El catedrático Marino Pérez, autor de «Volviendo a la normalidad», asegura que no hay biomarcador cerebral que justifique el Trastorno por Déficit de Atención.
CARLOTA FOMINAYA – carlotafominaya – Madrid
«No existe. El TDAH es un diagnóstico que carece de entidad clínica, y la medicación, lejos de ser propiamente un tratamiento es, en realidad, un dopaje».Esta es la sentencia de Marino Pérez, especialista en Psicología Clínica y catedrático de Psicopatología y Técnicas de Intervención en la Universidad de Oviedo, además de coautor, junto a Fernando García de Vinuesa y Héctor González Pardo de «Volviendo a la normalidad», un libro donde dedican 363 páginas a desmitificar de forma demoledora y con todo tipo de referencias bibliográficas el Trastorno por Déficit de Atención con y sin hiperactividad y el Trastorno Bipolar infantil. Lo que sí que existe, y es a su juicio muy preocupante, es el fenómeno de la «patologización de problemas normales de la infancia, convertidos en supuestos diagnósticos a medicar».
—En «Volviendo a la normalidad», ustedes ponen el dedo en la llaga, al asegurar que el llamado Trastorno por Déficit de Atención, con o sin Hiperactividad (TDAH), no existe.
—El TDAH es un diagnóstico, cada vez más popularizado, que carece de entidad clínica. Para empezar, no se establece sobre criterios objetivos que permitan diferenciar el comportamiento normal del supuestamente patológico, sino que se basa en apreciaciones subjetivas, en estimaciones de los padres del tipo de si «a menudo» el niño se distrae y se mueve mucho. Más que nada, el diagnóstico es tautológico. Si un padre preguntara al clínico por qué su hijo es tan desatento e inquieto, probablemente le respondería porque tiene TDAH, y si le preguntara ahora cómo sabe que tiene TDAH, le diría porque es desatento e inquieto. Por lo demás, insisto, no existe ninguna condición neurobiológica ni genética indenficada, y sí muchas familias donde no se asume que la educación de los niños es más difícil de lo que se pensaba.
—¿Quiere decir que no hay ninguna prueba médica que lo demuestre?
—No. No existen pruebas clínicas ni de neuroimagen (como TC, RM, PET, etc) ni neurofisiológicas (EEG, ERP) o test psicológicos que de forma específica sirvan para el diagnóstico. Lo que nosotros decimos en esta obra, con toda seguridad, es que no hay ningún biomarcador que distinga a los niños TDAH. No se niega que tengan problemas, pero son niños, que tienen curiosidad y quieren atender a lo que sea, moverse… A sentarse es algo que hay que aprender. No existe ninguna alteración en el cerebro.
—Pero los expertos en TDAH afirman que este trastorno mental/psiquiátrico del neurodesarrollo conlleva ciertas particularidades cerebrales, y niveles anormales de sustancias neurotransmisoras…
—Pudiera haber diferencias en el cerebro, como es distinto el cerebro de un músico al de otro que no lo es. Incluso el de un pianista a un violinista. Pero esa diferencia del cerebro no es la causa. El cerebro es plástico y puede variar su estructura y su funcionamiento dependiendo de las exigencias y condiciones de vida. Un ejemplo muy famoso es del hipocampo cerebral de los taxistas de Londres. Cuantos más años de profesionalidad, más alterada es esa estructura cerebral. ¿Por qué? Porque está relacionada con el recuerdo y la memoria espacial, como es requerido para ser taxista en una ciudad de 25.000 calles como Londres. Lo que se pueda observar diferencial en el cerebro de quien sea, en este caso de niños a los que se diagnostica TDAH, no explica que esa sea la causa del supuesto trastorno, si no que los niños sean más activos e inquietos. Pero algunos padres se agarran o podrían estar interesados en encontrar una diferencia cerebral en los niños que les justifique o exima de responsabilidad en lo que le pasa al niño. Insisto, no hay ningún clínico ni ninguna prueba de neuroimagen que pueda validar un diagnóstico, como no hay evidencia que demuestre que los niveles cerebrales de dopamina o noradrelina sean anormales en niños con este diagnóstico.
