Por Carolina Sances
En los artículos anteriores, me referí a la importancia de conectar emocionalmente con nuestros hijos adolescentes y de resignificar sus crisis. En este artículo, me referiré a otro aspecto fundamental para enfrentar las crisis, pero también para mejorar la relación con ellos, apoyarlos, acompañarlos en sus procesos y aportar a su desarrollo socioemocional. Me refiero a uno de los principales desafíos a los que nos enfrentamos quienes tenemos hijos en esta etapa: encontrar herramientas para situarnos en un equilibrio entre la firmeza y la amabilidad y respeto hacia ellos.
Este es un logro difícil, ya que generalmente nos debatimos entre momentos de extrema firmeza, donde los sermones y castigos están a la orden del día y otros en los que intentamos contrarrestarlos, con extrema permisividad. Además se torna muy difícil mantener la calma y lograr este equilibrio en situaciones de crisis, cuando nuestro/a hijo/a desafía nuestras rabias, inseguridades, expectativas, miedos y porque no decirlo, nuestro ego y quedamos “atrapados” en una situación en la que no sabemos cómo seguir siendo amables cuando estamos tan molestos y, sobre todo, ser amables sin perder la firmeza, pasando a ser permisivos.
La amabilidad es necesaria para no perder el respeto hacia nuestros hijos y validar sus sentimientos y la firmeza es necesaria para mantener el respeto hacia nosotros mismos y hacia las necesidades de la situación.
Y si de lograr este equilibrio se trata, tal como en tantos otros momentos difíciles en la relación con los hijos, apostar a herramientas basadas en una crianza consciente y positiva nos pueden ayudar.
Me refiero, primero que nada al “tiempo fuera para los padres”, que implica detenerse, respirar y salirse de la habitación o lugar en que estamos, para continuar con la conversación en otro momento. Este sirve no sólo para calmarnos y controlarnos para hacerlo mejor, sino que también para darnos tiempo y reconocer lo que realmente nos provocan los desafíos de nuestros hijos adolescentes, las rabias, las dificultades para controlarlas, los miedos, en fin, nuestras luces y sombras. Además modelamos en nuestro/a hijo/a adolescente el respeto hacia sí mismo/a, respetándonos a nosotros mismos como personas y padres. El mensaje es “te amo y respeto tus sentimientos, pero no cómo me los estás expresando, así que cuando estés más tranquilo/a y me hables de mejor manera, podemos volver a conversar” o “en este momento estoy demasiado molesto y no puedo pensar con claridad, así que hablemos después”.
Uno de los principales aspectos que nos dificulta encontrar el equilibro entre firmeza y respeto hacia nuestros hijos adolescentes, es la creencia errónea de que los castigos y sermones son eficientes para cambiar sus conductas en el largo plazo. Pueden serlo en el corto, ya que generalmente detienen por un momento la conducta que nos preocupa o molesta, sin embargo en el largo plazo lleva a padres e hijos a luchas de poder que deterioran la relación. Ante esto una pregunta: ¿creemos realmente que los adolescentes se motivarán a actuar mejor si los hacemos sentir peor?
Cuando yo misma como mamá, después de insistir innumerables veces en las estrategias de los castigos y sermones, los eliminé porque eran ineficientes y sólo nos alejaban emocionalmente, me quedé sin herramientas para muchos momentos de la crianza. Así fue especialmente en los que implicaban puesta y refuerzo de límites, ya que yo tendía a confundir esto con sermones, retos, castigos y control. Hasta que un buen día me di cuenta que nos resultaba mucho mejor definir juntos los límites y consecuencias y que mi hijo estaba mucho más dispuesto a respetar los que él mismo ayudó a establecer. El mensaje en el fondo es: “Juntos decidiremos la reglas que nos beneficien mutuamente y que respondan a las necesidades tuyas y mías”
¿Y qué hago cuando mi hijo/a transgrede los límites, si ya no tengo las herramientas del castigo y el sermón?… pues dialogo, dialogo y más diálogo. Primero debemos recordar que dialogo es muy diferente de sermón y que debe situarse sobre la genuina necesidad e intensión de comunicarse y no para manipular, lo que es poco respetuoso y los adolescentes son muy sensibles a ello. Recuerda que lo que queremos en el largo plazo no es controlar su conducta, sino que ayudarlo a formar su criterio y su responsabilidad y, desde ahí, vaya siendo cada vez más capaz de regularse autónomamente. Entonces exprésale tus sentimientos y percepciones con respecto a la situación (“estoy muy molesto por lo que hiciste”, “me sentí muy angustiada en las dos horas en que te atrasaste porque pensé que te había pasado algo malo”) y ayúdalo a expresar los suyos, preguntando desde una genuina curiosidad, ¿qué pasó?, ¿y ahora, cómo lo resolverás?, ¿qué crees que ocasionó que esto pasara? Lo más probable es que las primeras veces tu hijo/a te conteste “no sé”, porque está acostumbrado a que en tus sermones las respuestas vengan desde afuera. Dale tiempo, todos estamos aprendiendo nuevas formas.
Algo muy importante para abrir el diálogo y que nuestro/a hijo/a se sienta dispuesto y más motivado a cooperar en la conversación es que sienta nuestra genuina escucha, comprensión y validación de sus sentimientos y puntos de vista: que sienta nuestra empatía. Mostrar empatía no significa necesariamente estar de acuerdo, sino simplemente que se entiende la posición del otro. Una buena idea es compartir con él/ella, momentos en que tú te has sentido o comportado de manera similar.
Finalmente, otra herramienta fundamental es poder comunicarle la confianza genuina de que puede mejorar y cambiar, ya que los adolescentes están mucho más dispuestos a reflexionar sobre sus actos, cuando sus padres u otras personas les dan la posibilidad real de intentarlo nuevamente. El mensaje de fondo es: “Confío en ti y estoy seguro que puedes mejorar y/o pensar en una solución útil para resolver este problema”.
Nadie dice que sea fácil llevar esto a la práctica y tal como nuestros hijos, nos volveremos a equivocar muchas veces, entonces lo importante es ser conscientes de nosotros mismos, perdonarnos, pedir perdón si es necesario, aprender de los errores y darnos, a nosotros y a nuestros hijos, la oportunidad de recomenzar más conscientemente. Reflexionar sobre estos puntos y tenerlos conscientes, nos permite recomenzar más fácilmente, porque como leí por ahí (no recuerdo donde, así que voy a usar esta frase sin citarla y la agradezco a quien sea que la dijo):
“Lo que reflexionamos y hacemos consciente, lo damos como un regalo a las generaciones que vienen”
Fuente: mamadre.cl
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