¿QUÉ ES EL TRASTORNO DE ESTRÉS POSTRAUMÁTICO?
El trastorno de estrés postraumático (TEPT) es un trastorno de ansiedad que puede surgir después de que una persona pasa por un evento traumático que le causó pavor, impotencia u horror extremo. El trastorno de estrés postraumático puede producirse a raíz de traumas personales (por ejemplo violación, guerra, desastres naturales, abuso, accidentes serios o cautiverio) o por haber presenciado o saber de un acto violento o trágico.
Aunque es común pasar por un breve estado de ansiedad o depresión después de dichos eventos, las personas que sufren de trastorno de estrés postraumático siguen «volviendo a vivir» el trauma; evitan a las personas, los pensamientos o situaciones relacionadas con el evento y tienen síntomas de emociones excesivas. Las personas con este padecimiento sufren estos síntomas durante más de un mes y no pueden llevar a cabo sus funciones como lo hacían antes del suceso traumático. Los síntomas del trastorno de estrés postraumático por lo general aparecen en un período de tres meses de la situación traumática, sin embargo, a veces se presentan meses o hasta años después.
Se enfatiza sobre el trastorno emocional y el desequilibrio, además del fracaso en la solución de problemas o enfrentamientos durante el estado de crisis. Taplin, subrayó el componente cognoscitivo, es decir, la violación de las expectativas de la persona sobre su vida por el proceso traumático, o la incapacidad para manejar situaciones nuevas y dramáticas. “Todos los humanos pueden estar expuestos en ciertas ocasiones de sus vidas a experimentar crisis caracterizadas por una gran desorganización emocional, perturbación y trastornos en las estrategias previas de enfrentamiento”.
Uno de los aspectos más obvios de la crisis, es el trastorno emocional grave o desequilibrio experimentado por el individuo. Se describen sentimientos de tensión, ineficacia e impotencia. A rasgos generales, las personas en crisis experimentan significativamente:
– Sentimientos de cansancio y agotamiento, desamparo, inadecuación y confusión.
– Síntomas físicos, ansiedad y desorganización.
Una parte de la desorganización es la vulnerabilidad del individuo. Cuando ya no es capaz de enfrentar, todo parece destruirse, ya no queda nada por defender. La sobrecarga de la estructura cognoscitiva deja al organismo confundido. En este estado de la crisis, el individuo puede aceptar información que le explique lo que está pasando. De la forma de integrar o recibir esta información, va a resultar un comportamiento más o menos desestructurado. Probablemente, el individuo oscile en estos episodios confusionales, ofreciendo un estado de ánimo o expresión alternante. En este tipo de acontecimientos tan críticos, graves o inesperados, el desconocimiento de lo que está sucediendo puede facilitar comportamientos automáticos no determinados por ninguna estrategia cognoscitiva, tal y como suele apreciarse.
Casi cualquier definición de crisis se centra en la idea de que el enfrentamiento o la solución de problemas se ha trastornado. La crisis es demasiado grave, demasiado intensa para nuestros recursos, que no resultan ni suficientes ni disponibles para resolver lo que está sucediendo (apreciación subjetiva). La persona en crisis se siente completamente ineficaz para abordar esas circunstancias.
El estado de crisis se caracteriza por un trastorno en estos procesos: una primera valoración de la situación y el peligro y una respuesta adaptada. La solución racional de problemas es imposible (petición de ayuda, resolver una cosa cada vez…) y se tiene incapacidad para manejar aspectos subjetivos: miedo, dolor, etc.
FASES O MOMENTOS FUNDAMENTALES EN LA CRISIS
– Impacto, retirada y recuperación o desadaptación.
– El impacto produce un efecto de exceso emocional y sobrecarga. Aparece un primer momento de retirada con síntomas tales como la negación, la ansiedad y la inhibición o agitación.
– Si el individuo cuenta con los recursos personales suficientes, o recibe la ayuda necesaria, la recuperación adaptativa supone la resolución de la crisis y, generalmente, hay un fortalecimiento de las defensas y un aumento de la autoestima y la independencia. En el caso de fracasar los mecanismos adaptativos, aparecerán síntomas crónicos con persistencia de las memorias traumáticas, indefensión futura y dependencia.
Pasados estos primeros instantes y una vez fuera del lugar de peligro, lo habitual es que se produzca un cierto enturbiamiento de la conciencia, que varía desde una leve sensación de flotamiento o extrañeza, hasta un cuadro semiestuporoso con escasa respuesta a los estímulos. Se aprecia un embotamiento general, con lentitud y pobreza de reacciones, acompañado por una sensación de gran laxitud y abatimiento.