—Ustedes también recogen en su obra que muchos clínicos, y hasta laboratorios farmacéuticos, que reconocen que no hay biomarcadores específicos.
—Cualquiera que esté al tanto de las investigaciones no puede dejar de reconocer que en realidad no hay biomarcadores específicos por los que se pueda diagnosticar ese TDAH como una entidad clínica diferencia. En España hay multitud de expertos en el tema que después de defender que es un trastorno bioneurológico, reconocen que no hay bases neurológicas establecidas para el diagnóstico. Y sin embargo mantienen ese discurso. Casualmente, suelen ser personas con conflictos de intereses reconocidos y declarados, que han recibido y está recibiendo ayudas y subvenciones y todo tipo de privilegios de diversos laboratorios. Es decir, muy a menudo los defensores del TDAH mantienen esa retórica a pesar de que no hay evidencia, por un conflicto de intereses que les lleva a sesgar la información por el lado de lo que desean que hubiera en base a los intereses de hacer pasar el trastorno como si fuera una enfermedad que hubiera que medicar.
—La realidad es que el TDAH se acaba de reconocer en la flamente Ley orgánica para la mejora educativa (LOMCE).
—Las instancias políticas, empezando por el Parlamento Europeo, con su «libro blanco» sobre el TDAH, y terminando por su inclusión en la Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE), puede que estén dando carta de naturaleza a algo cuya naturaleza, valga la redundancia, está por determinar y que, de hecho, es controvertida. Se está reclamando que se hagan las dotaciones adecuadas que contempla la ley como son ayudas, subvenciones, e incluso rebajas para la adquisición de los libros de texto, ventajas para acceder a becas, quien sabe si hasta para acceder a la Universidad. Mientras, los lobbies de la industria farmacéutica se estarán frotando las manos, viendo como los políticos «trabajan» a su favor. Los políticos creerán que han hecho lo políticamente correcto pero, de acuerdo con lo dicho, sería incorrecto científicamente.
—Usted augura que, a partir de este reconocimiento, habrá muchos interesados en que el niño reciba un diagnostico formal de TDAH.
—Si. Esto mismo que ha pasado en España, de que la Ley otorgue cobertura legal al TDAH, se vio con anterioridad en 1997 en Quebec (Canadá). Allí hicieron un estudio de seguimiento de diagnósticos durante los 14 años siguientes y se encontró que en esa provincia canadiense en concreto, y a diferencia del resto de Canadá, había aumentado exponencialmente el número de niños medicados. Un crecimiento que no se observó en otras enfermedades propiamente infantiles como el asma, donde el porcentaje se mantuvo el resto del tiempo. Además, los niños que tomaban medicación de forma continuada tenían un rendimiento más bajo a largo plazo. Y tenían a su vez otros comportamientos y otras alteraciones como ansiedad y depresión.
—Los efectos secundarios de la medicación es algo que ustedes también citan en esta obra, al señalar que los padres no son muy conscientes de los mismos.
—La utilidad de la medicación, hasta donde lo es, no se debe a que esté corrigiendo supuestos desequilibrios neuroquímicos causantes del problema, como se da a entender, sino a que el propio efecto psicoactivo de la droga estimulante puede aumentar la atención o concentración, como también lo hacen el café o las bebidas tipo Red Bull. La medicación para el TDAH no es, en rigor, un tratamiento específico, sino un dopaje: es la administración de fármacos o sustancias estimulantes para potenciar artificialmente el rendimiento. En cuanto a la salud, estas anfetaminas lo que producen es un efecto inmediato (si es continuado) de aumento de la presión sanguínea y cardiaca, que les puede llevar a tener a la larga más riesgos cardiovasculares. Tampoco les debería sorprender su efecto sobre el retraso del crecimiento. La cuestión es saber que pasa tras años de medicación.
