por Carolina Herrera | Jun 26, 2019 | Uncategorized
¿Quién no ha sufrido alguna vez algún daño amoroso? Habitualmente, quién ha sufrido una herida emocional desarrolla una cierta versión a exponerse a situaciones parecidas a la que le ha producido ese sufrimiento. Una de estas situaciones, es el amor.
Así, especialmente en las primeras fases de cicatrización de la herida emocional es cuando muchas personas se cierran de manera más hermética y les cuesta volver a empezar. Sin embargo, otras hacen todo lo contrario y buscan rápidamente a alguien que sustituya ese daño pensando que “un clavo saca a otro clavo”.
3 MANERAS ERRÓNEAS DE REACCIONAR ANTE UN DESENGAÑO
- Volverse muy exigente: Esta forma de actuar consiste en poner demasiadas exigencias a la hora de volver a iniciar una relación con alguien. A veces estas exigencias son realistas y están bien, pero otras veces son exageradas y se hacen de manera inconsciente con el fin de no volver a sufrir, son como mecanismos de defensa.
Muchas personas afirman que son poco enamoradizas y muy exigentes, pero a menudo, detrás de eso se esconde el miedo a sufrir, y por ello, siempre encuentran algo en otros que saboteen sus nuevas relaciones.
- Vivir en el pasado: Consiste en no ser capaz de cerrar una etapa amorosa anterior. Se recuerda a la persona creyendo que no será posible volver a conocer a nadie igual. El problema de esta manera de actuar, es que al creer que no se puede conocer a alguien parecido, se puede caer en la inactividad.
Al final se puede cumplir lo de no volver a conocer a alguien parecido, pero más que nada, será porque no se toma la iniciativa de conocer a nuevas personas. Hay tantísimas personas en el mundo, que siempre se puede encontrar el perfil que nos gusta, pero para conocerlas hay que mantenerse en actividad social.
- El auto-saboteo: Sabotearse significa ser muy negativo a la hora de definirse, no creer en uno mismo, quitarse valor, poner excusas para no emprender algo, etc… Es ponerse impedimentos para conseguir cualquier objetivo.
Después de una mala experiencia, las personas que tienen la autoestima baja, suelen experimentar culpa y sentimientos de fracaso. Son precisamente estos sentimientos y los pensamientos negativos que se generan los que complican que la persona vuelva a ser receptiva ante una situación similar; esto sucede así porque si uno no se siente valioso, será complicado que pueda abrirse o exponerse ante el comienzo de una nueva etapa.
RECUPERAR LA CAPACIDAD DE AMAR
Pensamientos y sentimientos tienen una relación muy íntima. Así, los sentimientos pueden variar según la manera en la que pensemos y podemos generar sentimientos con nuestra forma de pensar. Una ruptura amorosa nos puede generar miedo, ira o tristeza pero, y aquí viene lo maravilloso, podemos crear alegría manejando nuestros recuerdos, nuestra atención o nuestra conducta para enfrentar todas estas emociones negativas. Seguir adelante no es una obligación sino una gran oportunidad de conseguir algo mejor. De hecho, si terminó probablemente fue porque no era lo suficentemente bueno.
Saber que podemos tener cierto control sobre nuestras emociones, tomar conciencia de esto, es el primer paso para poder utilizar una de la armas más poderosas con las que contamos. Permitirnosla usar es un paso difícil que podemos o no dar; a veces conocer el grado de control que podemos llegar a tener puede generar un gran miedo por la responsabilidad que supone.
En el fondo, la mente funciona como un eco para las emociones. Así, si por ejemplo, salimos a la montaña en un día lluvioso y nos centramos en lo embarrado que está el camino y el frío que hace, nuestras emociones no serán buenas, en cambio, si decidimos pasar por alto lo negativo y nos paramos a mirar el bonito paisaje que se observa, sentiremos bienestar y satisfacción.
Al final nada en esta vida es para siempre, ni siquiera nuestra propia existencia. Consentir que algo que tiene que terminar termine y entender que este final no hace que pierda su valor sino que nos da la oportunidad de descubrir e iniciar nuevos proyectos es una forma de pensar y actuar que contribuye a que, precisamente, no nos perdamos nuestra propia vida.
