El enorme aumento de casos autismo responde a una confusa y polarizada interpretación de este trastorno. Los expertos no se ponen de acuerdo.
Tras la comprobación de la integridad física de un recién nacido, la máxima expectación es la de encontrarnos con su mirada. En sus primeros días de sueños interminables, y con esa inquietud vigilante de comprobar que sigue vivo, esperamos encontrar entre sus dificultosas muecas un gesto, un sonido, algo que nos indique que conectó con el mundo y con nosotros.
Pero ¿qué sucede si eso no se produce, se genera muy puntualmente, estuvo pero desapareció o se concentra en un solo tipo de situaciones o ideas? ¿Qué ocurre si el pequeño se aisló?
Qué es el autismo y como lo diagnosticamos
Estas coordenadas son las que se utilizan para diagnosticar lo que, técnicamente, se conoce como Trastorno de Espectro Autista (TEA). Esta afección incluye todo tipo de comportamientos, desde aquel niño o adolescente que no articula prácticamente ninguna palabra, pasando por el imitador permanente, el que agrede a otros o se agrede a sí mismo, quien repite continuamente una determinada acción, quien sufre retraso escolar significativo, o el especialista en un tema que no para de hablar de él (Síndrome de Asperger).
Con este baturrillo, y teniendo en cuenta que nos hallamos frente a las primeras experiencias de constitución de seres humanos, la polémica sobre la conveniencia o no de la diagnosis temprana y preventiva, así como la manera de abordarla, está servida.
Partidarios de la diagnosis preventiva
Están quienes defienden una valoración muy temprana, pero desde perspectivas y objetivos muy distintos.
Profesionales «oficialistas», de manual
Entre ellos encontramos a los médicos y profesionales más “oficialistas”, es decir, aquellos que se basan en Manuales Internacionales como el DSM, cuyo punto de partida es el de que son trastornos de tipo neurobiológico y que, por tanto, cuanto antes se mediquen y se rectifiquen las malas conductas, menos consecuencias negativas tendrán para el paciente.
En ningún caso se habla de curación, ya que son consideradas enfermedades crónicas e incapacitantes para siempre.
Las críticas que se alzan sobre esta visión son que, además de no poder demostrarse tal origen orgánico y/o genético, los cambios y ambigüedad de criterios que se han ido produciendo en las distintas revisiones de dichos Manuales amplían tanto los comportamientos que se podría considerar autista cualquier tipo de inhibición, dificultad o ralentización en la consecución de habilidades socio-educativas, con el consecuente perjuicio de quedar estigmatizado bajo una categoría clínica que resulta crónica y discriminatoria.
Profesionales dinámicos
Otra posición es la que sugieren y mantienen los psicoanalistas y psicólogos dinámicos, para los que la primera época de la vida es en la que pueden producirse cortocircuitos en las relaciones del recién nacido con el medio y con las personas que lo rodean, y es ahí cuando hay que actuar.
El trabajo central es el de intentar establecer la comunicación a partir de un mejor entendimiento del código del niño, adaptando así los mensajes a su sensibilidad especial, sin renunciar por ello a su progresiva integración en un mundo simbólico que no siempre se guía por esos mismos códigos.
Contamos en Internet con libros y vídeos de esta manera de proceder, como por ejemplo los de la psicoanalista Marie-Christine Laznik, en los que se puede observar la manera en que cambiando el tono de voz, la iluminación o los colores se logra captar la atención de los bebés.
También se puede captar lo angustiante que puede llegar a ser para ellos el acercamiento de la madre o del padre en actitud de besar los piececitos o la barriguita. Lo que para otro bebé es motivo de risas y divertimento, para ellos puede ser aterrador.
Contrarios a la diagnosis preventiva
Frente a los defensores de la aproximación preventiva al autismo encontramos a los que están totalmente en contra arguyendo que un diagnóstico tan temprano y decisivo para el futuro del niño solo trae consecuencias negativas, ya que determinadas formas de actuación infantiles se deben a una inmadurez dentro del propio proceso de desarrollo cognitivo-afectivo, y que estas pueden desaparecer espontáneamente sin necesidad de ningún tratamiento.
Para estas corrientes, los diagnósticos tendrían que establecerse a partir de posibles fallos en el ámbito escolar, pudiéndose así diferenciar bien cuáles son las áreas que sufren mayor deterioro (las de interrelación, cognitivas o motrices) y actuar sobre ellas.
Agentes, causas y fundamentos del autismo
No cabe duda de que las distintas apreciaciones obedecen a distintas formas de entender el ser humano y aquello que puede perturbar su génesis como tal. Actualmente conviven distintas hipótesis respecto a sus causas.
