Y evitar la neurosis, la depresión… Si dibujamos nuestro mapa de los deseos, descubrimos si son propios o ajenos, si nos aportan equilibrio o malestar. Te guiamos para actualizarlo en 4 pasos
Carmen Vázquez
Desear hace que nos sintamos más vivos y humanos que nunca. Y, a veces, también, más confundidos que nunca… Perderse en el camino de los propios deseos revela un conflicto con los valores internos, un desajuste del mapa de carreteras interior. Es el momento de revisarlo para poder seguir adelante.
Cuando, hace ya muchos siglos, los seres humanos empezaron a crear normas de convivencia para poder vivir juntos y cooperar entre ellos, no sabían que estaban inventando algo que, en el futuro, llamaríamos neurosis ni que estaban planteando un nuevo reto a la humanidad. Un reto para el que todavía no hemos encontrado solución, a pesar de las numerosas escuelas de psicoterapia existentes que nos proponen cómo deberíamos vivir nuestra vida individual teniendo en cuenta, al mismo tiempo, la de las personas que nos rodean.
Deseos propios y ajenos, un delicado equilibrio
La sociedad, la familia, las comunidades… presentan normas y principios de convivencia atendiendo al “bien común”, mientras que cada uno de nosotros tiende a buscar la manera de satisfacer sus propias necesidades y deseos.
En ocasiones, ambos polos coinciden y encontramos entonces el equilibrio y la satisfacción. Pero, a veces, los intereses y las normas sociales chocan con nuestras propias necesidades y deseos.
El resultado de este conflicto es lo que conocemos con el nombre de neurosis, dando lugar a problemas como el insomnio, la culpabilidad, las obsesiones, los tics, las depresiones…
Tanto la satisfacción de una necesidad como la de un deseo suponen una estrecha relación entre cada uno de nosotros y el mundo exterior.
Se trata de algo que queremos “echar” de nuestro interior: “Necesito ir al baño”, “Deseo con toda mi alma no ver más a esa persona”.
Pero también puede ser algo que queremos “atraer” a nuestro mundo: “Tengo sed”, “Deseo ser amiga de ese chico”.
El deseo es una forma más refinada de necesidad, pues va más allá de lo puramente fisiológico o corporal para implicarnos por entero y colorear temporalmente nuestra vida con la fuerza de las emociones y los sentimientos. Anhelamos con fuerza todo aquello que deseamos.
El deseo es como una tormenta que amenaza con desestabilizar nuestros cimientos, pero todos conocemos también el placer que los sentidos experimentan tras una tempestad: el aire renovado, el olor a tierra mojada, el brillo de los colores de la naturaleza… Pero a veces las tormentas también causan estragos y es necesario reparar sus consecuencias.
No es lo mismo necesitar que desear
Necesidad y deseo se pueden observar respondiendo a tres preguntas:
- ¿Qué necesito/deseo?
- ¿Cómo puedo satisfacerlo?
- ¿Cuándo voy a satisfacerlo?
El “qué” de nuestras necesidades no solemos cuestionarlo: necesitamos comer, dormir, saciar nuestra sed, tener amigos, pareja, encontrar un trabajo, tener un techo donde vivir…
El “cómo” es conocido con el nombre de estrategia; esto es, los pasos que debemos dar a fin de vencer las dificultades y los obstáculos, tanto internos como externos, y conseguir así nuestros fines. En la satisfacción de una necesidad hay bienestar: el sentimiento de urgencia que experimentamos es seguido por un sentimiento de equilibrio. Y, generalmente, no hay ninguna discrepancia entre nuestras necesidades y las normas sociales o familiares.
Puede que tengamos que posponer nuestra necesidad, el “cuándo”, pero solamente de un modo temporal, mientras buscamos el mejor modo de llevarla a cabo. Si, por ejemplo, estamos en un teatro y nos entran ganas de comer un caramelo, necesitamos encontrar el momento oportuno para no molestar ni a los actores ni a los espectadores.
¿Por qué deseamos?
El deseo es la sofisticación de una necesidad. Pero ya no se refiere a una generalización; es decir, ya no está implicado el simple hecho general de “tener sed” o de “necesitar una pareja” sino que, en el deseo, la intensidad está específicamente referida a algo o a alguien concreto.
Este algo o alguien se vuelven únicos debido a la fuerza de nuestro deseo: “Deseo ardientemente ese vestido que he visto en aquella tienda” o “deseo locamente conocer a ese chico que veo cada mañana en el autobús”.
