la mayoría de las personas identifica con la necesidad de modificar aspectos importantes de su existencia, materializados, normalmente, en cambios de casa, de trabajo, de ciudad o de pareja.
Aprovecha los 40 para hacer balance
Probablemente, esa intranquilidad contiene una gran sabiduría que, quizá, no todos entendemos e interpretamos en su justa medida. El desasosiego suele ir acompañado de conciencia y reflexión. Estos elementos nos ayudan a hacer un alto en el camino para poder evaluar el recorrido hecho y vislumbrar lo que nos queda por transitar.
En realidad, se trata de un punto de inflexión en nuestras biografías que ninguna persona debería pasar por alto; el momento más propicio para acometer un profundo balance, acaso el más decisivo o crucial de la vida. Los momentos de evaluación consciente y de peritaje personal son imprescindibles pese a que, muchas veces, nos obliguen a ver lo que no marcha bien. Justamente ese es uno de los propósitos principales de cualquier autoexamen.
Cualquier ocasión es buena –el año nuevo, el comienzo del curso, el fin de las vacaciones…– para hacer una valoración personal y reorganizar nuestras actitudes hacia el modo concreto de hacer realidad nuestros deseos o proyectos pendientes.
Y, por supuesto, cualquier examen de conciencia pasa, también, por ver lo experimentado con satisfacción: las metas logradas, los éxitos conseguidos y todo aquello por lo que debemos sentir gratitud hacia la vida. Pues centrarnos en lo pendiente, fallido o negativo hace que las cuentas personales nos dejen una amarga sensación que nos fuerza a asumir los estereotipos de esta etapa vital.
Uno muy extendido es –en palabras de la socióloga Barbara Weiss– la búsqueda constante de estimulación, que durante un tiempo hace que las personas se sientan a gusto con un modo de vida sin compromiso asociado a la libertad “consumida” de la vida madura; pero, a largo plazo, es uno de los mayores errores cometidos porque pone en juego la verdadera estructura emocional y social que tanto ha costado conseguir.
La crisis de los cuarenta es, por todos estos motivos, una experiencia única, pero, como tantas otras, puede ser vista fuera de perspectiva y conducirnos al diagnóstico de que cualquier tiempo pasado fue mejor. O puede, por el contrario, enriquecernos al máximo hasta hacernos sentir una profunda satisfacción y la alegría de haber tenido una biografía llena de lecciones y crecimiento.
Cómo superar la crisis de los cuarenta
Para algunos, es un pequeño bache del que se sale apelando a lo mucho vivido y conseguido y a lo mucho que queda por disfrutar.
Te conoces… aprovéchalo Cualquier tiempo pasado no fue mejor. No asocies felicidad con juventud ni te dejes deslumbrar por esa etapa. No seas exagerado sobre lo que te queda pendiente por hacer. Aún hay tiempo… Y, sobre todo, ahora tienes un control de ti y de las situaciones que antes no tenías. Aprovéchalo en tu favor.
Ponte metas sin obsesiones
Piensa sobre lo que quieres hacer. En los momentos de crisis, se toman decisiones en lo personal, familiar y profesional que pueden ser cruciales en los años venideros. Pero no te obsesiones poniéndote objetivos. Las grandes metas están bien, pero valora también lo que ya has conseguido. Puede que aún no hayas alcanzado todos tus objetivos y sueños, pero trata de que esto no te cause ansiedad.
Reinvéntate Busca el reconocimiento profesional, todo el mundo lo necesita en el fondo, pero que eso no te quite el sueño. Además, este puede ser un buen momento para reinventarse. Aunque seguramente ya has demostrado a lo largo de tu vida laboral que eres perfectamente válido, si para quedarte a gusto contigo mismo o seguir creciendo profesionalmente tienes que cambiar de trabajo, no lo dudes.
Aprecia lo cotidiano
Disfruta del día a día, de las pequeñas cosas que vives con tu pareja, con los hijos, con los amigos… Sé positivo, da el valor justo a cada cosa y, como conviene con casi todo en esta vida, tómatelo con humor. Arrugas, canas, michelines, entradas… ¿y qué?