—Si el TDAH no es un cuadro clínico, pero sí un problema de conducta, ¿qué pueden hacer los padres afectados?
—Lo dificil hoy en día es que los padres puedan tener una atención más continuada y sosegada con los niños. Pero la atención y la actividad se pueden aprender, y mejorar. Hay estudios hechos y publicados en la versión americana de Mente y Cerebro con niños pequeños abocados o candidatos a recibir el diagnóstico. Se les enseñaba a los padres a realizar diversas tareas con esos pequeños, con el objeto de educar la atención y su impulsividad. Y se ha comprobado que con estas actividades consistentes en juegos tipo «Simon dice», donde uno tiene que esperar a responder cuando se le pide algo, se ha logrado que los niños mejoren y controlen la impulsividad o los comportamientos que les abocaba al TDAH.
—Mientras tanto, usted señala que las asociaciones de afectados tienen publicidad en sus webs de los laboratorios farmacéuticos implicados en la fabricación de los medicamentos.
—Si usted echa un vistazo a alguna de ellas lo podrá comprobar por usted misma. En mi opinión, las asociaciones de padres y afectados por el TDAH, si no quieren hacerle el juego a otros intereses, debieran tener prohibido en sus estatutos recibir financiación de los fabricantes de medicación, y utilizar como divulgación sus explicaciones y panfletos. Es como si ponemos al lobo a cuidar de las ovejas. Aunque los laboratorios reciban cuantiosas multas por la inapropiada promoción de sus preparados y afirmaciones engañosas acerca de su eficacia, como los 56.5 millones de dólares que tendrá que pagar el principal fabricante de medicamentos para el TDAH, no será nada comparado con los 1.200 millones de dólares que tiene previsto ganar en 2017 con uno de ellos. De estas cosas también hay que hablar cuando se habla de TDAH.
—¿Recomendaría usted alguna lectura a padres preocupados?
—A los padres de niños diagnosticados con TDAH les aconsejaría, sobre todo, que no aceptaran guías cuyos autores y asesores tengan conflictos de intereses con las industrias farmacéuticas. Que busquen guías independientes que cuenten la verdad de lo que se sabe del TDAH y de las implicaciones que tiene la medicación. En España el Boletín de Información Farmacoterapéutica de Navarra ha editado una que se titula Atentos al Déficit de Atención (TDAH) entre la naturaleza incierta y la prescripción hiperactiva. Es una guía que puede ser muy útil para que los padres sepan a qué atenerse o que esperar de los fármacos. Y que ellos decidan.
Cómo beneficia el juego a los niños y qué sustancias segrega el cerebro
Jugar es un placer. Es diversión, entretenimiento. Es un aprendizaje. ¿Algo más? Sí. El juego aporta una infinidad de beneficios a los niños, a todos los niveles (físicos, mentales, sociales…). Pero además, activa el cerebro. Lo mantiene en forma. ¿Quieres saber cómo? Descubre qué ocurre en el cerebro de los niños cuando juegan.
Lo que pasa en el cerebro de tu hijo cuando juega
Si pudiéramos mirar a través de la pequeña cabecita de nuestro hijo, veríamos la cantidad de actividad que se genera en su cerebro cada vez que juegan. El culpable de esto, o más bien la culpable, es la química. El juego genera una serie de hormonas que trabajan en el cerebro de los niños. Cada vez que tu hijo juega, estas sos las sustancias que se activan en el cerebro:
– La Serotonina: Gracias a ella se reduce el estrés. También es la encargada de equilibrar y regular el estado de ánimo.
– La Acetilcolina: Es la sustancia que favorece la concentración, la memoria y por supuesto, el aprendizaje.
