«A ver, mamá, ¿cómo me dormía yo cuando era bebé? Porque tiene cuatro meses y solo se duerme en el pecho… y ya no sé que hacer», pregunta la hija a su madre. «Te daba el biberón y normalmente te quedabas tan relajada que enseguida te dormías en mis brazos comiendo, o con el chupete», le responde la madre. «Entonces, ¿me está usando de chupete?». «Sí, hija, eso parece… tienes que intentar que no lo haga».
Esta conversación se repite, seguro, en cientos y cientos de casas cada año. Una hija pidiendo consejo a su madre, al pediatra o a quien sea, recibiendo como respuesta un «si se duerme al pecho, lo estás haciendo mal». ¿El problema? Pues que es mentira. El que un bebé de cuatro meses, de ocho o de año y medio se duerma al pecho no solo es normal, sino que además es lógico.
Nos dormíamos con el chupete, o sin él, porque no teníamos pecho
Claro, uno se pregunta por qué nosotros de pequeños nos dormíamos sin la teta y la respuesta es obvia: no nos daban el pecho. Tomábamos biberón, chupábamos la tetina hasta que nuestros estómagos estaban llenos hasta la bandera y entonces quedábamos extasiados. No hacía falta mucho para que conciliáramos el sueño, y si alguno lo necesitaba, se cambiaba el biberón por el chupete y a succionar, que anda que eso no calma. Unos brazos amorosos, bailecitos, alguna canción y rendidos.
Parece que lo que sucediera con nosotros, en nuestra infancia, es lo normal, lo de toda la vida. Sin embargo, como todos sabemos, la leche artificial es un invento de hace nada y lo normal es lo otro, la leche materna, lo de toda la vida.
Extrapolando la situación, un bebé se duerme cuando ha comido, con un bailecito o canción, si hace falta, pero succionando algo. Sí, ya sé que algunos no lo necesitan, pero la mayoría se duermen mejor con un chupete o con la teta.
¿Por qué la teta en vez del chupete?
Pues porque el chupete también es un invento reciente, no podemos decir que lo normal es que después del pecho le pongamos un chupete al bebé porque lo de toda la vida es tener al bebé mamando y quedarse dormido aún succionando.
Si una madre quiere cambiar una cosa por otra, puede hacerlo, solo falta que el bebé acepte el cambio, que muchos no quieren ni oír hablar de la «teta seca de goma» si al lado tiene el pecho de mamá, que es de carne de verdad y saca leche.
El pecho, mucho más que alimento
Y es que muchas personas, y aquí incluyo a muchos profesionales (sobre todo los expertos del sueño infantil amantes del conductismo), creen que dar el pecho es lo mismo que dar un biberón: le das la leche que necesita y fuera, ya ha acabado de comer, no tiene sentido que siga chupando. Por eso dicen tonterías tan grandes como que los bebés tienen que mamar despiertos, luego tienen que estar un rato despiertos y finalmente deben dormirse separados del pecho de la madre, para que separen el comer con el dormir.
Tonterías porque el pecho de una madre no es un biberón, ni se le parece demasiado. Es cierto que los dos sacan leche, pero una vez se acaba, la función del biberón es cero y sin embargo, la función del pecho no. Dar el pecho es alimentar, pero es también ofrecer succión no nutritiva, es permitir el contacto piel con piel, es evitar tener que poner al niño a hacer un eructo, es el olor a mamá y es, fíjate tú, mamá. Biberón vs mamá: demasiadas diferencias.
Pero aún hay más
Pero es que aquí no acaba todo. Mamar da sueño. Succionar, como hemos dicho, les relaja. Hacerlo en el regazo de mamá les relaja. Llenarse el estómago da sueño. La leche calentita da sueño. La leche materna da sueño, entre otras cosas, porque contiene un aminoácido llamado L-triptófano que ayuda a los bebés a conciliar el sueño. Si lo normal fuera que el bebé no se duermiera en el pecho la leche llevaría cafeína.
Y digo más, la leche materna contiene también melatonina, la hormona que nos ayuda a establecer los ritmos dentro del día y los ciclos de vigilia y sueño. ¿Lo sorprendente del asunto? Que el flujo de melatonina es variable, según el momento del día que sea, para ayudar al bebé a centrarse en qué momento del día está.