Recuerda, todo pasa No dejes que otros te hundan. La mayoría de las veces uno se zambulle en este tipo de crisis influenciado por lo que le rodea. Y si finalmente caes en ella, no te sientas culpable. Le puede pasar a cualquiera e, incluso, puede ser un punto de inflexión positivo. En cualquier caso, recuerda: las crisis son cíclicas; después de la tempestad viene la calma.
Se sabe que el sueño es un proceso evolutivo. Todo niño sano, aunque al principio presente despertares frecuentes o algún problema a la hora de acostarse, va a dormir correctamente algún día.
El sueño va ligado al desarrollo del ser humano, por tanto siempre cambia, se va modificando conforme el ser humano nace, crece y envejece.
El sueño prenatal
Los bebes en estado fetal, sobre todo en el tercer trimestre de gestación, ya presentan momentos de vigilia seguidos de momentos de inactividad muy semejantes a las fases del sueño que tienen los recién nacidos. Este sueño fetal es independiente del sueño de la madre.
Se han descrito dos patrones del sueño en el bebé antes de nacer: sueño activo y sueño tranquilo.
Etapa de construcción del sueño (de 0 a 7 meses)
A lo largo de sus primeros 7 meses de vida, el sueño de los bebés evolucionará paulatinamente: de las dos fases de sueño que tienen los recién nacidos se pasará a las cinco fases del sueño adulto.
A lo largo de todo este proceso, los cambios en el sueño infantil irán de la mano de otro tipo de cambios, normales en el crecimiento de cualquier ser humano sano, desde el crecimiento físico, la forma de alimentarse, de relacionarse y el desarrollo de actividades motrices, etc.
De 0 a 3 meses
Los bebes nacen sabiendo dormir. Estadísticamente lo hacen la mayor parte del día, entre 14 horas los más despiertos y 20 horas los más dormilones.
Los recién nacidos necesitan comer con frecuencia para evitar hipoglucemias y crecer. Por tanto no pueden tener un sueño muy continuado y necesitan pequeñas siestas a lo largo de las 24 horas del día para poder despertarse con frecuencia y comer.
Este ritmo de alimentación se adapta perfectamente a la fisiología de la lactancia materna. Las tomas frecuentes aumentan los receptores de prolactina en la mama y aseguran una buena producción de leche. La prolactina también tiene el efecto de relajar a la madre e inducirle el sueño, así mientras amamanta descansa.
Por otra parte la leche materna contiene un aminoácido (L-triptófano) que favorece el sueño, además la succión del pecho es relajante y ayuda a dormir. Sueño y lactancia materna se complementan entre sí para un desarrollo óptimo de los bebés. El colecho, madre y bebé durmiendo juntos, facilita no solo la lactancia materna sino el sueño de ambos.
El patrón de sueño en este periodo (pequeñas siestas intercaladas con despertares frecuentes) esta sincronizado con las necesidades del bebe por más de un motivo:
Alimentarse con frecuencia.
Superar posible episodios de apnea.
Mantener la alerta del cuidador.
Desarrollar la mente.
Madurar.
Ejercitar la succión.
Y se caracteriza más específicamente por:
Es bifásico: sueño activo o REM y sueño lento.
Es ultradiano: no diferencia entre el día y la noche.
Es polisecuencial: se reparte en varias secuencias a lo largo de todo el día.
Mayor porcentaje de sueño REM: es en esta fase que cerebro integra los aprendizajes.
El sueño se inicia directamente en fase REM: prioriza la maduración a nivel mental frente al descanso corporal.
La maduración de los bebés durante los primeros meses de vida es impresionante, en ningún otro momento de su vida van a desarrollarse tanto y tan rápido, no solo a nivel físico sino a nivel neuronal. Tanto la lactancia materna como el sueño, se adaptan, ayudan y refuerzan este proceso.
Hacer ingerir a los bebes alimentos de digestión pesada, o pautar horarios para las ingestas para alterar el patrón normal del sueño infantil a esta edad y adaptarlo al sueño adulto, puede ser contraproducente. Lo que favorece el desarrollo natural del sueño es la lactancia materna y el colecho.