Cada vez está más extendida la idea de que el autismo es una patología fisiológica debida a la incidencia negativa de agentes externos como pueden ser los agrotóxicos, que se hallan en los productos que ingerimos, o el contenido venenoso de los principios activos presentes en las vacunas o incluso la hipervacunación.
Pero si volvemos a los expertos, para la mayoría de psiquiatras, psicólogos cognitivo-conductuales y neurólogos, la causa del TEA es una lesión orgánico-cerebral presuntamente de origen genético. Sin embargo, a diferencia de las lesiones cerebrales rigurosamente genéticas, como el Síndrome de Down, que tiene una localización cromosómica detectable con una simple prueba, respecto al autismo no se ha podido demostrar nada semejante.
Se habla de supuestas inflamaciones de alguna zona del cerebro, pero no puede determinarse si ellas son la causa o la consecuencia de dicha disfunción.
Esto no implica que no encontremos efectos reales, tanto físicos como psicológicos, en personas que ven entorpecida y dificultada una función que les permitiría una mayor fluidez y comunicación consigo mismos, con su cuerpo, con el entorno y con las herramientas simbólicas que nos permiten desenvolvernos comúnmente.
No hay que confundir la dificultad en una función para la que nuestro organismo está preparado, con la lesión en un órgano que impida totalmente el ejercicio de la función.
Una perspectiva psicodinámica del autismo
Para las corrientes más dinámicas hay determinadas funciones psicofisiológicas que se ponen en marcha en la interrelación con otros congéneres. Esto ya sucede en todas las especies animales, y lo estudia la Etología.
Lo mismo sucede en el ser humano, pero el sistema en el que tiene que desarrollarse un individuo es muchísimo más complejo y abierto, por lo que puede encontrarse con mayores escollos.
Si escuchamos a estos niños autistas, aquellos que han podido expresar algo de lo que sucede en su interior, lo primero que relatan es la insoportable intensidad de toda una serie de estímulos externos, fundamentalmente los referidos a lo acústico (voces, ruidos, etc.) y a lo visual, como el deslumbramiento por luces naturales o artificiales.
Ya Freud, en sus primerísimos trabajos, hacía una pormenorizada descripción de la manera en que el recién nacido percibe las cosas. Al comienzo registra la cantidad directa del estímulo. Si esta sensación produce desazón pero es calmada, será vivida como bienestar, pero si no es así, el malestar se impondrá invadiendo todo el psiquismo.
La tendencia general, cuando vuelven a aparecer estas molestias, será refugiarse en los recuerdos de experiencias complacientes intentando repetirlas una y otra vez, pero si no se consigue, la rabieta está asegurada.
El siguiente paso en la maduración de nuestra mente es que, en un momento determinado, ya no tenemos por qué sufrir directamente las grandes cargas de las sensaciones de forma directa y masiva, sino que las palabras van reemplazando a los estímulos y eso nos permite resolverlos sin tener que vivenciarlos en toda su potencia.
Es algo así como cuando en algún lugar hay mucho alboroto y decimos “¡Cuánto ruido hay!”. Son frases que parecen rebajar la molestia, deshacerse parcialmente de ella y continuar. Es en esta fase donde mayores problemas encuentran los sujetos con rasgos autistas, por su dificultad con el lenguaje y con las posibilidades que pueden encontrarse en él.
La otra vertiente de este proceso es la de la relación con los cuidadores. La cría humana necesita de una persona que lo saque del malestar que le producen tanto sus necesidades nutricias como las ambientales.
En esta conexión con el auxiliador, nos dice Freud, el adulto queda dividido en dos componentes. El primero es el que satisfizo el apremio y que será lo conocido, pero que el bebé no vivirá como procedente de una alteridad, sino como algo suyo que le devolvió la calma y que querrá repetir siempre de la misma manera.
El segundo componente del adulto será lo no conocido, lo diferente, lo extraño para el bebé, que puede vivirse como algo amenazante. En un recorrido habitual, ambos aspectos llegan a integrarse, confluir y reconocerse en una misma persona, perdiendo sus características persecutorias.
Es precisamente esta confluencia la que falla en el autismo, y los adultos son vividos no como auxiliadores sino como pertenecientes a otro mundo que no es el suyo. No es difícil encontrar en ellos ideas como las que plasma el jovencísimo Naoki Higashida en su libro La razón por la que salto (Roca Ed.) en el que, por ejemplo, dice que a los autistas no les gusta la soledad, pero que les pone nerviosos hacer enfadar al resto, y por eso a menudo acaban solos.
También resulta bastante frecuente encontrar a padres frustrados porque quieren ofrecer todo el amor y recursos a su hijo y este, sin embargo, los rehúye.
Nos confrontamos, por lo tanto, a dos códigos de expresión que tendrían que poder encontrar una fórmula para vehiculizar ambas aspiraciones.
Fuente: cuerpomente.com
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