Fuente: lamenteesmaravillosa.com
por Carolina Herrera | Jun 19, 2019 | Uncategorized
¿Siempre llevas la iniciativa en tu relación de pareja, pero realmente esto no es algo que desees? Esta suele ser una queja bastante habitual y hoy descubrirás cómo aprender a tratar de ponerle punto y final a esta situación.
Tener la iniciativa en las relaciones no es algo malo. Sin embargo, si este tipo de situaciones causan malestar o algún tipo de incomodidad es necesario abordarlo, ya que puede que nos estemos responsabilizando al 100 % e impidiendo a otras personas que pongan de su parte.
También puede ocurrir que a quien le reclamemos iniciativa se encuentre cómodo en un papel pasivo o quizás sus prioridades sean otras. Sea como sea, lo importante es analizar cómo nos sentimos en cada una de las relaciones en las que somos partícipes. De esta forma, será más fácil identificar con qué personas compartimos más conexión y nos sentimos más cómodos y con quien tenemos más dificultades a la hora de tomar la iniciativa. Profundicemos.
La fuerza de la costumbre
La fuerza de la costumbre es muy poderosa, ya lo decía Darwin. Hace que nos acomodemos a una situación hasta que alguien se harta y salta. Esto puede desencadenar respuestas de rechazo y desconcierto, ya que la persona que no «salta» es normalmente la que nunca toma la iniciativa en la relación. Sin embargo, se pueden empezar a actuar para resolver esto.
- Comunicar lo que ocurre: siempre desde el respeto y siendo claros. Tenemos que hacer saber al otro cómo nos sentimos con la situación y que deseamos que haya un cambio.
- Permitir que la otra persona se exprese: conocer qué piensa y siente el otro también es importante. Asimismo, esto permitirá un intercambio de puntos de vista que nos pueden llevar al siguiente punto.
- Barajar opciones: tenemos que encontrar una opción que nos vaya bien. Por lo que podemos darnos un tiempo para pensar en algunas alternativas o, si tenemos tiempo, dialogar e intercambiar posibles opciones en el momento.
Lo importante no es hacer un cambio radical, sino empezar con pequeñas modificaciones. Por ejemplo, la persona que nunca toma la iniciativa puede empezar a proponer un plan de fin de semana una vez al mes. Posteriormente, esto se irá incrementando. En lo que tenemos que fijarnos es en si pone de su parte y si lleva el acuerdo a la acción.
El cambio frustrado
Si la otra persona sigue manteniendo una actitud pasiva puede que esa sea su forma de ser. Por eso, por mucho que nos diga que va a cambiar y que «sí, la próxima vez lo propondré yo o seré más activa» esto no acabará sucediendo.
En estos casos, es importante comprender que esa persona no es como esperamos y que aunque intente contentarnos diciendo que va a poner todo de su parte para cambiar no será tan sencillo.
El artículo Terapia conductual integrativa de pareja: descripción general de un modelo con énfasis en la aceptación emocional explica muy bien este tipo de situaciones, muy comunes en las relaciones de pareja. De hecho, si tener la iniciativa es algo importante para nosotros, y esta situación va a hacer que estemos enfadados o que le recriminemos constantemente a la otra persona lo que no está haciendo, es fundamental reflexionar sobre la relación que tenemos y los valores que son importantes para nosotros.
La llamada interesada
Otro aspecto importante que no debemos pasar por alto y sobre el que tenemos que reflexionar es por qué mantenemos aquellas relaciones en las que tener la iniciativa no es algo abundante. Por ejemplo, aunque nosotros hemos propuesto quedar cuatro veces, la quinta ha sido esa persona. ¿Por qué se ha dado esa situación?
En el caso de que ese contacto, la mayoría de las veces, tenga que ver con, por ejemplo, ir a buscar un título en la Universidad, hacer una gestión en el banco o ir a un determinado lugar al que no quiere ir sola, debemos cuestionar si esa llamada o mensaje no es solo por simple interés. ¿Verdad que nosotros proponemos tomar un simple café, quedar para ir al cine o dar un paseo para hablar? Quizás sea el momento de «hacer limpieza» en nuestras relaciones.