De 4 a 7 meses
Pasado el primer trimestre, los bebés cambian y su sueño también, volviéndose cada vez más parecido al de los adultos. El bebe empieza a dormir algo más de noche que de día y cuando se queda dormido, el sueño empieza en fase no-REM (sueño ligero seguido de sueño profundo, por lo que se puede despertar fácilmente si algún estímulo lo altera). Cuando ya ha llegado a las fases más profundas del sueño, puede permanecer una hora en ella.
El patrón de sueño en este período también se relaciona con las necesidades de los bebés a esta edad son:
Adquirir el ritmo circadiano.
Adquirir las fases del sueño adulto.
Su alerta será selectiva: reclamará a la madre cuando se sienta solo o entre extraños.
Iniciará la alimentación complementaria.
Por tanto a esta edad el sueño será:
Circadiano: diferenciará paulatinamente entre el día y la noche.
Polifásico: tendrá adquiridas casi todas las fases del sueño adulto, podrá unirlas con más facilidad e incluso hacer tiradas de más de un ciclo.
Inestable: las dos fases de sueño del primer trimestre se desarrollan hasta alcanzar las cinco fases del sueño adulto. Las fases van surgiendo paulatinamente a lo largo de un periodo de transición y el bebe necesita adaptarse a ellas.
En nuestro tiempo y cultura, estos cambios suelen coincidir con el inicio de la alimentación complementaria y la reincorporación al trabajo remunerado por parte de las madres, por lo que puede ser un período crítico para las familias.
De nuevo, la lactancia materna, y especialmente el colecho, pueden hacerlo todo más llevadero.
Etapa de maduración del sueño (de 8 meses a 6 años)
En esta etapa, el sueño madura paulatinamente hasta parecerse al sueño adulto, las horas de sueño se reducen y poco a poco se eliminan los despertares nocturnos.
De los 8 meses a los 2 años
Los bebés a esta edad los bebes necesitan:
Seguir incorporando alimentos complementarios a su dieta.
Superar el periodo de angustia por separación.
Relacionarse con el entorno: deambulación (afianza el gateo y empieza a andar).
Superar la irrupción dentaria.
Realizar la reglamentación esfínteriana.
En este periodo el sueño de los bebés será:
Temido
Inquieto
De 3 a 6 años
A partir de los tres años suele iniciarse un descenso de los despertares nocturnos que desaparecen aproximadamente a los 5 años.
Entre los 5 y los 6 años los niños se hacen mayores y su sueño será ya parecido al de los adultos.
Es la etapa de los primeros aprendizajes escolares y la consolidación del lenguaje hablado.
Hacia los 3 o 4 años dejan de hacer siesta. Por otra parte empiezan a pedir cosas que les gustan para rebajar su ansiedad antes de dormir ( cuentos, canciones, …). Tanto si duermen solos o en compañía llega un día en que no sólo no necesitan a nadie sino que no quieren a nadie mas en su habitación.
La duración de la lactancia materna y el sueño infantil
Estudios antropológicos y etológicos, así como distintos testimonios etnográficos, históricos y culturales, nos permiten hacerlos hacernos una idea de cuál sería la duración de lactancia materna de los bebés humanos desde el punto de vista biológico.
De este modo sabemos que la edad de destete natural correspondiente a los seres humanos estaría comprendida entre los 2,5 y los 7 años.
La construcción del sueño infantil se produce aproximadamente en ese primer período de lactancia que hasta hace poco han respetado la gran mayoría de culturas a lo largo de la historia.
El periodo de maduración del sueño infantil culmina a lo largo del periodo estimado de duración normal de la lactancia materna.
Artículo basado en:
Dormir sin lágrimas. Rosa Jové. La esfera de los libros. Madrid, 2006
Las primeras experiencias de la vida preparan el escenario para la salud física en la vida posterior. Reducir el estrés tóxico temprano es clave para prevenir la enfermedad en adultos (Shonkoff, 2016).
La lactancia materna es una manera muy directa de disminuir el estrés tóxico temprano. Estudios recientes han demostrado que la lactancia materna aumenta el bienestar físico y mental de los bebés, y estos efectos van mucho más allá de la composición de la leche. Una clave para entender estos efectos a largo plazo es la respuesta materna. Cuando las madres responden a las señales de sus bebés de forma consistente, preparan el escenario para una resiliencia permanente en sus hijos. Y la respuesta materna a las señales es algo intrínseco de la relación de amamantamiento. Esto se refleja en la salud mental de los niños.