– Las Endorfinas y Encefalinas: Encargadas de reducir la tensión neuronal. Es decir, la que transmite al niño calma y felicidad. Es el mejor momento de creatividad del niño.
– La Dopamina: Motiva la actividad física, la que consigue que los músculos reaccionen ante el juego. También participa en la estimulación de la imaginación, la creación de imágenes y seres fantásticos.
Por qué es importante dejar que los niños jueguen
El juego abre las puertas de la imaginación y la creatividad de los niños, les mantiene en forma, les ayuda a generar estrategias y a resolver conflictos y les enseña a crear normas y respetarlas. Es juego es la mejor asignatura para los niños, la más completa. Estas son sus grandísimas ventajas:
– Es desestresante. El juego libera de la presión de los estudios o los deberes.
– Es el mejor vehículo de aprendizaje para los niños.
– Ayuda a establecer lazos sociales.
– Potencia y desarrolla el universo interno del niño.
Jugar, sin más. Jugar al escondite, a los bolos, al cucu-tras. Jugar con los muñecos, con la pelota, o simplemente con la imaginación. Deja que tu hijo sueñe, imagine, juegue con otros niños. Estará aprendiendo, y mucho, de la mejor forma posible: divirtiéndose.
Tras las declaraciones entregadas por la activista Ana María Gazmuri, la doctora entregó sus apreciaciones y lamentó que se discuta un tema médico con personas no instruidas en la materia.
En su visita a la Región, por motivo de un seminario realizado en la Universidad del Desarrollo, la actriz y activista pro cannabis, Ana María Gazmuri, realizó una serie de aseveraciones sobre el uso medicinal de la marihuana en niños y adolescentes.
A juicio de la directora ejecutiva de la Fundación Daya, el utilizar la hierba, por ejemplo, en menores con epilepsia es un riesgo beneficioso, ya que “las convulsiones son mucho más peligrosas que la cannabis”.
Esas declaraciones no dejaron indiferente a la doctora en psicología y directora del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Chile, Anneliese Dörr, quien descartó las aseveraciones de Gazmuri y consideró que “discutir temas de índole científico no puede hacerse de manera light, o sea, no se pude poner a debatir a profesionales de la salud especializados en investigación con personas del mundo artístico”.
Dörr es una voz autorizada. Lleva más de 10 años junto a otros profesionales dirigiendo y coordinando algunas investigaciones que ponen sobre la mesa las reales consecuencias que provoca el consumo de marihuana en adolescentes.
– Ana María Gazmuri afirmó que el tratamiento del dolor a través de cannabis puede abrir una puerta a mejorar las condiciones de vida de pacientes con patologías graves. ¿Comparte esa opinión?
– Primero hay que aclarar que la marihuana nunca ha sido medicinal. Esta planta tiene entre 489 a 500 componentes, según el tipo (índica; sativa), sólo 70 de estos son cannabinoides, y dos de estos (THC y CBD) son los que se están estudiando para ver sus posibles beneficios de salud. El resto de los componentes son sustancias potencialmente neuroactivantes y peligrosas para la salud como terpenos, hidrocarburos, cetonas, entre otros.
Se han realizado varios estudios donde se extraen y sintetizan los cannabinoides bajo estrictas normas y no en la cocina de las casas en modalidades de aceites o alguna otra preparación, y no se ha demostrado que la marihuana sirva para tratar cáncer, inflamación intestinal o mal de parkinson. Es más, está comprobado que ésta incrementa el riesgo de sufrir esquizofrenia.
– ¿Considera que es antojadizo que en la discusión se ponga sobre la mesa sólo las cualidades de aplacar el dolor y no los efectos en el desarrollo cognitivo de los menores?