Muchas veces tener la iniciativa es algo que sucede en algunos ámbitos, pero no en otros. Incluso, algunas personas no tienen la iniciativa en ningún ámbito de su vida. Si esto te frustra, te está agotando o te causa algún malestar, te animamos a que vuelvas a leer este artículo y reflexiones sobre él.
Asimismo, no dudes en acudir a un profesional que te dará las herramientas adecuadas para gestionar esta situación de la mejor manera para ti.
Fuente: lamenteesmaravillosa.com
por Carolina Herrera | Jun 12, 2019 | Uncategorized
Una mirada distinta sobre el autismo llena de optimismo. No hay que verlo como un problema sino como una oportunidad.
“Su hijo tiene autismo”. Esta frase lapidaria cambia la vida de muchas familias, también cambió la mía. Todavía hay tanto desconocimiento que se ve como una lacra, una enfermedad, cuando solo es un modo diferente de percibir. No miremos el autismo como un problema, sino como un enorme potencial.
¿Qué le ocurre a un niño con autismo?
Una marcada hipersensibilidad le hace encerrarse en sí mismo para protegerse de la intensidad de los estímulos que percibe. Imaginemos que estamos intentando atender a una conversación en medio de un jaleo ensordecedor. Sin poder filtrar estímulos visuales, olfativos, auditivos, gustativos, táctiles…
Con tal saturación de información seríamos incapaces de centrarnos en la conversación, necesitaríamos cerrar los ojos, taparnos los oídos, meternos en nuestra burbuja, escapar.
Un cerebro distinto
En las personas con autismo existe un exceso de conexiones. Todo esto viene dado por un funcionamiento cerebral distinto, en el que no se ha realizado el proceso de poda neuronal que sí se produce en las personas neurotípicas. En este proceso, la información y las conexiones superfluas del lóbulo frontal se eliminan.
Este hecho, que se enfoca negativamente, en realidad es un tremendo potencial, al igual que sucede con otras características del autismo, como la facilidad para ver al detalle, el pensamiento en patrones o imágenes.
Este es el gran error que estamos cometiendo con el autismo: tratarlo como una desventaja, centrándonos solo en lo que no pueden hacer en vez en lo que sí pueden, cosas que el resto no somos capaces de llevar a cabo.
En cambio, en lugares como Silicon Valley, uno de los criterios de contratación es precisamente contar con genética de autismo.
Saben que van a ser grandes profesionales en el campo de la informática, por ejemplo. No en vano existen genios con autismo como Einstein, Newton o Michael Burry, que predijo antes que nadie la crisis financiera mundial.
O Temple Grandin, doctora en psicología y comportamiento animal, cuyas charlas sobre el autismo siempre recomiendo a las familias. Temple no hablaba, no miraba, no interactuaba con su entorno. Era uno de los casos denominados profundos.
Le dijeron a su madre que no hablaría nunca y que la ingresara en un psiquiátrico, pero ella se negó y luchó por su hija. Más adelante, un maestro supo ver el asombroso potencial de Temple y tiró de él. Y no solo habló, sino que terminó varias carreras universitarias.
¿Cómo es vivir con autismo?
Mi vida con el autismo no se reduce al campo profesional. Yo fui esa madre que sabía que a su bebé le pasaba algo. Esa madre ignorada por muchos profesionales, vapuleada por otros que emitían diagnósticos dispares que nada tenían que ver con el autismo que yo sí veía, aunque al principio el dolor me hiciese negármelo a mí misma.
Ahora sé que el autismo es parte de lo que le hace ser él y lo quiero con toda mi alma. No lo cambiaría por nada
Mi hijo nació con un cromosoma duplicado asociado al autismo, que traía de serie, ya que posteriormente vimos que su padre –informático, por cierto– también lo porta. Desde muy pequeño supe que algo pasaba.
Con el tiempo fuimos reuniendo datos hasta que hicimos un cariotipo específico para autismo que nos dio el resultado que mi instinto maternal y mi profesión ya conocían.
A los tres años apenas hablaba. Se encerraba en sí mismo. De bebé lloraba inconsolablemente, pese a tener todo el contacto que necesitaba y sus necesidades cubiertas.