En un estudio de 2.900 parejas bebé-madre lactante, la lactancia materna durante un año se asoció con una mejor salud mental infantil en todas las edades hasta los 14 años (Oddy et al., 2009). La mayor duración de la lactancia materna se asoció con una mejor salud mental infantil en cada aspecto de la evaluación.
Depresión materna
La depresión materna tiene un efecto negativo bien documentado en bebés y niños. Es perjudicial porque afecta la capacidad de las madres para responder a sus bebés. Las madres deprimidas tienden a desapegarse de sus bebés, y a no responder a sus señales. Los bebés experimentan esto como muy estresante, y ser criado por una madre o un padre crónicamente deprimido puede tener efectos para toda la vida (Field, Diego y Hernández-Reif, 2009; Kendall-Tackett, 2002, Weissman, 2006).
Los resultados de los experimentos de Edward Tronick ‘Still-Face Mother’ pueden extrapolarse a lo que sucede con la depresión materna. :os efectos de la no respuesta materna pueden apreciarse en estos videos elocuentes.
Y los efectos son duraderos. Un seguimiento de 20 años de niños hijos de padres deprimidos los comparó con un grupo de niños adultos cuyos padres no tenían ninguna enfermedad psiquiátrica. Pues bien, los hijos adultos de padres deprimidos tenían una tasa tres veces mayor de depresión, trastornos de ansiedad y abuso de sustancias, en comparación con los hijos adultos de padres no deprimidos.
Durante muchos años, en los estudios sobre depresión materna no se incluyó el factor del tipo de lactancia. De hecho, durante años, los profesionales de la salud mental perinatal creían que la lactancia materna era en realidad un factor de riesgo para la depresión posparto. Afortunadamente, ahora tenemos pruebas que indican que las madres que amamantan en exclusiva están en menor riesgo de depresión. De hecho, la lactancia materna protege la salud mental de la madre (Dennis & McQueen, 2009; Groer y Davis, 2006; Kendall-Tackett, Cong y Hale, 2011).
Sueño
Una de las razones por las que la lactancia materna reduce el riesgo de depresión es por su impacto positivo sobre el sueño. En todos los parámetros del sueño, las madres que amamantan exclusivamente tienen un mejor sueño que aquellas que ofrecen una lactancia mixta o de fórmula, concretamente en:
Duración total del sueño
Minutos para llegar a dormir
Porcentaje de sueño de onda lenta
Fatiga diurna
Salud física percibida
(Blyton, Sullivan, & Edwards, 2002, Doan, Gardiner, Gay y Lee, 2007, Kendall-Tackett et al., 2011)
Nuestro estudio de 6.410 madres indicó que las madres que amamantaron exclusivamente eran puntuaban significativamente mejor en cada parámetro del sueño comparado con aquellas que ofrecían lactancia mixta o de fórmula. Sorprendentemente, no hubo diferencias significativas entre las madres de alimentación mixta y de fórmula (Kendall-Tackett et al., 2011). En otras palabras, la lactancia materna exclusiva es una experiencia fisiológica diferente a la alimentación mixta. Cuando las madres complementan con la fórmula, pierden el beneficio fisiológico de la lactancia materna en su sueño.
Protección y capacidad de respuesta
Un estudio también encontró que la lactancia materna protege a los bebés cuando sus madres están deprimidas. Este estudio comparó cuatro grupos de madres: madres que estaban deprimidas (lactancia materna o fórmula) o no deprimida (LM o fórmula). La medida fue el EEG (electroencefalograma) de los bebés: los patrones anormales fueron un síntoma de la depresión en los lactantes. Los bebés de madres lactantes deprimidas tenían patrones EEG normales en comparación con los bebés de madres deprimidas y alimentadas con fórmula (Jones, McFall y Diego, 2004). En otras palabras, la lactancia protege a los bebés de los efectos nocivos de la depresión de sus madres.
La razón de este hallazgo se reduce a la responsividad materna. Los investigadores descubrieron que las madres deprimidas y lactantes no se desprendían de sus bebés. No podían. Las madres lactantes miraban, tocaban y hacían contacto visual con sus bebés más que las madres que no estaban amamantando. Y eso fue suficiente para marcar la diferencia.
