Al igual que la mayor parte de nuestras conductas, nuestros pensamientos y diálogo interno negativo (y también el positivo) son aprendidos; algo que nos diferencia de otras especies, que se basan más en los instintos. Sin dejar de lado las predisposiciones genéticas con las que nacemos, lo cierto es que lo que determina nuestra forma de pensar, sentir y comportarnos son las experiencias vividas, nuestros aprendizajes. Por ello, si hemos aprendido a hablarnos de un determinado modo, como veremos más adelante, también podemos desaprender a hacerlo, aprendiendo en su lugar otras formas de diálogo interno más positivo y constructivo.

Estas formas de aprendizaje se ven a su vez influenciadas por diversos factores, que condicionan el hecho de que nos hablemos mal a nosotros mismos:

  • Factores motivacionales (por ejemplo, las personas ansiosas tienden a interpretar más situaciones como amenazantes).
  • Familiares y educativos (por ejemplo, en muchas ocasiones, en nuestro diálogo autocrítico habla más un padre autoritario, o un maestro poco reforzador).
  • Culturales (por ejemplo, nuestros pensamientos asociados con los juicios de la realidad son contextuales, es decir, la realidad es buena o mala en función de la cultura de la que provenga).
  • Los amigos y compañeros (por ejemplo, existen personas que piensan y hacen autodiálogos similares a los que hacen su grupo de pares).
  • Las experiencias vividas (por ejemplo, la forma en la que juzgamos un resultado de nuestra actuación puede estar influenciado por lo que ya nos ocurrió, u observamos que le ocurrió a otro en el pasado).
  • Las expectativas (por ejemplo, en función de lo que esperábamos conseguir podemos tener un autodiálogo más o menos motivador, que sin duda influirá en nuestro comportamiento).

 

Sesgos cognitivos que ‘alimentan’ el diálogo interno negativo

La mayoría de nuestro diálogo interno negativo es resultado de una mala interpretación de la realidad que, a su vez, puede ser consecuencia de sesgos o distorsiones cognitivas. Los sesgos cognitivos hacen que interpretemos la realidad parcialmente, ignorando elementos importantes de la misma, y alterando funciones cognitivas básicas como la atención (por ejemplo, hacemos visión túnel de lo que nos interesa), la interpretación (por ejemplo, cogemos solo una parte de la realidad, dejando de lado otros datos importantes y llegando a conclusiones erróneas), y la memoria (por ejemplo, almacenamos erróneamente nuestras experiencias vividas, como resultado de una mala interpretación de las mismas).

Entre los sesgos cognitivos más comunes encontramos la magnificación (por ejemplo, dar demasiada importancia a un hecho negativo o a un error), la minimización (por ejemplo, restar importancia a un hecho positivo o capacidad personal, pensando que las cosas buenas no cuentan); el catastrofismo (por ejemplo, anticiparse a todo aquello que puede salir mal); la sobregeneralización (por ejemplo, pensar en términos generales como siempre, todo, nadie, etcétera, sacando conclusiones universales); y la adivinación del pensamiento (por ejemplo, creer que conoces el porqué de la conducta del otro, comportándote hacia él de acuerdo a tu autodiálogo, más que a los verdaderos motivos del mismo). Todos ellos se asocian con emociones muy intensas, que dan lugar a un comportamiento poco ajustado a la situación que los desencadena.

Fuente: webconsultas.com

Abrir chat
1
Escanea el código
Hola 👋
¿En qué podemos ayudarte?