Los primeros pensamientos suelen ser de extrañeza e incredulidad y, a medida que la conciencia se va haciendo más penetrante y se diluye el embotamiento producido por el estado de “shock”, van abriéndose paso las vivencias afectivas de una colorido más violento y dramático: dolor, indignación, rabia, impotencia, culpa, miedo, alternándose con momentos de profunda aflicción y abatimiento.
Estas escenas producen en el sujeto una dolorosa conmoción que suscita un estado de intensa alteración emocional, pudiendo desencadenarse un ataque de angustia. Este mecanismo de intrusión de recuerdos se considera normal en la mayoría de los casos. También suelen observarse irrupciones del recuerdo durante el sueño, en forma de pesadilla recurrente, con despertares frecuentes de alto contenido emocional.
Hasta aquí son reacciones genéricas ante una situación de peligro y se producen sistemáticamente en la mayoría de los individuos. En cambio, lo que sucede a continuación depende mucho de las características y la situación del afectado y su entorno.
Un acontecimiento traumático puede desembocar en situaciones muy distintas si el sujeto se encuentra bien apoyado por su entorno más cercano o si no es así. Prácticamente todos los autores coinciden en el papel de la familia/grupo social como fuente principal de apoyo. En este sentido, se habla de la intervención de dos tipos de factores: Factores de vulnerabilidad y factores de protección. El destino psicológico de la víctima, va a depender en gran medida de la dialéctica entre estos dos tipos de factores.
Factores de vulnerabilidad: existen tres tipos de factores característicos del sujeto y de su entorno, previos al trauma, que pueden vulnerabilizarle hacia cuadros psicológicos posteriores:
– Factores de personalidad: generalmente son personas con tendencia a evitar experiencias nuevas. Presentan un tiempo de adaptación lento y un locus de control externo.
– Factores biológicos: dependen de unas pautas determinadas de respuesta endocrina y de neurotransmisión.
– Ausencia-Influencia de factores de protección social.
Factores de protección: son aquellos que, siendo tanto internos como externos, van a proteger al individuo de la posibilidad de desarrollar cuadros psicopatológicos posteriores:
– Factores de personalidad y biológicos: recursos de afrontamiento al estrés.
– Apoyo y protección familiar
– Apoyo social próximo: amigos, grupos de afiliación.
– Apoyo social general: opinión pública, medios de comunicación
– Apoyo social institucional: Estado, Administración Pública
Si la dinámica de estos factores favorece al sujeto, los síntomas se irán metabolizando (readaptación funcional). Si ocurre lo contrario, el desequilibrio de esta segunda etapa se irá agravando, emergiendo y fraguándose en un conjunto de síntomas que determinarán su vida: TEPT y trastornos asociados.
Se van a añadir a los cuadros psicopatológicos, ciertas consecuencias difícilmente tipificables en ocasiones, pero que influyen en gran medida en el sufrimiento subjetivo de las víctimas:
– Ruptura del sentimiento de seguridad, indefensión.
– Pérdida del rol personal o social previos, cambio de jerarquías y criterios de valor.
– Graves problemas de desadaptación social, laboral y familiar.
– Trastornos de carácter: introversión, pasividad, regresividad, dependencia, e irritabilidad.
– Conflictos socio-familiares: que, obviamente, se derivan y cierran el círculo vicioso, desembocando frecuentemente en una situación de desencuentro recíproco, desconfianza y frustración, en el que conviven el aislamiento y el rechazo.
Desde la perspectiva de la víctima, la incapacidad por parte del entorno para comprender la situación y ofrecerle reconocimiento y compensación, acaba constituyendo una segunda victimización, a menudo más dolorosa que la inicial.
Ante la muerte inesperada de un ser querido, se suceden según Horowitz (1.976), reacciones de tensión graves, que pueden ser tipificadas en una serie de etapas:
– El Grito: según este modelo, la primera reacción es el grito, una reacción emocional reflexiva, así como llanto, pánico, grito, desmayo o lamentos. La reacción puede ser más o menos obvia. El llanto conduce a la negación o a la intrusión.
– La Negación: conduce a un bloqueo del impacto. Puede acompañarse de un entorpecimiento emocional, en no pensar en lo ocurrido. Una viuda puede entrar en esta etapa en el momento del funeral, llevando a la conclusión de fortaleza aparente.