Transmisión de la violencia intrafamiliar
Las madres con un historial de abuso infantil a menudo sienten como si no tuvieran las herramientas necesarias para ser buenas madres, y se preguntan si perpetuarán el ciclo de violencia. El sueño deteriorado puede ser un factor importante para la transmisión intergeneracional del abuso. Los bebés de madres con depresión o TEPT (trastorno de estrés postraumático) son más propensos a tener dificultades para dormir, posiblemente debido a su exposición in utero a las hormonas de estrés elevadas de sus madres (Field, Diego y Hernandez-Reif, 2006). Un estudio reciente encontró que para las mujeres con trastorno de estrés postraumático y un historial de abuso infantil, las dificultades del sueño infantil y la depresión materna deterioraron el vínculo madre-bebé y aumentaron el riesgo de transmisión intergeneracional de trauma (Hairston et al., 2011). Pero si la madre amamanta, la situación cambia.
En Strathearn et al (2009), un estudio longitudinal de 15 años de duración de 7.223 parejas australianos de madre y bebé lactante, la lactancia materna redujo sustancialmente el riesgo de maltrato por parte de la madre. Las madres que no amamantan fueron 2,6 veces más propensas a ser físicamente abusivas, y tenían 3,8 veces más probabilidades de descuidar a sus hijos en comparación con las madres que amamantaban.
Los resultados de nuestro estudio de 2013 pueden ayudar a explicar este resultado. En nuestra muestra de 6,410 nuevas madres, 994 mujeres reportaron agresión sexual previa. Como se predijo, la agresión sexual tuvo un efecto negativo e intenso sobre el sueño de las madres, el bienestar físico y la salud mental. El sueño de las mujeres asaltadas sexualmente era malo, estaban más cansadas, ansiosas y enojadas, y tenían más depresión. Pero cuando agregamos el modo de lactancia a nuestro análisis, encontramos que la lactancia materna atenuó los efectos de la agresión sexual y suavizó la respuesta al estrés. Este efecto se produjo sólo en las mujeres que amamantaban exclusivamente (Kendall-Tackett, Cong, & Hale, 2013). La ira, en particular, se redujo y esto podría explicar los hallazgos de Strathearn citados anteriormente. Además, las tasas más bajas de depresión mejoraron la respuesta materna, lo que es un factor protector.
Apego y salud mental a largo plazo
También podemos examinar el impacto de la calidad del apego madre-hijo y sus efectos sobre la salud a largo plazo. Mary Ainsworth y John Bowlby señalaron que la responsividad materna (o de la persona maternante) era clave para crear un apego seguro en los bebés. Ainsworth desarrolló la medida primaria del apego en los bebés: La situación extraña.
La situación extraña se ha utilizado en miles de estudios en todo el mundo para medir la calidad del apego. El apego seguro es un gran predictor de la salud mental y física del niño, y la capacidad de respuesta materna es la clave. Cuando no se responde a las señales de los bebés manera consistente, desarrollan apegos inseguros, y eso tiene implicaciones a largo plazo para la salud mental, según un reciente estudio longitudinal de 32 años de 163 personas (Puig, Englund, Simpson y Collins, 2013). Se hizo un seguimiento de los participantes desde el nacimiento hasta los 32 años. A los 12 a 18 meses, se evaluaron a través de la Situación Extraña. Aquellos que tuvieron vínculos inseguros tenían significativamente más enfermedades inflamatorias a los 32 años que aquellos que tenían apegos seguros. Estos hallazgos se deben probablemente a la activación crónica del sistema de respuesta inflamatoria en aquellos con apegos inseguros.
En resumen, los resultados de estos estudios demuestran que la lactancia materna tiene un papel mucho más importante en el mantenimiento de la salud física y mental de lo que creíamos anteriormente. Debido a que la lactancia materna aumenta la sensibilidad y responsividad materna, hace que la experiencia cotidiana de la maternidad sea más agradable, y aumenta las posibilidades de que madres y bebés desarrollen un buen apego. La lactancia materna es mucho más que un método de alimentación. Es una manera de cuidar a un bebé que proporcionará una vida de buena salud emocional, ya que proporciona una manera para que las madres se conecten con sus bebés, incluso si ellas no experimentaron ese tipo de atención ellas mismas. En resumen, la lactancia materna puede hacer que el mundo sea un lugar más feliz y saludable, empezando por cada madre y cada bebé. No se trata sólo de leche.