Se dice que lo más recomendable para ayudarles a seguir el ritmo circadiano es consiguiendo que haya oscuridad de noche y promoviendo que por el día, aunque duerman, haya luz. Así aprenden antes cuándo es de día y cuándo es de noche. Pues bien, además de hacer esto, se consigue mediante la leche materna, que envía concentraciones diferentes de melatonina al cuerpo del bebé según el momento del día que sea.
En resumen
¿Aún crees que no es normal que un bebé se duerma al pecho? Porque si es así tendrás que explicarme tus argumentos. Yo no los veo por ninguna parte. De hecho, me parece tan normal y lógico que los bebés aprovechen la succión y el contacto de mamá para conciliar el sueño tranquilamente, hasta el día en que se sienten seguros y son capaces de dormirse solos, que no puedo entender que haya quien pretenda explicar que lo normal es que se duerman solos.
Compartimos con ustedes un corto de animación, para explicar las sutiles y reveladoras diferencias entre una respuesta «simpática» ante los problemas de los demás y una respuesta empática.
En una época en la que se usan las tablets para calmar a los niños, se hace más indispensable si cabe entrenar a nuestros pequeños en técnicas de relajación. Podemos hacerlo por medio de juegos para que, a la vez que desarrollan recursos para la vida, se diviertan.
Así, teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad que fomenta la prisa, los estímulos rápidos y la gratificación inmediata, es de suma importancia que tengamos a mano recursos que favorezcan un mayor autocontrol.
Por eso, basándonos en esta premisa, en este artículo hemos recopilado algunos juegos que se constituyen como técnicas de relajación para los más pequeños de la familia. Veamos en qué consisten:
1.¡¡A soplar la vela!!
Este juego consiste en aprender a respirar de manera profunda, es decir, cogiendo aire por la nariz, inflando la barriga y expulsando poco a poco el aire mientras soplamos la vela con intención de apagarla. Una vez que están comprendidas las instrucciones, situamos al niño en una silla a dos metros de la vela, que se encontrará encendida encima de una mesa.
No puede levantarse ni inclinarse, por lo que es esperable que no consiga apagarla. Así que lo acercaremos medio metro aproximadamente. Realizaremos acercamientos progresivos hasta que la apague. De esta manera tendremos un rato de juego de unos 5 minutos en el que el niño adquirirá la habilidad de respirar profundamente.
2.El juego del globo
La técnica del globo es un juego maravilloso que nos ayuda a fomentar la relajación a través de una correcta respiración. ¿Qué necesitamos? Un espacio amplio y globos de colores. ¿Qué debemos hacer? Inflar un globo tanto que explote e inflar otro globo y dejar que expulse el aire lentamente manipulando la boquilla.
Después, les pediremos a los niños que cierren sus ojos y se imaginen que se convierten en globos mientras toman aire. Luego, les solicitaremos que expulsen el aire lentamente, como si fueran globos.
Tras hacer esto pediremos a los niños que nos cuenten situaciones en las que se sienten como globos, situaciones en las que no pueden soportar o tolerar algo. Entonces, les invitaremos a que nos indiquen cómo lo han resuelto, ofreciendo alternativas si necesitasen ayuda para tomar conciencia de esas situaciones.
3.La relajación progresiva
Si bien podemos darles nosotros las instrucciones, en youtube tenemos un vídeo estupendo basado en el texto original de la relajación de Koeppen que narra las instrucciones de relajación con una fantástica música de fondo cortesía de Salvador Candel. No obstante, cabe decir que las instrucciones también podemos dárselas nosotros, ambientando la situación con música relajante que favorezca un entorno cálido y sosegado.
Como nota adicional, cabe decir que para favorecer que generalicen este tipo de relajación en contextos más “naturales” como el colegio, podemos decirles que si se ponen nerviosos en clase, agarren la silla mientras están sentados y tensen los brazos y el tronco al mismo tiempo que hacen fuerza con los pies en el suelo.
4.El juego de la semilla
Con música relajante de fondo y luz tenue, simbolizaremos el crecimiento de un árbol. Comenzaremos por ponernos de rodillas en el suelo con la cabeza agachada y los brazos extendidos hacia adelante, como si fuésemos gatitos desperezándose.