– En el mundo científico no hay dudas respecto al daño que provoca la marihuana en el cerebro, en especial en las áreas relacionadas con la memoria, el humor y las funciones que tienen que ver con la posibilidad de logro o llegar a término mis intereses y metas propuestas. También se sabe que produce daños en la conformación estructural del cerebro si se consume en la niñez y adolescencia, y problemas funcionales en la adultez. La evidencia científica es aplastante, por lo tanto hay que tener mucho cuidado con desperfilar su uso.
En lo que respecta a su uso como medicina, hasta el momento es bastante discreta la evidencia científica que sostiene que los cannabinoides que se extraen de la marihuana son eficientes para el tratamiento del dolor crónico y la espasticidad. Por su parte, el metanálisis del Jama concluye que existe poca evidencia de calidad científica respecto al uso de cannabinoides en mejora de vómitos y nauseas por quimioterapia, en trastornos de sueño y síndrome de la Tourrette. Este además afirma que el uso de cannabinoides está asociado a un aumento de riesgos adversos en el corto plazo.
– Las declaraciones de Gazmuri, a su juicio, contribuyen a desinformar o quitarle peso a los reales efectos de la marihuana?
– No es serio científicamente que se discuta un tema médico con una persona de un ámbito tan diferente, por importante que éste sea. Esto induce a dejar en el ambiente una igualdad de argumentos que no corresponde, lo que lleva finalmente a la expresión más evidente de posverdad (información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público). Sólo se instalan ideas que el auditor quiere escuchar.
Lo objetivo es dar a conocer el último informe de la National Surveyon Drug Use and Health de Estados Unidos, donde se alerta acerca que las hospitalizaciones relacionadas con la marihuana en Colorado han aumentado más del 70% desde su legalización, significando un incremento de 30% anual. Es decir, se cuadriplicó el número de adolescentes atendidos de emergencia por intoxicación de marihuana y se experimentó un alza a más del doble en accidentes de tránsito relacionados al consumo de ésta.
El NeuroSpect
– Según la actriz, se demostró que los resultados mostrados por el NeuroSpect, estaban asociados al consumo de alcohol más que al cannabis. ¿Cómo puede refutar esa aseveración?
– La afirmación realizada por la señora Gazmuri respecto al respecto al estudio realizado por la facultad de Medicina de la Universidad de Chile junto a la CLC, es totalmente falsa. En el estudio denominado Efecto marihuana en escolares sobre funciones cerebrales a través de pruebas neuroopsicológicas y neuro-spect (2013), se descartó de la muestra de estudio a aquellos adolescentes con consumo problemático de otras sustancias como alcohol y otras drogas, incluyendo medicamentos. Esto deja en evidencia que no leyó el estudio, y si lo hizo al parecer no entiende sobre metodología de la investigación.
Cuando se lee un estudio científico se debe saber interpretar los resultados, porque un error en la lectura o en la comprensión puede llevar a hacer declaraciones imprecisas, falsas que enlodan la investigación nacional que ha sido reconocida como válida en instancias internacionales
– ¿Siente que nadan contra la corriente en una sociedad que se muestra cada vez más receptiva al uso medicinal de la marihuana?
– Creo que finalmente va a imperar los datos basados en la evidencia científica, y que esta moda “cannábica” tendrá que tener su fin. Esperemos que no sean tantos los dañados por el camino como sucedió con el cigarro, sin embargo, nuestro país ha sido de los más afectados mundialmente por esta ideología. Esta idea que es medicina natural la marihuana no se instaló de manera accidental, detrás hay grupos económicos que quieren hacer su gran negocio, y esto está bastante probado. No ha más que ver la manera que fue financiado en Uruguay la propaganda pro legalización.
Los organizadores esperan que el público masculino comprenda su responsabilidad con hechos que van desde tocaciones, a compartir fotos de mujeres por Whatsapp sin consentimiento.
Por Ignacia Rudolph
SANTIAGO.- «Nos estamos enfrentando a ese público que nos ataca», con estas palabras María Francisca Valenzuela, presidenta del Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC), se refirió a la iniciativa que este jueves fue lanzada en el Café Literario del Parque Balmaceda.