Kathleen Kendall-Tackett, PhD, IBCLC, FAPA
Traducido del artículo:
Neuroscience show that breastfeeding is not just milk
Estamos acostumbrados a escuchar la inmensa lista de efectos positivos de la lactancia materna. Sin embargo, tal vez el motivo más importante para recomendarla o apoyarla sea que favorece el vínculo. Es algo tan sencillo como decir que permite que el bebé crezca sintiéndose muy querido y feliz, lo que a la larga hará que sea una criatura con una buena autoestima y confianza en sí misma. Desde luego que esto también se puede conseguir sin lactancia materna, pero lo cierto es que ésta lo facilita muchísimo. ¿por qué?
¿Qué es el vínculo?
El vínculo es la relación de apego entre la madre y el bebé. Es la base, la relación que le da a la criatura la seguridad y confianza que necesita para luego poder explorar el mundo que le rodea. Para tener una afinidad fuerte con la madre, los bebés nacen aprendidos: instintivamente buscan estar pegado a ellas. Como decía Bolwby, el investigador que describió la formación del vínculo en los humanos: “es una suerte, para su supervivencia, que los bebés estén hechos por la naturaleza de tal modo que seducen y esclavizan a sus madres“.
El vínculo entre madre e hija/a en condiciones ideales es una relación amorosa plena. La criatura va aprendiendo a confiar en el mundo y en las demás personas gracias a la seguridad que le produce saber que su madre está ahí, que responde a sus necesidades, que en resumidas cuentas la ama y acepta tal y como es.
El vínculo se va fortaleciendo a lo largo de los primeros meses y años de vida. El bebé despliega todas sus conductas destinadas a tener cerca a su madre: succiona, acaricia el otro pecho, la sigue con la mirada, le sonría, la llama o llora y se desespera si ésta desaparece de su entorno. Todo son conductas de apego, respondidas con la atención materna. Así, la madre y el bebé tienen una relación muy estrecha y cercana, satisfactoria, completa.
No sólo favorece el vínculo: es el vehículo perfecto, el lugar ideal, el espacio de encuentro. Porque dar de mamar es un abrazo madre-bebé casi continuo. Los bebés amamantados permanecen mucho tiempo en brazos de sus madres, pegados a su pecho, oyendo su corazón, escuchando su voz, sintiendo su olor continuamente … El bebé se siente amado, sabe que su madre está ahí cerquita, y que responde a sus necesidades. Así se construye la seguridad en uno mismo, sintiendo ese amor de los demás, y la autoestima, porque a través del cariño que la madre muestra por el cuerpo de su bebé (mediante caricias, abrazos, incluso cantos), éste también aprende a amar su propio cuerpo. La lactancia facilita la conexión madre-hijo/a: pasarse horas mirándose y acariciandose, quedarse medio dormidos en un sofá o dormidas del todo en una cama …
La lactancia materna es, además, gratuita, preciosa, ecológica y portátil. Las madres pueden amamantar en cualquier lugar y a cualquier hora: el alimento siempre está en su punto, da igual que la madre acabe de bañarse en el mar o esté viajando en un avión. Cada vez que se ofrece el pecho a un bebé se le está dando mucho más que leche, se le da un abrazo, un consuelo, una caricia. La lactancia es cosa de dos, y las madres que amamantan pueden explicar todo lo que reciben a cambio: los bebés también las acarician, les sonríen, miran, escuchan, dan las gracias de mil maneras…
Conforme van creciendo, la relación va adquiriendo nuevas y sorprendentes formas: los niños de dos años que siguen tomando el pecho juegan con él, acercan los juguetes al pecho, hablan con cariño de “las tetis” de su madre… Y a veces también lo piden cuando notan que es su madre la que necesita parar un rato y recibir un abrazo. La lactancia es una relación amorosa muy intensa y deliciosa, pero muchas veces se malogra de manera temprana a pesar de los deseos de madre e hijo/a.
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