– La Intrusión: incluye la abundancia involuntaria de ideas y sentimientos de dolor sobre el suceso. Aparecen pesadillas periódicas. Puede empezar a experimentarlo en los momentos en que han finalizado las gestiones iniciales y se enfrentan a la soledad o a la normalidad. Es entonces cuando suele aparecer el impacto pleno de la pérdida. La abundancia de pensamientos intrusivos puede incluir afirmaciones sobre la pérdida y su impacto.
Algunos individuos omiten la fase de negación y entran en la de intrusión. También se aprecian oscilaciones y retornos de una etapa a otra.
– La Penetración: es el proceso en el que se expresan, identifican y divulgan pensamientos, sentimientos e imágenes. Algunos hacen solos este proceso, otros necesitan ayuda externa.
– La Consumación: Es la etapa final de la experiencia en crisis. Conduce a una integración de la misma en la vida del individuo. A la desorganización de la crisis la sustituye el sentimiento de tristeza por el recuerdo de la pérdida, que se sitúa cronológicamente en el pasado (atención a rituales presentes, altares…).
TIPO DE TRAUMAS
Meichenbaum distingue 5 tipos de acontecimientos traumáticos:
1) Acontecimiento traumático simple:
– Peligroso, perjudicial, amenazador, a menudo imprevisto y abrumador para casi todo el mundo.
– Desastres naturales: inundaciones, terremotos…
– Desastres accidentales: coche, tren, explosión, accidente químico, avión, incendio…
– Desastres de diseño humano intencional: bombardeo, atentado terrorista, violación, agresión, disparos…
2) Trauma repetido, prolongado:
– Natural. Exposición a la radiación, enfermedad…
– Ejecución humana intencional: abuso sexual, maltrato doméstico, prisioneros…
3) Exposición indirecta:
Especialmente en el caso de los niños.
– Hijos de supervivientes
– Exposición a la experiencia traumática de alguien muy cercano, o cercanía situacional al propio lugar del suceso.
4) Traumas Tipo I:
– Hechos traumáticos simples.
– Experiencias traumáticas aisladas.
– Hechos repentinos inesperados y devastadores.
– Duración limitada.
– Desastres naturales, accidentes de coche.
– Los hechos se recuerdan con detalle.
– Mayor probabilidad de síntomas de idea intrusiva, evitación y síntomas de hiperactividad.
– Recuperación rápida más probable.
5) Traumas Tipo II:
– Traumas variables, múltiples, crónicos y permanentes.
– Con más probabilidad de ejecución humana intencional.
¿QUIEN LO PADECE?
La mayoría de las personas que han sufrido un trauma no llegan a padecer el estrés postraumático, un hecho que todavía no tiene explicación. Además y al contrario de lo que se cree, la gravedad del síndrome no depende de la naturaleza del trauma que lo desencadena.
La reacción a una situación dura e inusual depende mucho de la sensibilidad de las personas afectadas y de sus recursos para afrontar los traumas. En parte esto se encuentra determinado por las características genéticas de cada uno, pero también influye la personalidad y la situación vital concreta que esté atravesando, si ha sufrido o no otros traumas en el pasado o el tejido familiar y social que pueda apoyarle.
Puede aparecer a cualquier edad, aunque suele ser más frecuente entre las personas jóvenes, quizá porque tienen más posibilidades de exponerse a los traumas desencadenantes. También es más común en aquéllos individuos socialmente aislados.
En concreto, las principales consecuencias de las agresiones sexuales sobre el equilibrio emocional de las víctimas son las siguientes (según Echebur, Zubizarreta y Sarasua, 1995):
1.A CORTO PLAZO: quejas físicas, alteraciones del apetito, trastornos del sueño, pesadillas…. Lo que predomina como resultado de todo ello es una conducta global desorganizada y un cierto grado de dificultad para retomar la vida cotidiana.
2.A MEDIO PLAZO: depresión, pérdida de autoestima, dificultades en la relación social y disfunciones sexuales, así como temores diversos. Es decir la víctima es capaz de retomar su vida habitual, pero con limitaciones.
3.A LARGO PLAZO: irritabilidad, desconfianza, alerta excesiva, embotamiento afectivo, disfunciones sexuales y capacidad disminuida para disfrutar de la vida. La experiencia sexual, aunque deseada, puede verse evocada al trauma experimentado.
Fuente: www.trastornolimite.com
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