La campaña organizada por la OCAC, EME Masculinidades y Men Engage Alliance, busca poner en el foco la responsabilidad del género masculino en los abusos sexuales contra la mujer.
Francisco Aguayo, director de EME Masculinidades, asegura que «la mayoría de los hechos de agresión sexual en nuestra sociedad son perpetrados por hombres y eso fue los que nos ha motivado a pensar en una campaña que estuviera orientada a la población masculina».
Según Valenzuela, la propuesta tiene como objetivo hacer un llamado a los hombres a no ser partícipes de la violencia sexual en ningún sentido. «‘No te da vergüenza’ tiene que ver con que cotidianamente muchos varones pueden incurrir en prácticas que producen y legitiman violencia pero que no se dan cuenta», asegura.
Con el lema «si no hay consentimiento, es violencia sexual», los organizadores quieren concientizar acerca de distintos hechos cotidianos que sin el consentimiento de la contraparte femenina, pueden formar parte de una cadena de agresión. Por ejemplo: tomar imágenes de una persona y acosar con frases o tocaciones. Valenzuela incluso señala que el compartir fotos de mujeres en grupos de Whatsapp y que no fueron consentidas, es sinónimo de abuso.
«La idea es problematizar, cuestionar y contribuir a la igualdad y a la erradicación de la violencia sexual contra las mujeres», agrega. Y además, dice que esta propuesta es una de las primeras que no señala a la víctima como responsable de denunciar y alzar la voz, sino que a la sociedad, y con eso a los varones.
Según la presidenta de OCAC, es un desafío importante el hacer una campaña que desde una perspectiva feminista busque hablarle a los hombres.
El año pasado, y más o menos por estas mismas fechas, escribía un post a propósito de la película “Sufragistas”. En él comparaba la lucha de las mujeres por el voto (y los derechos civiles que implicaba) con la que hoy en día nos lleva a muchas madres a empuñar otras pancartas donde también reivindicamos derechos, esta vez para nuestros hijos con diversidad funcional.
Hoy es otra película y otra lucha las que me llevan a una nueva reflexión: “Figuras ocultas”. La película no es extraordinaria, desde el punto de vista puramente cinematográfico, pero invita a reflexionar, y sobre todo sentir, mucho: si cambiamos color por funcionalidad, los hechos que narra nos transmiten la indignación que espero algún día sienta la sociedad del futuro, sobre quienes estamos en el aquí y el ahora.
Durante la proyección de la historia de esas tres extraordinarias matemáticas negras, muchos clínex rodaban de mano en mano y el 100% de los espectadores nos revolvíamos en nuestra butaca ante las situaciones de discriminación, segregación y negación de derechos civiles (y hasta humanos) que se vivían en la pantalla. Lo cierto es, sin embargo, que nuestra sociedad (la mayoría de quienes la conformamos, porque “la sociedad” no es un ente abstracto) reproduce exactamente lo mismo, sólo que aplicado a otro colectivo: el formado por personas con una funcionalidad distinta a la de la mayoría estadística de la población.
No somos capaces de verlo (y mucho menos de sentirlo), como tampoco lo veían (ni lo sentían) los blancos de aquella época: eran actitudes aprendidas y heredadas que no se cuestionaban y se reproducían sin más. Sólo algunos hemos llegado a verlo, y también sentirlo, cuando hemos pasado a formar parte de esa minoría discriminada y despojada de sus derechos.
Aunque no siempre y ni siquiera bajo esas circunstancias, se produce un cambio de percepción. Muchas veces, ni ese trasvase es capaz de hacer consciente a sus protagonistas de la situación de discriminación y negación de derechos que viven ellos o sus hijos. Del mismo modo que tampoco la mayoría del colectivo formado por personas negras se rebelaba porque era “lo natural”. Y la minoría de quienes dentro de esa comunidad sí se alzaron, fueron tratados como radicales, cuando no terroristas, incluso por miembros de su propia comunidad negra, de aquella por quien luchaban y que se benefició del proceso de insurrección y resistencia. Exactamente lo mismo que ocurre a día de hoy entre el colectivo de la diversidad funcional.
