Por Vivian Watson

Trataré de definirlo desde mi punto de vista. Creo que, por un lado, un embarazo consciente es aquel en el que aceptamos nuestra propia responsabilidad y tomamos nuestras propias decisiones, en lugar de dejarlo todo en manos del médico. Nos informamos, escuchamos a nuestro cuerpo y actuamos en consecuencia. Nadie puede saber lo que nos conviene mejor que nosotras mismas.

Está claro que un médico es un profesional que se ha formado durante muchos años y que tiene los conocimientos necesarios para tratar patologías. El caso es que un embarazo sano no es una patología. Las embarazadas no son «pacientes» en el sentido estricto de la palabra. Desde luego no estoy diciendo que no haya que controlar el embarazo y no, tampoco estoy desdeñando de la obstetricia, que tantas vidas salva cada año. A lo que me refiero es al hecho de que, en un embarazo sano, y en un parto normal, el obstetra tiene poco que hacer. Si se le permite a la mujer adoptar la postura que le pida su cuerpo, si se respeta su intimidad, si no se le interrumpe con instrucciones, si el ambiente es cálido y acogedor y la nueva madre se siente segura y apoyada, lo más probable es que no sea necesario realizar ninguna intervención.

Por otra parte, el obstetra está entrenado para ocuparse del aspecto estrictamente médico del embarazo, y el embarazo es mucho más que una serie de pruebas y recomendaciones. Por eso yo disfrutaba tanto de aquellas consultas mensuales con mis matronas: porque me sentía en la libertad de hablarles de mis miedos, de mis dudas y mis esperanzas, y para ellas todo esto era relevante. No había una sala de espera llena de embarazadas esperando su turno (por cierto, qué incómodas son las salas de espera en las consultas de los ginecólogos, y qué horrible es tener que permanecer en esos asientos duros cuando tienes un barrigón enorme y te duele la espalda. ¿No deberían acondicionarlas pensando en las «pacientes»?). Por eso podían escucharme y dedicarme ese tiempo exclusivamente a mí, sin las continuas miradas al reloj que mi ginecólogo no se molestaba en disimular. Con mis matronas me sentía arropada, y sabía que cuando llegara el momento del parto, no podría contar con mejor compañía.

Pero, aunque un embarazo consciente empieza con estar bien informadas, no se trata sólo de eso. Se trata además de estar en contacto con nuestro espíritu, de estar presentes, de sentir a nuestro bebé crecer dentro y disfrutar de esa comunicación indescriptible que se da entre una madre embarazada y el hijo que aún no ha nacido. Significa estar abiertas a la vida, significa tocar el cielo con una mano mientras con la otra acariciamos la creciente redondez de nuestro vientre.

Significa dejarnos transformar por esa nueva vida que estamos gestando.

Las emociones fluyen con más intensidad que nunca. Te descubres diciendo exactamente lo que piensas, aunque no sea muy «apropiado». Vas por la calle mirándolo todo con una avidez nueva, como si los ojos de tu bebé se asomaran a los tuyos. Y le hablas constantemente sin palabras. Le dices, «mira, mi amor, cómo caen las hojas del otoño. Cuando crezcas las recogeremos juntos». Y sólo pensar en eso te llena de una alegría difícil de describir.

De pronto crees en la magia. ¿Acaso no es magia lo que está ocurriendo en tu interior? Te maravillas de la perfección de tu cuerpo, que sabe exactamente lo que tiene que hacer. Y confías. En tu cuerpo, en tu bebé, en ti misma.

Algunas herramientas que pueden ayudarte a vivir un embarazo consciente las encontrarás aquí.

Fuente: naceunamama.com

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