El apasionamiento y la conciencia clara de qué es lo que queremos marca la diferencia entre necesidad y deseo
El objeto de este último se instala como figura predominante en nuestra vida, y todo empieza a girar en torno a él: es como una obsesión ocasional que nos moviliza, que nos impele a su satisfacción.
El deseo nos saca de nuestra rutina, nos desubica, nos altera, nos vitaliza, nos llena de fuerza, entusiasmo y energía. El deseo intensifica nuestro amor por la vida, nos hace sentir más dinámicos, nos empuja a arriesgar, dispara nuestros sentidos, nos hace sentir pletóricos. El deseo es eminentemente humano.
Nuestra voz interna
Si bien el deseo sexual producido por el enamoramiento es el más conocido de los deseos, no es –ni mucho menos– el único que encontramos en nuestras vidas, pues los seres humanos estamos hechos para vivir deseando. Es importante aclarar que esta intensidad proviene de nosotros, no del objeto o de la persona que ha despertado nuestro anhelo: nuestra fisiología se altera y nos hace saber que estamos deseando algo.
Pero, junto con esta alteración de nuestra fisiología, todos tenemos una “voz interna” que “opina” sobre nuestros pensamientos, deseos y acciones. Si bien cada persona siente esta voz interna a su manera, esta se forma del mismo modo en todos nosotros: con las normas y los principios de nuestra familia y de la sociedad a la que pertenecemos.
Esta voz interna es una especie de representante personal del mundo externo en el que hemos crecido, un asesor personal que nos acompaña durante toda la vida.
Cuando nuestros deseos y acciones se encuentran en sintonía con este asesor interno, nuestras intenciones también están en armonía
Entonces sentimos que tenemos ‘permiso’ para llevar a cabo nuestros planes: nuestro deseo ha sido ratificado y apoyado por ese representante social, que no deja de ser una parte de nosotros mismos.
Pero, si nuestro deseo choca con los principios que hemos interiorizado durante nuestra infancia, surgirá un malestar
Entonces nos hará sentir zozobra, duda, inquietud… El conflicto estará servido, y necesitaremos entonces prestarle atención consciente con el fin de identificar las claves para su resolución.
Trazar la hoja de ruta adecuada
La mayoría de las personas tratan de evitar los conflictos porque los consideran negativos, desgastadores y un indicador de desequilibrio emocional. Sin embargo, los conflictos tienen un aspecto muy positivo: sacan a primer plano no solamente la naturaleza de nuestros deseos sino también los mensajes que hemos interiorizado.
Los profesionales de la psicoterapia conocemos estos mensajes que aparentemente se oponen a los deseos con el nombre de introyectos.
Un conflicto es, por lo tanto, una oportunidad única para revisar nuestros introyectos y actualizarlos
Es decir, para aceptarlos como adecuados para nosotros, rechazarlos por ser ajenos a nuestra forma de ser o “modernizarlos”, porque ya no se adecuan a nuestra realidad.
Los introyectos son como una foto robot de quién y cómo se supone que somos y de cómo tendríamos que ser y actuar. Son como un mapa de carreteras que nos indica el camino que debemos seguir. Pero para viajar conviene revisar si el mapa que utilizaremos es actual o si ya no se corresponde con la realidad.
Cuando se nos presenta un conflicto entre un deseo y los introyectos, conviene revisar si nuestro mapa interno ha quedado obsoleto
Revisadas y actualizadas nuestras pautas internas, la solución del conflicto es sencilla:
- Si nuestro deseo es acorde al mapa interno, tenemos vía libre para su satisfacción
- Si no coinciden, será necesario buscar el modo de acallar nuestro deseo
Porque, si lo seguimos, sufriremos un serio deterioro emocional y, a la larga, un desequilibrio que podría requerir tratamiento psicológico.
Los conflictos nos informan
Los introyectos en sí no son buenos ni malos: pueden ser potenciadores y animarnos a hacer lo que deseamos, o bien limitadores, cuando nos aconsejan desistir de nuestro interés.
Este código interno de acción puede referirse a nosotros mismos o, por el contrario, al objeto de nuestro deseo.Por ejemplo, podemos desear con todas nuestras fuerzas comprar un vestido que hemos visto en una tienda, pero nuestro código interno nos podría decir que ese tipo de vestido no nos queda bien, o que, si nos lo compramos, se desequilibrará todo nuestro presupuesto económico.
Si somos conscientes de que nuestros introyectos están actualizados y son acordes con nuestra realidad, tanto personal como social, ese mensaje interno nos permitirá decidir conscientemente que no nos compraremos el vestido.