Somos una semilla que, al son de la música, va creciendo y convirtiéndose en un árbol grande con hermosas ramas, que serán nuestros brazos extendidos hacia arriba cuando estemos de pie. Este ejercicio es ideal para hacerlo con ellos por la noche, antes de acostarlos.
5.El cuento de la tortuga
El cuento de la tortuga, desarrollado por Schneider, es magnífico para fomentar habilidades de autocontrol. En el enlace se narra la historia de una pequeña tortuga que se enfadaba por todo y explotaba con gran facilidad.
Un día, tras sentirse sola y aislada, se encuentra con una sabia tortuga que le da un truquito para controlarse cuando se enfada: meterse en su caparazón, contar hasta calmarse, frenar sus pensamientos y relajarse.
Este cuento es ideal para narrarlo a niños entre los 3 y los 7 años. Para favorecer la puesta en práctica de esta habilidad podemos darles una pegatina o un papelito con una tortuga cada vez que realicen el ejercicio en una situación de tensión. Lo tenemos descargable y listo para imprimir en este enlace.
6.El frasco de la calma
Llamamos frasco de la calma a un bote en el que metemos agua, silicona líquida para dar densidad al contenido y, por ejemplo, purpurina. Podemos fabricarlo con ellos con una manualidad más y es ideal para que lo contemplen tanto en momentos de tensión como en momentos que podemos llamar “zen”.
Consiste en que lo agiten y observen el movimiento, después de ello les explicaremos que la purpurina es como sus emociones, que se agitan y agitan hasta que se tranquilizan. Es ideal para fomentar la reflexividad.
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La sola observación de la purpurina moviéndose lentamente les ayudará a concentrarse y relajar su mente tras momentos de gran activación. Os dejamos un enlace en el que se explica cómo fabricarlo y cómo usarlo. ¡¡No olvidéis sellar el bote con pegamento extrafuerte para impedir que se abra y se desparrame el contenido!!
7.El juego del soplador de bola gigante
Otro recurso más para divertirse y aprender a respirar de manera profunda es el juego del soplador. Consiste en que mantengan durante el mayor tiempo posible la bola en el aire. Divertido, ¿verdad? Lo cierto es que este juego les encanta y es muy funcional para favorecer la relajación.
8.Arrugar papeles, aplastar bolas, garabatear
Garabatear, arrugar papeles o aplastar bolas blanditas tipo anti-estrés es otro juego maravilloso para ayudarles a canalizar sus emociones negativas. Además, al mismo tiempo favorecemos el desarrollo de la motricidad fina, ya que les ayudamos a fortalecer los músculos de sus pequeñas manos.
9.Pintar mandalas
Pintar mandalas no solo favorece la relajación y la reflexividad, sino la capacidad de concentración y la habilidad creativa. En librerías y en internet encontramos numerosas alternativas adecuadas para ellos que les encantarán.
Hasta aquí la recopilación de hoy, esperamos que realmente estos juegos y recursos sean de utilidad en la crianza de los más pequeños. No olvidemos que es más fácil criar niños fuertes que reparar adultos rotos y que el hecho de que la naturaleza nos confíe la educación de los niños es nuestra mayor responsabilidad.
Un maestro sufí tenía la costumbre de contar una parábola al terminar cada lección, pero los alumnos no siempre entendían el mensaje de la misma.
– Maestro – le dijo en tono desafiante uno de sus estudiantes un día -, siempre nos haces un cuento pero nunca nos explicas su significado más profundo.
– Pido perdón por haber realizado esas acciones – se disculpó el maestro-, permíteme que para reparar mi error, te brinde mi rico durazno.
– Gracias maestro.
– Sin embargo, quisiera agradecerte como mereces. ¿Me permites pelarte el durazno?
– Sí, muchas gracias – se sorprendió el alumno, halagado por el gentil ofrecimiento del maestro.
– ¿Te gustaría que, ya que tengo el cuchillo en la mano, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?
– Me encantaría, pero no quisiera abusar de su generosidad, maestro.
– No es un abuso si yo te lo ofrezco. Sólo deseo complacerte en todo lo que buenamente pueda. Permíteme que también te lo mastique antes de dártelo.
– ¡No maestro, no me gustaría que hicieras eso! – se quejó sorprendido y contrariado el discípulo.
El maestro hizo una pausa, sonrió y le dijo:
– Si yo les explicara el sentido de cada uno de los cuentos a mis alumnos, sería como darles a comer fruta masticada.