No señalaba lo que quería ni lo que le llamaba la atención. No se relacionaba con otros niños. La hora de la comida era complicada, teníamos que recurrir a mil trucos para que comiera sin obligarle.
Miremos todas sus destrezas
En cambio, aprendió a leer él solo sin que nadie le enseñase a los tres años, programaba en el ordenador de su padre y fue manifestando una creatividad insólita y una memoria excepcional.
Poco a poco, mediante las terapias adecuadas y una importantísima crianza con contacto, las barreras fueron atenuándose.
Ahora es un niño con autismo, a veces muy evidente, que mira, habla, busca besos, abrazos, piel, socializa con otros niños, por supuesto empatiza, come de todo y, sobre todo, es feliz.
Sé que las madres de niños con autismo sois grandes luchadoras, igual que vuestros hijos. Teorías obsoletas y culpabilizadoras como las “madres nevera” (del psicoanálisis) han hecho y hacen mucho daño a estas familias y niños.
No es la falta de cariño la causa del autismo
Muchas madres fueron culpadas, cuando lo único que tiene que ver con esta teoría es que el contacto ayuda a estos niños a romper las barreras que ya existían.
Un niño que nace con autismo no va a desarrollarse igual si vive desde el contacto que si le niegan el cogerle en brazos, le aplican métodos dañinos para “aprender a dormir”, le ignoran, le gritan…
Porque si todos los niños necesitan criarse con contacto, en el caso de los niños con autismo lo necesitan el triple
Necesitan piel, mirada, paciencia, que nosotros veamos que están ahí y conectemos con ellos, que paremos los impactos del exterior que una y otra vez intentan meterles en esa burbuja, desecharlos como si fuesen defectuosos, anularlos.
Ahora sabemos que se trata de un funcionamiento cerebral diferente, un modo de percibir distinto. Muchas veces ya está en su ADN antes de nacer, otras veces algo que no iba a manifestarse en el fenotipo aparece o, incluso, algo que ni siquiera existía muta para que aparezca el gen asociado al autismo.
Puede ser consecuencia de la violencia obstétrica o de las separaciones posparto, tal y como demuestran las últimas investigaciones en epigenética.
Somos un continuo de mentes diferentes con potenciales distintos y los llamados neurotípicos estamos junto a las personas con autismo. De hecho, muchos tenemos genética de autismo sin saberlo.
Por eso urge cambiar la concepción sobre el autismo. Porque no son ellos los que deben cambiar, sino un mundo en el que no cabe la diferencia.
Estamos dejándolos apartados, descartando potenciales tremendos. Ellos solo necesitan que alguien los vea. Nos necesitan, y nosotros los necesitamos.
Como dice Temple Grandin, si no fuese por la genética autista, aún seguiríamos socializando frente a un fuego, porque ¿quién pensamos que inventó las primeras lanzas de piedra?
Fuente: cuerpomente.com
por Carolina Herrera | Jun 5, 2019 | Uncategorized
El enorme aumento de casos autismo responde a una confusa y polarizada interpretación de este trastorno. Los expertos no se ponen de acuerdo.
Tras la comprobación de la integridad física de un recién nacido, la máxima expectación es la de encontrarnos con su mirada. En sus primeros días de sueños interminables, y con esa inquietud vigilante de comprobar que sigue vivo, esperamos encontrar entre sus dificultosas muecas un gesto, un sonido, algo que nos indique que conectó con el mundo y con nosotros.
Pero ¿qué sucede si eso no se produce, se genera muy puntualmente, estuvo pero desapareció o se concentra en un solo tipo de situaciones o ideas? ¿Qué ocurre si el pequeño se aisló?
Qué es el autismo y como lo diagnosticamos
Estas coordenadas son las que se utilizan para diagnosticar lo que, técnicamente, se conoce como Trastorno de Espectro Autista (TEA). Esta afección incluye todo tipo de comportamientos, desde aquel niño o adolescente que no articula prácticamente ninguna palabra, pasando por el imitador permanente, el que agrede a otros o se agrede a sí mismo, quien repite continuamente una determinada acción, quien sufre retraso escolar significativo, o el especialista en un tema que no para de hablar de él (Síndrome de Asperger).