Es cierto que nos sentiremos infelices, ya que, cada vez que no obtenemos lo que deseamos, experimentamos frustración, pues es el sentimiento que nos indica que hemos renunciado a algo y que necesitamos poner nuestras estrategias al servicio de la renuncia. Pero si no tenemos actualizado nuestro código interno –nuestros introyectos– nos resultará realmente difícil tener claro cuál es la decisión que queremos tomar.
“El mapa no es el territorio”, dijo el experto en comunicación Herbert Marshall McLuhan. Con el mismo sentido, podemos decir:
“Nuestro mapa interno, nuestros introyectos, no siempre son nuestra realidad”
Cada vez que un introyecto nos critica el propio hecho de desear o aquello que deseamos, nos desvaloriza, nos insulta o nos compara con otro –con frases como “Eres caprichoso y egoísta. Isabel es más sensata que tú. No te lo mereces. Es malo sentir lo que estás sintiendo. Eso que deseas es una tontería…”–, podríamos afirmar casi con total seguridad que nuestra voz interna, nuestro mapa de carreteras para vivir la propia vida, está obsoleto y necesita una seria revisión y actualización.
La senda del crecimiento personal
A veces revisar nuestros introyectos no resulta sencillo, ya que es como cuando nos adentramos en un bosque y solamente vemos árboles, en lugar del bosque en su conjunto y en perspectiva. Sin embargo, en la actualidad tenemos numerosos medios a nuestro alcance que nos pueden facilitar esta tarea. Uno de ellos es la lectura de textos serios y especializados, cuyos autores nos ayuden a profundizar en el conocimiento de nosotros mismos y para cambiar lo que creamos conveniente.
También existen numerosos centros de psicoterapia que ofrecen cursos y grupos de autoconocimiento y crecimiento personal para que, de un modo vivencial, exploremos nuestro mundo interno, que surge y se plasma en las interacciones con los demás.
Querer lo que se hace
Con todo, de nada valen los medios a nuestra disposición si no tenemos previamente un fuerte deseo de autoconocimiento y una absoluta tolerancia hacia lo que descubramos sobre nosotros mismos.
Descubramos lo que descubramos, debemos recordar que no es ni bueno ni malo sino limitador o potenciador del camino que hemos como nuestro
Si es limitador de lo que hemos imaginado como nuestra vida, y esa imagen ideal está basada en la realidad, no tiene sentido lamentarnos ni caer en el victimismo: hay que ponerse manos a la obra para el cambio.
No olvidemos, tampoco, que solo nosotros decidimos nuestro propio camino, solo nosotros aprobamos y seguimos adelante con nuestros deseos, o renunciamos a ellos.
En cualquier caso, lo importante es que la decisión sea consciente, de que haya sido tomada al haber aunado nuestro deseo con el código interno. Para acabar, os presto una frase que desde hace mucho es uno de los lemas de mi vida:
“No solo es importante hacer lo que se quiere sino querer lo que se hace”
Cómo actualizar nuestro mapa de los deseos y las necesidades
No tiene sentido hablar solo sobre teoría y no pasar a la práctica. Vamos a conocer algunos sencillos hábitos que nos pueden ayudar a actualizar nuestros esquemas de deseos y necesidades.
- Empieza a conocerte
Un método sencillo consiste en hacer dos listas. En la primera, con frases cortas, escribe lo que conoces de ti y te gusta: “Soy buen amigo de mis amigos”, “Me gusta el color de mis ojos”… Después, empieza la lista de los cambios. Deja espacio para añadir nuevos aspectos de ti que quieras incluir. No emitas juicios de valor, especialmente, en la lista de las cosas a cambiar. - Propicia el cambio
Vas a cambiar una por una las cosas que no te gustan de ti. ¡No suspires con desaliento! Por raro que parezca, siempre que cambiamos un aspecto de nuestra vida, hay otros que se transforman por sí solos. Busca el aspecto a cambiar que te parezca más sencillo. - Obsérvate sin juzgar
Ahora, necesitas poner este aspecto elegido en observación mientras te relacionas con los demás. Si, por ejemplo, has escrito “No soy simpático”, tienes que observar qué haces para no ser simpático. Así vas a tener los matices más sutiles y específicos de tu forma de interactuar. Anota cómo lo haces, tus sensaciones y sentimientos, y los cambios fisiológicos que has ido notando en ti. - Disfruta de los resultados
Este darte cuenta aceptador introducirá de forma natural una sutil variación que propiciará el cambio. Ser conscientes de cómo actuamos es nuestra herramienta más potente. Nunca hay fracasos, solo resultados, porque una sutil modificación… lo cambia todo.
Fuente: mentesana.es
Comentarios recientes