Desgraciadamente, muchos maestros y padres piensan que es mejor darles a los niños las frutas perfectamente cortadas y masticadas. De hecho, la sociedad y las escuelas están estructuradas de tal forma que se enfocan más en la transmisión de conocimientos, de verdades más o menos absolutas, que en enseñarles a los niños a pensar por su cuenta y sacar sus propias conclusiones.
Los padres, educados en este esquema, también lo repiten en casa ya que todos tenemos la tendencia a reproducir con nuestros hijos las pautas educativas que utilizaron con nosotros, aunque no siempre somos conscientes de ello.
Sin embargo, enseñarle a un niño a creer a ciegas en supuestas verdades sin cuestionarlas, enseñarles lo que deben pensar implica arrebatarles una de sus capacidades más valiosas: la capacidad para autodeterminarse.
Educar no es crear sino ayudar a los niños a crearse a sí mismos
La autodeterminación es la garantía de que, elijamos lo que elijamos, seremos nosotros los protagonistas de nuestras vidas. Podremos equivocarnos. De hecho, es muy probable que lo hagamos, pero aprenderemos del error y seguiremos adelante, enriqueciendo nuestro kit de herramientas para la vida.
Desde el punto de vista cognitivo, no existe nada más desafiante que los problemas y los errores ya que estos no solo demandan esfuerzo sino también un proceso de cambio o adaptación. Cuando nos enfrentamos a un problema se ponen en marcha todos nuestros recursos cognitivos y, a menudo, esa solución implica una reorganización del esquema mental.
Por eso, si en vez de darles verdades absolutas a los niños les planteamos desafíos para que piensen, estaremos potenciando la capacidad para observar, reflexionar y tomar decisiones. Si enseñamos a los niños a aceptar sin pensar, esa información no será significativa, no producirá un cambio importante en su cerebro sino que simplemente se almacenará en algún lugar de su memoria, donde poco a poco se irá difuminando.
Al contrario, cuando pensamos para solucionar un problema o intentamos comprender en qué nos equivocamos se produce una reestructuración que da lugar al crecimiento. Cuando los niños se acostumbran a pensar, a cuestionar la realidad y a buscar soluciones por sí mismos, comienzan a confiar en sus capacidades y enfrentan la vida con mayor seguridad y menos miedos.
Los niños deben encontrar su propia manera de hacer las cosas, deben conferirle sentido a su mundo e ir formando su núcleo de valores.
¿Cómo lograrlo?
Una serie de experimentos desarrollados en la década de 1970 en la Universidad de Rochester nos brinda alguna pistas. Estos psicólogos trabajaron con diferentes grupos de personas y descubrieron que las recompensas pueden mejorar hasta cierto punto la motivación y la eficacia cuando se trata de tareas repetitivas y aburridas pero pueden llegar a ser contraproducentes cuando se trata de lidiar con problemas que demandan la reflexión y el pensamiento creativo.
Curiosamente, las personas que no recibían premios externos obtenían mejores resultados en la resolución de problemas complejos. De hecho, en algunos casos esas recompensas hacían que las personas buscaran atajos y asumieran comportamientos poco éticos ya que el objetivo dejaba de ser solucionar el problema, para convertirse en obtener la recompensa.
Estos resultados llevaron al psicólogo Edward L. Deci a postular su Teoría de la Autodeterminación, según la cual para motivar a las personas y a los niños a que den lo mejor de sí, no es necesario recurrir a recompensas externas sino tan solo brindar un entorno adecuado que cumpla con estos tres requisitos:
1. Sentir que tenemos cierto grado de competencia, de manera que la tarea no genere una frustración y una ansiedad exageradas.
2. Disfrutar de cierto grado de autonomía, de manera que podamos buscar nuevas soluciones e implementarlas, sintiendo que tenemos el control.
3. Mantener una interacción con los demás, para sentirnos apoyados y conectados.
Por último, os animo a disfrutar de este corto de Pixar, que se refiere precisamente a la importancia de dejar que los niños encuentren su propio camino y no darles respuestas y soluciones predeterminadas.
¿Te has planteado alguna vez por qué quieres que tu hijo duerma solo? ¿Has pensado en ello esas noches terribles en las que haces veinte viajes entre su habitación y la tuya? ¿O mientras esperas los 5 minutos que el método Estivill te obliga a esperar «por su bien»?