Hay una escena en “Figuras ocultas” donde una mujer blanca le dice a una de aquellas compañeras negras de la NASA: Aunque no lo creas, no tengo nada contra vosotras. Y la matemática negra le responde: Lo sé. Ya sé que no lo crees.
Eso es exactamente lo que hace nuestra sociedad respecto al colectivo con diversidad funcional aquí y ahora: no creemos estar haciendo nada malo, cuando la realidad es que les discriminamos, les segregamos y les negamos sus derechos civiles (y hasta humanos). Exactamente lo mismo que los blancos en los Estados Unidos de aquella época con los individuos (que no ciudadanos y casi que ni personas) negros.
Y de la misma forma que aquellas tres mujeres estaban ocultas, también los normofuncionales tratamos de ocultar al colectivo diversofuncional en nuestra comunidad. Antes, por vergüenza. Ahora, y por aquello de sentirnos más “civilizados”, hemos cambiado los argumentos y decimos que “es por su bien” o porque “están mejor atendidos”. Esas son la frases que escuchan a diario familias de este país cuando sus hijos son trasvasados de la escuela ordinaria a los centros de educación especial para segregarlos (llamemos a las cosas por su nombre). Cuando no son ya directamente rechazados por esa escuela ordinaria (la de TODOS) en primera instancia. Este proceso se ha visto agravado en los últimos años con la excusa de la crisis y los recortes, cuando lo cierto es que lo primero que necesitamos para tener una escuela inclusiva es que el material humano que conforma esa comunidad educativa tenga la voluntad de incluir y, sobre todo, de creer en la inclusión.
Cuando unos padres escuchan de boca de un “profesional” de la educación que el principal problema de su hija con diversidad radica en ellos, su familia, porque no se dan cuenta de que esa niña “no es normal”, creo que ya está todo dicho. Y esta conversación (y bastante peores) no me la estoy inventado yo, tienen lugar casi a diario en los despachos de nuestros colegios “inclusivos”.
Sería interesante que ese “profesional” nos aclarara el concepto de “normal” y la descripción del mismo. Quizás haga referencia a esta clasificación: nacional, familia biparental, clase media hacia arriba, cociente intelectual superior a 100, heterosexual y normofuncional. Entiendo, entonces, que todo aquel alumno que no encaje en alguno de estos parámetros, “no es normal”. Con lo cual, se da la paradoja de que en muchas, muchísimas, de nuestras escuelas públicas, lo normal acaba resultando una excepcionalidad.
Sé que soy reincidente en mis escritos en esa idea de comparar la lucha de las personas con diversidad funcional con la de otras minorías como las mujeres, ciudadanos negros o el colectivo LGTBQ+. Lo cierto es que las luchas de las minorías sometidas, oprimidas y segregadas siempre se parecen. Tienen las mismas causas e idéntico desarrollo. Es por ello que debemos tomarlas como referencia para perseguir su mismo objetivo: el fin de la opresión, discriminación y segregación.
En una de mis publicaciones en Facebook (donde, de nuevo, utilizaba la comparación con el racismo) Sergio Avalos me informaba de la existencia de una corriente teórica dentro de los “Disability Studies” que planteaba exactamente eso: la relación hacia la discapacidad como racismo y post-colonialismo.
En el mismo hilo, Paula Mariana Maciel me hablaba del término CAPACITISMO y, por fin, conseguía la traducción al castellano de una palabra sobre la que había leído tanto y me parecía tan útil pero que no sabía cómo traducir: ABLEISM. El capacitismo es el equivalente al racismo, pero aplicado a la funcionalidad en lugar de a la raza. Mientras que capacitista (ableist) es el adjetivo que debemos aplicar a quienes consideran a las personas normofuncionales superiores a las personas con diversidad funcional.