Con este baturrillo, y teniendo en cuenta que nos hallamos frente a las primeras experiencias de constitución de seres humanos, la polémica sobre la conveniencia o no de la diagnosis temprana y preventiva, así como la manera de abordarla, está servida.
Partidarios de la diagnosis preventiva
Están quienes defienden una valoración muy temprana, pero desde perspectivas y objetivos muy distintos.
Profesionales «oficialistas», de manual
Entre ellos encontramos a los médicos y profesionales más “oficialistas”, es decir, aquellos que se basan en Manuales Internacionales como el DSM, cuyo punto de partida es el de que son trastornos de tipo neurobiológico y que, por tanto, cuanto antes se mediquen y se rectifiquen las malas conductas, menos consecuencias negativas tendrán para el paciente.
En ningún caso se habla de curación, ya que son consideradas enfermedades crónicas e incapacitantes para siempre.
Las críticas que se alzan sobre esta visión son que, además de no poder demostrarse tal origen orgánico y/o genético, los cambios y ambigüedad de criterios que se han ido produciendo en las distintas revisiones de dichos Manuales amplían tanto los comportamientos que se podría considerar autista cualquier tipo de inhibición, dificultad o ralentización en la consecución de habilidades socio-educativas, con el consecuente perjuicio de quedar estigmatizado bajo una categoría clínica que resulta crónica y discriminatoria.
Profesionales dinámicos
Otra posición es la que sugieren y mantienen los psicoanalistas y psicólogos dinámicos, para los que la primera época de la vida es en la que pueden producirse cortocircuitos en las relaciones del recién nacido con el medio y con las personas que lo rodean, y es ahí cuando hay que actuar.
El trabajo central es el de intentar establecer la comunicación a partir de un mejor entendimiento del código del niño, adaptando así los mensajes a su sensibilidad especial, sin renunciar por ello a su progresiva integración en un mundo simbólico que no siempre se guía por esos mismos códigos.
Contamos en Internet con libros y vídeos de esta manera de proceder, como por ejemplo los de la psicoanalista Marie-Christine Laznik, en los que se puede observar la manera en que cambiando el tono de voz, la iluminación o los colores se logra captar la atención de los bebés.
También se puede captar lo angustiante que puede llegar a ser para ellos el acercamiento de la madre o del padre en actitud de besar los piececitos o la barriguita. Lo que para otro bebé es motivo de risas y divertimento, para ellos puede ser aterrador.
Contrarios a la diagnosis preventiva
Frente a los defensores de la aproximación preventiva al autismo encontramos a los que están totalmente en contra arguyendo que un diagnóstico tan temprano y decisivo para el futuro del niño solo trae consecuencias negativas, ya que determinadas formas de actuación infantiles se deben a una inmadurez dentro del propio proceso de desarrollo cognitivo-afectivo, y que estas pueden desaparecer espontáneamente sin necesidad de ningún tratamiento.
Para estas corrientes, los diagnósticos tendrían que establecerse a partir de posibles fallos en el ámbito escolar, pudiéndose así diferenciar bien cuáles son las áreas que sufren mayor deterioro (las de interrelación, cognitivas o motrices) y actuar sobre ellas.
Agentes, causas y fundamentos del autismo
No cabe duda de que las distintas apreciaciones obedecen a distintas formas de entender el ser humano y aquello que puede perturbar su génesis como tal. Actualmente conviven distintas hipótesis respecto a sus causas.
Cada vez está más extendida la idea de que el autismo es una patología fisiológica debida a la incidencia negativa de agentes externos como pueden ser los agrotóxicos, que se hallan en los productos que ingerimos, o el contenido venenoso de los principios activos presentes en las vacunas o incluso la hipervacunación.
Pero si volvemos a los expertos, para la mayoría de psiquiatras, psicólogos cognitivo-conductuales y neurólogos, la causa del TEA es una lesión orgánico-cerebral presuntamente de origen genético. Sin embargo, a diferencia de las lesiones cerebrales rigurosamente genéticas, como el Síndrome de Down, que tiene una localización cromosómica detectable con una simple prueba, respecto al autismo no se ha podido demostrar nada semejante.