Estás ahí, luchando contra viento y marea, que no son otros que los instintos más básicos de tu hijo y tus propias emociones. Emperrado, obstinado, obcecado en que para que duerma bien, para que todos durmáis bien, tu hijo a su cama y vosotros a la vuestra.
Pero… ¡Espera! Para un momento. Mira a tu hijo. Mírale a los ojos. Pero de verdad. Céntrate absolutamente en él. Escúchalo. Siéntelo. Olvidaté de que mañana te tienes que levantar pronto. Olvídate de todos tus planes para el jueves que viene y de todos tus problemas del martes pasado. Olvídate de todo menos de él. Mira el enorme esfuerzo que está haciendo para mantenerte a su lado.
¿Lo ves? ¿Lo oyes (¿Lo escuchas)? ¿lo sientes?
¡Venga ya! ¿De verdad te crees esa patraña de que no llora por verdadero «dolor» sino sólo para manipularte? ¿De verdad crees que un niño solloza de esa manera, hasta vomitar, sin sentir «dolor» y por puro capricho? ¿De verdad te tragas que todo eso es NORMAL?
¡Pues sí que estás desconectado tío! desconectado de tu hijo pero, sobre todo, desconectado de ti mismo.
Así que ponte las pilas y ¡Reconéctate! Déjate sentir lo que tu naturaleza quiere que sientas. ¡Atrévete a enfrentarte a tus verdaderos sentimientos!
Te dijeron que estaba científicamente demostrado, ya lo sé. Te dijeron que era por su bien, ya lo sé. Te dijeron que no le hacías ningún daño. Bueno, pues te estaban mintiendo. La realidad es que no pueden garantizarte ninguna de esas afirmaciones. Y eso, si lo piensas con cuidado, es algo que tú ya sabes o, al menos, sospechas. Porque en la crianza de tu hijo no sólo interviene tu parte más racional, no. En realidad trabaja muy duro tu cerebro emocional. Y está muy bien que así sea. La evolución tenía que asegurarse de que amáramos a nuestros hijos hasta la mismísima locura para asegurar su supervivencia. Y por eso cuando le oyes llorar detrás de la puerta cerrada de su habitación SABES perfectamente que lo estás haciendo mal. Que lo estás haciendo fatal. Y una parte de tu cerebro debe bloquear a la otra a base de mentiras para evitar que entres corriendo y corras a cogerlo en brazos, abrazarlo, protegerlo y jurarle que nunca, nunca, nunca más le dejarás así de solo.
Bueno, pues siento quitarte esa defensa. Resulta que ahora la ciencia, ¡oh! ¡sorpresa!, ya no lo ve tan claro. Ya no ve tan claro que no sea malo. Ya no ve tan claro que sea efectivo. Ya no ve tan claro que sea necesario.
Porque, volviendo a la pregunta inicial, ¿Sabes por qué quieres que duerma solo? ¿Te lo has planteado alguna vez?
Pues yo te lo voy a a decir: por razones que ya no existen. Existieron, tal vez, pero ya no existen. Al menos la gran mayoría de ellas. Te voy a poner algunos ejemplo basándome en la tabla que publicó James McKenna en una revisión publicada en el año 2007 y de la que puedes ver a continuación una copia extraída de la web El debate Científico Sobre la realidad del Sueño Infantil (capítulo 3).
Noción de pecado original, necesidad de imponer autodisciplina y miedo a malcriar. Bueno, pues no te preocupes. Hace siglos no se habían hecho los experimentos que se han hecho hoy en día demostrando que los niños que duermen con sus padres ni son más malcriados ni tienen menos autodisciplina que los que duermen solos. Lo de «pecado original» supongo que no vale la pena ni comentarlo ¿verdad? Creo que en ese aspecto la religión católica ha avanzado bastante, también. En cualquier caso no creo que el pecado original tenga ninguna relación con el colecho.
Miedo a que los bebés o niños fueran testigos de las actividades sexuales de los adultos. Miedo al afecto y al contacto físico. Eterno tabú es el sexo. Lo es la sexualidad coital, pero ya ni te cuento la sexualidad maternal. Esa de la que habla Casilda Rodrigañez y que el blog Tenemos Tetas refleja tan bien en su post Crianza Corporal. Por lo demás, hoy en día se ha estudiado el desarrollo de la sexualidad de los niños que colechan y son perfectamente saludables. Vamos, que dormir con sus progenitores no supone ningún trauma en ningún aspecto (1,2).