En otro post criticaba las palabras y expresiones utilizadas en una conversación pública y televisada. Suscitó algunos comentarios donde se cuestionaba mi crítica y que me atribuían una cierta hipersensibilidad. Esto vendría a decir que el daño no estaba en las palabras de quien hablaba, sino en la mente de quien las escuchaba (es decir: yo).
¿Cómo hay que llamarles sin herir a nadie?, preguntaba alguien.
Pues, fundamentalmente, con respeto. Utilizando palabras justas y respetuosas que reflejen la realidad. Desechando aquellas que reproducen las construcciones sociales injustas que hemos creado entorno al colectivo. Como recuerda tantas veces Ignacio Calderón Almendros: la discapacidad es una construcción cultural. En otro tipo de sociedad y en otra cultura, la mayoría de los que escribimos y leemos por esta esfera virtual, también tendríamos una discapacidad.
Cuando el lenguaje hiere, entonces es que está mal empleado. El colectivo con diversidad funcional existe y por supuesto que hay ocasiones (menos de las que realmente creemos) en que necesitamos términos para referirnos a él. También existe el colectivo LGTBQ+ pero a sus miembros, por suerte, hemos dejado de llamarles “maricones” o “bolleras”. ¿Acaso esos términos reflejaban la realidad? ¿o eran, en realidad, una construcción social y cultural? ¿Qué connotaciones implicaba la utilización de esas expresiones? Pues las mismas que cuando seguimos hablando de discapacitado, minusválido o personas con problemas. Y hasta la palabra especial ha acabado cargándose de connotaciones tremendamente negativas cuando se utiliza en este contexto. ¿Acaso los que funcionamos como la mayoría estadística somos completamente capaces? ¿Completamente válidos? ¿No tenemos problemas? ¿Acaso no somos todos únicos y, por tanto, especiales? Yo no conozco dos seres humanos idénticos.
Seguramente hablar con corrección puede llegar a resultar pesado, pero no sólo es de justicia hacerlo (a nadie le gusta que le califiquen con términos injustos o irrespetuosos), sino que, además, la realidad no se puede transformar sin cambiar primero el lenguaje.
Y lo que yo criticaba fundamentalmente de aquella conversación, eran las actitudes que se escondían tras las palabras y expresiones utilizadas por esas dos personas (públicas y además padres de niños con discapacidad con lo cual el daño era doble).
Critico el capacitismo como forma de discriminación sobre el colectivo diverso. Critico el yo-soy-mejor-soy-superior porque tengo habilitadas mayor número de funciones que tú. Y si todavía no somos capaces de verlo, es porque quedan muchas más cosas por cambiar de las que yo creía. Porque si todavía estamos en la fase de modificación del lenguaje, entonces, la transformación de la realidad para el colectivo diverso queda muy, pero que muy lejana.
Para terminar, una última reflexión: no creo que los racistas, los clasistas, los homófobos, los misóginos o los xenófobos se consideren a si mismos malas personas. Para ellos es el orden natural de las cosas. Porque son creaciones culturales y sociales aprendidas que se limitan a reproducir sin cuestionarlas: vosotros (negros, pobres, mujeres, gays, extranjeros), abajo; nosotros (blancos, ricos, hombres, heterosexuales, nacionales), arriba. Es exactamente lo mismo que se sigue practicando, a día de hoy, con las personas con diversidad funcional.
Sólo quienes se han cuestionado lo heredado, han sido capaces de realizar los cambios políticos y sociales que nos han traído hasta donde estamos. Así que, para seguir avanzando debemos seguir cuestionando casi todo lo aprendido. Y esto debe hacerse por parte de ambos bandos: por parte de quienes están “arriba” y también, y sobre todo, de quienes estamos “abajo”.
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