Se habla de supuestas inflamaciones de alguna zona del cerebro, pero no puede determinarse si ellas son la causa o la consecuencia de dicha disfunción.
Esto no implica que no encontremos efectos reales, tanto físicos como psicológicos, en personas que ven entorpecida y dificultada una función que les permitiría una mayor fluidez y comunicación consigo mismos, con su cuerpo, con el entorno y con las herramientas simbólicas que nos permiten desenvolvernos comúnmente.
No hay que confundir la dificultad en una función para la que nuestro organismo está preparado, con la lesión en un órgano que impida totalmente el ejercicio de la función.
Una perspectiva psicodinámica del autismo
Para las corrientes más dinámicas hay determinadas funciones psicofisiológicas que se ponen en marcha en la interrelación con otros congéneres. Esto ya sucede en todas las especies animales, y lo estudia la Etología.
Lo mismo sucede en el ser humano, pero el sistema en el que tiene que desarrollarse un individuo es muchísimo más complejo y abierto, por lo que puede encontrarse con mayores escollos.
Si escuchamos a estos niños autistas, aquellos que han podido expresar algo de lo que sucede en su interior, lo primero que relatan es la insoportable intensidad de toda una serie de estímulos externos, fundamentalmente los referidos a lo acústico (voces, ruidos, etc.) y a lo visual, como el deslumbramiento por luces naturales o artificiales.
Ya Freud, en sus primerísimos trabajos, hacía una pormenorizada descripción de la manera en que el recién nacido percibe las cosas. Al comienzo registra la cantidad directa del estímulo. Si esta sensación produce desazón pero es calmada, será vivida como bienestar, pero si no es así, el malestar se impondrá invadiendo todo el psiquismo.
La tendencia general, cuando vuelven a aparecer estas molestias, será refugiarse en los recuerdos de experiencias complacientes intentando repetirlas una y otra vez, pero si no se consigue, la rabieta está asegurada.
El siguiente paso en la maduración de nuestra mente es que, en un momento determinado, ya no tenemos por qué sufrir directamente las grandes cargas de las sensaciones de forma directa y masiva, sino que las palabras van reemplazando a los estímulos y eso nos permite resolverlos sin tener que vivenciarlos en toda su potencia.
Es algo así como cuando en algún lugar hay mucho alboroto y decimos “¡Cuánto ruido hay!”. Son frases que parecen rebajar la molestia, deshacerse parcialmente de ella y continuar. Es en esta fase donde mayores problemas encuentran los sujetos con rasgos autistas, por su dificultad con el lenguaje y con las posibilidades que pueden encontrarse en él.
La otra vertiente de este proceso es la de la relación con los cuidadores. La cría humana necesita de una persona que lo saque del malestar que le producen tanto sus necesidades nutricias como las ambientales.
En esta conexión con el auxiliador, nos dice Freud, el adulto queda dividido en dos componentes. El primero es el que satisfizo el apremio y que será lo conocido, pero que el bebé no vivirá como procedente de una alteridad, sino como algo suyo que le devolvió la calma y que querrá repetir siempre de la misma manera.
El segundo componente del adulto será lo no conocido, lo diferente, lo extraño para el bebé, que puede vivirse como algo amenazante. En un recorrido habitual, ambos aspectos llegan a integrarse, confluir y reconocerse en una misma persona, perdiendo sus características persecutorias.
Es precisamente esta confluencia la que falla en el autismo, y los adultos son vividos no como auxiliadores sino como pertenecientes a otro mundo que no es el suyo. No es difícil encontrar en ellos ideas como las que plasma el jovencísimo Naoki Higashida en su libro La razón por la que salto (Roca Ed.) en el que, por ejemplo, dice que a los autistas no les gusta la soledad, pero que les pone nerviosos hacer enfadar al resto, y por eso a menudo acaban solos.
También resulta bastante frecuente encontrar a padres frustrados porque quieren ofrecer todo el amor y recursos a su hijo y este, sin embargo, los rehúye.
Nos confrontamos, por lo tanto, a dos códigos de expresión que tendrían que poder encontrar una fórmula para vehiculizar ambas aspiraciones.
Fuente: cuerpomente.com
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