Valores que favorecen el individualismo, la independencia, la autonomía, la autodisciplina y la autosuficiencia. De nuevo, los estudios no ven que los niños que colechan sean menos independientes que los que no lo hacen. De hecho es más bien todo lo contrario (3).
Un desplazamiento del poder de decisión de los padres hacia figuras externas como expertos en crianza o pediatras. Los conocimientos de la “autoridad médica” desplazan a los conocimientos que los padres tienen de sus hijos. Afortunadamente vivimos en la sociedad de la información. Ya pocos quedan que crean que el médico es un Dios con la verdad absoluta en su mano y soluciones para todo. Ahora somos dolorosamente conscientes, años de experiencias nos lo han demostrado, que el médico, su ciencia y su método científico son tan vulnerables e inexactos como cualquier hijo de vecino. Sí. Ya hemos bajado a la ciencia de su pedestal. Ahora sabemos, o deberíamos saber, que los mayores expertos en la crianza de nuestros hijos somos nosotros, porque nosotros somos los que más los amamos. Es hora de que reconozcamos esa responsabilidad con todas sus consecuencias.
Énfasis sobre la naturaleza “romántica” de la diada “marido-mujer”, relación conyugal que excluye a los hijos. Venga ¿de verdad no se os ocurren otros espacios y momentos para disfrutar de vuestra relación sexual? ¿Que no es tan cómodo como en la cama sin tener que planear dónde o cuándo hacerlo o moverse a otra estancia para ello? Ya ¿Y? Por esa mínima incomodidad vas a despreciar toda la magia familiar que despierta el colecho. Bueno, pues tú verás, pero es una pena. Ellos crecen muy rápido, te lo garantizo, y no estarán ni en tu cama ni en tu casa por mucho tiempo. Cómo hoy en día se hacen estudios de todo tipo, me alegro mucho de poder afirmar que hay estudios que demuestran que el colecho no influye en la vida marital (4,5)
Énfasis sobre la superioridad de la tecnología sobre el cuerpo de la madre y lo que proviene del mismo (leche de vaca adaptada en lugar de leche materna), utilización de objetos y columpios como estímulos, sustituyendo el contacto con el cuerpo de la madre. Cambio de la lactancia materna por lactancia artificial. Estas dos razones las pongo juntas porque una es consecuencia de la otra. ¿Recordáis aquellos tiempos, en nuestra propia infancia, cuándo el pediatra hizo que nuestra madre nos diera leche de fórmula porque era «mejor»? No, evidentemente no lo recordáis, pero sabéis que ocurrió así. Pues supongo que ya sabéis que ahora la pediatría es plenamente consciente de la superioridad de la leche materna. Han hecho falta unos cuantos dólares y euros invertidos en investigación, pero así es. A lo mejor también habéis oído que algunos neonatólogos han observado que el cuerpo de la madre es más eficaz que la incubadora para mantener estable al bebé prematuro. Y para mantener estable al no prematuro también. De repente la ciencia del sueño infantil se ha hecho consciente de una realidad muy incómoda: ningún método científico ha demostrado que el sueño en solitario sea mejor que el colecho y ¡Ay! (que esto pica), a lo mejor es peor y estamos aquí obligando a los padres a «enseñar» a sus hijos a dormir solos pensando que así duermen «bien» y no tenemos ni puñetera idea de si realmente así duermen «bien».
Si tu eras uno de estos padres que, como yo, estaba emperrado en que su hijo durmiera solo sin plantearse el porqué, aquí te dejo tus razones. Como ves, ya no existen. Ahora, si te apetece, ya puedes juntar un par de camas grandes en un dormitorio de la casa y poneros a dormir allí todos juntos sin el menor remordimiento.
Si, por el contrario, eres uno de esos que tiene sus propias razones basadas en profundas convicciones y valores personales, enhorabuena. Nunca te sentirás tan borrego como yo me sentí el día en el que me di cuenta de que nuestro hijo y nosotros estábamos sufriendo en vano porque en realidad no existía ninguna razón para no permitirle hacer lo que necesitaba: dormir con nosotros.
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